La vida de Thomas Jefferson tuvo, como la de cualquier otro mortal, giros inesperados. En 1772, a los 29 años, se casó con la bellísima viuda Martha Wayles (1748-1782), con quien tuvo seis hijos, de los que solo sobrevivieron dos: Martha (1772-1836) y Mary (1778-1804). En una época en que los índices de mortalidad materno-infantil eran altísimos, diez años después, en 1782, al cabo de cuatro meses del nacimiento de su última criatura, Jefferson tuvo que encarar la muerte de su esposa, hecho que lo sumió —según refieren los historiadores—, en una profunda depresión.
Él mismo alude en un texto suyo al “estado de terrible suspensión en el que me había mantenido todo el verano y la catástrofe que lo cerró”. Añadiendo: “Un solo evento borró todos mis planes y me dejó un espacio en blanco que no tenía ánimos de llenar”. Y en septiembre de ese mismo año, Edmund Randolph le informó a James Madison que la muerte de la esposa “había dejado inconsolable a nuestro amigo. Alguna vez pensé que él clasificaría la felicidad doméstica entre los primeros bienes […], pero apenas supuse que su dolor sería tan violento”. Cuentan que en su lecho de muerte, Martha Wayles le pidió no volverse a casar porque no soportaría que una extraña cuidara de sus hijas.
Y así fue, en efecto. Thomas Jefferson no volvió a casarse nunca, decisión que arroja cierta luz sobre su determinación en materia de cumplir sus promesas, por lo menos en estos ámbitos. En 1784 fue enviado a París dejando en Virginia a sus hijas. Después de la muerte de su hija Lucy Elizabeth (1782-1784), Jefferson envió a buscar a Mary (Polly) para que viviera con él en la capital francesa. La acompañaría en su largo viaje trasatlántico una esclava, caracterizada por los historiadores como una enfermera que al final no pudo hacer el viaje por estar en avanzado estado de gestación.
Entonces entró una muchacha a la vida de Jefferson, motivo de una extensa polémica que traspasaría los límites del tiempo y llegaría hasta nuestros días: Sally Hemings, una esclava perteneciente a una dotación de más de 600 almas de aquella plantación que el autor principal de la Declaración de Independencia tenía en Virginia —la famosa Monticello.
De Sally Hemings los historiadores saben muy poco, al punto de no tener ni siquiera un retrato suyo sino solo dos descripciones bastante escuetas. Una de 1847 la caracteriza de la siguiente manera: era “de color claro y decididamente bien parecida”. Y otra de 1851: “Casi blanca […] muy bonita, con el pelo largo y liso por la espalda”.
Se estima que nació en 1773 en la plantación del padre de Martha, y que a la muerte del viejo, ese mismo año, fue traspasada, como todas sus posesiones y bienes, al matrimonio Jefferson-Wayles. Sally era hija de una mulata esclava, Elizabeth (Betty) Hemings, y de su amo, el blanquísimo esclavista John Wayles. Esto la colocaba en una de esas contradicciones gruesas que operaban en la cultura de la plantación: era medio hermana de Martha Wayles, la hija de aquel hombre y esposa de Jefferson. Estamos, en otras palabras, ante una esclava medio hermana de su dueña. La misma sangre paterna, pero con categorías socioclasistas muy diferentes y hasta violentamente contradictorias.
Sally fue entonces la que viajó y se hizo cargo de atender a Polly en París. Cuando llegaron a Londres, donde estuvieron unos días, Abigail Adams, la esposa de John Adams, el otro padre fundador por entonces involucrado en trajines diplomáticos, le escribió a Jefferson informándole que su hija había llegado bien. Y también: “La vieja enfermera que usted esperaba que la atendiera, estaba enferma y no pudo venir. Tiene con ella a una muchacha de unos 15 o 16 años”.
Vivir en París junto a su hermano mayor James Hemings (1765-1801), un esclavo que Jefferson había llevado para entrenar en los arcanos de la cocina francesa, le dio a Sally la posibilidad de quedarse en Francia y de ser libre debido a que una famosa revolución, llegada al poder el 14 de julio de 1789, había abolido la esclavitud. Sin embargo, optó por regresar a Virginia con Jefferson, Polly y James.
Aquí se está en presencia de una intrigante peculiaridad: una esclava “tres cuartos europea y un cuarto africana”, “de color claro y decididamente bien parecida”, “muy bonita, con el pelo largo y liso por la espalda” y medio hermana de la ex esposa del viudo. Que no era ninguna extraña. En 1789, año en que Jefferson termina su misión en París, Sally ya estaba embarazada de su amo. Él tenía entonces 46 años; ella, 16.
¿Estupro? No por los códigos de la época. Las leyes del Commonwealth británico, traspasadas a las colonias y vigentes en Virginia despues de la revolución, establecían que la edad para el sexo consensuado era, en las jóvenes, 10 años, lo cual fue extendido un poco más tarde a 12. Y en el siglo XIX se estableció entre 16 y 18, como hoy, de manera que la relación equivaldría desde lo legal, en términos actuales, a una de tipo adulta.
¿Violación? Una pregunta siempre pertinente, pero sin respuesta firme. Fue, en efecto, una práctica común entre aquella brutal plantocracia. Una esclava era un objeto personal del que podía disponerse y poseerse, en toda la extensión de la palabra. Pero el examen de la conducta de Jefferson hacia Sally Hemings y sus descendientes sugiere un caso y una lógica distintos. De acuerdo con uno de sus hijos, el carpintero mestizo Madison Hemings (1805-1877), Sally consideró quedarse en Francia, pero Jefferson le ofreció “privilegios extraordinarios” si regresaba a Monticello. Y, sobre todo, la libertad a sus hijos una vez que cumplieran 21 años. Evidentemente, se trata de una negociación, lo cual implica confianza en el otro, algo muy difícil —si no imposible— de encontrar en la clásica relación esclavo-amo. Hay aquí otra peculiaridad: una esclava adolescente negociando con uno de los padres fundadores de Estados Unidos a fin de mejorar su propia condición y lograr la libertad de sus descendientes. Escuchemos el testimonio de Madison al respecto:
Su estancia en París (la de mi madre y Mary) fue de unos dieciocho meses. Pero durante ese tiempo mi madre se convirtió en la concubina del señor Jefferson […] Él quería que regresara a Virginia, pero ella se negó a ser re-esclavizada. Apenas comenzaba a entender el idioma francés y en Francia era libre, pero si regresaba a Virginia sería esclavizada de nuevo. Entonces se negó a regresar con él. Para inducirla a regresar, [Jefferson] le prometió privilegios extraordinarios y le hizo la promesa solemne de que sus hijos serían libres a la edad de 21 años. Como consecuencia de sus promesas, en las que ella confiaba implícitamente, regresó con él a Virginia. Poco después de su llegada, dio a luz a un niño, de quien Thomas Jefferson fue el padre. Vivió poco tiempo.
Sally Hemings fue niñera-acompañante, doncella, camarera…De regreso a Monticello, recuerda Madison, “era su deber, hasta el momento de la muerte de mi padre, cuidar de su habitación y su guardarropa, cuidar de nosotros los niños y hacer un trabajo tan ligero como coser”.
Thomas Jefferson y Sally Hemings tuvieron seis hijos, de los que sobrevivieron cuatro. “Jefferson fue el padre de todos”, enfatiza Madison. “Todos pudimos ser libres de acuerdo con el tratado adoptado por nuestros padres antes de nacer. Todos nos casamos y hemos formado familias”. Dos de ellos, el propio Madison y Eston, fueron liberados por el testamento de Jefferson. En cuanto a los otros dos, Beverly y Harriet, si bien Jefferson no los manumitió legalmente, sí organizó y financió su “huida” en 1822. Pagó el transporte de Harriet a Filadelfia utilizando a un intermediario de su confianza. Marcó en su libro de registros (Farm Book) que ambos habían “huido” declarándolos “cimarrones” (runaway slaves). Pero no hizo ningún intento por recuperarlos. Estos datos adquieren un valor especial si se considera que el amo de Monticello no le dio la libertad a ninguna otra unidad familiar esclavizada.
Las relaciones de Thomas Jefferson con aquella muchacha, y su posterior paternidad, han sido negadas por muchos historiadores del mainstream por razones que no haría mucha falta explicar. Y todavía hoy algunos no las aceptan, a pesar de que en 1998 ocurrió un suceso extraordinario:
Los resultados de las pruebas de ADN realizadas por el Dr. Eugene Foster y un equipo de genetistas en 1998 desafiaron la opinión de que la relación Jefferson-Hemings no podía ser refutada ni corroborada. El estudio, que probó muestras de ADN del cromosoma Y de descendientes masculinos de Field Jefferson (tío de Thomas Jefferson), John Carr (abuelo de los sobrinos Carr de Jefferson), Eston Hemings y Thomas Woodson, indicó un vínculo genético entre Jefferson y los descendientes de Hemings. Los resultados del estudio establecieron que un individuo portador del cromosoma Y masculino de Jefferson fue el padre de Eston Hemings (nacido en 1808), el último hijo conocido de Sally Hemings. Había aproximadamente 25 Jeffersons varones adultos que portaban este cromosoma viviendo en Virginia en ese momento, y se sabe que algunos de ellos visitaron Monticello. Los autores del estudio, sin embargo, dijeron que “la conclusión más simple y más probable” era que Thomas Jefferson había engendrado a Eston Hemings.
Más tarde, en 2017, sobrevino otro impactante descubrimiento: el de una alcoba o local secreto en la casona de Monticello, muy cerca de la habitación de Jefferson, donde se presume que Sally dio a luz a sus hijos. Hoy ha sido incorporado a una zona del museo en la que se rinde homenaje a los esclavos.
Hubieran podido ser, simple y llanamente, Tom y Sally, pero los condicionamientos epocales, el poder y la cultura de la plantación distorsionaron tremendamente la relación entre esos dos seres humanos. Para entender a Jefferson no solo hay que leerlo, sino también tratar de interpretar desde la distancia y la entrelínea lo que sugieren sus actos y conductas. Esto también es válido para los silencios de Sally Hemings.
Nota: James Hemings, el hermano de Sally, negoció con Thomas Jefferson su libertad, que obtuvo en 1796 después de entrenar a su hermano Peter durante tres años para remplazarlo como chef de cocina en Monticello. Se cree que era alcohólico. Se suicidó a los 36 años.