El catalán Joan Manuel Serrat recorre estos días los escenarios argentinos con su gira de despedida. El flechazo entre Argentina y Serrat trasciende lo musical. Como si de un Gardel más se tratase, el “Nano” genera en este lado del Río de la Plata un fervor cocinado a golpe de más de medio siglo de mística y canciones, pero también de compromiso político y social y amistades incondicionales.
“Me decís Serrat y para mí es amor, el amor de la infancia, de la adolescencia, el amor de persona”, revela al periodista Rodrigo García la hija de Alfredo Capalbo, primer representante del cantautor en Argentina, Alejandra ‘Sipi’ Capalbo. Su padre tuvo que convencer a Alejandro Romay, histórico empresario televisivo, para que dejara actuar a Serrat en su primera visita de 1969.
“Alfredo, yo no puedo hacerlo cantar, mírale el pelo, la pinta que tiene”, rememora Sipi para Efe: “Alejandrito, yo te prometo que va a ser número 1”, contestó su padre -fallecido en 2014-, quien también representó a Julio Iglesias, José Luis Perales e incluso logró llevar a Queen a Argentina en 1981.
Serrat debutó primero cantando en catalán y luego también en castellano. Desde entonces forjó gran popularidad. Su llegada a Argentina, con 26 años, también le sirvió de cobijo: su renuncia en 1968 al Festival de Eurovisión, por no dejarle el franquismo cantar en catalán, abrió años de campaña en su contra en España.
”Creo que América Latina, y Argentina y otros países como México, Chile, Uruguay, Paraguay o Colombia representaron para él una efervescencia y una mirada desde otro lugar que por ahí en España no había”, cuenta Tamara Smerling, autora del libro Serrat en la Argentina. Cincuenta años de amor y aventuras.
Actuando en televisión, en carnavales o haciendo varios conciertos por noche, se encontró con una militancia juvenil que se rebelaba contra la dictadura argentina de entonces: “Su música también atravesó todos estos momentos y me parece que fue un enamoramiento mutuo”, dice Smerling.
“Es uno de los tipos más porteños (de Buenos Aires) que yo conozco”, afirma el cantautor Víctor Heredia, exponente de la música popular argentina y amigo de Serrat desde su primer viaje al país. “Él representaba lo que muchos jóvenes de América Latina trataban de expresar en sus canciones, pero él lo hacía con tanta soltura y desde un parámetro y nivel intelectual extraordinario”, señala.
Siempre fue, agrega Heredia, “absolutamente solidario y atento a todo lo que sucedía socialmente en Argentina”, lo que hizo que todo el mundo se “enamorara”.
Los viajes de Serrat a Argentina se interrumpieron en 1976, cuando irrumpió la última dictadura, que dejó miles de desaparecidos y censuró sus canciones. El paréntesis duró siete años. Ya antes y durante el Gobierno peronista (1973-1976), su compromiso le había llevado a relacionarse con la militancia en momentos álgidos de violencia de la Triple A estatal o de guerrillas como Montoneros.
En 1972, uno de sus conciertos fue desalojado por una amenaza y se encontraron dos bombas. “Era lo que sufrían los artistas en esa época; por eso muchos marcharon al exilio”, afirma Smerling. De aquellos tiempos es “La Montonera”, canción rodeada de mística. Nunca quiso grabarla oficialmente y sólo la tocó en algún recital.
Los años de la dictadura (1976-1983) incrementaron el simbolismo de sus canciones, que a algunos de los detenidos les sirvieron de refugio y que, según el libro de Smerling, hasta fueron usadas por represores, quizá como burla, para tapar los gritos de los torturados.
Sipi recuerda que, meses antes del golpe, su padre alojó al artista para protegerlo: “Yo dormí como tres meses en el living de mi casa y Juan Manuel en mi dormitorio”, evoca. “Era como otro padre para mí. El primer hombre que me regaló un vestido largo fue Juan Manuel”, añade.
Consultada sobre qué llevó al cantante y su padre a distanciarse posteriormente, cree que influyó la negativa del representante -que ya en democracia fue acusado de integrar una banda de secuestros extorsivos junto a represores de la dictadura- a llevarlo a Argentina durante los años de plomo, para salvaguardarlo.
Con su retorno en 1983, el ‘Nano’ renovó su compromiso encontrándose con hijos de desaparecidos o cantando para que Madres de Plaza de Mayo tuvieran su casa.
Un público argentino al que le une, reveló recientemente Serrat, “por encima de todo, una confianza común”. Porque igual actúa en escenarios populares, como La Bombonera de su amado Boca Juniors, o de alta alcurnia, como el Teatro Colón. Y ejerce como una suerte de oráculo al que se le pregunta todo acerca del país.
“Por mucho que pretenda irse, no se va a ir. Se va a quedar aquí entre nosotros”, ríe Heredia. Porque para Argentina, Serrat es, sentencia Smerling, un Carlos Gardel más. No nacieron allí, pero nunca importó.
Rodrigo García/Efe/OnCuba