Para la historia quedará que Cuba conquistó cinco preseas en el boxeo de los Juegos Olímpicos de Tokio, pero en realidad la mano de la Isla está detrás de las victorias de otros pugilistas en la capital nipona. A la mente nos vendrá enseguida el ejemplo del pinareño Loren Alfonso Domínguez, quien conquistó la medalla de bronce para Azerbaiyán en los 81 kilogramos, con la guía del entrenador antillano Humberto Orta. Pero hay más…
Joel Soler (Alamar, 1981) vivió su segunda experiencia bajo los cinco aros con la escuadra de Bulgaria, país que logró una histórica medalla de oro gracias a Stoyka Krasteva, la primera mujer de esa nación con una presea en los cuadriláteros olímpicos. Dicha presea, además, representó el primer título estival del país balcánico desde el logrado por Daniel Petrov en Atlanta 1996, hace 25 años.
“Lograr una corona olímpica no es nada fácil, pero llegamos preparados para derrotar a cualquier contrario. Todo es parte de la cadena de trabajo y la experiencia acumulada. Yo he puesto mi grano de arena con los conocimientos que traigo de la Escuela Cubana de Boxeo, a la cual siempre pongo en alto con cada logro”, asegura Soler en entrevista exclusiva para OnCuba.
Desde la lejanía, el habanero habla con orgullo de su trabajo en tierras búlgaras y no esconde tampoco la satisfacción por saber que tantos cubanos ayudan al desarrollo del boxeo en muchos países. En Tokio, por ejemplo, él formó parte de una notable legión de entrenadores de la Isla que estuvieron en las esquinas de diversas naciones.
La prestigiosa lista incluye, además del mencionado Humberto Orta, a Rafael Iznaga (Colombia), Cirilo López (Ecuador), Manuel Mantilla (Ecuador), Eulises Pouyout (Egipto), Carlos Peñate (España), Luis Mariano González (Francia), Dagoberto Rojas (Marruecos), Roberto Ibáñez (Islas Mauricio), Jesús Martínez Peña (Panamá) y Armando Hernández (República Dominicana), todos con amplia experiencia internacional.
“Es importante que todos sepan que los cubanos estamos defendiendo el nombre del país y de la Escuela de Boxeo, y así seguiremos”, añade Soler, un hombre que ha pasado casi su vida entera entre guantes y cuerdas.
Desde pequeño practicó boxeo en Habana del Este con el entrenador Leobardo Ferrer, uno de los tantos nombres que recuerda cuando hablamos de su trabajo en la Isla, de su paso por las Escuelas de Iniciación Deportiva y por la Academia, la antesala de su graduación como Licenciado en Cultura Física.
Ese título, unido a la especialización en Alto Rendimiento, le abrió las puertas del equipo nacional. En la mítica “Finca” del Wajay, donde se esculpe buena parte de los campeones cubanos en el deporte de los puños, Soler cumplió con las labores de subdirector deportivo entre 2009 y 2014.
“Es la mejor experiencia del mundo. En mi proceso tenía que estar frente a alumnos el 20% del tiempo, pero yo estaba casi al 100 %, porque me gusta el trabajo de terreno. Éramos una familia grande. Además, allí daba gusto chocar constantemente con la realidad, porque hay mucha profesionalidad de parte de los atletas y los entrenadores, y eso se ve reflejado después en los resultados”, asegura Soler, quien vivió tiempos de éxitos en los Juegos Olímpicos de Londres y en las Series Mundiales con los “Domadores”.
Sin embargo, tras ese período dulce, su vida dio un giro. “En un momento determinado hicieron reducción de plantilla y mi plaza quedó fuera. Ahí decido probar nuevos horizontes. Mi esposa es búlgara y estaba casado con ella desde el 2012, es decir, tenía posibilidades de irme de Cuba pero seguía trabajando allí por el compromiso que tenía. Ya al cerrar mi plaza las cosas cambiaron, nació mi hija además, y nos planteamos la mudanza a Bulgaria”, rememora Soler.
¿Cómo ha sido la experiencia desde que te estableciste en Bulgaria?
Cuando llegué empecé a trabajar en un club con el cual quedé campeón nacional. A raíz de eso, un entrenador de la categoría 15-16 años femenina me invitó a realizar una preparación con las chicas de cara al Campeonato Europeo, donde por primera vez en la historia de Bulgaria una niña en esa edad terminó en lo más alto del podio. En sentido general, preparamos a cinco muchachas y obtuvimos una medalla de oro y otra de bronce.
Luego, otro entrenador de la misma categoría, pero en la rama masculina, me propuso trabajar también con cinco atletas y los resultados en el europeo fueron buenos: una plata y tres bronces. Esas dos experiencias propiciaron mi encuentro con el presidente de la Federación búlgara, donde me ofrecieron el puesto de jefe técnico del equipo nacional de mayores.
Fue un ascenso meteórico…
No puedo quejarme, pero todo es fruto de la confianza que han depositado en mí gracias al trabajo que he realizado. Por ejemplo, ya hemos logrado la clasificación de boxeadores búlgaros a dos Olimpiadas, tres en Río de Janeiro 2016 y tres para Tokio 2020. Hace cinco años no pudimos ganar medallas, perdimos todas nuestras peleas en cuartos de final con decisiones extremadamente controversiales, pero ahora logramos una medalla de oro.
Cuando miras, de manera general, el saldo logrado por Bulgaria en los últimos años te encuentras con seis campeones europeos, dos entre las mujeres y cuatro hombres, además de otros siete medallistas a nivel continental. Y la “guinda del pastel” son los dos bronces mundiales conseguidos, uno en cada sexo.
Mi experiencia es excelente porque he podido mezclar todo lo que me enseñaron en Cuba con las líneas tradicionales de Bulgaria. Mi aprendizaje no se ha detenido y eso es lo que me ha dado resultados.
Hablas de éxitos entre las boxeadoras con las que has podido trabajar. ¿Cómo ha sido la experiencia en la preparación de las mujeres, teniendo en cuenta que en Cuba no habías incursionado en ese campo?
Trabajar con atletas femeninas es prácticamente lo mismo. Al final, es boxeo, una misma metodología. Es cierto que se trata de una experiencia nueva en el plano personal, pero la he afrontado con el mismo rigor de siempre y el saldo es enriquecedor. Cuba, por desgracia, tiene su política con respecto a la inclusión del boxeo femenino. A mi juicio se han demorado en incluirlo en su programa, y ahora vamos en desventaja porque casi todos los países lo practican y el saber está repartido.
La historia de dos campeones juveniles del boxeo cubano que quieren representar a Bulgaria
Regresemos otra vez al pasado. De todos los boxeadores que viste en el equipo nacional durante tu trabajo en la Finca, ¿cuál te impresionaba más?
No podría decirte uno. No podría ni siquiera mencionar nombres, porque cada boxeador es una historia, una experiencia única. En mi caso, sentía a todos como parte de mi familia, cada cual con virtudes y defectos. Creo que fue importante tener esa visión para trabajar en función de sacar la mejor versión de los atletas, tanto en su carrera deportiva como en su vida personal. Guardo muchas anécdotas y experiencias de un colectivo que funcionaba a las mil maravillas.
¿Cuánto valor tiene en tu desarrollo profesional el hecho de haberte formado bajo los preceptos de la prestigiosa Escuela Cubana de Boxeo?
El más alto. Primero fui boxeador, transité por toda la pirámide y me gradué junto a muy buenos atletas. Después estuve en el mejor equipo del mundo, dirigiendo la parte deportiva y retroalimentándome de los grandes entrenadores que tiene Cuba, todos con más de 30 años de experiencia. ¡No sabes cuánto aprendí!
Alcides Sagarra es el referente entre todos esos grandes entrenadores. ¿Cómo era trabajar junto a él?
Sagarra es una cátedra. Con él se aprende mucho, siempre tiene anécdotas vividas y experiencia de trabajo que constantemente te deja saber para desarrollar tus capacidades. Además, siempre ha sido receptivo, cualquier duda, cualquier innovación, puedes abordarlo. Y lo más importante es que esa misma mentalidad la ha transmitido a otros entrenadores como Raúl Fernández, Julián González, Rolando Garbey, Rolando Acebal, Emiliano Chirino, Enrique Steiner, Dagoberto Rojas, Juan Hernández Sierra y los difuntos Julio Mena, Jorge Hernández, Honorato Espinosa y Cheo Barrientos, el antiguo comisionado que me dio la oportunidad de trabajar con ellos.
¿Cómo has visto al equipo cubano en los Juegos de Tokio?
Me emocioné por los resultados obtenidos, pues tuve la oportunidad de trabajar con muchos de ellos, los conozco bien. Hicieron lo de siempre, dar su máximo y dejar que el ring dijera la última palabra. Demostraron la calidad que caracteriza al boxeo cubano en un escenario muy complicado, porque las afectaciones por la pandemia se sintieron más en América por no tener competencias de fogueo.
¿Te resulta extraño estar en unos Juegos Olímpicos u otra competencia internacional con una camiseta que no sea la cubana?
La verdad es que no, y que nadie me malinterprete. Estoy orgulloso de ser cubano y creo que represento a mi país independientemente de donde trabaje. Defender los colores de Bulgaria es un orgullo, porque me dieron la posibilidad de desarrollar mi potencial en el boxeo.
Los Juegos Olímpicos… ¿un sueño cumplido?
Es extraordinario y sí, un gran sueño hecho realidad desde el punto de vista personal. Nada se compara con caminar por la Villa Olímpica al lado de los mejores deportistas del mundo, intercambiar sellos, conversar en un ambiente de mucha amabilidad y respeto. Son momentos mágicos, de confraternización entre atletas, entrenadores, árbitros, olímpicos todos. En Tokio yo viví mi segunda experiencia y ha sido genial, de verdad, porque costó mucho sacrificio llegar en medio de la pandemia.
Además, para nosotros que estamos lejos de la tierra que nos vio nacer, es especial rencontrarnos con antiguos compañeros, contar historias del pasado, ponernos al día y acercarnos un poco a ese calor indescriptible de los cubanos. Ahora, antes de las competencias, hasta participé en algunos entrenamientos leves con los muchachos del equipo Cuba y fue genial volver a sentirme parte de la dinámica. De corazón, ver a los atletas de nuestra tierra es hermoso y gratificante.