“La espera terminó”, sentenciaba el cartel promocional que hace pocos meses anunciaba el reencuentro de Silvio Rodríguez con el público mexicano, tras ocho años de su última presentación en sus escenarios. Y la paciencia valió la pena: el trovador cubano, junto a la banda que lo acompaña, brindó dos conciertos memorables en el Auditorio Nacional, donde hasta el más “goloso” de los silviófilos de seguro quedó satisfecho y ebrio de emociones.
Ya desde la previa del primer recital, ocurrida este lunes, en las afueras del recinto se palpitaba una catarata de sensaciones. Los dos días observé casi las mismas escenas. A la espera de que abrieran las puertas de uno de los escenarios más importantes de Latinoamérica se agolpan los abrazos, las guitarreadas, besos, risas y cantatas con canciones de Silvio.
A lo largo de toda la vereda decenas de puestos vendían los más variopintos productos alusivos a Silvio y a su obra. Desde gorras, pullovers, libros, CDs, discos de vinilo, cassettes, cajas de fósforos, termos; había hasta uno donde se hacían pequeños tatuajes de unicornios al instante. Un merchandising extraoficial impresionante.
En medio de ese ajetreo, en la primera fecha, me crucé con Brenda, una chica que vociferaba preguntando si a alguien le sobraba una entrada. “Hace una semana intenté comprar el boleto y ya se habían agotado las localidades para los dos conciertos. Así que tengo esperanza de que aparezca algún arrepentido a última hora que llegue sin su pareja”, me dice en tono jocoso esta chica treintañera a quien, un rato más tarde, encontré dentro de la sala con la papeleta en su mano y una sonrisa triunfal “de oreja a oreja”.
Como Brenda había varios pregonando por lo mismo. El segundo día me enteré que algunos aprovechan las codiciadas entradas para revenderlas hasta en el doble de su costo y les vuelan de las manos.
Otra escena que se vivió en ambas presentaciones es que desde unos parlantes una voz anunciaba la habilitación del ingreso del público. En ese momento se revolvía el gentío en las escalinatas y la explanada como un hormiguero. Tras el júbilo todos se organizaban en largas filas para traspasar el umbral a la cita tan ansiada.
Ya en la sala los gritos y los aplausos de las 10 mil almas que coparon cada noche el auditorio estallaron cuando apenas se pudo divisar la entrada de Silvio y los músicos desde la oscuridad.
“Hola. ¡Viva México!”, dijo por su micrófono el cantautor en la primera de las dos presentaciones para así cortar definitivamente con los 8 años de espera. En la segunda fecha también volvería a expresar ese “¡Viva México!” en respuesta a que alguien desde el público gritaba “¡Viva Cuba!”.
“¡Viva México!” No es una mera frase exclamativa. Es una expresión histórica, un grito de independencia que, además, denota respeto y admiración hacia los hijos de esta nación.
Diego fue uno de los que asistió a las dos noches en el Auditorio. Voló con su hijo y su mejor amigo desde Playa del Carmen, en la costa caribeña de la Riviera Maya, en la Península de Yucatán. Diego tiene tatuada la palabra “Ojalá” con la tipografía característica del sello disquero en su muñeca.
“Hace un mes que vengo anhelando este momento. Quería vivirlo con mi hijo Luis Ángel, que escucha a Silvio, involuntariamente, desde que habitaba en la panza de su mamá”, me cuenta poco antes del segundo recital.
“Silvio —relata Diego— nos dio las buenas noches y mi hijo se volteó a mirarme. Se llevó las manos a la boca sorprendido. Tenía los ojos como platos y rompió a llorar. Era la primera vez que escuchaba a Silvio en vivo. Es una experiencia que él no olvidará jamás. Es una vida más que Silvio ha tocado con sus canciones.”
Diego estalla en felicidad y me dice que “fue una locura, porras y vivas retumbaron en todo el auditorio. Era Silvio en cuerpo y alma ahí, con su maravilloso arte, con un equipo magnífico de artistas ejecutando al pie de la letra todas esas canciones que nos han marcado, que nos han acompañado en nuestros amores, en nuestras luchas y victorias. Yo sólo pido perdón por las veces que no pude contener la emoción y grité un ‘Te amo, Silvio’. Ojalá el maestro nos perdone por las interrupciones”.
No hay nada que perdonar. Silvio está curtido y curado de espanto. Con peores cosas ha tenido que lidiar en este mismo escenario. Hace años, “el hijo de Argelia y Dagoberto” estaba cantando “Fusil contra Fusil” y divisó que en primera fila había un hombre apuntándole con un revólver. Silvio no perdió la ecuanimidad. Terminó el tema. Saludó y salió del escenario. Atraparon al individuo, que resultó estar drogado y el trovador volvió al estrado. “Estaba en desventaja. Yo con una guitarra y él con una pistola pero no dejé de cantar”, rememora a carcajadas el trovador ahora, poco antes de salir a reencontrarse con su público en el mismo escenario.
Aunque acostumbrado a lidiar con las molestias de los gritos y el reclamo de canciones justamente cuando está ejecutando otro tema, es una incomodidad para todos los presentes. Con eso viene arrastrando casi desde siempre. En medio de estos dos conciertos tuvo que apaciguar las ansiedades de varios y pedirles que, por favor, permitieran hacer el concierto que con tanto esmero y trabajo han preparado en medio de muchas giras de ensayos, una pandemia y sorteando muchas dificultades.
No es para menos. El repertorio de estos conciertos es uno de los más completos y hermosos que he escuchado a lo largo de más de una década que he tenido la oportunidad de ser parte de las giras de Silvio por Latinoamérica.
No sé cómo lo logró, pero la lista de temas hace como si el concierto fuera un viaje de casi tres horas por su vasta obra. Pero no es un recorrido cronológico sino atemporal y del alma. De ese modo confluyeron en ambos conciertos, sin puntualizar el line up de uno y otro recital, “Tonada para dos poemas de Rubén Martínez Villena”, “Te amaré”, “Casiopea”, “América”, “Viene la cosa”, “Escaramujo”, “Óleo de mujer con sombrero”, “La maza”, “En el claro de la luna”, Jugábamos a Dios”, Eva”, “Quién fuera”, “La era está pariendo un corazón”, “Yo te quiero libre”, “De la ausencia y de ti, Velia”, “El necio” y “Ojalá”, entre otras piezas. Así una veintena de canciones memorables compartidas y una decena de otros temas para escoger los bisses.
Parte protagonista de todo eso son los excelentes músicos que lo acompañan. Ya no solo es ir a ver a Silvio cantar en vivo sino disfrutar de la ejecución de Rachid López en la guitarra, de Maikel Elizarde en el tres, de la flautista y clarinetista Niurka González, de Oliver Valdés en la batería y la percusión, de Jorge Reyes en el contrabajo, de Jorge Aragón en el piano y de Emilio Vega en el vibráfono.
La de estos conciertos no era cualquier cita. Mucho menos tras sobrevivir a una pandemia. Por eso Silvio, como un bálsamo para el alma, cantó a las ausencias, a las pérdidas irreparables.
El lunes le dedicó “Unicornio” a Héctor Miguel Lira, un joven mexicano. “Esta canción, que la hice en otras circunstancias, la quiero dedicar a una pérdida especial, que yo sé que han habido muchas. Todos hemos perdido algo, no solo en los últimos años… Nos pasamos la vida perdiendo cosas, a veces ganando otras, pero hay pérdidas que son irreparables como la de una persona que por una hija mía supe que siempre venía a mis conciertos y que por una circunstancia extremadamente dolorosa perdió la vida: Héctor Miguel. Y entonces, para todos, pero especialmente para él”, introdujo Silvio antes de rasgar los primeros acordes de la guitarra.
Sofía, la hermana de Héctor, estaba presente. Se le hizo un nudo en la garganta y solo atinó a gritar “gracias” antes de rajar en llanto.
“Mi hermano era una persona sencilla, sensible. Con sentimientos maravillosos. Cuando éramos niños una canción que nos gustaba y divertía mucho era ‘Ando como hormiguita’, pero su canción preferida siempre fue ‘La guitarra del joven soldado’”, me cuenta Sofía, hermana de Héctor, en un intercambio de chats luego de las emociones vividas en el recital.
A Héctor lo secuestraron en enero de 2021 mientras trabajaba como chofer de UBER. “Solo podía pensar que él era mi unicornio, pastando lo dejé y desapareció. Después de cuatro días lo encontramos sin vida. “Unicornio“ fue la canción perfecta para mí. Describe todo lo que pasé. Trato de imaginar la emoción de mi hermano y su carita de alegría cuando Silvio hizo su magia y le dedicó la canción” confiesa.
Tras los sentidos aplausos llegó otro momento intenso. Tocó el homenaje sentido para su hermano del alma, Vicente Feliú.
“Este año yo perdí un amigo de 60 años de amistad. Se dice fácil. Nos conocimos a principios de la Revolución, él con 14 y yo con 15, en actividades juveniles revolucionarias: alfabetizábamos, cortábamos caña, recogíamos café, hacíamos guardias, cuidábamos la escuela, hacíamos obras de teatro… Después yo tuve que entrar al ejército, comencé el servicio militar y yo entré en el primer llamado en 1964 y él empezó a estudiar Física en la Universidad y se hizo maestro”, rememoró Silvio.
“Yo en el ejército me encontré con la guitarra y empecé a hacer canciones y empecé a tocarlas a mis compañeros de armas y en algunos festivales de aficionados de las fuerzas armadas también. Y cuando salí de las fuerzas armadas, tres años y tres meses después, me lo encontré y resultó que él también se había encontrado con una guitarra y hacía canciones”, continuó.
“Así empezamos otra etapa, la etapa musical y poética. Y luego vino aquello de nuestra generación, que fue llamada de la Nueva trova y todo eso. Él fue uno de los fundadores, conmigo, con Pablo, con Noel, todos esos compañeros. Estoy hablando de Vicente Feliú. Entonces voy a invitar a una sobrina de él a que haga conmigo esta canción que es de él: Malva Rodríguez”, cerró la introducción y entre aplausos apareció la joven pianista para juntos interpretar “Creeme”.
El ángel de Vicente siguió revoloteando por la sala. Después de eso la hija al piano y el padre en la voz, hicieron “No es fácil”. Es otra de Vicente. “Creo que no la tiene en un disco aunque desde que la hizo en 1968 yo le dije que debía estar en un disco. Cabeciduro no me hizo caso, pero ahora se la vamos a poner en un disco”, había dicho Silvio antes de cantarla.
Los conciertos del Auditorio Nacional de México demostraron que la cita con Silvio y sus canciones es una especie de cofradía. No importa el punto donde estés . Una amiga cubana, desde Buenos Aires, me escribe al ver unas fotos de los recitales: “Abrázalo fuerte en nuestro nombre. Un pedazo de mí se sostiene porque él está, porque sus canciones apuntalan mis días en la distancia. Es tantas veces mi Isla”.
Tarde en la noche, cuando todos se han vuelto a sus casas, salimos del teatro con los músicos y el equipo técnico. Afuera, en un extremo, por encima de la muchedumbre, una pantalla lumínica y gigante mostraba una foto de Silvio acostado, sin zapatos y con la guitarra. Es uno de los ingeniosos retratos del fotógrafo argentino Daniel Mordzinski, que el trovador escogió para la tapa de su disco titulado “Para la espera”, publicado en medio de la pandemia y el obligatorio encierro. Sobre la imagen se podía leer aquel vaticinio: “Silvio Rodríguez. La espera terminó. Esta noche”. Fue así…¡y de qué manera!
Genial
Me encantó la columna. Estuve en dos de los tres conciertos y fue increíble festejar mi cumpleaños 50 esuchando a mi querido Silvio en el auditorio nacional el 6 de junio. Gracias por dejar esta crónica para la posteridad. ¡Viva Silvio!