He aquí una autora cuyas historias íntimas pueden ser refrescantes como el mejor cotilleo sin consecuencias negativas, y lo otro mejor; que son buenas para leer entre otras lecturas más densas, o quizás para matar el tiempo en un viaje, en una tarde de playa, o simplemente en casa.
Annie Ernaux es una autora francesa que se ha dedicado a narrar su propia vida por entregas, en diferentes pasajes de sus etapas convertidas en novelas cortas y fáciles de leer, que dejan al descubierto heridas personales compartidas por millones de mujeres en todo el mundo, y ahí, amigos, radica su éxito.
Ojo: no confundir fácil de leer con comercial o de baja calidad, todo lo contrario; el estilo de Ernaux me recordó un poco al de Marguerite Duras por lo tajante y el ritmo entrecortado, aunque la voz de Ernaux es muy diferente en general.
Vayamos a las novelas.
“El lugar”
Si Annie Ernaux no hubiese escrito El lugar su padre hubiese muerto por completo, como el resto de los millones de personas que pavimentaron el camino para que nuestra generación tuviera mejor vida. Esta especie de ensayo novelado que se lee casi de un tirón, es el homenaje que le hace una hija a ese padre que se esforzó para que ella pudiera lograr todo lo que él no consiguió.
Es la historia de una familia humilde que en una zona rural francesa se abrió camino mediante el trabajo duro. Las diferencias generacionales se ven desde el modo de vida de los abuelos, campesinos más reacios a cualquier “afectación” o modernez, luego los padres, igual recios pero más abiertos al cambio y al progreso, para que la hija se convirtiera en profesional, en su caso maestra.
Cada generación es un peldaño, los hijos de la guerra que criaron en la precariedad a los que luego criarían a los más “acomodados”. Ernaux rinde honor a su pasado y celebra la vida común y humilde de su progenitor en un grandísimo acto de sinceridad y amor, sin florituras ni adornos textuales, con un nivel de practicidad y parquedad, con un ritmo entrecortado y certero que huye de los inventos típicos de la autoficción para centrarse en el ejercicio puro de la memoria y se esfuerza en la salvación contra el olvido, que es, al cabo, la verdadera muerte. Eso sí, a veces peca de frialdad de tan práctica que es.
La novela recrea la vida rural en Francia, celebra a las personas comunes y corrientes, sencillas y bonachonas, aunque parezcan más bien toscos y demasiado cuadrados en esas pequeñas comunidades tan marcadas por el que dirán, por la Iglesia, la superstición y el guardar de las formas.
No es un libro pretencioso, todo lo contrario, su brillo radica en su extrema sencillez.
Es también un llamado a alejarnos de las esnobistas vergüenzas por nuestros padres, por nuestra historia, por nuestros orígenes, cuando queremos escalar socialmente o cuando ya lo hemos logrado. Se monta en el clásico tema de la muerte, la gran constante de la literatura y de la vida.
“La vergüenza”
“Mi padre intentó matar a mi madre un domingo de junio…”, así arranca este libro que continúa con el te cuento mi vida que son la mayoría de las novelas de Annie Ernaux. Con La vergüenza la autora revisita su pasado en busca de la descripción y análisis del suceso para curar la herida traumática que le dejó ese día en el que presenció el arranque de rabia del padre: ”(…) Quizá la escritura convierta en normal cualquier suceso, incluso el más dramático…”.
Annie en su estilo limpio y sin adornos siempre deja claro que aunque está narrando hechos no busca inventarse las cosas. Al lector no le queda otra opción que confiar: “No existe una auténtica memoria de uno mismo (…) No deseo escribir ningún relato, pues eso significaría crear una realidad en lugar de buscarla. Y tampoco quiero limitarme a reunir y a transcribir las imágenes que conservo en la memoria, sino tratarlas como documentos que se aclararán los unos a los otros al estudiarlos desde diferentes ángulos. Ser, en pocas palabras, etnóloga de mí misma”.
Al hablar de la vida íntima en su humilde hogar, en el colegio privado y católico, tan rodeada, amenazada y limitada por la excesiva moral religiosa en todos lados, así como por el estricto papel de señorita que debía cumplir, se da cuenta de la cantidad de cosas a las que consideraba vergonzosas —cosas normales, simples, humanas.
En busca de aterrizar su recuerdo confuso, se lanza a la búsqueda de anuncios del periódico de ese año, 1952, en la Biblioteca, y acude a todo tipo de objetos e informaciones que la ayuden a reconstruir a la niña de ese día en el que su padre intentó matar a su madre, hecho que a ratos el lector logra, quizás, comprender como un acto de mal genio luego de una provocación, o como un acto de machismo acérrimo tan típico de los ambientes de campo, o como una rebeldía ante tanta religiosidad y moralismo… En todo caso, se pone sobre la mesa la actitud de los padres y cómo puede afectar a los hijos, los miedos y monstruos que se crean cuando se puja demasiado fuerte por crear seres humanos rectos y cristianos.
Ernaux construye una novela sobre la memoria de un hecho vergonzoso para darse cuenta del resto de las inútiles vergüenzas que marcaron su vida, encerrada entre códigos y normas que no inventó ella, leyes estrictas, censuras y castigos que no servían para otra cosa que para hacer de la vida algo menos placentero, con una madre súper religiosa y un padre más bien campechano, ambos con luces y sombras, ambos igual de —hablando en plata cubana — apingantes.
Con este exorcismo literario Annie Ernaux nos invita a visitar nuestras propias vergüenzas para salir de ellas, y su viaje hacia dentro, contra el olvido, puede ser el de cualquiera de nosotros, pues todos hemos sentido —en algún momento o en todo momento— vergüenza de nuestras raíces, de nuestros padres, de nuestros actos, de no ser lo que se espera de uno, de pensar lo normal y creerlo anormal: “Lo peor de la vergüenza es que uno cree que es el único en sentirla”.
La autora nos invita a la desvergüenza sin caer en lo de sinvergüenza, aunque para ello se desnude emocionalmente, algo que ella practica —como una terapia pública — en cada novela.
“El acontecimiento”
Annie Ernaux quedó embarazada mientras estudiaba Filología en 1963, el aborto estaba penado por la ley, ella no quería tener la criatura, así que tuvo que buscar una salida clandestina para solucionar su problema, y de eso va esta novela que como todas las que aquí propongo narran pasajes íntimos de Ernaux. Este, sin dudas, uno de los más traumáticos.
“(…) Quiero sumergirme de nuevo en aquel periodo de mi vida, saber lo que descubrí entonces (…) La agenda y el diario íntimo que escribí durante aquellos meses me suministrarán las referencias y las pruebas necesarias para establecer unos hechos (…) que la forma en la que yo viví la experiencia del aborto, la clandestinidad, forme parte del pasado no me parece un motivo válido para que se siga ocultando”; y se agradece mucho que la autora haya decidido compartir su experiencia, pues tanto para las mujeres que se encuentran casi siempre bastante solas en estos casos, como para los hombres que no conocemos del todo cómo se viven estos asuntos tan complicados, esta novela es totalmente iluminadora.
Tema de gran actualidad, aunque el aborto no sea ilegal en todas partes sí supone, siempre, una crisis en la mujer, que ha de pasar por el estrés, la culpa, la incertidumbre, el riesgo físico y moral, así como el juzgado de los demás: “Era una desgracia muy común (…) No se me ocurría que pudiera llegar a morir…”
Consciente de la falta de información al respecto se lanza a narrarnos sus pensamientos y sensaciones alrededor de ese acontecimiento, y al llamarlo así deja claro que se trata de algo tan vergonzoso, ilegal y “disidente” que impide que se le llame aborto, lo cual también viene a jugar con la falta de datos y representación que existe sobre tan censurado tema.
Deja en entredicho a las leyes que se oponen a esa libertad femenina: “Y, como de costumbre, era imposible determinar si el aborto estaba prohibido porque estaba mal, o si estaba mal porque estaba prohibido. Se juzgaba con relación a la ley, no se juzgaba la ley”.
Lo tajante de la narración de Annie ni impide que tenga ciertos y certeros vuelos poéticos:
“(…) Tengo la sensación de que la mujer que se afana entre mis piernas, que me introduce el espéculo, está haciéndome renacer. En aquel momento maté a mi madre dentro de mí”.
A pesar de los pasajes dolorosos, tiene muchos momentos de melancolía y ternura. Esta es, al final, una novela optimista que arroja luz sobre un tema ensombrecido, ayuda a entender las decisiones de aborto, el trauma que significa para las mujeres al estar desprotegidas legalmente al respecto, y celebra la libertad de elegir y planificar.
Saber que Annie logró abortar no hace ningún tipo de spoiler, hay que leer esta novela cuyo quid se encuentra en el cómo fue más que en El acontecimiento en sí.
“Pura pasión”
Con esta brevísima novela Annie me recordó algo que me decía mi madre: “Hay que enamorarse, quien no se haya enamorado aunque sea una vez, no sabe lo que es la vida, no importa cómo salga la cosa, si es posible o no, lo importante es vivir eso”.
En Pura Pasión la protagonista pierde un poco los estribos en un enamoramiento intenso —una obsesión más bien—, de estos que carecen de sentido común, quizá por eso pone en tela de juicio el por qué la manía que tenemos de darle sentido a las cosas, de querer dominar lo que escapa a nuestro control y que a la postre ha sido puesto en nuestras vidas para ayudarnos a conocernos a nosotros mismos y a conectar con el mundo —aunque para ello se experimente una especie de divorcio con las cosas que nos rodean.
La forma en la que está contada es como una exposición de ideas y pensamientos con respecto a la pasión, sin muchos sentimentalismos, cinismo o escarnio, es práctica y concisa, lo cual se agradece. También hace referencia a los elementos que nos influyen mentalmente a la hora de crearnos una idea de nuestra vida romántica; parafraseo a la autora: un producto cultural tiene tanta influencia en estos aspectos como el complejo de Edipo.
La novela reivindica el papel de las mujeres con hijos, sin marido, como entes libres y sexuales que no deben llevar el papel de madres y de mujeres decentes en blanco y negro, a modo de grilletes sociales, porque también merecen vivir una vida sexual activa y satisfactoria; es lo más sano para cualquiera. Yo en particular le llamo a eso andar bien follado, lo cual activa lo mejor de las personas e impide el flujo de un montón de censuras y criterios tóxicos.
Annie narra, convencida de la caducidad de las pasiones, porque la saturación siempre juega su parte en nuestras inconformes naturalezas, e incluso nos pone a pensar: ¿se adora más a quien no se conoce del todo o al que ya se conoce de cabo a rabo? Es más que manido el criterio de que nunca llegamos a conocer verdaderamente a nadie, quizás por eso expresa: “(…) el hombre al que se ama es un extraño”.
Está clara de ser una yegua desbocada que no repara mucho en las consecuencias de la narración de su amorío con ese hombre casado y extranjero, siempre propenso a irse —quizás por eso se enamora, al final el amor es también misterio, ¿no?—, y también porque escribe de ello para compartir su apreciación y aprendizaje, más que los detalles morbosos que, dicho sea de paso, no expone:
“(…) es un error considerar a quien escribe sobre su vida como a un exhibicionista, porque este último solo tiene un deseo: mostrarse y ser visto en el mismo instante (…) El tiempo de la escritura nada tiene que ver con el de la passion”, este precepto es cultivado por muchos escritores encumbrados que siempre aluden a la digestión de las experiencias para luego plasmarlas en sus escritos.
Todo es finito, y las pasiones tienen una especie de obsolescencia inusitada; empiezan cuando menos lo esperas y acaban de igual modo; de hecho las pasiones —al menos en su estado más potente— no suelen durar mucho tiempo, lo cual no quita que su intensidad deba ser vivida a tope, creo que es esa la única garantía que se tiene, pero las personas estamos obsesionadas con la duración de las cosas y valoramos la calidad de una relación —del tipo que sea— según el tiempo que duró, en vez de por su intensidad. Quizás es a esto a lo que nos quiere lanzar la autora con este cuento tan personal.
Cierra con broche de oro, para todo aquel ingrato/ta que se regodee en el dolor de la pasión ponchada, en el luto absurdo por la transformación de los sentimientos —que han de cambiar, como todo— y que tardan en entender o no entienden como positiva la evolución espiritual inherente a cada relación terminada, incluso la más dolorosa, vergonzosa o anodina.
Breve, hermosamente narrada, optimista y grata, te deja muy buen sabor de boca y remueve un poco tu conciencia.
Dicho todo esto, les deseo —como dicen los bookstagramers— felices lecturas.
Ya no pueden quejarse de no saber qué leer en este verano: para viaje, día de playa, o jornada aburrida en casa frente a un ventilador, un aire acondicionado o un abanico, no sé, algo que eche fresco, porque estos calores andan demasiado diabólicos. Cualquiera de las novelas de Ernaux se va en un suspiro, créanme.
Hasta la próxima semana.
Hola
Saludos Andrés
No pierdas la costumbre de recomendar…..
Estás de Annie Ernaux no las he leído….voy por ellas..
Felicidades!!
Espero que te gusten. Muchas gracias.