Jerusalén, quién lo duda, es una ciudad turística. No es especialmente bella, al menos para mi gusto, pero su amurallada Ciudad Vieja alberga en cada rincón siglos de historia y leyendas que nos remontan al surgimiento de las tres grandes religiones monoteístas: el Judaísmo, el Cristianismo y el Islam.
Aquí, dicen, Mahoma ascendió a los cielos. Seguido por humildes multitudes Jesús predicó y murió crucificado; y aquí estuvo a Abraham a punto de sacrificar a su hijo como prueba de devoción a Dios. En esta ciudad están el Santo Sepulcro, la mezquita de Al Aqsa y el Muro de las Lamentaciones. Por aquí, a lo largo de los siglos, han pasado, rezado y guerreado todos.
La Ciudad Vieja de Jerusalén, me cuentan amigos que llevan años aquí, solía estar abarrotada de turistas que hacían imposible el caminar por sus estrechas callejuelas mientras eran asediados por miles de vendedores de souvenirs hechos a la medida de la religión que profesara cada cual. El récord de turistas que visitaron Israel y por supuesto la Ciudad Santa es de 2019, cuando pisaron sus adoquines más de 4 millones y medio de personas. Por suerte no todas a la vez.
La pandemia de COVID-19 paró todo. Cuando me mudé aquí en noviembre pasado el país todavía estaba cerrado al turismo. Pude darme el lujo de tener las laberínticas y estrechas calles de la Ciudad Vieja para mi solo y recorrerlas y fotografiarlas a mi antojo intentando —sin lograrlo— mimetizarme con el entorno.
Por suerte la pandemia ya es agua pasada. Los visitantes están volviendo, para alegría de la mucha gente que aquí vive del turismo. Ya se ven bastantes viajeros por la Ciudad Vieja. Hoy, mientras hacía de guía a una buena amiga —otra turista—, vimos a peregrinos cristianos etíopes orando en la quinta estación de la Vía Dolorosa, por la que hace casi dos mil años pasó Jesús con su cruz a cuestas; a turistas asiáticos recorrer los zocos del barrio musulmán, y a gentes de medio mundo, incluidos judíos y musulmanes locales, visitando el Muro de las Lamentaciones y la Explanada de las Mezquitas.
La Ciudad Vieja, militarmente ocupada y anexionada por el Estado de Israel desde hace décadas, es escenario constante de incidentes entre israelíes y palestinos, por lo que está intensamente custodiada por la Policía de Fronteras de Israel. Pero los turistas no se amilanan ante la multitud de militares fuertemente armados, ni ante la posibilidad de verse en medio de alguna escaramuza que, generalmente, terminan con el saldo de algún muerto o herido, casi siempre palestino.
Jerusalén está “segura y fuerte, abierta a los turistas”, afirmó el pasado domingo el primer ministro de Israel, Yair Lapid. “Es vibrante y está llena de turistas y continuaremos manteniéndola segura”, agregó en clara referencia al reciente tiroteo de un palestino contra un autobús junto a los muros de la Ciudad Vieja y a la ultima escalada en la Franja de Gaza contra la Yihad Islámica en la que, durante tres días se lanzaron cientos de cohetes y en la que murieron unos 50 palestinos.
Los turistas y peregrinos que acuden en masa a la Ciudad Santa probablemente no lean lo que dijo Lapid, pero seguirán viniendo y cada vez serán más. Vendrán sin miedo, inmunes al eterno conflicto y guiados cada uno por su fe, atraídos por el encanto, la magia y la historia de la milenaria Jerusalén.
“Ciudad Vieja, militarmente ocupada y anexionada por el Estado de Israel desde hace décadas”.. “escaramuza que, generalmente, terminan con el saldo de algún muerto o herido, casi siempre palestino” en serio?