Desconozco los términos bajo los cuales el equipo tras el documental Voyeur (2017), disponible en Netflix, llevó a cabo el seguimiento a los protagonistas para tener como resultado esa naturalidad que se aprecia; solo apunto la impresión de haber atestiguado un ejemplo modélico sobre la agonía del proceso creativo.
A quienes lo desconozcan adelanto que se trata de un audiovisual realizado por Myles Kane y Josh Koury. 50 horas de grabación resumidas en 95 minutos durante los cuales estos directores, a tono con la temática, se esfuerzan por parecer meros observadores, incluso cuando sus protagonistas les mencionan directamente para alegar criterios como: “Estos tipos ni siquiera son periodistas fiables, son camarógrafos…”
Porque, para un escritor que escribe reportajes de no ficción, para un profesional que a sus ochenta y cuatro años y con decenas de reportajes y libros publicados ostenta el orgullo de haber sido periodista confiable, la realidad se complica cuando ciertos datos son cuestionados con pruebas casi irrefutables; y es lo que sucedió con el periodista Gay Talese en un momento previo a publicación de su libro El motel del Voyeur (2016).
La película de Kane y Koury relata dos historias que corresponden a un mismo propósito: la escritura de un libro que sería difundido previamente en la revista neoyorkina The New Yorker. Muestra dos situaciones: la manera en que el periodista concibe su trabajo y, por el otro, la intimidad de quien ha sido un huraño toda su vida: el señor Gerald Foos, quien, junto a su segunda esposa y a los 83 años, vive apartado de la vida social en su residencia de Colorado.
En 1980 Foos localizó al triunfante Talese para confesarle uno de sus secretos más perturbadores. Talese había catapultado su fama con la publicación de varios libros que levantaron la polémica en la nación, pero uno había atraído la atención de Foos: La mujer de tu prójimo (1980). El autor explora aquí muchos aspectos de la vida sexual de los estadounidenses, él mismo se había ido a un campamento nudista para comprobar qué era aquello de amor libre de lo que algunos de sus compatriotas hablaban. “Habría hecho cualquier cosa por una historia”, dice.
Leído el documento, Foos decide franquearse con Talese y de ese modo le cuenta su secreto: se había comprado y reconstruido a su gusto un motel con el único fin de satisfacer una necesidad con la que convivía desde la adolescencia. Los sexólogos describen la práctica como “voyeurismo”, en Cuba le dicen “mirahuecos”, “tirador”…; pero, viendo el filme, escuchando el testimonio de Foos y los razonamientos siempre brillantes de Talese, se puede concluir que, más que un deseo explícito de observar personas para con ello satisfacer a solas el propio deseo sexual, aparece una rara condición investigativa.
Él mismo lo confiesa en una de sus conversaciones con los documentalistas donde se muestra en una completa normalidad: “Yo no le llamo voyeurismo. Quería un laboratorio”. En efecto, ese laboratorio fue el motel donde podía asumir una posición casi omnisciente, para lo cual se construyó un sistema seguro que aprovechaba las rejillas de ventilación para espiar sin ser visto a sus propios clientes. “Este tipo no es perverso”, apunta en algún momento Talese: “es un tipo normal”.
El periodista llegó a ese razonamiento luego de 30 años intercambiando correspondencia. En ese tiempo no solo había atestiguado la metodología de Foos para observar personas, sino que, consolidó su idea de que aquella historia debía hacerse pública. Llegado el momento, el periodista convenció al objeto de su curiosidad para que contara su secreto; en definitiva había vendido la propiedad y la mayoría de los que habían pasado por allí estaban viejos o muertos.
A la vez que Foos dedicaba largas horas para observar la intimidad de dos mil o tres mil personas cada año, iba juntando cientos de páginas sobre las cuales describía la actividad que les veía acometer, transformando los apuntes diarios en una especie de investigación que desconozco si ha sido aprovechada por algún especialista. “Esas historias son la que hacen interesante la historia del voyeur”, dice Talese, quien en otro momento le pregunta por qué decidió contarle y el hombre, sin dudar, responde que creía que por ganar algo de notoriedad, porque al fin y al cabo había hecho lo que nadie más.
La publicación de un fragmento del libro en The New Yorker y la existencia del libro en sí mismo disparó toda clase de rumores en la prensa sensacionalista, siempre alimentándose de un morbo peor del que se alimenta un voyeur. Eso puso en guardia a moralistas y extremistas que empezaron a amenazarlo. Semejante avalancha impacienta al entrevistado y tensa las relaciones con el periodista, atormentado también a última hora por otros periodistas que quieren demostrarse tan avezados como él y empiezan a cuestionar sus datos.
Gracias a que las cámaras están para documentarlo, vemos cómo Foos reprocha a Talese por escribir más de lo pactado mientras Talese se defiende con lógicas razones, y cuando vuelven a estar juntos (cada cual ha sido filmado en su entorno, ciudades distintas) aconseja no dejarse llevar, no decir más de lo necesario porque los propios realizadores del documental están al acecho para eso, tienen la necesidad de sacarle datos y declaraciones contradictorias.
Talese lo sabe y lo advierte: “No te daré lecciones de periodismo, pero así funcionan las cosas… No hice lo que querías tú, hice lo que quería yo”. Y a los realizadores, a Myles Kane y Josh Koury les sermonea, pues hablaron con Foos en privado y obtuvieron una respuesta. “Ahora, conmigo aquí, influyen en él; de responderles lo que le están preguntando (si se arrepiente de haber colaborado para el libro) obtendrían una respuesta hipócrita. Eso está mal”.
La prestigiosa The New Yorker publicó el fragmento de El motel del voyeur con un bajante que resume la peculiar y nada sencilla historia de Foos, coleccionista de cosas, un rara avis que constituye otro capítulo en la exitosa carrera de Talese, pero que introdujo el cuestionamiento y la duda: “Gerald Foos compró un motel para observar a sus huéspedes muestras tenían sexo. Vio mucho más que eso”.
También Talese, después de haberse cuestionado ante las cámaras los límites de la ficción y la realidad, de lo cierto y lo inventado, cierra este material con una reflexión curiosa: “Es raro cómo a un huraño la cámara lo excitó produciendo en él un proceso inverso”.