Celia Cruz regresó a Cuba por obra y arte del Ballet Hispánico de Nueva York y recibió los aplausos de su pueblo. Para algunos un poco tarde, pero ocurrió, la humanidad no conoce a todos los grandes pintores, ni a todos los grandes cantantes, bailarines, compositores, algunas obras nos llegan sin autor conocido, algunos autores no son tan ciertos ni tan originales. Celia Cruz triunfó como artista universal, sobrevivió la muerte, arrulló a sus hermanos de pequeña y a millones de latinos después para reafirmar su talento espléndido.
La voz de Celia acompañó la primera coreografía de la compañía estadounidense titulada así en honor a ella, reconocida por muchos como “La Reina de la Salsa”, aunque la obra coreográfica del cubano-americano Eduardo Vilaro en varios momentos no llega al nivel de las excelentes grabaciones de las piezas Yemaya, Tu Voz, Te Busco, Pa’ la Paloma, Agua Pa’ Mí y Guantanamera. La interpretación de los bailarines fue buena pero no espectacular. El diseño de luces sí apoyó con maestría no solo esta sino las cuatro piezas del espectáculo, con el sentido dramático requerido por cada trama. Y vale destacar el final teatral de la obra, con una bailarina alegórica a Celia, vestida de azul, como la cubana Virgen de Regla que ella adoró, y el sentido de la nostalgia por algo que nunca llegó a satisfacer en vida.
A diferencia de numerosos artistas clásicos, la Cruz disfrutó el éxito, atesoró varios premios Grammy en su casa norteña, se vistió como quiso, ofreció conciertos a teatro lleno, acompañada de grandes músicos, mientras en su país natal tenía prohibido todo. Aquí llegaban las noticias y las emisoras de radio y otros medios de difusión debían ignorarlas; no obstante, ella vivió segura de la solidez de su arte. Chaikovski murió creyendo que su Lago de los cisnes era un rotundo fracaso, Celia incluso sabía que en su pequeña isla participaba de rumores, corrían elogios a su voz y se escuchaba bajito en algunos hogares hasta que Isaac Delgado en la década de 1990 cantó muy alto “Ay, no hay que llorar, que la vida es un carnaval y las penas se van cantando!”, y aquello inundó la radio, la televisión, las fiestas, y todos sabían aunque nadie decía que era un éxito de Celia.
A principios de los 2000, la compañía brasileña de danza contemporánea Corpos hizo delirar al mundo con un espectáculo titulado Lecuona, a partir de 13 canciones del genial pianista y compositor cubano. Por suerte, otros se encargan de aprovechar nuestros símbolos y personalidades, mientras dentro del archipiélago, a consecuencia tal vez de “la maldita circunstancia del agua por todas partes”, la mayoría de los creadores miran y se inspiran con los de afuera.
El Ballet Hispánico de Nueva York abordó también la complejidad de las relaciones con Sortijas, una obra del creador español Cayetano Soto, bailada por dos habilidosos bailarines, Lauren Alzadora y Jamal Rasan. Una interpretación muy personal sobre los lazos emocionales, respaldado por un juego de luces estupendo que nos recuerda que el cambio no siempre trae la felicidad y nos abrimos a un mundo pero dejamos de ver otro y la contención y la tristeza dejan huellas.
La coreógrafa belga colombiana Annabelle López Ochoa reafirmó su calidad artística con Sombrerísimo, atiborrada de símbolos que hacen referencia al mundo surrealista del pintor belga René Magritte, famoso por sus pinturas de hombres con sombrero hongo. Seis bailarines intercambian de emblemas sin dejar de ser ellos mismos, el manejo de los sombreros como insignias da lugar a múltiples interpretaciones pero, una vez más, en un país con una compañía de danza contemporánea nacional de tanta fuerza se extrañaron artistas más intensos técnica e interpretativamente.
El beso, del creador ibérico Gustavo Ramírez, propició un buen cierre, con disfrutables toques de ironía, un desplazamiento acertado de los artistas y un entretejido de duetos y colectivos balanceado en función del éxtasis. Las versiones musicales de las zarzuelas españolas acentuaron el propósito de reflexión con cierto tono humorístico.
Al final, el público agradeció el espectáculo de pie, ovacionó a los bailarines y quienes no alcanzaron a entrar en el abarrotado Teatro Mella de la capital cubana pudieron verlo por televisión si sintonizaron el llamado Canal Educativo, que previamente se anunció como medio de difusión del 24 Festival Internacional de Ballet de La Habana. Así que Celia Cruz llegó de una vez no solo al teatro, aunque queden algunas deudas aún por saldar, no solo con ella. ¿Qué tendría que ocurrir? Pues ojalá surjan la iniciativa y la gestión.
Buenísimo artículo, como la mayoría que se publican en este sitio. Hace pocos días se hablaba aquí mismo de las tradiciones. Celia Cruz es nuestra tradición que algunos por “úkaz” ignoraron. Pregúntele a algún transeúnte de nuestra Habana por el título de una canción de Lecuona. Nadie nos quita nuestras tradiciones. Las tradiciones foráneas no sustituyen a las nuestras. Es que las nuestras no existen porque las dejamos perder. Que en un círculo estrecho dominen o conozcan determinado tema, eso no es tradición. Lo que el pueblo completo usa, lee, degusta, bebe, disfruta y resiste el paso del tiempo. Lo que queda, lo que perdura: eso es tradición.
Para gusto se han hecho los colores ,nunca me gusto su voz ,ni la incluyo en mi catalogo de musica cubana ,la considero producto del marqueting y su situacion politica ,estuvo muy bien al principio el la Sonora Matanzera ,pero despues su voz se hecho a perder ,lo que no quita que fue buena en su actuacion .