Tener buena salud es un deseo compartido por muchas personas. Es también un derecho y uno de los objetivos de desarrollo sostenible incluidos en la Agenda 2030, aprobada en 2015 por la Asamblea General de las Naciones Unidas.
En ocasiones ese estado se asocia a la ausencia de enfermedades. Sin embargo, es mucho más, porque en ella influyen otra serie de factores sociales y culturales que van más allá de lo físico y lo biológico, y tienen impacto en el bienestar general de los seres humanos. Por ese motivo, la Organización Panamericana de la Salud/Organización Mundial de la Salud (OPS/OMS) define la salud como “un estado completo de bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”.
Esta organización identifica y promueve la igualdad y la equidad de género como dos de los aspectos imprescindibles para alcanzar ese estado de bienestar, vital para el logro de la salud. Entiende que la equidad de género en salud permite la eliminación de desigualdades injustas, innecesarias y prevenibles entre hombres y mujeres en lo relativo a su estado de salud, la atención de salud y la participación en el trabajo sanitario. Impulsar la equidad es entonces el camino para el logro de la igualdad de género, o sea, el desarrollo de igualdad de condiciones entre hombres y mujeres para el ejercicio de sus derechos en salud.
Desde la perspectiva de la diversidad sexual, las identidades de género se reconocen como una construcción según la autopercepción de las personas. Su incorporación al enfoque de género en salud amplía la mirada y es vital para identificar necesidades y solucionar problemas que pueden estar afectando de manera diferenciada a mujeres, hombres y otras identidades de género en contextos patriarcales y heteronormativos.
¿Cómo el género puede impactar en la salud?
En nuestro día a día experimentamos vivencias que, por cotidianas, nos parecen naturales: una hija cuidando a sus padres mayores o enfermos; una mujer que trabaja y al llegar a casa asume la atención de sus hijos y la responsabilidad sobre buena parte de las tareas domésticas.
Historias como estas se repiten una y otra vez: Eloísa cada día, durante años, ha corrido de una esquina a otra de la ciudad para ir de su trabajo a la casa en el horario de almuerzo y así poder preparar lo que su padre, ya muy mayor, necesita para almorzar. Cecilia tiene un hijo de dos años y doble trabajo; le pagan por limpiar una casa y al mismo tiempo, en su hogar, cocina y atiende a su niño pequeño, aunque a veces el padre del pequeño esté menos ocupado. Luis lleva una década cuidando a su madre casi centenaria, la baña, la alimenta, la peina. Las personas a su alrededor están admiradas de lo buen hijo que es, porque para ellas no es común encontrar hombres así.
Es una realidad que, en Cuba, las labores de cuidado recaen mayoritariamente sobre las mujeres. De hecho, la Encuesta Nacional sobre Igualdad de Género, realizada en 2016, arrojó que ellas invierten 14 horas más que los hombres en trabajos no remunerados dentro y fuera del hogar. Es decir, son las principales responsables de las labores domésticas, el cuidado y atención de su descendencia o de personas mayores y en situación de discapacidad.
La Encuesta también evidenció que las mujeres semanalmente dedican 10 horas más que los hombres al trabajo doméstico. Incluso, las que tienen trabajos remunerados, como tendencia emplean 9 horas más que los hombres laborando, por la doble carga que añaden las tareas no retribuidas salarialmente.
A su vez, esas disparidades inciden en la aparición de problemas de salud diferenciados por sexo. Una investigación cubana realizada en 2010 1 concluyó que el exceso de responsabilidades que asumen las mujeres conlleva a que padezcan más depresión y problemas psicológicos en edades más avanzadas; así como a que tengan una menor calidad de vida por la aparición de enfermedades crónicas.
La Encuesta Nacional de Envejecimiento de la Población (ENEP-2017), aplicada a personas cubanas de 50 años o más, confirma estos problemas de salud. Apunta que una buena parte de los cuidados de larga duración se producen en el escenario familiar y que, en su mayoría, son asumidos por las mujeres. Indica además que ellas expresan experimentar más sobrecarga que los hombres; que padecen más de depresión y que suelen describir su estado de salud como regular o malo, mientras ellos califican el suyo como bueno, por lo general. Asimismo, ratifica que las mujeres cubanas de 50 años o más padecen enfermedades crónicas y con mayores niveles de gravedad que sus coetáneos masculinos.
Por otro lado, la ENEP-2017 muestra que los hombres en ese rango de edades hacen actividad física con más frecuencia que ellas y que son más propensos al consumo de tabaco y bebidas alcohólicas. Estos comportamientos pueden ser explicados a partir de estereotipos de género de base patriarcal que acentúan la fortaleza y la competitividad como características masculinas por excelencia y que, por consiguiente, inciden en que ellos sufran más lesiones por practicar deportes de manera descuidada o asuman conductas de consumo tóxicas.
Que el número de mujeres cuidadoras prevalezca por encima de los hombres que asumen esas responsabilidades tiene que ver, entre otras razones, con que la sociedad ha naturalizado que son ellas las que mejor pueden desempeñarse en la atención de otras personas. En ese sentido, pesan los estereotipos que asocian lo femenino a la entrega incondicional y a la naturaleza maternal; que son aprendidos desde edades tempranas y reproducidos a lo largo de la vida.
Sin embargo, hay hombres que cuidan y lo hacen muy bien. Por lo tanto, cuidar a otras personas puede y debe ser una tarea de todas y todos, sobre todo en una sociedad como la cubana, en la que la dinámica de envejecimiento poblacional va a demandar cada vez más este tipo de labores. Cuidar la salud de quienes cuidan, equilibrar las cargas, crear redes de apoyo formales e informales, sensibilizar y educar son cosas fundamentales para la calidad de vida de quienes desarrollan esas tareas y de quienes reciben los cuidados; así como para el sistema institucional de salud.
Desde sus 25 años Isabel es madre soltera. Ya casi a los 30, después de mucho tiempo sin tener una pareja estable conoció a un hombre y comenzó una relación. Pocos meses más tarde, era él quien respondía su celular cuando alguien la llamaba. Le reclamaba por mensajes recibidos por ella de personas que no conocía. Poco a poco las discusiones se volvieron más acaloradas: celulares rotos lanzados contra la pared, gritos, amenazas y, al final, los golpes. Luego venían las disculpas y el arrepentimiento, pero la violencia volvía siempre. Isabel bajó mucho de peso y su cuerpo aparecía lleno de moretones casi permanentemente; tenía miedo, no sabía cómo salir de aquel círculo vicioso. A pesar de su aislamiento, la familia de Isabel estuvo ahí para ayudarla a seguir adelante. Gracias a eso, hoy ese hombre ya no es parte de su vida.
La violencia de género ha sido reconocida por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como un serio problema de salud pública. Clotilde Proveyer, estudiosa cubana de los temas de género, explica que este tipo de violencia tiene un carácter epidémico y que se ancla en el desequilibrio de poder existentes entre mujeres y hombres, instaurado por el sistema de dominación patriarcal; que subordina lo femenino a lo masculino. Destaca además, que a diferencia de otros tipos de violencia, esta tiene como particularidad el factor de riesgo o vulnerabilidad de haber nacido mujer 2.
Según datos publicados por la OMS, aproximadamente una de cada tres mujeres ha sufrido violencia física o sexual a nivel mundial. También evidencia que por lo general el agresor ha sido su pareja masculina.
La propia Organización ha enfatizado en que este tipo de violencia atenta no sólo contra la salud de las mujeres, sino también de su descendencia. Entre las principales consecuencias que tiene sobre la salud señala: los feminicidios o los suicidios, las lesiones, los embarazos no deseados, los abortos involuntarios, problemas ginecológicos, las infecciones de transmisión sexual y por VIH, la muerte fetal, los partos prematuros, el bajo peso al nacer, la depresión, el estrés postraumático, los trastornos conductuales y emocionales en niñas y niños y una mayor tasa de morbilidad y mortalidad en lactantes e infantes. O sea, la violencia de género afecta la salud física, mental, reproductiva y sexual de sus víctimas.
De acuerdo a la Encuesta Nacional sobre Igualdad de Género, la población cubana reconoce la existencia de manifestaciones de violencia contra las mujeres, aunque la mayoría considera que es poca. También indican que en las relaciones de pareja el tipo de violencia que prevalece es el maltrato psicológico hacia ellas.
A raíz de sus investigaciones, Proveyer confirma que este es un mal aún presente en Cuba. La investigadora refiere que, en efecto, en el país existen manifestaciones de violencia contra la mujer en todas sus formas. Sin embargo, enfatiza en que predomina la psicológica y emocional, que convive con las agresiones, los homicidios y los asesinatos. Las principales víctimas son las mujeres, niñas y niños. En otro orden, enfatiza en que esas formas de maltrato dañan a la mujer y a su descendencia a corto y largo plazo, pues comprometen su integridad física, mental y hasta la vida.
La violencia de género no se justifica en ninguna de sus manifestaciones, no es un problema privado, sino social; afecta seriamente la salud y constituye un peligro real para la vida de las víctimas. Su detección temprana, el acompañamiento y apoyo a quienes la sufren es también parte del camino hacia el alcance de una salud integral.
Equidad de género para una salud integral
La equidad de género es muy necesaria para el logro de una salud integral, de modo que se creen oportunidades y condiciones para que mujeres y hombres tengan una vida saludable, de acuerdo a sus necesidades y particularidades. Sólo de este modo se podrán eliminar los impactos injustos y solucionables en la salud de unas y otros.
Este esfuerzo requiere un cambio cultural profundo que permita desmontar estereotipos de género que están en nuestra manera de pensar, de valorar a los demás, de actuar y, por lo tanto, de asumir responsabilidades. Si van en detrimento de la salud, deben ser transformados Es una tarea de mucha constancia, que requiere de esfuerzos colectivos e integrados.
El primer paso en esa dirección debe ser el reconocimiento de la existencia de este problema: mirar con lentes de género la situación de salud de las personas para identificar posibles impactos diferenciados. Luego, es importante darlo a conocer, sensibilizar al respecto y crear capacidades para su atención. A su vez, deben sumarse esfuerzos desde la investigación, la legislación, las instituciones y las redes formales e informales de apoyo.
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Notas:
1 Corral, A., Castañeda, I. E., Barzaga, M., & Santana, M. C. (2010). Determinantes sociales en la diferencial mortalidad entre mujeres y hombres en Cuba. Revista Cubana de Salud Pública, 36(1), 66-77. Disponible aquí
2 Proveyer, Clotilde (2014) Violencia de género. Aproximación desde la realidad cubana. En Revista Sexología y Sociedad, 20 (1). Disponible en: