Hace poco veía uno de esos videos convocados por Darsi Fernández para tener de cerca a Santiago Feliú. Alejandro Suarez D’Expaux, uno de los buenos amigos del Santi, cuenta sus experiencias deportivas con el trovador y sus ejercicios —muelles— bajo el agua.
Y eso me hizo recordar un partidito de volley de playa a principios de los años 80, que protagonizamos Gunilla, Santi y yo, de cuando el querido matrimonio vivía en la residencia del Primer Secretario de la Embajada Sueca en La Habana, en la calle 164 del Reparto Flores. Las “agujetas” torturaron a Santiago durante una semana. Prometimos una segunda ronda de volley en el patio de Sven, pero ahí quedó.
Ahora, siempre he considerado a Santiago Feliú, con respecto a la guitarra, un atleta de alto rendimiento.
Hay que tener un nivel de coordinación y destreza extraordinaria para ejecutar el instrumento como él lo hacía. Hay que combinar fuerza y velocidad para lograr aquellos abanicos que coronaron el final de “Cuando en tu afán de amanecer”. Hay que entrenar muy duro para poder tocar “Batallas sobre mí”, “Iceberg” o “Si mi voz escapa” (la versión a guitarra, en el arreglo del disco se pierden las escalas vertiginosas y los cambios de compases y armaduras de clave).
De haber sido un boxeador, aunque peso pluma, hubiera tenido un jab endemoniado y una izquierda peligrosa. Y sospecho que hubiera sido un buen esgrimista, limpio y técnico. Y muy competitivo.
Pero todos conocemos de su proverbial sedentarismo y de la incuria confesa al movimiento rectilíneo uniforme.
Pero saben qué, en algún momento El Zurdo raudo y veloz tuvo su fílin con el deporte.
Me complacía sobremanera estrujarnos la memoria para coleccionar peloteros de los años 60 de los equipos Habana e Industriales. Por supuesto Marquetti, Urbano, Puente, Osorio, Capiró. Pero fue él quien se acordó de Lázaro Martínez, de Gerardo Egües y Leo Fariñas. Los habaneros que tengan entre 60 y 200 años saben de lo que hablo.
Uno de los espacios donde tuvimos convergencias increíbles fue en el fútbol. Sus estancias prolongadas en Argentina lo hicieron un conocedor de las ligas sudamericanas. Y utilizaba términos futboleros para enfatizar. En muchas ocasiones usaba “golazo” o “gol” como sinónimo de éxito.
Era hincha de Boca Juniors y de la selección Argentina.
En el año 97, en una de sus larguísimas giras por el sur, coincidieron en el Club Xeneize1 dos de sus ídolos: Claudio Paul Caniggia y Diego Armando Maradona, ya de vuelta de Europa, lesiones y sanciones, pero carismáticos, lenguaraces, escandalosos y aún con garras. Era un show verlos juntos. Aunque mermada su explosividad por el almanaque, generaban siempre peligro y armaban combinaciones de ensueño.
Ese año Boca Jr, dirigido por el “Bambino” Veira, era por mucho el equipo más mediático y en eso tenía que ver la dupla Maradona-Caniggia, pero no era el mejor. Campeaba por su respeto el Velez Sarsfield, que había ganado todo desde 1994 con Carlos Bianchi “El Virrey”. Ahora lo dirigía Marcelo Bielsa —a la postre DT de la selección albiceleste al mundial de 2002 y hermano del poeta y después canciller del gobierno de Néstor Kirchner, Rafael Bielsa— y era capitaneado por el también fascinante y nada comedido portero paraguayo José Luis Chilavert.
Yo, que en esa época prácticamente vivía en Argentina, por cuestiones afectivas hinchaba por Estudiantes de La Plata, pero tenía también afinidad, por lo de Diego y Claudio, con Boca.
Algún domingo pude compartir con el Santi a través de TC Sport los partidos de “los bosteros”2 o comentarlos por teléfono. Pero él se moría por ir a la cancha y gritar “Maradooo…”en “la Bombonera”3.
Fue así que Leo Piragini, representante, productor, amigo y fan de Santiago (El Zurdo decía que no era “manager” por no ser “empresario”) que también me organizaba presentaciones de vez en cuando, nos invitó al encuentro más esperado de aquel torneo; Boca Jr vs Velez Sarfield o lo que era lo mismo —y la comidilla—: Maradona contra Chilavert.
Lo que no sabíamos era que el partido no sería en la Bombonera sino en la cancha de Vélez, el estadio José Amalfitani, en el barrio de Liniers, al extremo oeste de la ciudad de Buenos Aires. Ni siquiera estaríamos con los hinchas de Boca sino en la tribuna de los de “El Fortín”—así le llaman también a este estadio, y es el sobrenombre del Club Deportivo Vélez Sarsfield.—, detrás de la portería que da a la avenida Juan B Justo.
O sea, seríamos dos bosteros en medio de la barra brava4 de Vélez. Leo y su amigo Coqui, quien también nos acompañó, eran socios e hinchas de El Fortín, y podían entender a sus amigos cubanos, que encandilados por el Pelusa5, le iban al equipo contrario, pero nos advirtió que en medio de aquella turbamulta no podíamos tener ni un asomo de empatía con Boca Juniors, ni siquiera el más deportivo reconocimiento.
En la semana previa al partido, Maradona y Chilavert se habían dicho todas las ofensas posibles que permitía la televisión (que era bastante permisiva) así que pusieron un extra a la rivalidad de los equipos y caldearon el ambiente.
La tirantez y el nerviosismo nos embargaban cuando llegamos al estadio.
En la tribuna popular de Vélez todo parecía en calma, la gente comía choripán con chimichurri y se brindaban mates. Pero cuando salieron los equipos al terreno, los tranquilos vecinos se convirtieron en una apoteósica fuerza telúrica. ¡Qué partidazo! Está considerado uno de los mejores partidos de los torneos locales argentinos y se dice que fue el último gran desempeño de Maradona.
Era el Boca de Martin Palermo, de Cagna, de los colombianos Córdoba y Bermúdez, del ecuatoriano Norberto Solano, de Arruabarrena, de Latorre, de los Barros Schelotto y de el Pájaro6 y el Pelusa contra el Vélez del Chila, Peregrino, Gómez, Cordone y Husaín.
Hubo de todo, tiros que dieron en los palos, faltas violentas, situaciones claras de peligro, asistencias, paredes, taquitos, chilena de Maradona, tiro libre de Chilavert, cuánta garra, cuánta entrega, cuánta emoción, ¡que partido!
Me voy a detener en dos jugadas que tienen que ver con esta historia: Maradona recibe el balón de Solano y con su dominio, que me recordó México 86, sortea varios contrarios. Luego hace un pase milimétrico a Claudio Paul, y en el enfrentamiento cara a cara con Chilavert, gana el Paraguayo.
Santiago, que está sentado con Coqui un escalón más abajo, se vira para Leo y a voz en cuello y sin tartamudear le grita: “¿Y viste lo que hizo el Diego?”… Un silencio universal y la vida se paró…
Unas 50 personas en un radio de 5 metros miran entre perplejos, curiosos y rabiosos al Santi. “¡Pero qué bueno es el Chila!” —corrige cuando se da cuenta que ha metido la pata.
El incidente se olvida porque hay un tiro indirecto dentro del área del Vélez. Falla la jugada y de nuevo al mismo trepidante ir y venir.
Luego Gómez le comete falta a Caniggia y hay tiro libre cerca de la portería. Ideal para el Diego. Tremenda tensión, después de tantas diatribas, insultos y agravios en la semana están frente a frente Maradona y Chilavert. Es el momento cumbre del juego. Todo el estadio está de pie. El Diego hace una corta carrera y con efecto patea a la derecha del paraguayo, su lado menos hábil, pues también es zurdo. La pelota va diabólicamente certera a la esquina con precisión artillera, el Guaraní vuela y en el último momento sus dedos rozan el balón que pega en el palo. La cancha de Liniers ruge. En la tribuna del Vélez todos se llevan las manos a la cabeza, Santiago levanta sus brazos a modo de celebración. Yo rezo para que nadie lo note. Maradona, con tremenda vergüenza deportiva, aplaude el esfuerzo de Chilavert y lo va a felicitar, se chocan las manos, y en ese gesto se resume todo lo que me gusta del deporte.
Al rato me alegré de que no hubiera sido gol. ¿Qué hubiera ocurrido si al entrar la bola al arco, Santiago, quien evidentemente con la emoción había olvidado dónde estaba, hubiera dado brincos de celebración? ¿Estuviera haciendo el cuento?
Evidentemente yo sí. Porque no estaba ese día en la cancha. Haciendo uso de la primera persona para narrar, interpreté el papel del otro cubano que sí estuvo allí esa tarde memorable, el baterista de la banda de Santiago: Ruy López-Nussa.
Pero no teman, el Santi se encargó de hacerme el cuento un montón de veces. Leo me dio otro punto de vista, también Coqui (Juan Carlos Alonso), quien murió en el 2012 en el terrible accidente de Trenes de Once, en Buenos Aires.
Ah, yo lo vi por Canal 13, fue el 16 de Septiembre de 1997. El partido acabó cero a cero.
Epílogo
En mayo de 2002 regresaba Santiago a La Habana después de una gira por Argentina. Venían en el vuelo de Cubana que hacía la ruta Montevideo-Buenos Aires-Ciego de Ávila-La Habana, en un IL 62. Viajaba con Enrique Carballea y su hijo Adriano. El avión, que salió con retraso, llegó al aeropuerto de Jardines del Rey en la mañana.
Cuando bajaban en la terminal escuchó decir a una aeromoza que en el vuelo venía El Diez y que por esperarlo el avión demoró en salir. En la cafetería del edificio tipo Girón de “escuela al campo” trataron de localizarlo pero allí no estaba. Cuando abordaron de nuevo el avión se dieron de bruces con el Diego quien conversaba con un tripulante.
Santiago le dijo al Choly (así llamaba a su hijo) señalando al Pelusa y para que este lo oyera: “Este es lo más grande”.
El Choly no tenía idea de quién era el personaje, lo que le causó gracia a Maradona.
Le hizo un cariño y le dio un beso en la cabeza. Luego le dio la mano a Enrique y a Santiago. Este aprovechó para contarle quién era. Evidentemente el Diego tampoco sabía quién era Santiago.
“Cuando vuelvas a la Argentina avísame”, terció formal El Diez.
La gente se amontonaba en la puerta. El sobrecargo los conminó a que se movieran.
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Notas:
1 Club Boca Junior. Xeneise quiere decir Genovés.
2 Hinchas de Boca Juniors. Se dice que en La Boca habían corrales y los vecinos acarreaban bosta de vaca.
3 Estadio del Club Boca Juniors en el barrio de La Boca.
4 Grupo de fanáticos radicalizados de los equipos de fútbol en Argentina. Son como los holligans ingleses.
5 Sobrenombre de Diego Armando Maradona, también conocido como “El Diez”.
6 Sobrenombre de Claudio Paul Caniggia.
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Nota de la editora: Este artículo forma parte de una serie escrita por Frank Delgado para OnCuba como homenaje a los 60 años del trovador cubano Santiago Feliú (29 de marzo 1962-12 de febrero 2014).
Sus crónicas son mejores que sus canciones. Debo admitirlo. Y eso es mucho decir!
Estas crónicas deberían quedarse como algo fijo!!!