La terraza de La Guarida, en La Habana, acogió al escritor Leonardo Padura y a sus lectores en el más reciente encuentro literario del autor en Cuba. Decenas de personas se reunieron, convocadas por La Jeringa, proyecto de promoción del arte emergente cubano que tiene, entre otros propósitos, el de impulsar el arte, la crítica, la literatura y la investigación cultural en Cuba.
La Guarida, además de ser un referente de la nueva cocina cubana, ha ampliado sus espacios originales y en varias ocasiones los ha convertido en escenarios de encuentros artísticos.
Con La Habana a sus pies
En su espectacular azotea, se ha podido disfrutar de música en vivo con el Havana Sessions, de la mano de Four Wives Cuba, con la participación de artistas de la talla de Eme Alfonso, Jorge Luis Pacheco (Pachequito), Gastón Joya, Ruy López-Nussa, Carlos Miyares, Haydée Milanés, Cucurucho Valdés, Polito Ibañéz, entre otros.
La Guarida es parte del grupo de restaurantes privados que con frecuencia abren sus puertas para acoger a artistas e intelectuales y su público.
A diferencia de encuentros similares fuera de Cuba donde, según el escritor, suele acudir público de su generación, este convocó a jóvenes lectores que le agradecieron sus confesiones sobre la novela Personas decentes, publicada en 2022 por la editorial Tusquets.
Lectores cubanos jóvenes
El crítico de arte Rafael Acosta de Arriba condujo la conversación. Acosta es, además, amigo del autor y compilador, junto al profesor estadounidense Stephen Silverstein, del libro La escritura de Leonardo Padura.
La reunión confirmó la predilección de los lectores cubanos por la obra de Padura. Estaban presentes personas que siempre van detrás sus libros, incluso en versiones digitales que circulan a veces a solo pocos días de la publicación oficial. Así sucedió con esta novela y, aunque provocó molestias en la editorial, Padura confesó que sentía un alivio o, al menos, una satisfacción, al saber que la gente en Cuba puede leer por vías alternativas lo que consigan o quieran. Es un “acto de libertad suprema que nadie debería condicionar”, dijo.
Personas decentes lleva más de catorce semanas en la lista de las novelas más vendidas en España. Con ese dato inició su intervención Acosta de Arriba, que dio fe de la exitosa andadura por el mundo editorial de este texto y recordó las dos tramas que, de manera paralela, fluyen en sus más de 400 páginas.
Son dos escenarios bien definidos: La Habana de 1909-1910, con la figura del famoso proxeneta Alberto Yarini Ponce de León; y La Habana de 2016, cuando, en medio de la inminente visita de Barack Obama, el concierto de los Rolling Stones, el desfile de Chanel y la filmación de Rápido y furioso, tiene lugar el asesinato de una de las figuras de la política cultural cubana de los años 70.
Yarini, el Rey
La historia de Yarini ha perseguido a Padura durante mucho tiempo. En 1987, un reportaje en la edición dominical del periódico Juventud Rebelde anunciaba un abordaje mayor de esta figura y su entorno. “La guerra de las portañuelas. Yarini, el Rey”, publicado en dos partes, reveló a los lectores la vida de un “personaje magnético, extraño y singular (…) que caracterizó una época también muy extraña de la vida cubana (…).”
“Y eso lo sentí ―dijo el escritor― cuando escribí ese reportaje (…) porque hay un elemento en su vida que es lo que tal vez le dio ese carácter singular. Y es que Yarini no solamente fue un exitoso hombre de negocios, sino que, a través del negocio terrible de la prostitución, encarnó un espíritu nacionalista cubano, con el enfrentamiento que sostiene con los proxenetas franceses, dominantes entonces del negocio en La Habana y en Cuba, en sentido general”.
Personas decentes describe en su primera trama el crecimiento y esplendor de la ciudad de 1909-1910, cuando La Habana, en palabras de Padura, “aspiraba a ser la Niza de América; es decir, el centro cultural y turístico del Caribe. Eso ocurre en un momento inmediatamente posterior al proceso de establecimiento de la República en 1902. Nace la República cubana en medio de una intervención militar estadounidense que se había producido en 1898, y con una enmienda constitucional que le daba derecho a los Estados Unidos a intervenir en asuntos internos cubanos cuando ellos lo desearan. Tanto fue así, que en 1906 se produce una segunda intervención militar. Con estas injerencias y con el ejército estadounidense también llega la modernidad a Cuba, y no es un hecho que tuviera que ver con una especial bondad de los interventores, sino con la necesidad de actualizar la infraestructura de un país que había terminado una guerra económicamente devastadora (…). La Habana empieza a renacer (…), se crea el Malecón, se restaura el Paseo del Prado, comienzan a construirse hoteles (…), se desarrollan el teléfono y las telecomunicaciones, llegan los tranvías a Marianao (…); y en medio de ese período de efervescencia se encuentra el personaje de Alberto Yarini, llevando el negocio de la prostitución y con aspiraciones políticas (…)”.
Yarini había estudiado en colegios de los Estados Unidos, hablaba cuatro idiomas, sabía vestir, comportarse, hablar y venía de una familia de la aristocracia cubana. Su padre, Cirilo Yarini, era entonces el odontólogo más famoso de Cuba; y por la parte materna, los Ponce de León, contaba con una prosapia que se remontaba a los tiempos de la ocupación de Cuba por los españoles.
“Tenía todas las características para ser un gran político porque lo acompañaba además un elemento esencial: su capacidad magnética. Todo el mundo en La Habana quería ser como Yarini y él daba motivos para que esas cosas ocurrieran (…)”.
Otra vez el Quinquenio gris
La otra trama de Personas decentes se adentra en lo ocurrido en los años 70 en Cuba respecto a la política de represión cultural, el llamado “Quinquenio gris” o “Decenio negro”. Una historia que también persigue a Padura.
Su novela Máscaras, la primera publicada con una editorial en España, hablaba de una de las víctimas del proceso, el personaje de Alberto Marqués, vinculado con un travesti que aparece muerto en el Bosque de La Habana.
Era una historia contada desde la perspectiva de las víctimas. Con Personas decentes, “quería hablar desde el punto de vista de los victimarios, entender quiénes habían sido esas personas, por qué habían actuado de esa manera (…). Entonces es que creo a Reinaldo Quevedo, un personaje de ficción, inspirado en varios personajes reales que ocuparon posiciones importantes en todo ese triste proceso que se vivió con respecto a la vida cultural cubana (…)”.
La Habana, 2016
En esta otra parte aparece La Habana del año 2016, que “tiene su punto climático en la primavera de la visita de Obama a Cuba, sucede el concierto de los Rolling Stones, la pasarela de Chanel, y Rápido y furioso cierra la ciudad y corren por el Malecón con los autos. Hay un ambiente de esperanza, de que la vida puede sonreír, de que vamos a tener oportunidad de lograr cosas. Estamos hablando de un momento en el que había intercambios académicos, deportivos, culturales, religiosos, de todo tipo. Es cuando se firma el acuerdo con las Grandes Ligas y parecía que era posible que peloteros cubanos pudieran ir a jugar normalmente a los Estados Unidos. Había esperanza de que las cosas pudieran cambiar y cambiar para bien”.
En ese ambiente se produce el asesinato de Reinaldo Quevedo; y el teniente coronel Manuel Palacio, antiguo subordinado de Mario Conde, le pide al investigador que asuma el caso, pues este conoce del tema y, además, los policías escaseaban porque estaban en función de lo que se estaba viviendo en La Habana. Conde trabajaba en un bar-restaurante en el que ejercía como una suerte de vigilante u hombre de confianza de su amigo Yoyi, “el Palomo”. La investigación del crimen se complica cuando aparece el otro cadáver relacionado con el primer asesinato.
Según Padura, Conde ejerce un segundo punto de confluencia en la novela (el primero es la ciudad) porque la historia de los primeros años del siglo XX está escrita por el propio detective, quien pone como protagonista al policía Arturo Saborit, de alguna manera un Conde de esa época.
“Aquí empieza a haber un elemento importante de la novela, el de las personas decentes. Arturo Saborit se considera una persona decente; trabaja como policía, pero por la investigación de unos crímenes tiene que entrar en el universo de Alberto Yarini y llega a sentirse como su amigo (…). Por otra parte, está Conde, que siempre tiene que ser decente. Desde la primera novela que escribí, Pasado perfecto, él tenía que ser un personaje decente porque una de sus misiones es precisamente juzgar a los indecentes (…)”, mencionó Padura en el encuentro.
Tras las primeras declaraciones sobre la novela, la conversación en La Guarida se detuvo en un tema que el autor había mencionado antes. A la pregunta de Acosta de Arriba de por qué consideraba a Personas decentes como su novela más policíaca, el autor expresó:
“En la primera trama aparecen dos prostitutas muertas y descuartizadas; y además hay otros muertos cuando empieza la pelea entre Yarini y los franceses, en la que matan a Yarini. En la historia de Mario Conde, hay dos personas asesinadas y mutiladas. En principio, hay cuatro muertos y otros más, de manera bastante violenta. Primero, porque la historia lo exigía, y segundo, porque después de haber escrito Como polvo en el viento, una reflexión sobre la diáspora cubana (…), en la que no aparece el personaje de Mario Conde, quería de alguna forma regresar al seno de una novela policial (…). En Personas decentes hay dos policías que investigan en dos tiempos distintos para descubrir lo que siempre se propone una novela de este tipo: encontrar una verdad. Siempre digo que Conde, más que un investigador criminal, es un investigador sociológico, existencial, siempre está en busca de una verdad. Encontrar esas verdades es lo que me impulsa a escribir estos libros y a poner en manos de este personaje esas pesquisas que nos conducen a algunas verdades”.
Lo próximo
La conversación con Padura llegó a sus momentos finales con la interrogante de cuáles son sus nuevos proyectos. Ante esta curiosidad de los lectores, expresó: “Terminé Como polvo en el viento dos meses antes de que saliera la novela en agosto de 2020 en España. En ese momento estábamos en confinamiento por la pandemia de la COVID-19, no se podía viajar para hacer promoción y todo se hizo desde Cuba, vía digital. Es el momento en que me entregan la Medalla ‘Carlos Fuentes’ en la Feria de Guadalajara, a la que no puedo asistir y hago el discurso desde aquí. Cuando, en octubre, comienza a bajar la intensidad de la promoción de Como polvo…, me encuentro en mi casa, confinado, sin poder viajar y mirando al techo. Entonces empecé a escribir Personas decentes, por eso entre esas dos novelas hay un espacio de tiempo más breve del que habitualmente existe entre una y otra”.
“Cuando termino de escribir un libro necesito darme un tiempo para salir de ese universo y entrar en el siguiente. Tengo la certeza de que si uno empieza a escribir un libro muy cercano de la finalización del anterior está escribiendo el mismo. En el mundo de la novela se necesita crear un universo propio donde están los personajes, y tienes, como escritor, que vivir dentro de esa lógica. Por ejemplo, cuando terminé El hombre que amaba a los perros estuve un año sin escribir literatura porque me sumergí tan profundamente en ese universo que tenía que alejarme de él y dar un espacio. Prefiero hacer, entre una y otra, un trabajo que no sea narrativo; por lo general hago ensayos y trabajo para el cine (…). Ahora Lucía [López Coll] y yo estamos haciendo un trabajo para cine totalmente incierto porque se trata de retomar un proyecto casi a partir de cero, que lleva diez años dando tumbos. Es el proyecto de la película o la serie de El hombre…, que ha pasado por las manos de varios productores y directores del nivel de Costa Gavras, Alejandro González Iñárritu y José Padilla. En estos momentos, un productor español lo tiene en sus manos y nos ha pedido empezar desde el principio. Estamos haciendo lo que se llama la ‘biblia del libro’, es decir, la estructura argumental, un listado de personajes, una sinopsis, para ver si se encamina este proyecto”.
“Hoy, Lucía y yo nos asombramos de todo lo que se dice en esa novela, de todo lo que pasa (…) He tenido que escribir sobre Trotski, sobre todo en 2020, cuando el 80 aniversario de su asesinato, pero no había vuelto a leer la novela. Ahora la hemos tenido que leer y estamos horrorizados por todo lo que se dice en el libro, de cómo fue todo ese proceso; tratar de ponerlo en términos dramáticos es un ejercicio muy complicado. No vamos a escribir los guiones, no me siento capaz de ello, no sé qué pasará (…). Pero de lo que sí estoy seguro es de que voy a escribir otra novela, no sé si con Conde o sin él, depende de cómo esté su carácter y de cómo esté el mío, porque es un personaje al que le debo muchísimo (…), es un personaje muy difícil, con tantas características propias que se ha ido formando una densidad casi humana en él y siento que no lo puedo manipular. Es él quien muchas veces me manipula a mí en las historias que vamos escribiendo juntos. Por eso no puedo escoger cualquier historia, pues el personaje puede empezar a hacer lo que le da la gana y no puede ser así; tengo que decidir yo y no Mario Conde”.
Antes de finalizar el encuentro, que cerró con la actuación del violinista William Roblejo, algunos de los asistentes hicieron preguntas a Padura. A una de ellas, relacionada con la trascendencia de su obra en el tiempo, Padura respondió: “Lo que me ha pasado con la escritura es un milagro que nunca esperé que pudiera ocurrir en las proporciones en que lo ha hecho. Publicar ―imagina que lo estoy haciendo en treinta y dos idiomas―; estar hace veinticinco años en una editorial como Tusquets; haber recibido el Premio Princesa de Asturias, son cosas que uno no se puede imaginar que le van a pasar. Lo único que es importante, creo yo, y es lo esencial a la hora de emprender este trabajo, es la ambición. Uno no puede escribir como puede, sino como debe, y para escribir como debe uno tiene que esforzarse, sacrificarse, dedicar tiempo, estudiar; no es escribir por escribir, y eso es lo que he tratado de hacer”.