Conversaciones sobre temas migratorios, reapertura de los trámites consulares de Estados Unidos en La Habana y otros intercambios entre expertos y funcionarios de las dos naciones, han marcado en los últimos meses la muy escueta agenda bilateral entre Cuba y Estados Unidos. Todo ello con un telón de fondo espinoso: una masiva oleada de migrantes cubanos hacia territorio estadounidense —alrededor de 200 mil—, impulsados por la severa crisis económica que atraviesa la isla.
A propósito de lo sucedido entre ambos países en 2022, OnCuba conversó con Johana Tablada, subdirectora general para Estados Unidos del Ministerio de Relaciones Exteriores (Minrex), quien valoró el momento actual de los vínculos bilaterales y sus posibles perspectivas, así como las relaciones con la comunidad de emigrados cubanos, entre otros temas.
¿Cómo valora los pasos dados en las relaciones entre Cuba y Estados Unidos en este año?
Nosotros vemos 2022 como un año en el que, fundamentalmente a partir del segundo semestre —aunque ocurrieron contactos desde antes, como la primera ronda sobre temas migratorios en abril—, se han sucedido un grupo de pasos mutuos que, evidentemente, reflejan un mayor intercambio bilateral. Eso es un hecho.
Hay que tener en cuenta que ello ocurre después de una parálisis muy grande en las relaciones y los intercambios bilaterales, que no fue responsabilidad de Cuba, y tras una relación destrozada por el “equipo de demolición” que instauró Trump para revertir el acercamiento entre ambos países y que llevó el bloqueo a su máxima crueldad. Y también después de que el Gobierno de Biden mantuviese la aplicación rigurosa de esa misma política, a pesar de haber prometido en su campaña que iba a cambiarla o, al menos, a aliviar las medidas que hacían más daño a las familias cubanas.
Entonces, ¿qué fue lo que cambió este año? El cambio viene a partir del aumento importante en el flujo migratorio de cubanos hacia Estados Unidos, de personas que en su mayor parte llegan a territorio estadounidense de manera irregular, pero que salen de Cuba con un pasaporte, con un visado, o sin visado si van hacia un país que las admita de esa manera; y además del incremento de los que salen rumbo a la Florida utilizando la peligrosísima vía marítima. Ese incremento del flujo migratorio daña el interés de Estados Unidos. Si no, probablemente ni siquiera estaríamos conversando.
A partir de esa situación, de ese interés, es que Estados Unidos decide revisitar la manera en que está relacionándose con Cuba, y entonces la primera acción es la ronda migratoria de abril de 2022, que fue muy importante y es un paso positivo, porque se ratificó la vigencia de los acuerdos migratorios que teníamos, que son buenos, y que lograron reducir en su momento a cero la emigración irregular por mar, y lograron organizar los flujos migratorios entre los dos países de manera ordenada y segura. Pero para que tengas una idea, esas rondas migratorias no se celebraban desde 2018.
En los últimos meses se ha producido un aumento del intercambio bilateral oficial, expresado, por ejemplo, en videoconferencias en áreas de medioambiente a raíz del trágico incendio en Matanzas, y en videoconferencias entre el Departamento de Salud estadounidense y el Ministerio de Salud Pública de Cuba, en torno a cuestiones epidemiológicas compartidas por dos países que son vecinos. Además, se reanudó el contacto técnico entre el Servicio de Guardacostas de Estados Unidos y las Tropas Guardafronteras de Cuba, que, si bien nunca perdieron la comunicación, no habían tenido encuentros presenciales de este tipo en varios años.
Así que cuando se hace un balance al final del año, podemos decir sin dudas que hemos tenido más contactos oficiales, que se han dado pasos mutuos —porque, como dice la frase en inglés, hacen falta dos para bailar un tango— para retomar algunos espacios de diálogo.
No obstante, estamos muy insatisfechos, porque, aun en esos espacios de diálogo sentimos que hay como un estado de negación por parte de Estados Unidos para abordar el punto neurálgico en las relaciones bilaterales, el que ha disparado ese flujo migratorio, que es el bloqueo, que es la política de máxima presión que obstinadamente no quieren cambiar y que se ha reforzado con las sanciones incorporadas y aplicadas en los últimos años, no solo por Trump sino también por Biden.
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En el caso específico del tema migratorio, ¿en qué punto están los diálogos bilaterales y qué evolución pudieran tener en medio de la actual oleada de migrantes irregulares cubanos hacia Estados Unidos?
En los temas migratorios lo más importante es que estamos trabajando. Hay un contacto permanente, se han realizado dos rondas de diálogo, ha habido pasos de avance; los más claros tienen que ver con la reapertura del consulado estadounidense en La Habana, una medida muy importante y también muy demorada injustificadamente en el tiempo, porque ese cierre causó mucho dolor a muchas familias cubanas y se sustentó en aquella acusación absurda, malintencionada, de que se habían producido ataques contra diplomáticos estadounidenses en Cuba.
Entonces, es positivo que Estados Unidos haya empezado a dar visas en La Habana. Es positivo que a inicios de año se cierren las operaciones en Guyana, y que las personas no tengan que ir a un tercer país, ni pasar tantos días y gastar tanto dinero para poder emigrar legalmente. Además, es positivo que las autoridades estadounidenses hayan cumplido con las 20 mil visas pactadas entre los dos países; también que se mantenga la comunicación entre el Servicio de Guardacostas y los Guardafronteras de Cuba, y que se hayan retomado sus encuentros presenciales.
Gracias a esa colaboración y esa comunicación entre ambas entidades, que no se ha detenido, se mantienen las devoluciones de migrantes cubanos interceptados en el mar, y se van a reanudar, muy próximamente según tengo entendido, vuelos de devolución de los llamados inadmisibles, personas que Estados Unidos no acepta en su territorio y que se pactó que fueran devueltas a Cuba como parte de los acuerdos bilaterales. Todo ello debe constituir un desestímulo a la emigración irregular.
Ese es el punto en que estamos, y vamos a seguir trabajando. No tengo dudas de que va a haber nuevas rondas y nuevos espacios de conversación sobre el tema.
¿Qué queda aún pendiente de resolución en este sentido?
En cuanto a cuestiones pendientes, le estamos pidiendo a Estados Unidos que se restablezcan las visas de no inmigrante, que es un tema que nos parece importante. En 2018 se produjeron más de un millón de viajes de cubanos entre ambos países, la mayoría de ida y regreso. Si una persona que tiene su vida en Cuba, que tiene un negocio, que tiene un empleo, quiere ir a Estados Unidos a visitar un familiar y regresar después a acá, no vemos por qué no puede hacerlo. Nos parece que otorgar esas visas también puede contribuir a desestimular la emigración ilegal.
Otro tema que nos queda pendiente es el del bloqueo, la presión para hacer colapsar la economía de Cuba y el hecho de que quien impone esa presión hasta los extremos de mayor abuso supuestamente no quiere que la gente se vaya. Es algo sin sentido, como no tiene sentido la acusación de que las autoridades cubanas estamos usando la migración para cambiar la política de Estados Unidos hacia Cuba, como si fuera Cuba la interesada en que las personas se fueran. Esa acusación es un absurdo, porque estamos perdiendo capital humano, estamos perdiendo jóvenes, estamos perdiendo familiares, personas que podrían estar con nosotros, junto a nosotros, trabajando por el bienestar de sus familias y de su país.
Es algo muy triste, porque ese flujo migratorio se está produciendo como resultado de una política que no debería existir, de un estado de crisis y desabastecimiento intencional e inhumanamente provocado; una política que, por demás, el Gobierno estadounidense no da ningún tipo de señal de que vaya a cambiar. Y si a la vez ese Gobierno mantiene incentivos exclusivos para los migrantes cubanos que no tiene para los de otros países, pues no es extraño que muchos cubanos decidan emigrar, aunque sea ilegalmente, hacia los Estados Unidos.
Así se lo hemos dicho a los funcionarios estadounidenses, y creemos que si ellos de verdad se proponen reducir el potencial migratorio de Cuba hacia su país, que hoy es desproporcionado, no pueden ignorar el motivo principal que condiciona ese flujo: el cerco económico y financiero sobre nuestro país, reforzado durante los Gobiernos de Donald Trump y Joe Biden.
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¿Qué otros temas podrían abordarse a corto plazo entre los dos países? Desde su perspectiva, ¿qué agenda de diálogo bilateral debe articularse?
En las conversaciones que hemos sostenido hasta el momento con Estados Unidos hemos abordado diversos temas, no solo el migratorio, y no estamos cerrados a dialogar sobre cualquier tema. No hay que olvidar que tenemos veintidós acuerdos vigentes, a los que habría que darle de nuevo oxígeno. Pero no existe un escenario en el que hayan estado dialogando delegaciones de Cuba y Estados Unidos y no haya salido algo positivo o no haya habido resultados. Además, Cuba mantiene su embajada en Washington y Estados Unidos mantiene la suya en La Habana, así que es frecuente el contacto entre ambos Gobiernos.
Un tema que está siempre en la agenda bilateral, y que es muy manipulado por Estados Unidos, es el de los derechos humanos. Estados Unidos, en su narrativa sobre Cuba, asegura que la prioridad de su política hacia nuestro país es proteger los derechos humanos y contribuir al bienestar de los cubanos; pero ninguna de esas dos cosas es cierta. Porque usted no puede sostener que lo que más le preocupa es el bienestar de la población cubana —de toda la población, no de dos o tres personas favoritas de Estados Unidos— y al mismo tiempo mantener una política de máxima presión como la que mantiene sobre Cuba, que provoca sufrimiento, que afecta directamente, y mucho, la vida de todos los cubanos. Y se lo hemos dicho, por supuesto.
No obstante, también le hemos dicho a Estados Unidos que, en condiciones de igualdad y respeto, y aun con nuestras diferencias de perspectivas, estaríamos dispuestos a sostener un diálogo honesto e incondicional sobre derechos humanos. De ese y de cualquier otro tema. Todos los temas están abiertos.
Queremos tener una relación civilizada con Estados Unidos en todas las áreas, en todos los sectores. Quien tiene determinada inflexibilidad para abordar algunos temas con la otra parte no es “la dictadura cubana”. Quien mantiene condicionamientos y prohibiciones de todo tipo, que afectan las relaciones y el diálogo bilateral, no es Cuba. Como no es Cuba quien restringe los intercambios, los viajes, los negocios y el comercio bilateral.
¿Podría Cuba hacer algo para intentar acercar las posiciones entre ambos países? O, por el contrario, ¿podría condicionar el acercamiento y el diálogo bilateral al levantamiento de las sanciones contra la isla?
Cuba nunca le ha impuesto condiciones a Estados Unidos para sentarnos a dialogar. Cuba no tiene ningún tipo de condicionamiento para ello, absolutamente ninguno, como no tiene en pie ni una sola medida contra Estados Unidos. Y la prueba es que cuando nos contactaron para retomar las rondas migratorias, no pusimos ningún reparo y fuimos a Washington en abril. Pudimos haber puesto condiciones para sentarnos a dialogar, como lo han hecho otros países. Decirles que hasta que no nos levanten el bloqueo no conversamos con ellos, como hizo Vietnam. Pero primó el sentido común; primó la voluntad de no entrar en una espiral de deterioro y no darle una nueva excusa a quienes apuestan siempre a llevar a los dos países a un escenario de confrontación.
La posición de Cuba no ha cambiado. Aun con las sanciones, aun con la política de máxima presión reforzada, seguimos abiertos al diálogo, porque nos parece que el único camino debe ser el del diálogo respetuoso e incondicional. Hemos respaldado las nuevas oportunidades de intercambio y estamos dispuestos a seguir haciéndolo sin condicionamientos. Si nos dicen mañana de una reunión, vamos a ir a la reunión; si nos dicen mañana de una ronda de diálogo, vamos a ir a la ronda de diálogo, siempre que haya respeto mutuo y respeto a la independencia y la soberanía nacional.
Porque sí creo que Cuba tiene una línea roja para Estados Unidos, y es que Cuba no está dispuesta a discutir con Estados Unidos su ordenamiento interior, su sistema político, su soberanía e independencia. Cuba no está dispuesta a discutir con Estados Unidos como si Cuba fuera Carolina del Sur; o peor, porque el Gobierno de Estados Unidos no le puede imponer a Carolina del Sur las sanciones que le impone a un estado soberano como Cuba.
Nuestro sistema, nuestra soberanía e independencia, no son negociables. Podemos estar incluso dispuestos a abordar temas en los que existe diferencia entre nuestros países, a dialogar sobre ellos desde nuestra perspectiva, pero a lo que sí no estamos dispuestos es a renunciar a nuestra soberanía.
Cuba-Estados Unidos: ¿el comienzo de un nuevo deshielo o más de lo mismo?
En 2023 el presidente Biden entra en sus dos últimos años de mandato. ¿Considera que podría haber un cambio en la política hacia Cuba a partir de este momento, luego de las elecciones de medio término?
Eso es algo sobre lo que hay que preguntarles a ellos, porque siempre han tenido la capacidad de hacerlo. Estoy segura de que incluso los sectores más reacios a un acercamiento con nuestro país en Estados Unidos se sorprendieron —al igual que nos sorprendimos muchos aquí— con el nivel de rigor con que el Gobierno de Biden ha aplicado la política de Trump.
En la práctica —y esa es la sorpresa— no ha habido otro presidente de Estados Unidos que haya aplicado el bloqueo de una manera tan eficiente y agresiva como Biden. Es verdad que no fueron medidas de su Gobierno en su mayoría; pero, además de no revertirlas, las ha aplicado en su máximo rigor.
Creo que el componente electoral, en particular en la Florida, está sobrestimado en cuanto a lo que el Gobierno de Biden podía hacer o no en relación con Cuba. Las elecciones tienen un peso, pero no es lo único. Y creo que aun con ese peso, en Estados Unidos muchos esperaban que Biden quitara a Cuba de la lista de países patrocinadores del terrorismo, y que dejara sin efecto el título III de la Ley Helms-Burton, que solo Trump se atrevió a activar, porque ni siquiera George W. Bush lo llegó a hacer. Como tampoco a Bush se le ocurrió hacer lo que está haciendo este Gobierno al acabar con la visa ESTA y amenazar a los europeos que vienen a Cuba, algo que coincidió ¿casualmente? con que Cuba empezaba a recuperar el turismo, que nos da de comer a todos los cubanos, como bien sabe el Gobierno de Estados Unidos.
¿Qué puede pasar a partir de este momento, qué podría cambiar en la política de Estados Unidos hacia Cuba? Habrá que preguntarles a ellos. Habrá que preguntarles si, ante el fracaso de las sucesivas operaciones y medidas contra Cuba, van a repensar en serio esa política. Si van a seguir sacrificando a la población cubana, afectando los derechos de los propios estadounidenses, ignorando el reclamo mundial contra el bloqueo, o van a hacer algo que sea beneficioso para los dos países. Porque sí se demostró muy bien, aunque fuera por un período de tiempo muy pequeño, que el camino fue el que empezaron a construir los presidentes Raúl Castro y Barack Obama, incluso sin que llegase a levantarse el bloqueo. Entonces, cuántas cosas buenas podrían ocurrir entre Cuba y Estados Unidos si se decidieran a cambiar la política.
Incluso en la Florida, donde se alimenta tanto el extremismo contra Cuba y donde gobiernan políticos y congresistas que presionan a Washington para que imponga más sanciones a Cuba y no se aparte ni un milímetro de la política de máxima presión, se beneficiaron con el acercamiento entre los dos países. ¿Qué estado ganó más dinero en la pequeña apertura que hubo con Obama que la Florida? En esos años se lograron 42 negocios de alguna importancia, con licencias, con permisos. El cálculo está en los 2 mil millones lo que debe haber ganado ese estado en un año cuando existió esa pequeña ventana. Imagina si eso se hubiera mantenido.
Lo cierto es que no existe ningún riesgo para Estados Unidos en avanzar en las relaciones con Cuba, y lo más triste es que el Gobierno de Biden lo sabe; que muchos funcionarios que hoy son parte del Gobierno de Biden antes lo fueron del de Obama y vivieron esa apertura, y comprobaron sus beneficios para ambos países, empezando por el propio Biden.
Por eso no puedo entender esa lealtad a la política de Trump y esa deslealtad a la de Obama. Incluso, esa deslealtad a los muchos cubanos que aplaudieron, aquí y también allá, el triunfo de Biden sobre Trump en las elecciones. Porque, aun cuando muchos no pensaran que la situación volvería a ser como cuando Obama ni que se fuera a avanzar de manera expedita hacia una mejoría de las relaciones, sí se pensó que con Biden se levantarían, al menos, las medidas más extremas de Trump. Eso hasta ahora no ha ocurrido.
En medio del aumento de los intercambios bilaterales ocurrido este año, la Administración Biden anunció la inclusión de Cuba en una lista de países que violan la libertad religiosa. ¿Qué valoración hace la Cancillería cubana de esta medida y cuáles podría ser sus posibles efectos?
La inclusión de Cuba en esa lista resulta una decisión inexplicable. Es una medida gratuita, y en ese sentido tiene el mismo denominador común de las medidas tomadas contra Cuba en los últimos años, esa montaña rusa de sanciones de 2017 para acá: todas son gratuitas o están atadas a un argumento de la ficción, como las que nos impusieron después de los supuestos ataques acústicos, o cuando dijeron que teníamos 20 mil soldados en Venezuela. Se trata de otra calumnia gratuita, y creo que puede estar vinculada a que ha crecido mucho el cuestionamiento, incluso en los Estados Unidos, a una política que no se sostiene ni moral, ni legal ni humanamente.
En lo relativo a Cuba, Estados Unidos se mantiene, como dice una frase conocida, moviendo siempre la portería; es decir, esgrimiendo siempre alguna narrativa ficticia a la que echan mano y cambian a conveniencia para justificar las sanciones e imponer más medidas coercitivas. Así sucede con esta medida, que es hostil y de una gran falsedad, porque en Cuba tenemos más de ochenta denominaciones religiosas, muchas de las cuales tienen sus contrapartes en Estados Unidos, y se visitan, se conectan y participan en actividades conjuntas. El nivel de libertad religiosa en Cuba está muy por encima del que pueden exhibir grandes aliados de Estados Unidos, en cuanto a libertad de credo, de práctica religiosa, de expresión de la fe de las personas.
En cuanto a los efectos prácticos de la medida, tendremos que esperar. Normalmente existe una licencia general del Gobierno estadounidense para temas religiosos y esta medida podría ser la antesala para la aplicación de restricciones a los intercambios religiosos que se han mantenido en todos estos años entre iglesias y organizaciones de los dos países.
Así como Washington ha impuesto duras sanciones y restricciones a nuestro país, y se comportó con crueldad con Cuba durante los dos años de pandemia, tenemos que decir y agradecer que hay muchas personas y organizaciones en Estados Unidos que se han opuesto con firmeza a las sanciones, que celebraron los cambios anunciados por el Gobierno de Biden este año, y que han respondido siempre como buenos vecinos; nos han brindado su ayuda y solidaridad en los momentos difíciles. Entre ellas hay muchas organizaciones religiosas.
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Cuba también se mantiene incluida en la lista de naciones que, según el criterio de Estados Unidos, son patrocinadoras del terrorismo. ¿Cuánto ha afectado al país el haber sido incluido en esa lista? ¿Considera que existe la posibilidad de que la Administración Biden excluya a Cuba de ese listado?
Esa medida, además de sustentarse en una calumnia, tiene un corte principalmente financiero, económico, comercial, y tiene un efecto multiplicador del bloqueo. Por ejemplo, tras su anuncio en los últimos días del mandato de Trump, disminuyó inmediatamente casi a la mitad la capacidad de compra de Cuba de los insumos que necesitaba para producir sus medicamentos. Y eso sucedió en medio de la pandemia.
Perdimos proveedores de Alemania, de Suiza, de América Latina. En menos de dos meses perdimos más de cuarenta y cinco bancos, los cuales les informaron a empresas extranjeras, a empresas cubanas, a nuestras embajadas, que no podían seguir usando sus servicios y que hasta ahí llegaba su relación con Cuba.
En el mundo no hay cincuenta estados catalogados por Estados Unidos como patrocinadores del terrorismo. Cuba fue incluida fraudulenta e injustamente en una lista muy pequeña, y las medidas contra los países que están esa lista, que supuestamente patrocinan un flagelo internacional como el terrorismo, son muy duras. Cuba las ha tenido que sufrir.
Tener a un país que no es terrorista en una lista de países que supuestamente lo son, con todas las consecuencias que entraña, nos parece inmoral. Debería bastar con eso. Y, la verdad, no se entiende por qué lo siguen haciendo, porque incluso esa es una decisión que también tiene repercusiones negativas para Estados Unidos.
Mantener en esa lista a Cuba, que ha sido víctima del terrorismo y que tiene un desempeño reconocido en la lucha contra ese flagelo (incluida una cooperación bilateral de alta importancia para Estados Unidos, probada en años recientes con hechos como la devolución de terroristas a las autoridades estadounidenses), por una parte, desacredita la propia lista, y, por otra, compromete claramente la disposición y seriedad que le otorga el Gobierno estadounidense a luchar contra el terrorismo.
Sí creo que hay una posibilidad de que el Gobierno de Estados Unidos nos saque de la lista, pero no porque nadie nos haya dicho que nos van a sacar, ni porque tengamos ninguna señal de Washington al respecto, sino porque es insostenible acusar a Cuba de patrocinar el terrorismo. Y cada día se hace más insostenible cuando incluso el Gobierno de Colombia, que fue el que durante la presidencia de Iván Duque sirvió como pretexto para esa inclusión, ha pedido abiertamente a la Administración Biden que saque a Cuba de la lista.
Pero no solo lo ha hecho el actual Gobierno de Colombia y el presidente Petro. Lo han pedido también muchos otros Gobiernos del continente y de todo el mundo; en la ONU, en la Cumbre de las Américas, y nada. Mientras, Estados Unidos sigue aplicando con todo rigor las sanciones derivadas de esa lista, porque el plan sigue siendo asfixiar la economía cubana y hacer colapsar el país.
Dentro de la creciente comunidad de emigrados cubanos en Estados Unidos, una parte se opone al bloqueo y a más sanciones a la isla, pero otra ha respaldado un endurecimiento de la política hacia Cuba. ¿Cómo promover un mayor acercamiento con esa amplia y polarizada comunidad?
Es un tema en el que se ha venido trabajando con coherencia, con las revisiones y cambios que se han hecho a la política migratoria cubana en los últimos años, incluso en plena pandemia cuando se extendió a más de veinticuatro meses la estancia fuera del país sin perder la residencia.
Es un patrón que se puede ver claramente a través de las medidas y decisiones que se han venido tomando para facilitar un acercamiento con la emigración —no solo con la que reside en Estados Unidos sino con la emigración en general—, para facilitar ese vínculo, los viajes.
Hoy, por ejemplo, es prácticamente ínfima la cifra de cubanos que no pueden entrar al país cuando quieren, una situación asociada con temas que tienen que ver con seguridad nacional, con el cumplimiento de normas y regulaciones existentes en el país, y que tampoco son decisiones inamovibles, como se ha demostrado en este proceso.
Cuba ha facilitado el flujo normal de los cubanos residentes en el exterior y la tendencia de nuestra parte, de la Cancillería y el Gobierno cubano, es seguir escuchándolos, seguir intercambiando con ellos y que tengan más participación en la vida del país.
Para no ir más lejos, recientemente en la Feria Internacional de La Habana se realizó un encuentro sobre las oportunidades de negocio para los residentes en el exterior, en el que estuvieron cubanos que viven fuera del país y que hablaron no solo de planes sino ya de sus negocios en Cuba.
Es algo muy positivo y novedoso si se compara con años atrás, y demuestra la seriedad del camino tomado en el acercamiento entre el país y su emigración, porque ya no se trata solo de conversar, sino de una participación cada vez mayor en la vida nacional.
Además, por ejemplo, ya es lo más normal del mundo que un artista que reside fuera del país haga una exposición acá sin que importe si vive en Viena o en Pinar del Río, porque a fin de cuentas es un artista cubano.
Pero que se puede hacer más, no tengo ninguna duda. Que la conversación con nuestra emigración tiene que ser permanente y mejor dirigida, es algo fundamental, y estamos abiertos a sugerencias, como las que nos hacen todo el tiempo y que puedan ayudar a mejorar esa relación. En eso seguimos y seguiremos trabajando. Y para ello contamos con los cubanos que viven fuera de Cuba y quieran contribuir con el presente y el futuro de su país, con los que quieran hacerle bien a Cuba y no daño.
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¿Cómo asume el Gobierno cubano la polarización política de la emigración en Estados Unidos?
En eso influye no solo la situación respecto a Cuba sino también la hiperpolarización ideológica que existe actualmente en ese país, con la influencia de Trump y la difusión de mensajes falsos, de valores extremos y hasta teorías conspirativas. Y así, te encuentras que una persona que iba ayer contigo a la escuela, que compartía contigo en el trabajo, que estaba contigo en la cola del pollo, de pronto se va del país y se transforma en quince días, y adopta esos valores, esos pronunciamientos extremos, no solo sobre Cuba, sino sobre los propios Estados Unidos y el mundo en general, que parecen incomprensibles.
Ha habido encuestas que profundizan en eso y es un fenómeno que tiene varias explicaciones y al que hay que tratar de mirar científicamente. Pero que representa un reto para la comunicación social del Gobierno de Cuba, lo acepto. Representa un reto para nuestro trabajo con los emigrados en el sentido de saber cómo comunicarnos con ellos y saber trasladarles nuestra realidad.
En un mundo en el que las percepciones son tan o más importantes que las realidades, no basta tener la razón. Hay un componente indispensable en la manera de comunicar esa realidad, en la forma de hacerla llegar a esa amplia comunidad de emigrados, que está expuesta a discursos politizados y tergiversaciones, y es un componente que tiene que ver con el manejo de los códigos comunicacionales. Creo que en nuestro país hay conciencia de ello y se está trabajando en ese sentido, pero aún tenemos camino por recorrer.
Excelente entrevistas. Y muy excelentes respuestas.