Entre los extranjeros que llegaron a Cuba en los años sesenta uno fue el salvadoreño Roque Dalton. Estuvo trabajando muchos años con Casa de las Américas hasta que él mismo prefirió tomar distancia. En 1975, confirmado el asesinato a manos de sus propios compañeros del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), de una facción de este, desde la institución cubana lo evocaron como “revolucionario consecuente, intelectual brillante y combativo, hombre generoso y cordial, amigo inolvidable…”
Dijo Dalton en 1969: “La experiencia cubana ha sido para mí decisiva en muchos aspectos. Creo que ha sido la experiencia más importarte de mi vida.”
Lo que falta
… la otra persona, como persona,
se ha convertido en una necesidad para él…
Marx
“Los clásicos son interesantes”:
blasfemia mía de ayer, al salir de ver Romeo y Julieta.
Hoy aumentó la cuota de tomates para ensalada
y aparecieron unas acelgas enormes.
El pan sobra, los huevos alcanzan, el arroz y los frijoles
aburren como las cataratas.
La escasez da un poco de hambre mental
y muchísima de la otra, decía ayer el gordo Flores.
Pero con la merluza y dos bistecs
dejamos atrás la semana.
Lo que verdaderamente falta en Cuba eres tú.
Recuerdo una antología poética editada en los años noventa, aunque de mala calidad persiste en la memoria porque incluía poemas que venían bien en la adolescencia. Uno de ellos era aquel: “Amo tu desnudez porque desnuda me bebes con los poros/ como hace el agua/ cuando entre sus paredes me sumerjo”, y cuyo último verso era así mismo una invitación a averiguar quién era aquel poeta tan sugerente: “El día en que te mueras te enterraré desnuda/ como cuando naciste de nuevo entre mis piernas”.
La nota biográfica era más o menos escueta. Recuerdo algo así: Roque Dalton, poeta y revolucionario salvadoreño que nació el 14 de mayo de 1935 en San Salvador y murió en ese mismo mes, el 10, pero en 1975 e igualmente en San Salvador; autor de libros como El turno del ofendido, poesía, 1962, Taberna y otros lugares, que le dio el premio Casa de las Américas en 1969 o Un libro levemente odioso (1988). No puedo confirmarlo porque estoy muy lejos de ese ejemplar que aún conservo o creo que existe en algún lugar que fuera mío.
Por un momento había confundido el poema del que antes hablé, que se titula “Desnuda”, con este otro:
Y sin embargo, amor, a través de las lágrimas,
yo sabía que al fin iba a quedarme
desnudo en la ribera de la risa.
Aquí,
hoy,
digo:
siempre recordaré tu desnudez en mis manos,
tu olor a disfrutada madera de sándalo
clavada junto al sol de la mañana…
Y no lo termino.
Y más vale haberlo confundido, porque los poemas que leí después fueron para mí mucho mejores, potentes y llenos de una fresca e innovadora visión poética que parecía a la vez sencilla y cotidiana.
Cuenta o contaba Dalton que había llegado a la poesía a través de la conciencia, que esa coincidencia la había alcanzado gracias a su acercamiento al marxismo. Pero, una cosa fue primero y otra después: “Primero había sido un ferviente y sincero católico, más bien dicho un feroz católico, porque en realidad siempre fui vehemente en defender lo que creo y pienso, y en esos momentos pensaba así”.
Un día, convertido en periodista de una revista universitaria en Chile a donde había ido a estudiar catolicismo, se fue a sacarle algunas frases al muralista mexicano Diego Rivera que estaba de visita allí. “Era la época en que yo juraba que la Coca Cola uruguaya era mejor que la Coca Cola chilena” escribiría en un poema.
En medio de la entrevista Rivera le preguntó la edad y él respondió: “Dieciocho”; y luego volvió a preguntar Rivera esta vez si había leído el marxismo, y como Dalton tuvo que decirle que no, el mexicano furioso le soltó que entonces tenía 18 años de ser un imbécil, y lo echó de la habitación, dejándole sin embargo la puerta abierta del marxismo.
“Y el instrumento que hallé a mano, es posible que haya otros más importantes para cumplir esta función, pero el que a mí me pareció justo y correcto fue la palabra escrita bellamente, que entiendo que es la poesía, y desde entonces yo, hoy, lo espero seguir siendo hasta morir: un poeta revolucionario que sí tiene verdadera conciencia de los problemas de su tiempo y que sabe positivamente que ha encontrado una verdad, esta vez, sí, definitiva”.
Eso lo contaba Roque Dalton a Radio Habana Cuba, en 1963, y fue recogido en el libro Materiales de la revista Casa de las Américas sobre Roque Dalton (2010). 1963 era época en la cual el poeta ni siquiera había cumplido los 30 años y, también parafraseándolo para justificar lo que es fruto de mi imaginación podía estar viviendo escenas como estas por él mismo descrita:
En el fondo del cielo luce una estrella
que él llama esperanza
el hombre alza su copa
y bebe.
Tampoco sabía yo cuando leí aquel primer poema suyo que había sido Nerudiano, y Vallejiano, que tenía influencias tanto de Hemingway como de Faulkner, así como del cine, la Nueva Ola Francesa y Truffaut, y que la canción “El Unicornio”, escrita por Silvio Rodríguez en 1981 estaba ligada de alguna manera a su nombre y a su familia, con una trágica historia que también conserva poesía.
En abril de 1982 cuenta el trovador en su disco Unicornio: “Todo comenzó por un amigo muy querido que tuve, un salvadoreño llamado Roque Dalton, quien además de haber sido un magnifico poeta fue un gran revolucionario, compromiso que le hizo perder la vida cuando era combatiente clandestino. En caso es que Roque tuvo varios hijos; entre ellos Roquito —el que hace tiempo se encuentra prisionero y del que no se sabe suerte—, y Juan José, que jovencito y delgado como es fue guerrillero, herido, capturado y torturado. A este último fue a quien encontré hace poco y me comentó que allá en las montañas de El Salvador, andando con la aguerrida tropa de los humildes, trotaba un caballito azul con un cuerno”.
NO TE PONGAS BRAVO, POETA, lo digo en mayúsculas porque es el título de otro poema suyo, Roque Dalton puro, puro Roque Dalton en cada una de estas poesías, lectura buena pare estos días, a propósito de que mayo es también su mes:
La vida paga sus cuentas con tu sangre
y tú sigues creyendo que eres un ruiseñor.
Cógele el cuello de una vez, desnúdala,
túmbala y haz en ella tu pelea de fuego,
rellénale la tripa majestuosa, préñala,
ponla a parir cien años por el corazón.
Pero con lindo modo, hermano,
con un gesto
propicio para la melancolía.