Sin tener un doctorado en psicología me atrevo a asegurar que a todos nos encanta ser tratados como las inteligencias que creemos ser. A veces, de camino, perdiendo tiempo, y a menudo por decisiones de quienes también se creen brillantes, se nos vienen encima logotipitos que, sin conocernos de nada, nos interpelan como si fuésemos el tonto del batey… Como Hassan a Gamal de Abinbey. Así de atroz.
La mayoría de las personas que se detienen ante un logo son mayorcitas. Con cierta educación visual, o al menos, alguna sensibilidad estética y sentido del diálogo en varios niveles de comunicación. No son niños. Entiendo que diseñadores y diseñadoras se sientan ocasionalmente lúdicos, jocosos y juguetones. Que no sepan dónde meter toda la energía que les corre por las venas. Divino tesoro que son. Y acepto, con la misma fe, que algún decisor se sienta a sus años, por un momento, medio pletórico, energizado, y sea propenso a la chacota. Pero no estamos todo el tiempo para trompetillas y solos de matraca.
Celiquín. Productos libres de gluten. Vaya. ¿Para niños? Parece. Probable que estén racionados y reservados a infantes hasta una edad determinada. Este nivel de especialización resulta sospechoso. ¿Qué pasa con su abuelito, que tampoco lo tolera? Quizás pueda compartir el pan con el niño. Queda la duda de si, definitivamente, resulta una exclusión que debe ser disipada según disponibilidad y políticas de distribución. Hasta aquí no pasa mucho. Pero algo me resulta incómodo. Celiquín es un nombre algo extremo… Pienso en “Rasguñaito” para una marca de curitas, “Cojitín” para zapatos ortopédicos. Teclita para prótesis dentales… Y no quiero considerar que estos productos sean para el consumo general de intolerantes de cualquier edad. Sería el colmo.
Quizás obedeciendo a los dictados del espíritu latino, son las marcas hispanoamericanas las que más se sostienen en ñoñerías. Las anglosajonas son más frías. Pampers, Nestle (Nido, Nesquik, Nan) Gerber, comparadas con Gugui, Pirulos, Peques. Y luego estamos nosotros. Que somos únicos.
Un segundo ejemplo: Agromin… ¿Y de qué va eso? ¿Acaso es el Ministerio de Agricultura?¿No era Minagri? Parece que Agricultura y Ministerio andan coqueteando por el barrio. La regla que concede la creación infalible de nombres propios combinando de cualquier manera raíces semánticas aún no ha sido escrita. Prefiero MINAGRI. Agromin no está lejos de un posible Círculo Infantil “Los Agromininiñitos”.
Una vez más. En el mundo anglosajón, no son usuales estas combinaciones. Aunque las hay, como Microsoft. Pero no son dominantes. Muchas vemos en español, porque somos todos juglares. Y a todos nos gusta conversar y explicarlo todo desde diferentes ángulos, a través de metáforas, dramática y melodramáticamente, con humor, con un tinto en la mano. Y luego.
Luego estamos nosotros.
Genial