Desplegar miles de policías fuertemente armados para garantizar la seguridad de una marcha pacífica de la comunidad LGTBIQ parecería innecesario. Pero así de desmedidas y surrealistas son las cosas en Jerusalén, donde hace pocos días se celebró, bajo un fuerte dispositivo de seguridad, la “Marcha del Orgullo y la Tolerancia”, en la que participaron más de 5000 personas, custodiadas por unos 2400 agentes de uniforme y de civil, muchos de ellos con armas largas.
Estuve ahí, hice casi todo el recorrido hasta que el calor me venció, casi al final de la marcha, muy cerca ya de casa. Fue, del cordón de seguridad hacia adentro, una marcha normal, como la de cualquier otro país, como nuestras “congas contra la homofobia” (sin Mariela, claro y sin el sabor de nuestro Caribe). Muchas banderas arcoíris, algunas con la estrella de David, que identifica al pueblo hebreo, pancartas y consignas reivindicativas, canciones, pelucas, drag queens y mucho, mucho colorido y alegría. Muchísima gente joven y bastante prensa.
Pero de las vallas hacia afuera la policía se veía tensa. Jerusalén es una ciudad marcada desde hace siglos por la religiosidad y la intolerancia. Y ahora también por grupos de extrema derecha que, en las últimas semanas, endurecieron su postura contra la comunidad LGTBIQ y que, coreando consignas como “Jerusalén no es Sodoma” y “basta de terror LGTBIQ”, llegaron a amenazar de muerte a los organizadores de esta marcha arcoíris.
Así que razones le sobraban a las autoridades para estar bien atentas.
Desde temprano la policía cerró las calles a vehículos y peatones, detuvo a varios sospechosos y solo permitió acceder al punto de encuentro a través de “check points”, en los que tanto manifestantes como periodistas éramos identificados con pulseras azules o lilas que debíamos quitarnos y entregar a algún “poli” al salir del perímetro que recorrería el desfile por la zona más céntrica de la ciudad.
Mucha seguridad y control para mi gusto, se ve que me he desacostumbrado a ciertas cosas.
Pero la gente iba a lo suyo, a sentirse libre en una ciudad donde muchos van tapados como en el medioevo y es casi inconcebible ver un hombre sin camisa o una mujer en minifalda; donde los niños visten como hombres y las niñas como señoras del siglo XIX.
En esta edición 20 de la “Marcha del Orgullo y la Tolerancia de Jerusalén” hubo risas, besos y abrazos por todos lados. Reencuentros y selfies en un colorido desfile del orgullo marcado por la sombra de un judío ultraortodoxo que, en la manifestación del 2015, agredió a varias personas y mató a puñaladas a una joven de 16 años, repitiendo una escena sangrienta que ya había protagonizado en el desfile del 2005.
Por suerte este año no pasó nada. Sea por el buen actuar de las autoridades, sea por protección divina, que en esta ciudad todo es posible.
El próximo viernes se celebra el desfile del orgullo en Tel-Aviv, espero estar ahí, pero será otra cosa. Tel-Aviv es una ciudad libre, sin prejuicios, libre del pesado yugo de la religión, es para algunos el paraíso gay del Medio Oriente, nada que ver con la retrógrada Jerusalén.