La pintora Sandra Ramos ha hecho de su apartamento en Miami una extensión de su estudio. Sobre la mesa, en el piso, en las paredes, hay obras terminadas y a medio comenzar, fragmentos de ese mundo de pérdidas y desilusiones que muestra en sus cuadros. Desde una pared, me observa el Cristo de La Habana, de su pecho de piedra sale un puente que conduce a las nubes, al cielo o, quizás, a ninguna parte. El cuadro se llama “Cristo” y pertenece a la serie de impresiones digitales titulada Puentes, del 2004.
“Para mí los puentes son muy necesarios”, confiesa. “Uno se pasa la vida en un puente, y es bueno que así sea. Cada cual debe seguir su puente, su camino, aunque al final no sepa a dónde lo lleva”.
En su voz, uno todavía percibe algo de esa inocencia que identifica a la niña, mezcla de ella misma y de la Alicia de Lewis Carroll, que protagoniza algunas de sus obras. El personaje apareció en 1993, en la primera de sus muchas exposiciones personales: Manera de matar las soledades. Ahí ya se veían varios de los temas que han marcado la obra de Sandra: la migración, los sueños irrealizables, la crisis de los noventa, la caída del Campo Socialista, el fin de la utopía. Conflictos que marcaron a la sociedad cubana y a ella misma.
“El personaje de esta niña –me cuenta– inicialmente era un autorretrato y luego se convirtió casi en un símbolo de mi generación. En esa serie hay una obra: ‘Mi diaria vocación de suicida’, que es una de las más importantes para mí, porque guarda relación con los cuestionamientos que yo me hago acerca del papel que debe tener un artista en la sociedad, el compromiso con su contexto. El arte, además de ser una catarsis personal, también trasciende al artista como individuo y se convierte en algo común, que refleja su época, su tiempo”.
Tal vez por eso, aunque ella ya no viva en Cuba, jamás ha dejado de sentirse parte de su realidad cotidiana: “Siempre tuve cierta resistencia a salir de Cuba porque de allí obtuve los temas para mis obras, y siempre he sentido que tengo la obligación de hacer algo por la sociedad cubana. De hecho, todavía lo siento, aunque ahora viva en otro lugar, por motivos personales, eso no significa que haya dejado de pertenecer a Cuba. Ahora estamos viviendo un proceso de cambio y creo que los próximos cinco años serán muy importantes para definir el rumbo de la sociedad cubana y todos tenemos un compromiso con ella, tanto los que estamos fuera como los de dentro”.
Sandra regresará a Cuba en octubre próximo, como parte del proyecto Ellas crean, un festival de mujeres creadoras que organiza el Instituto de la Mujer en España y que tuvo su primera edición en la Isla el pasado año. En esta ocasión, la pintora trabajará junto a Gema Corredera, en el decorado escenográfico del recién restaurado Teatro Martí, en un concierto que ofrecerá la trovadora.
“Para mí es muy importante colaborar con Gema –asegura Sandra– porque mi obra tiene muchas referencias de la trova cubana, y creo que es positivo que todas las manifestaciones artísticas se vinculen para crear un espectáculo mucho más variado y completo, algo que enriquezca al público”.
Por otra parte, Sandra considera que el intercambio cultural, especialmente el que ahora tiene lugar entre Cuba y Estados Unidos, es vital tanto para el desarrollo de la cultura cubana, como para que los artistas de la Isla sean reconocidos fuera de ella: “Es algo que tiene que ver con la libertad, si limitan a la gente, ya sea por un lado o por el otro, eso no contribuye a nada. Creo que el intercambio no debe ser solo cultural, sino también científico, que haya un flujo de personas hacia ambos lados, que cada quien tenga la posibilidad de viajar, conocer y sacar sus propias conclusiones, esa también es una parte importante de la libertad”.
Y agrega: “La libertad es un concepto muy difícil de clasificar porque varía según la persona, pero creo que todos debemos tener la libertad de ser diferentes, de que se respete nuestra individualidad, tener libertad de movimiento, de expresión. Mi compromiso, más que todo, es con la libertad”.