En los momentos más grises del Periodo Especial, en el ya lejano pero indeleble 1994, el artista de la plástica cubana José Antonio Rodríguez Fuster (1946) invirtió parte de sus ganancias en cajas y cajas de azulejos. No pretendía enchapar su baño ni la cocina. Su propósito era el de colorear y rellenar con un mundo imaginario y de esperanzas su barrio, en el poblado costero de Jaimanitas, a unos 15 kilómetros al oeste del centro de La Habana.
El también ceramista comenzó por intervenir las paredes de su propio hogar y los muros exteriores. Luego, a pedido de algunos vecinos, saltó a decorar las fachadas de la casa vecina. Luego la de enfrente. La de la esquina. Y hasta el consultorio médico de la zona se convirtió en una obra de arte.
No tardaron en aparecer los detractores que tildaron de “loco” al artista oriundo de Caibarién, en Villa Clara, que se había asentado a estos lares en 1975 luego de mudarse a La Habana para estudiar en la Escuela de Arte. Tampoco faltaron los burócratas y funcionarios para poner palos en la rueda al proyecto.
Mas, nada amilanó al soñador. En la medida que vendía sus pinturas en lienzo y madera y esculturas en pequeño formato, compraba materiales para seguir con su obra comunitaria. De a poco el barrio y las callecitas se llenaron de imágenes con rostros, besos, peces, aves, flores, enamorados, héroes, gallos, cocodrilos con botas, guajiros, banderas, palmas, paisajes, versos, sirenas, pescadores, figuras surrealistas y más.
La vecindad abrazó la idea y hasta formó parte de la creación. Otros pintores cubanos y extranjeros también llegaron hasta Jaimanitas a plasmar su arte en un mural de mosaicos. Así, colectivamente, con el amor y la dedicación como primicias; con una mirada sincrética como marca, nació y fue creciendo Fusterlandia, como bautizó un periodista estadounidense a esta popular y gigante galería de arte a cielo abierto con entrada libre y gratuita.
El corazón de este universo es la casa/estudio/galería Fuster, una laberíntica edificación de cuatro plantas. Aquí lo onírico salta a la vista en cada rincón. Al visitante no le alcanza la mirada porque se respira arte desde cada pedacito del jardín, por las escaleras, los pasillos, pisos, cuartos, mesas, sillas y hasta la terraza, en lo más alto, desde donde se puede divisar el mar y casi todo el barrio.
En los alrededores, Fusterlandia se extiende por centenares de casas en varias cuadras a la redonda. También alcanza a espacios públicos como parquecitos, esquinas, paradas de ómnibus y murales en paredones antaño desaliñados.
Al recorrer toda esta maravilla salta a la vista una parábola ineludible: Si en Barcelona está el famoso Park Güell, en Jaimanitas está Fusterlandia, donde hay un abrazo y un homenaje de Fuster al genial arquitecto catalán Antonio Gaudí (1852-1926). Tal alegoría se manifiesta en la utilización de mosaicos policromáticos, la creación de un ambiente ecléctico y la funcionalidad social. “Gaudí es un genio y le tocó ese pedazo de España, de hacer su arte, y a mí me ha tocado este pedacito de aquí, de Cuba”, contesta el artista cubano ante la siempre recurrente comparación.
Además de Gaudí, Fuster se regodea en la obra del pintor español Pablo Picasso (1881–1973) y, con mayor énfasis en la del escultor, pintor y fotógrafo rumano Constantin Brancusi (1876-1957). En Brancusi, pionero del arte moderno, y en “El Beso”, una de sus obras más conocidas de estilo protocubista creada en 1912, el cubano se inspiró para crear varias de las figuras instaladas en Jaimanitas.
En este mundo de Fuster no solo hay inspiraciones en grandes referentes de la historia del arte. La literatura es también un asidero. De esa forma en las piezas sobrevuela la huella literaria de autores como Alejo Carpentier, Onelio Jorge Cardoso, Silvio Rodríguez, Jose Martí, Nicolás Guillén y Ernest Hemingway, entre otros.
Fusterlandia trascendió las fronteras de la plástica y se convirtió en un proyecto comunitario. A poco de su nacimiento promovió talleres literarios, de pintura, manualidades y hasta campañas medioambientales que se mantienen en la actualidad.
Decenas de visitantes de todas partes del mundo llegan cada día hasta Jaimanitas para conocer Fusterlandia. Han transcurrido casi 30 años desde que su creador colocó el primer pedacito de azulejo, en aquellos infaustos años de escasez. Y hoy, cuando volvemos a transitar por tiempos aciagos, cuando el día a día implica sobrevivir, Fuster, con 75 años, se las reinventa y no ceja en su empeño de expandir por su barrio arte, mucho arte, que es el más sublime de los alimentos para el alma.