“Llegamos”, dijeron. Bajar la otra bandera aquel 20 de mayo e izar la cubana marcaría el camino a seguir, pero reiteradamente contradicho por las realidades. La cercanía, la geopolítica y los constructos racistas estuvieron ahí desde el inicio. Uno de esos constructos sostenía que los cubanos no estaban capacitados para el self-government (autogobierno), idea contra la que tuvo que lidiar José Martí desde las páginas del diario The Evening Post en 1899, y que tuvo una suerte de clímax en la conocida expresión de Theodore Roosevelt: “that infernal little Cuban Republic” (“esa infernal republiquita cubana”), la cual denotaba, a la vez, entre otras cosas, una manquedad marcada por la corrupción y el pensamiento canijo, en suma: el desgobierno y el plattismo.
Pero, a la vez, la República no permitió que el viejo clamor de “Cuba Libre” cayera en el vacío. A partir de la segunda generación republicana ese grito resonaría en hechos como la Protesta de los 13, el Grupo Minorista y, sobre todo, en dos revoluciones separadas tan solo por un interregno de 26 años. Los nombres de José Miguel Gómez, Alfredo Zayas, Gerardo Machado y Fulgencio Batista, junto a los de Julio Antonio Mella, Rubén Martínez Villena, Antonio Guiteras y Fidel Castro, forman parte de un todo contradictorio y palpitante, y por tanto vivo; no de una teleología conducente al mejor de los mundos posibles.
Pero con la polarización política los senderos se bifurcaron. La República, y en especial su fase de liquidación, no es, definitivamente, eso que graciosamente se dictamina a menudo dentro y fuera de las redes sociales a ambos lados del Estrecho. Digamos que en julio de 1951 el Informe Truslow —a cargo de una comisión de expertos del Banco Internacional para la Reconstrucción y el Desarrollo convocada por el gobierno de Carlos Prío Socarrás (1948-1952)— había alertado sobre los peligros de la dependencia del azúcar y otros problemas estructurales de la economía cubana.
Según esos técnicos orgánicos del capital, el primer peligro latente era el siguiente: “No hay evidencias de que en años recientes Cuba sea menos vulnerable a una seria caída de los precios del mercado mundial”, el corsi e ricorsi o molestísimo mantra de la República a partir de vacas gordas, flacas y otras concurrencias. “De hecho“ —elaboraban— “la economía está más a merced de las fluctuaciones de los precios mundiales del azúcar que nunca antes. Esto causa constantes sentimientos de inseguridad, los que, a su vez, disminuyen la confianza en los negocios y tienden a restringir la iniciativa”. Pero había más, una especie de alerta proyectada hacia el mediano y largo plazo: “el crecimiento de la economía cubana no ha cubierto las necesidades de su población, y menos aún las de generaciones futuras”.
Recomendaba entonces el Informe “incrementar la diversificación de la economía […] mediante esfuerzos concentrados en muchas esferas y la mejoría diligente de sus instituciones y nuevas actitudes en su gente”. Y también caracterizaba al capital humano acumulado por la clase media: “El pueblo cubano es inteligente, capaz y rápido al absorber el conocimiento moderno; sus médicos y cirujanos están entre los mejores del mundo; sus arquitectos son sólidos e imaginativos”. Pero daba, a la vez, fe de un problema: “Solo la mitad de los niños en edad escolar asisten a las escuelas”. 1 Ello podía confirmarse en el aumento en los precios de los alimentos y del costo de la vida. Para los sectores populares, la jugada estaba apretada. Contigo pan y cebolla, la obra del dramaturgo Héctor Quintero, lo resumió desde la imagen en la historia de una familia y la angustiante compra de un refrigerador.
El 16 de octubre de 1953 un joven abogado holguinero, hijo de un terrateniente gallego, diplomado de leyes hacía entonces tres años en la Universidad de La Habana, exponía el lado oscuro de la Fuerza durante un juicio celebrado después de que asaltara una fortaleza militar en el Oriente del país. En la Cuba de entonces había 500 mil obreros agrícolas habitando en bohíos miserables, 400 mil obreros industriales y braceros con retiros desfalcados —algo que, por cierto, también mencionaba el Informe Truslow—, 100 mil pequeños agricultores trabajando en tierras que no eran suyas, 20 mil comerciantes endeudados y 30 mil maestros mal pagados. Además, precaristas y aparceros en abundancia, del cabo de San Antonio a la punta de Maisí. 2
Los reportajes de Oscar Pino Santos, con fotografías de Raúl Corrales, publicados a partir de 1954 por la revista Carteles, apuntaban en dirección al embudo y a los problemas de la dependencia y el subdesarrollo. Y en medio de realidades como la de la Ciénaga de Zapata. 3 En esa tesitura, el documental El Mégano (1955), con guión de Julio García Espinosa, Tomás Gutiérrez Alea, Alfredo Guevara y José Massip, producido por el Laboratorio Cinematográfico CMQ, mostró las condiciones de vida de los carboneros de esa localidad, ubicada a solo 180 kilómetros al sudeste de La Habana. Era, de hecho, una metáfora sobre el campo cubano, el otro lado del espejo de esas formidables construcciones de arquitectura moderna en El Vedado y La Rampa.
Ahí estaban sentadas desde muy temprano las bases de dos discursos polares, las dos caras de Jano: la de la nostalgia de quienes se fueron y la de las visiones de los que se quedaron.
Notas
1 Report on Cuba. Findings and Recommendations of an Economic and Technical Mission Organized by the International Bank for Reconstruction and Development in Collaboration with the Government of Cuba in 1950, Francis Adams Truslow, Chief of Mission, International Bank for Reconstruction and Development, Washington, DC, 1951.
2 Fidel Castro: “La Historia me absolverá”, en La Revolución Cubana (1953-1962). Selección y notas de Adolfo Sánchez Rebolledo, Ediciones Era, México DF, 1972, pp. 40-44.
3 Oscar Pino Santos: “Los años 50”, Disponible en: La Jiribilla.
Y…como le fue a los cubanos con la ” Cura ” recetada por el Infalible y su grupo ?????Ha progresado cuba ? Que de la Soberania,comenzando con la soberania del Pueblo Cubano ? Creo este articulo tendra esa segunda parte,no ??
José lezama Lima, en “La cantidad hechizada” nos habla de las “eras imaginarias”. Para él, la última es “la posibilidad infinita, que entre nosotros la acompaña José Martí”. Y añade: “Entre las mejores cosas de la Revolución cubana, reaccionando contra la era de la locura que fue la etapa de la disipación, de la falsa riqueza, está el haber traído de nuevo el espíritu de la pobreza irradiante, del pobre sobreabundante por los dondes del espíritu”. No perdamos los dones del espíritu, los de nuestra pobreza irradiante. Porque aun pobres como somos, es mucho lo que podemos ofrecer al mundo. Por cierto, un mundo cada vez más hueco. No olvidar que la “infernal republiquita cubana”, que tanto molestaba a Mr Roosevelt, lleva sesenta años resistiendo los zarpazos del Goliat de Barro que tenemos a 90 millas.
Lezama era un poeta, no un sociólogo, y todo lo que tocaba se convertía en poesía. Esa cita suya debe ser entendida, pues, metafóricamente y no en su literalidad, como usted parece hacerlo. Pobreza irradiante se refiere, para empezar, a espiritualidad, no a economía, ni a libreta de abastecimiento.
Por otro lado, esa “infernal republiquita” que tanto molestaba a Roosevelt tenía que ver con la corrupción y el plattismo, dos de las razones por las que se produjo en triunfo de enero de 1959. Tal vez valdría la pena sugerirle, con todo respeto que, para la próxima, trate de leer mejor para poder entender de veras lo que uno escribe y no colocar manifiestos. Lo decía José Martí: “Al leer se ha de horadar, como al escribir”.
Gracias de todas maneras por su comentario.