Me enamoré de Budapest a primera vista. A pesar del clima lluvioso y gélido con que me recibió, a pesar de mi cansancio después de horas de aeropuertos y aviones, desde los primeros pasos me pareció una ciudad elegante e imperial. Con un toque decadente, vieja y algo descuidada, pero muy atractiva.
El primer paseo fue nocturno. Directo al edificio del Parlamento, bello, enorme y aplastante, el tercero mayor de su tipo en el mundo. Serían las 5 de la tarde, pero ya era de noche. Las nubes bajas y densas reflejaban las luces de Budapest y le daban al cielo y a la ciudad misma un mágico toque anaranjado.
Seguí caminando por la orilla del Danubio, mientras admiraba sus viejos tranvías amarillos, herencia de los tiempos del comunismo. Tranvías proletarios, rústicos, pero que maridan perfectamente con la ciudad.
Budapest enamora, pero no solo a mi, pues a recorrer sus calles y admirar su belleza vienen cada año más de 4 millones de turistas de todo el mundo. Aunque durante mi estancia debían ser todos españoles, pues escuché hablar más la lengua de Cervantes que el mismísimo húngaro.
Esta urbe europea que debe su nombre a la fusión de tres ciudades, Buda, Obuda y Pest, y fue catalogada por la revista Forbes como el “séptimo lugar idílico para vivir en Europa”. Confieso que conozco poco el viejo continente y sería incapaz de juzgar la opinión de Forbes, pero sé que me iría a vivir a Budapest mañana mismo y con lo puesto.
Además, es una ciudad barata, llena de cafés, restaurantes y mil sitios donde pasarla bien. Con una gastronomía potente —vi y degusté las salchichas más grandes, deliciosas y colesterólicas jamás vistas—, de sabores intensos y un popurrí de cervezas casi capaz de saciar mi eterna sed de jugo de cebada. Y su gente, los excamaradas aquincenses, son amables y cordiales.
Lo malo era el frío y la lluvia. Solo uno de los cuatro días que pasé en la capital húngara salió el sol como Dios manda, aunque siguió la temperatura baja. Y fue una suerte, pues coincidió con la visita al Bastión de los Pescadores, en el distrito de Buda, justo del otro lado del Danubio.
El Bastión de los Pescadores es una terraza de estilo neogótico construida a finales del siglo XIX. La llaman así porque desde las colinas los pescadores solían defender la ciudad durante la Edad Media. Allí se edificó la Iglesia de Matías, desde cuya torre se divisan las mejores panorámicas de la ciudad.
Desde allí pude ver cómo destaca, sobre el resto de los edificios, la enorme cúpula de la Catedral de San Esteban, en cuyo interior, en un precioso relicario, se conserva la “Santa Diestra”, la mano momificada de San Esteban, primer rey de Hungría.
Budapest es una ciudad partida en dos por el río Danubio y llena de fuentes termales. El agua parece ser su signo y hay cientos de balnearios a los que la gente acude de manera rutinaria. Irse a dar baños termales es tan común como reunirse en un café con los amigos. Así que, para estar 100 % en sintonía, me fui a remojar en agua hirviendo, en piscinas al aire libre, mientras afuera la temperatura ambiente era de 2 o 3 grados. Fue una experiencia muy loca para un caribeño de pura cepa, pero la recomiendo a todo el que tenga la oportunidad.
Budapest me enamoró. Me faltaron lugares por conocer y experiencias por tener. Con gusto hubiera visitado otros baños termales o me habría ido a Memento Park, una suerte de museo en el que se conservan las viejas estatuas de la época comunista; para luego irme al Ruins Bar y probar alguna nueva cerveza.
Soy cubano y vivo en Budapest, quería comentarte par de cosas. Después de escribir el comentario me dice que no puedo publicarlo por tener mas de 250 caracteres. Que esto? El tuiti?
En fin, lo puse en el link abajo.
https://justpaste.it/arpxn
Es cierto que el idioma húngaro es de los mas difíciles al menos para los hispanohablantes?
Gracias….Salud y suerte por esas tierras….