Está por cumplirse el 50 aniversario de los Acuerdos de París, que pusieron fin a la invasión estadunidense conocida como guerra de Vietnam. Aquellos acuerdos, negociados por Le Duc Tho y Henry Kissinger, decidieron la retirada definitiva de las tropas estadunidenses de Vietnam del Sur. Además, abrieron el camino a una unificación nacional que fuera obra exclusiva de los vietnamitas.
Es ocasión propicia para recordar que fue Ho Chi Minh, no la CIA ni la USAID, quien tuvo la idea de crear, en el ápice de la guerra, el carril pueblo a pueblo. Sería el vaso comunicante con el movimiento antibelicista en Estados Unidos, para consolidar un frente de combate político y social y contribuir de manera notable a debilitar la fuerza militar pura y dura.
Aquella estrategia vietnamita no se limitó a resistir en el teatro de la guerra. Además, obligó al enemigo a pelear en varios frentes a la vez, incluido el moral. En este, sus tropas se extenuaron, sometidas a un creciente aislamiento político, también dentro de EE. UU.
Si se trata de pensar la política cubana ante los EE. UU. hoy, ¿sirven de algo aquellas lecciones vietnamitas?
El lector me dirá que estoy soñando con una Cuba que es para EE. UU. como la guerra de Vietnam. O que cuenta con las simpatías que tuvo en los años 60 entre los movimientos progresistas y de derechos civiles en el Norte. Naturalmente no. Sin embargo, viene al caso pensar en aquella estrategia de Ho. A pesar de las grandes diferencias, sus lecciones de realismo e inteligencia permanecen. Así como el apego a los principios que fundaron la causa de la liberación nacional y la ideología de la revolución socialista en el sudeste de Asia.
En el artículo anterior mencioné que el eslabón más débil del bloqueo es el contacto pueblo a pueblo. Y que, a pesar de la lista negra de países terroristas, las más de 240 medidas de Trump y todo lo que les cuelga; de la aguda crisis económica; las angustias de la vida cotidiana; la prohibición de alojarse en numerosos hoteles; a pesar del regreso al espejo del gulag tropical y el reflejo de “las escenas represivas del 11 de julio” y “la gente escapa hacia la libertad”… A pesar de toda esa nubre negra, gran cantidad de estadunidenses y un cuarto de millón de cubanoamericanos visitaron Cuba en 2022.
Habiendo repasado el paisaje de incertidumbres que sigue caracterizando la política de EE. UU. hacia Cuba, y los factores que la enmarcan, me preguntaba si se puede hacer algo del lado de acá para dar pasos en dirección a una relación más normal. Y, aunque la brújula de las políticas cubanas en este momento no pueda ser otra que la búsqueda de respuestas eficaces a la crisis, a los problemas y necesidades de la transición al nuevo orden basado en la Constitución de 2019, me preguntaba en qué medida lo que pase en Cuba, tanto en la economía como en la política, la cultura, el debate público, las leyes, podría incidir directamente en estas relaciones.
Penetrar las capas del problema, más allá de los legítimos y sentidos deseos y esperanzas de todos y cada uno, requiere pelarlas con una cabeza fría.
Johana Tablada: “El camino entre Cuba y EE.UU. debe ser el del diálogo respetuoso e incondicional”
Cuba ha logrado que casi la totalidad de las Naciones Unidas condene el embargo multilateral, global, extraterritorial de EE. UU., resumido en el término bloqueo. Ha sido una victoria repetida de la diplomacia cubana. Habiendo llegado a la trigésima votación, sin embargo, se puede comprobar que la armadura blindada de ese bloqueo ha prevalecido. No solo se mantienen trancadas las transacciones bilaterales, sino que en todo el mundo las instituciones comerciales y financieras, las corporaciones, los bancos, siguen temiendo las implicaciones de actuar en su contra —incluidos los de nuestros aliados.
El corto verano de Obama demostró que Cuba y EE. UU. tenían intereses comunes, sobre los cuales se podían construir más de veinte acuerdos; y que bastaba la voluntad política de los dos Gobiernos para que se desvaneciera el tono confrontacional de la Guerra fría. Que un presidente de EE. UU. podía visitar la isla; salir en el programa cómico más popular y asistir a un juego de pelota en el Latino; reunirse en público con la sociedad civil elegida por él y con cobertura de la TV e, incluso, cumplir el rito de encontrarse en privado con la oposición organizada.
A pesar de los descontentos con el acercamiento, no solo en Miami, sino en La Habana, lo ocurrido en esos veinticinco meses demostró que Cuba estaba preparada para responder a la dinámica de la normalización y, en particular, a aceptar los retos del carril pueblo a pueblo.
Luego se revelaría que bastaban unas elecciones presidenciales allá para que lo avanzado se congelara, y una parte incluso se revirtiera. Han pasado seis años y seguimos lamentándonos de esa fatalidad, como si el tiempo de las relaciones hubiera quedado en suspenso y estuviéramos atrapados en una especie de limbo.
Sin embargo, esa probabilidad siempre formó parte de las premisas de la normalizacion. Es un proceso que no ocurre en una probeta ni se contiene en memorandos de entendimiento. Además, padece las contradicciones propias de la política.
En vez de la queja cotidiana acerca de la fatalidad del bloqueo, ¿no deberíamos aprender de lo que pasó, y seguir preparándonos para una relación más normal con EE. UU.? En lugar de permanecer enclochados en el callejón de los milagros, esperando por quienes pueden empujar hacia la recuperación del lado de allá, y quieran hacerlo, ¿qué está a nuestro alcance, que no requiera recursos, sino más bien decisiones políticas?
Si de iniciativas pueblo a pueblo se trata, lo primero es percatarse de que estas no dependen de las instituciones a cargo de la política exterior. Para que la sociedad civil cubana existente contribuya a multiplicar los canales de la metadiplomacia se requieren políticas internas que lo faciliten.
El ejemplo de Vietnam resulta inspirador. Una amplia coalición de organizaciones y grupos denominada Frente de la Patria gestionó activamente las relaciones pueblo a pueblo. La coalición, capaz de comunicarse con muy diversos sectores de la sociedad estadunidense, abarcaba organizaciones sociales, sindicales, juveniles, religiosas, culturales, y también políticas, como el Viet Cong, el Partido Democrático y el Partido Socialista de Vietnam. Bajo el arco del Frente de la Patria de Vietnam tuvieron cabida diversas expresiones ideológicas, en un amplio espectro de izquierda, nacionalista y progresista.
Digamos, una de estas organizaciones, la Unión de Organizaciones de Amistad de Vietnam (VUFO por sus siglas en inglés) ha sido mucho más que un interlocutor con los grupos de solidaridad en el mundo. Sus funciones han abarcado, por ejemplo, “diversificar y multilateralizar las relaciones fraternales, para promover la causa de la defensa de la Nación del pueblo vietnamita”; “alentar a los vietnamitas en el extranjero a que se orienten hacia su patria y apoyen actividades que mejoren las relaciones amistosas y cooperativas entre Vietnam y otros países en economía, cultura, educación, ciencia, tecnología”; así como hacerse cargo de todo lo que cae dentro de “la diplomacia pueblo a pueblo”.
Esos vietnamitas que residen fuera del país (la mayor parte en el Condado de Orange, California) no constituyen un grupo social e ideológicamente homogéneo. Sus representantes políticos en la legislatura del estado y en Washington no son precisamente afines al Partido Comunista de Vietnam; más bien lo contrario. Pero sus relaciones con el Gobierno de Hanoi no pasan por la conexión al sistema político estadunidense. Pasan por una política construida al margen de las relaciones bilaterales Estados Unidos-Vietnam. Se basa en intereses legítimos hacia una patria común, al fomento de su nivel de vida, cultura, desarrollo económico, credos religiosos, tradiciones.
En el caso de Cuba-EE. UU., las relaciones pueblo a pueblo han ocurrido de manera más bien espontánea. Las iglesias, por ejemplo, han tomado la iniciativa; en especial desde los años del Periodo Especial. Han interactuado con sus contrapartes de los dos lados, facilitado visitas, programas de intercambio (incluidas donaciones y acciones de caridad hacia grupos vulnerables). Claro que este flujo hace uso de prerrogativas otorgadas por regulaciones y políticas establecidas que consagran la libertad religiosa y las relaciones iglesia-Estado.
Otros intercambios han sido los académicos, culturales, científicos, desarrollados desde los años 80. A contrapelo de dificultades y restricciones por falta de visas; poco acceso a investigaciones de terreno, tecnologías, bases de datos y programas de intercambio estudiantil a mayor escala; por ambas partes. Aunque la política cubana se ha mantenido, por lo general, apoyando estas iniciativas, los intercambios han tenido como protagonistas a profesores, artistas, científicos, y otros intelectuales que han logrado ir venciendo el legado de recelo y desconfianza entronizado en nuestras instituciones.
A pesar de estos avances, asociaciones profesionales, sindicatos, organizaciones estudiantiles y juveniles en la isla podrían tener una presencia muchísimo más activa en las relaciones. Igual que con las numerosas organizaciones que expresan, en EE. UU., movimientos sociales como la liberación de la mujer, los LGTB+, los derechos civiles, la protección del medio ambiente, los intereses comunitarios…
Cuba al fin promulgó una Ley de empresas, que permite las micro, pequeñas y medianas empresas. Pero no acaba de dar a luz una Ley de asociaciones. En teoría, bajo la ley vigente, emitida hace casi cuarenta años, podría existir una Asociación de mipymes —aunque mis conocidos en el sector la consideran poco probable. Si mañana la Cámara de comercio de Alabama quisiera reunirse con representantes del sector privado, lo haría con un conjunto de empresarios seleccionados al azar o deliberadamente por el encargado de coordinar el encuentro. La ausencia de una institucionalización que represente y galvanice sus intereses y propósitos perjudica al sector privado, pero también al país. Sobre todo porque las instituciones no se construyen de la noche a la mañana.
Claro que la sociedad civil es mucho más que emprendimientos e iglesias. La primera vez que tuve una estancia larga en EE. UU. me colé en una asamblea municipal, en la que los vecinos ejercían democracia directa, un town meeting. Escuchar a los padres intervenir en torno a los problemas de las escuelas, y al responsable de educación del municipio responderles, me sonaba familiar. ¿Cómo nos podríamos enterar de que tenemos cosas en común en el ejercicio del gobierno a nivel local si no nos conocemos? ¿O es que alguien teme que nos contagiemos de capitalismo por compartir cómo las resolvemos de los dos lados?
En cuanto las “ciudades hermanas”, relaciones exteriores “subnacionales” generadas por Gobiernos e instituciones locales, pueden existir y multiplicarse, como tantas otras, a pesar del bloqueo. Aumentar la superficie de contacto entre ambas sociedades contribuye a abrirle huecos al muro. Que se vaya pareciendo más a una esponja o un queso suizo.
Se trata de ir aprendiendo a convivir con ellos, con beneficios y retos inevitables, y a lidiar con los desafíos de la paz. Es una manera de anticiparnos a un futuro que puede llegar más pronto de lo imaginado. Sacar fuerzas de los cambios internos para renovar las relaciones exteriores, con el mundo y con EE. UU., es también aprender de nosotros mismos. A fin de cuentas, ¿acaso no fue eso la Revolución?
Lee la primera entrega de esta serie aquí.
Mucho debe cambiar la situacion política, dejando sin excusas al bloqueo, antes de estar preparados para una relación de vecindad, que por normal que pueda llegar a ser algún día, necesariamente sería complicada.