No tenía una idea cerrada al crear la pieza con la que obtuvo el tercer premio del Concurso Internacional de Composición Don Sante Montanaro. Buscaba, ante todo, experimentar con estructuras formales que había venido estudiando.
“En algo debiste inspirarte…”, le cuestiono a Joel de Jesús Díaz Rodríguez, quien cursa la carrera de Composición en la Universidad de las Artes (ISA). Me responde con la misma fluidez con que pulsa las teclas del piano: “El asunto de la inspiración es algo de lo que se puede prescindir cuando se ha ganado cierta práctica y cuando se tienen herramientas como las estructuras formales, que permiten que construyas una obra sin necesidad de esa inspiración. Esperar solo los momentos de ‘iluminación’ para componer es propio de tomarse la composición como un pasatiempo, cosa que yo no hago”.
El certamen, convocado por la Fundación Mons. Sante Montanaro, con sede en el municipio de Casamassima, en la ciudad italiana de Bari, comprendía dos secciones: una de composición para piano —escogida por Joel de Jesús— y otra para conjunto de cámara. Las ejecuciones, grabadas en audio o generadas por computadora, debían durar entre 10 y 15 minutos. “Yo necesité enviar una grabación de audio en vivo”, enfatiza.
La obra, titulada “Escena nocturna”, tiene partes contrastantes. “El comienzo es meditativo, luego se va animando hasta llegar a ser un tanto agresiva; después, de repente, vuelve a la calma inicial, con la cual concluye”, describe brevemente. El jurado supo captar la esencia cuando la eligió entre las casi treinta piezas que competían de cinco países.
Quizá sin ser consciente de ello, de pequeño Joel de Jesús se tomó en serio la composición. “Cuando estaba en nivel elemental —dice—, estudiaba piano en un aula donde había un estante lleno de libros de música. Siempre que tenía oportunidad, me ponía a leer piezas de Shostakovich, Grechaninov, Aliabeiev, Kabalevski, Stravinski, Tchaikovsky… en vez de estudiar lo que me asignaban, que una vez que lo podía tocar me parecía aburridísimo. Siempre quería encontrar cosas nuevas”.
¿Con tan poca edad pretendías componer?
Uno imita en primer lugar, luego se abre su propio camino. La curiosidad es lo más importante cuando se trata de encontrar ese camino. En todo el transcurso de un estudiante de música desde el nivel elemental hasta el nivel superior, donde ya tiene la opción de elegir la Composición como especialidad, las veces que se le pide que haga una pieza de música son escasísimas. Esto es escandalosamente erróneo. ¿Qué mejor forma hay de desarrollarte como intérprete que creando para tu instrumento?
Si no abundan en el nivel elemental estudiantes que muestren interés por la composición, ¿qué se puede hacer para encontrar talentos?
Lo que se debería hacer es instar a los estudiantes a que hagan su propia música desde edades tempranas, y no solo para descubrir estos talentos que mencionas, sino también como un mero ejercicio, como una tarea más de cualquier clase, sobre todo de las clases del instrumento. Hay niños que son más imaginativos que otros, pero todos son creativos en esencia. También hay algunos que tienen la necesidad de crear y de exteriorizar su creatividad a toda costa. Estos últimos son los compositores que no necesitan ser descubiertos.
¿Se le da más importancia a la interpretación que a la composición?
La realidad es que en las escuelas se nos muestra la interpretación como una cosa predefinida o estandarizada y completamente ajena a la composición-creación. No hay una verdadera búsqueda de la creatividad del estudiante-intérprete. Y si a eso se le suma que no te enseñan a que la música clásica forme parte de tu vida, y a amarla, y que en la gran mayoría de los casos esta nunca pasa de ser “la audición de la clase de Historia de la Música”, estamos ante un terrible escenario.
¿De qué manera se puede despertar la creatividad?
En el breve período en que trabajé en la escuela Ernesto Lecuona de Sancti Spíritus, a veces pedía a mis alumnos más pequeños, porque los más grandes ya tenían la creatividad atrofiada irremediablemente, que improvisaran algo al piano, que tocaran lo que quisieran, lo que primero les viniera a la mente. Era un experimento que me gustaba hacer. Algunos eran tímidos y tocaban par de teclas con el dedo índice para luego quedarse mirándome; otros más aventurados comenzaban a dar palmadas en el teclado (clusters) o tocaban sucesiones rápidas de notas, o glissandi, o utilizaban los pedales ruidosamente… Incluso a veces comenzaban a canturrear a la vez que tocaban. ¡Todo esto era tan interesante!
Es una pena que en las escuelas no se les diga: ‘Eso que acabas de inventar puedes hacerlo tuyo, y escribirlo, y puedes hablar a través de lo que sea que inventes’. En ese momento entenderían lo que la música puede significar para ellos.
Con un profesor así se aprende divirtiéndose.
A algunos, estos momentos de creación que yo les pedía los emocionaba y los divertía en gran manera. ¿Cuán interesante no sería que pudieran tocar sus propias creaciones en los exámenes? ¿Cuánto tiempo más no pasarían con el instrumento si la composición se volviera parte del estudio? En vez de que el profesor se vea forzado a decir: ‘¡Estudia 2, 4, 8 horas!’
Por el divorcio entre creación e interpretación se forma en las mentes de los estudiantes esa imagen de la obra que estudian como un fósil y del compositor como un semidiós de dotes inalcanzables que existió en algún tiempo remoto. La falta de dinamismo aburre, cansa, desencanta, entorpece y frena el estudio de un instrumento y de la música.