Valdés Paz irrumpió en mi vida en 1984, en una reunión/conferencia de una semana en Managua, Nicaragua, sobre el socialismo en el Tercer Mundo, lo cual resultaba un tanto surrealista en medio de la guerra civil que por entonces asolaba al país.
Juan llegó con un día de retraso, justo cuando nos dividíamos por parejas para debatir diferentes preceptos del socialismo tercermundista: la economía, la educación, etc. A Juan y mí nos asignaron “El Estado en el socialismo”. Con la mirada propia de una estudiante rebelde fruto de la contracultura de los años 60, mi primera impresión al ver a Juan, con su corte de cabello militar y su atronadora voz, fue clasificarlo de inmediato como un tipo de línea dura. Al final resultó ser todo lo contrario.
Voces Cubanas: Del socialismo de Estado a la República socialista
Establecimos nuestro campamento al borde de la ruinosa piscina del hotel que servía de sede al evento y comenzamos a discutir sin descanso durante unas 48 horas sobre nuestro tema. También nos reímos muchísimo. (De vez en cuando alguien venía a cerciorarse de que no nos habíamos matado). Trabajamos en una serie de puntos, en la mayoría de los cuales estábamos en desacuerdo, pero a ratos Juan me decía “está bien, quita eso“ (él me había asignado la tarea de tomar notas) y al final logramos articular unas conclusiones en las que expresamos estar de acuerdo. Y más: que no estábamos de acuerdo. Al terminar la conferencia, me di cuenta de que mientras yo me había quedado con el bolígrafo con el que solía tomar notas, él se había llevado las notas.
A partir de ese momento, cada vez que lograba sortear los vericuetos que implicaban un viaje desde las entrañas del monstruo a La Habana, Juan se convirtió en parte integral de mi vida en la Isla. Pasé a integrar el grupo de innumerables personas que lo consideraban su padrino intelectual. Por lo general, siempre comenzábamos nuestras tertulias hablando de los horrores que acontecían en mi país. Juan hablaba poco, pero escuchaba atentamente. Luego nos lanzábamos a abordar el tema de Cuba. En un idioma que no era el suyo, batallaba por leer los borradores de mis pocos artículos y los capítulos del libro que yo había escrito, quejándose de que cada vez que lograba abrirse paso en la lectura, yo le entregaba otra versión echando por tierra todos sus empeños.
Pero sus comentarios me servían de plataforma de despegue para ampliar mis conocimientos, aprovechando sus juicios críticos sobre la compleja historia del siglo XX cubano y las caracterizaciones de personajes que, para bien o para mal, forman parte de ella. La historia que Juan me enseñaba le permitía a una extranjera como yo comprender ciertos aspectos que rara vez se recogen en los libros. Estas discusiones, inevitablemente, sobrepasaban el territorio de cualquier asunto que estuviera aconteciendo. Y, por supuesto, siempre estaban salpicadas con el toque de humor irónico que le era tan característico. Le escuchaba absorta, tomando notas (ahora me aseguraba de mantenerlas a buen resguardo).
Juan era la personificación del modelo de intelectual orgánico según la concepción de Gramsci. Sus intereses conocían pocas fronteras: no se le podía clasificar solo como sociólogo, economista, teórico o experto en agricultura. Cada vez que yo asistía a la presentación de un libro, allí estaba Juan. Como señaló Julio Carranza, leía con voracidad. Durante nuestros paseos por La Habana siempre se las ingeniaba para pasar “por casualidad” por casi todas las librerías de segunda mano de la ciudad. Y en cada una era recibido como un viejo amigo de la familia. A su contingente de amigas estadounidenses les tenía asignado encargos concretos: pelotas de tenis, cuchillas de afeitar, libros específicos, etc. A mí me tocaban las cuchillas de afeitar y los libros (y como bonificación no solicitada, galletas para perros).
Su esposa Daisy se reía entre dientes cuando me comentaba que mientras otros cubanos invitados a conferencias en el extranjero regresaban con los tan necesarios honorarios en efectivo, Juan solo traía cargamentos de libros. Saturaba el apartamento de su hija Karen con muchos de los ejemplares que no podía guardar en la casa que compartía con Daisy en el barrio de Pogolotti. Esos volúmenes no solo le servían para mantener informado su generoso intelecto, porque la generosidad de Juan iba más allá de lo intelectual. Su generosidad, acentuada por su humor irónico, estaba profundamente arraigada en su ser.
Adoraba a su familia y parecía tener un torrente infinito de amigos. En su elogio publicado en su perfil de facebook, Julio Carranza capta muy bien los profundos vínculos de Juan con sus compañeros de trabajo. Estos vínculos, unidos a una especie de brújula refinada que había desarrollado tras años de urdir estrategias de pensamiento, le sirvieron, entre otras cosas, para guiar a aquellos con quienes trabajó a sortear todo tipo de crisis, políticas o de cualquier otra índole. Parecía, casi sin excepción, moverse en todas direcciones para satisfacer las solicitudes y demandas que se le hacían. (Una vez me comentó, con su acostumbrada dosis de exasperado buen humor, que incluso los exnovios de sus hijas seguían apareciendo en la puerta de su casa para charlar con él).
Nunca persiguió lauros o fama, incluso cuando ocasionalmente se los endilgaron. Su capacidad crítica le permitía abrigar pocas ilusiones de este mundo que compartía con nosotros; pero al final –y tal vez debido a la plenitud de su historia de vida–, no podía renunciar a que existiera una posibilidad, o a un hálito profundo de posibilidad. Hay pocas personas en este mundo a las que nunca se las podrá remplazar. Juan se echaría a reír a carcajadas y soltaría algún improperio irónico y divertido si me oyera decir que él era/es una de esas personas.
Hasta siempre, Juan querido.
Lovely Carollee. Thanks for this article, you show once again how much you admire my grandpa. I always remember those times when, once a year (and always near my birthday) you used to invite us for those talks with American students or curious who we used to fill with some Cuban realities, concepts, opinions and points of view. Whope we can meet again soon.