Leonardo Borello es una especie de Da Vinci en Miramar de Ansenuza, su pueblo. La última creación ingeniosa de este joven de 28 años es “Mingo, el flamenco”.
Leo estuvo semanas bocetando ideas alrededor de un medio de transporte para pasear. Compró una moto de carga, comenzó a soldar alambres y tubos y a darles forma de flamenco. Luego vinieron los detalles finales como el tapizado, instalación de luces, un equipo de música y la pintura.
Después de tres intensos meses estaba listo aquel animal de metal de 4 metros y 40 centímetros de largo y 3 metros y 90 cm de alto. Lo bautizó “Mingo” y hasta le creó un perfil en Instagram (@mingoseansenuza).
Así, el flamenco con más onda de toda la región, irrumpió de sorpresa una tarde por las calles del pueblo y comenzó a rodar (más que a volar).
Con Leo pilotando a “Mingo” estuvimos de paseo todo un día. De esa forma conocí la historia de este lugar casi perdido de la geografía argentina y sus avatares.
Si no fuera por las narraciones de Leo y porque estuve en el mismísimo Miramar de Ansenuza, escribiría ahora mismo que ese sitio pertenece a algún cuento de realismo mágico. Pero no, esa maravilla, donde se entretejen historias singulares, conoces a lugareños entrañables y suceden cosas peculiares como si fuera algo común, existe.
Queda localizado en la provincia de Córdoba, en una de las riberas de la Laguna Mar Chiquita, que con 8000 km² es uno de los humedales salinos más grandes del mundo. De hecho, Miramar de Ansenuza es el único asentamiento en las márgenes de ese famoso espejo de agua, que es también el más grande de la Argentina y el segundo más grande de Sudamérica, después del Lago Titicaca.
Los primeros pobladores se asentaron allí en los primeros años del siglo pasado. Llegaron desde regiones vecinas en busca de las propiedades medicinales del barro y las aguas salobres.
En la década del 40, con la extensión del ferrocarril y la construcción de nuevos caminos, el pueblo se convirtió en un reconocido balneario, que no paraba de crecer. Para la segunda mitad del siglo en el pueblo vivían 4500 habitantes, ostentaba 110 hoteles, decenas de restaurantes, varios clubes de baile y hasta un casino de juegos.
Pero la fortuna duró poco. En 1977, producto de la deforestación, la laguna recibió torrentes desmedidos de agua por parte de varios ríos cercanos. De la noche a la mañana creció la laguna y se produjo una gran inundación.
Una parte importante del pueblo, donde estaban muchas viviendas, hoteles y comercios quedó sumergida bajo el agua salobre.
Cuando la Laguna Mar Chiquita volvió a su nivel el paisaje era desolador.
Aún hoy quedan los escombros como huellas de la prosperidad de la que gozó el pueblo. En pie se mantuvo el Gran Hotel Viena, fundado en 1941. Hoy funciona como centro cultural y testigo de aquel desastre.
Desde ese fatídico día, parecía que ya nada volvería a ser igual. Parte de la población emigró para ciudades cercanas y el turismo menguó.
Los pobladores que quedaron se mantuvieron por muchos años en vilo debido a las venideras crecidas de Mar Chiquita. El pueblo se refundó como quien dice de sus cenizas. Cambió buena parte de su fisonomía original. Por ejemplo, la calle de la costanera, el principal paseo del lugar, quedó dentro de los nuevos márgenes de la Laguna.
Con la llegada del siglo XXI comenzó a crecer nuevamente el balneario y a emerger las construcciones para el alojamiento del turismo. Los visitantes comenzaron a llegar desde todas partes del mundo.
En esta nueva etapa, además de resurgir el balneario, se pusieron en valor, como atractivo, los excepcionales recursos naturales de Laguna Mar Chiquita. Ella atesora más de 400 especies de animales.
La estrella de toda esa biodiversidad es el flamenco rosado, símbolo de Miramar de Ansenuza. Según estudios, alrededor de 300.000 de estas aves habitan en la Laguna Mar Chiquita. Por eso a Leo, inspirado en los atardeceres de su pueblo y en los hermosos flamencos, un día se le ocurrió crear a “Mingo”.