Raúl Pomares, nunca quiso darme una entrevista. Cuando me le acerqué en la Casa de las Tradiciones, en El Tivolí, en aquel barrio santiaguero de ascendencia francesa, se negó rotundamente. “Los periodistas siempre ponen lo que uno no dice”, remarcó.
La réplica ―que ahora no logro extraer de la mente―, debió ser tajante, porque recuerdo su movimiento súbito en el taburete, como una actuación especial solo para mi. Sin embargo, no le guardé un ápice de rencor: estaba en todo su derecho. No era la primera vez que alguien me cerraba la puerta, ni será la última.
Cuando llegó a mis manos la increíble tarea de enhebrar, casi exhumar, la historia de Tele Rebelde, insistí. Me busqué de escudero al actor Carlos Padrón ―su compañero de avatares― y esta vez la puerta quedó entrejunta. Después de unas pocas palabras por teléfono, Pomares me punzó a buscar las huellas del teatro y el cine que se filmó en Santiago de Cuba, casi heroicamente. “En algún lugar han de estar”. Y eso fue todo.
En un viejo casete me asomé a su obra De cómo Santiago Apóstol puso los pies en la tierra (1982). Filmada con una camarita portátil a color, recién llegada, esta película salvó para la posteridad una pieza del llamado “teatro de relaciones” que como ninguna otra, resume la fundación, las luchas, el gracejo de Santiago y su gente.
El castillo de San Pedro de la Roca ―mucho antes de que ese entorno fuese declarado Patrimonio de la Humanidad― le agregó sus terrazas altimétricas y su mar. Su visualidad rompió con todo lo anterior. Pomares se convierte en el narrador Ño Pompa, mientras Dagoberto Gaínza hace de Santiago Apóstol. Y no hay que decirlo mucho: él no se transfiguraba, él era.
Todavía estaba en pie como grupo, el ya mítico Cabildo Teatral Santiago, del que fuera fundador; como antes, del Conjunto Dramático de Oriente; como después, del Festival y la Casa del Caribe. En reconocimiento al personaje, a su encarnación por Raúl Pomares; la Bienal de Oralidad santiaguera otorga a un narrador el premio Ño Pompa en cada edición.
Gracias a los archivos de la escritora Aida Bahr, apareció El sastre (1984), cortometraje basado en la novela Bertillón 166 de José Soler Puig y bajo la dirección del narrador Jorge Luis Hernández:
Detrás de la máquina de coser, reptando por las paredes, esquivando a un gato que atraviesa la calle en medio de la tensión, cruzando los dedos con la cinta métrica en la mano; y en la escena final, en la pupila asombrada ante la muerte. El miedo destiló en cada fotograma. Pomares hizo del sastre Kiko ― en un tono chaplinesco―, una verdadera creación.
Muchos años después, quiso reconstruirse aquella atmósfera de finales de los cincuenta en Santiago de Cuba, pero el largometraje Ciudad en rojo (2009) resultó fallido. Sobraron balas y faltaron latidos.
Tan solo en 2007, Raúl Pomares protagoniza El maní es así, corto de Fernando Timossi. En la piel de un inspector de multas, llega a un edificio de un barrio marginal y allí se encuentra lo mismo con traficantes de carne que con un marido celoso. Las situaciones se suceden, a tropel.
Verle asido a una ventana, a punto de despeñarse, ver a aquel guajiro tunero vestido de mujer, resulta una fiesta innombrable. Sin estridencias, sin academias. Todo tan natural que a uno le parece que también puede hacerlo. Parece…
Hizo muchos personajes, centrales, secundarios, episódicos. Podía ser un alzado, un chofer, un abuelo, un galán otoñal…. podía estar en El hombre de Maisinicú o Plaff, en La vida es silbar o Diana; pero lo que hacía, quedaba. No se rendía.
A la telenovela cubana La otra esquina, tal vez la salve solo el coraje de un artista que actuaba sin decir una palabra, como en los viejos tiempos.
No será igual sin él.
Raúl era un hombre maravilloso y de los mas simpáticos k conozco, trabajar con el fue una bendición. Bendiciones
gracias por este articulo