Cincuenta y dos minutos no bastan para comprender a fondo lo que significó el Bar/Asociación Cultural Yemayá en Madrid entre el año 2000 y el 2015. Como no alcanza el tiempo para agradecer el esfuerzo de la española Pilar Zúmel en favor de la cultura cubana.
Pero 52 minutos son suficientes para demostrar cómo durante quince años aquel sitio se convirtió en el centro de la vida cultural cubana en Madrid; un punto de encuentro por excelencia para cubanos que vivían en la capital española o estaban de paso por ella; una casa grande que abrió sus puertas a todos, sin importar ideología. El “Yemayá” fue un espacio integrador y ecuménico como pocos, coinciden quienes por allí pasaron.
Siete años después del cierre del bar, el actor, director y guionista Vladimir Cruz –cubano por nacimiento y madrileño por adopción–, decidió contar la historia.
Realizado en Madrid durante la pandemia a partir de los archivos de la Asociación Cultural Yemayá, El mar en Madrid forma parte de las presentaciones especiales de la edición 43 del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano.
¿Cómo nació la idea de realizar el documental? Imagino que también fuiste uno de los artistas presentes en el Yemayá.
La idea fue de Pilar. Ella no sabía muy bien qué forma podía tener, pero lo que sí tenía muy claro y quería con toda el alma era que el material audiovisual acumulado durante los años de existencia del Yemayá, de incalculable valor para la cultura cubana, no se perdiera.
En repetidas ocasiones me había ofrecido ponerlo en mis manos para que hiciera algo con él, pero yo nunca había encontrado el momento, porque mi trabajo no me lo permitía, porque el documental es un género que nunca había abordado y, sobre todo, porque sabía que reunir, revisar y darle forma a la cantidad de videos, fotos y grabaciones de todo tipo realizadas durante años y almacenadas de manera caótica, requeriría un esfuerzo tremendo y muchísimo tiempo.
Sin embargo, cuando llegó el confinamiento provocado por la pandemia, que me sorprendió en Madrid, Pilar insistió (si no fuera una persona tan persistente no hubiera logrado lo que logró) y pensé que tal vez las circunstancias de encierro a que estaba obligado eran una señal y que era el momento adecuado para enfrentar un proyecto tan arduo.
Le dije que sí y al día siguiente se apareció en mi casa con un montón de bolsas repletas con álbumes de fotos en papel, DVDs y todos los soportes imaginables. El Yemayá surgió en el año 2000 y no existían los smartphones y por tanto tampoco la facilidad para filmar y fotografiar que ellos trajeron. La gente grababa con lo que podía.
Pilar se había dedicado a recoger ese material, de calidad muy irregular (las grabaciones en los bares no suelen ser buenas; siempre hay mucho ruido o cuando la imagen es buena el sonido es inutilizable, y viceversa). Mi gran tarea fue revisarlo todo, para ver lo que podía salvar y, sobre todo, para ir dándole sentido al relato sobre la marcha.
Escribí el guion directamente durante el montaje que realicé yo mismo en mi casa durante el confinamiento. Luego pude grabar un par de entrevistas largas a Pilar y otra a la musicógrafa Rosa Marquetti (siempre en las mismas circunstancias) que me sirvieron como hilo conductor. Por supuesto, me ayudó mucho el hecho de haber conocido el “Yemayá” casi desde antes de nacer; haber sido asiduo del lugar y testigo de sus etapas. Conocía personalmente a todo el que pasó por allí y aparecía en las fotos y videos.
Alrededor de 1 500 conciertos, más de cien exposiciones, unos ochenta espectáculos teatrales, presentaciones de libros, concursos de cantautores, festival de cortometrajes… Todo sucedió en esos quince años del “Yemayá”, cuya historia ahora llega a la pantalla grande.
¿Cómo procesaste el vasto archivo del Yemayá?
Una de las primeras decisiones que tomé fue utilizar solo el material recogido en esos archivos, que constituía su memoria y si estaba allí era por algo. Más que priorizar a los artistas más conocidos o famosos, me guié por la presencia que tuvieron y por la relevancia de la obra que desarrollaron dentro del espacio físico del Yemayá.
Siguiendo la elección de respetar la “unidad espacial”, por decirlo en términos de dramaturgia, evité la tentación de incluir actuaciones de artistas —tan cercanos que casi formaron parte del proyecto— que habían tenido lugar fuera del bar. El documental cuenta lo que pasó en el Yemayá.
Aparte del material de archivo (se trata de un documental de montaje, de carácter testimonial), realicé solo las entrevistas a Pilar y a Rosa Marquetti. La de Rosa, por su riqueza conceptual, fue casi una asesoría y me apoyé mucho en ella; además, tuve en cuenta criterios de amigos cercanos que participaron de una forma u otra en el proyecto, como Senel Paz y Luis Najmías Jr., quien me ayudó con el corte final y la corrección de color, además de dar consejos salidos de su vasta experiencia como editor.
¿Cuánto influyó la labor de Pilar Zúmel en la difusión del arte cubano en España?
Conocí a Pilar en 1995, a los pocos días de llegar a Madrid. Oí hablar de ella enseguida, porque era amiga de un grupo de artistas cubanos —sobre todo músicos— que se estaba asentando en la ciudad en aquella época. Entre ellos estaban Gema Corredera y Pável Urquiza, los integrantes de Habana Abierta, sobre todo Kelvis Ochoa y Vanito Brown; por solo mencionar algunos nombres de una lista infinita.
Pilar no tenía un bar, sino una peletería (que en España no es una tienda de zapatos, sino de abrigos y pieles) en el barrio madrileño de Aluche; y estos amigos se reunían los domingos en su casa a comer, beber, cantar… Ya ella había sido capaz, en esos momentos previos al Yemayá, de nuclearlos a su alrededor.
Creo que fui una de las primeras personas en decirle que tenía que montar un bar; porque así, además de los amigos, también podría tener clientes que pagaran algo de vez en cuando. A fin de cuentas, ella no era una persona rica, sino una trabajadora.
La idea del bar fue cuajando hasta que surgió el Yemayá, que mantuvo durante toda su existencia ese espíritu de casa de amigos un domingo por la tarde.
Quiero decir que todo comenzó por amistad y por amor a la música y la cultura cubana, “espontáneamente”, como dice la canción. Llegó a convertirse en un espacio imprescindible.
Como bien explica Rosa Marquetti en el documental, Pilar es una de las figuras que ella llama “almas empáticas” o “mecenas sin dinero”, que han existido siempre en la cultura cubana, desde la trova tradicional hasta nuestros días, creando espacios y actuando como elementos propiciatorios.
La presencia de Rosa Marquetti es fundamental en la película. ¿Cuánto aportaron sus comentarios? Supe que insististe en que apareciera en el audiovisual…
Después de que armé la primera versión, estructurada a partir de la historia emocional contada por Pilar, sentí que vendría muy bien un punto de vista objetivo, desde fuera, para poner en contexto lo que había pasado en el Yemayá. En ese sentido, fue providencial la aparición de Rosa, que conoce muy bien la música y la cultura cubanas, la ciudad de Madrid y que tiene una poderosa capacidad de conceptualización. Sus ideas fueron vitales para mí a la hora de darle el sentido final y la forma definitiva a la historia; aunque ella es muy modesta y dice que apenas aportó, pero no es así.
Rosa no es amiga de Pilar ni perteneció al círculo íntimo del Yemayá; sin embargo, las cosas hermosas que dice sobre el trabajo de Pilar y sus valoraciones sobre la trascendencia del proyecto son extraordinarias.
En 2015 el Yemayá desaparece. ¿Conoces las causas? ¿Se ha intentando revivir el proyecto o alguno similar?
El Yemayá tuvo dos etapas en dos espacios distintos. El primero fue cerca de la Gran Vía, en el barrio de Chueca; y el segundo, en el barrio de La Latina. En ambos casos tengo entendido que el cierre fue sobre todo por causas económicas. La estela de la crisis de 2008 afectó mucho la existencia de bares y espacios artísticos, incluso en una ciudad tan vital y con sentido de “cultura del ocio” como Madrid.
Un negocio de este tipo, aunque sea altruista y en esencia cultural, tiene que funcionar económicamente y pagar facturas como cualquier otro.
Por otro lado, supongo que un proyecto de aliento y envergadura como este, que desgasta inevitablemente a las personas que lo desarrollan, tiene un ciclo que en algún momento tiene que cerrarse.
Pilar siempre, o durante mucho tiempo, soñó con volver a abrirlo, en Madrid o en otro lugar; pero los años van pasando y ella misma no es lo que era, ni Madrid; y la presencia cultural cubana en esa ciudad tampoco es lo que solía ser.
Seguramente un proyecto así siempre valdrá la pena revivirlo. Tal vez sea el turno de otras personas, de otras almas empáticas enamoradas de nuestra cultura.
Va creciendo tu obra como director. ¿Seguir la pista de artistas cubanos en España llama tu atención? ¿Te has planteado seguir esa línea “arqueológica”?
Levantar proyectos propios como director es complicado, porque siempre llegas al momento de conseguir el financiamiento y tienes que convertirte, además, en productor. Armar un proyecto, escribir el guion, dirigirlo y también producirlo es agotador.
Llevo años luchando para dirigir un largometraje de ficción y no acabo de armar la producción. El cine es un arte caro; pero, por suerte o por desgracia, no vivo de eso y lo hago por placer. Mientras, sigo con mi carrera como actor e intento ir gestando, poco a poco, proyectos personales de este tipo; cosas que uno quiere contar, a veces más que las películas y los proyectos ajenos que tienes que hacer para sobrevivir.
En cuanto a seguir esta línea, no lo sé; las cosas van viniendo como vienen. Tengo un respeto enorme por los artistas cubanos que nos precedieron y que hicieron una obra extraordinaria, cada uno en sus circunstancias. A veces pienso que desaprovechamos su experiencia y que no los homenajeamos lo suficiente. “Honrar, honra”. Hay que valorar y respetar el trabajo de la gente que estuvo aquí antes que nosotros. Ahí reside la solidez de una tradición cultural y de una cultura nacional.
En ese sentido hubo un proyecto que tuve muchas ganas de hacer (y me voy a quedar con las ganas, porque la persona ya no está entre nosotros). Tuve la fortuna de conocer y trabajar en sus últimos años en España con la gran actriz Yolandita Ruiz. Me hubiera encantado hacer un documental sobre ella, porque sé que tuvo una vida extraordinaria, como artista y como ser humano.
¿Qué novedades puedes comentar sobre tu carrera actoral?
Sigo trabajando. Cabalgando, como diría Cervantes, aunque ladren los perros. Eso es lo más importante. Tengo una película cubana por estrenar, dirigida por Gerardo Chijona, hecha antes de la pandemia. Parece que por fin se va estrenar. También acabo de terminar el rodaje de dos series en España, una para Netflix y la otra para Amazon Prime. Los títulos son Montecristo y Los Farad; pero no puedo agregar más antes del estreno.
Además tengo algún proyecto propio y algunos ajenos; pero tampoco quiero hablar de ellos hasta que se confirmen, por confidencialidad que yo mismo me impongo, o por superstición. No se puede jugar con las malas energías. Solo puedo decirles a los lectores / espectadores que ya tendrán noticias mías y muchas gracias por el cariño que siempre me han mostrado.