Cinco años atrás, el silencio y la inactividad se adueñaron inesperadamente del “Parque de los Suspiros”. El hasta entonces concurrido sitio del Vedado, situado frente a la funeraria de Calzada y K y a pocos metros de la embajada estadounidense en La Habana, sufrió el funesto golpe del cierre de casi todos los servicios consulares de Estados Unidos en la isla. La drástica medida fue tomada por el Gobierno de Donald Trump bajo el pretexto de supuestos ataques sónicos contra sus diplomáticos. Los numerosos concurrentes del parque desaparecieron de un día para otro.
Desde entonces, finales de 2017, los cubanos que deseaban viajar legalmente a Estados Unidos, para emigrar o de visita, por estudio u otro motivo, debieron hacer sus gestiones fuera de Cuba —con Colombia primero y Guyana después como principal base de operaciones para las visas de inmigrante—, y con el consiguiente impacto para los bolsillos y la salud mental.
Dejaron, por tanto, de reunirse en el desangelado parque habanero a esperar su turno para una entrevista, la entrega de documentos o la recogida del pasaporte visado, como había sucedido allí durante mucho tiempo.
Solo en mayo de 2022, más de un año después de haber asumido Biden la presidencia, comenzaron a tramitarse algunos visados en la capital cubana. El servicio fue incrementándose en los meses siguientes, incluidas las solicitudes del programa de reunificación familiar, también suspendido por Trump.
Por fin, después de dos rondas de diálogo entre autoridades de ambos países y en medio de una masiva oleada migratoria de cubanos hacia Estados Unidos, tanto por tierra como por mar, el Gobierno estadounidense anunció en septiembre la reanudación total de los trámites de visado de inmigrantes en Cuba a partir de enero.
El paso ha dado cierre al molesto e impopular capítulo de Guyana y ha devuelto el trasiego al Parque de los Suspiros, aun cuando las visas de no inmigrante, salvo pocas excepciones, se mantengan fuera de la ecuación.
Embajada de EEUU en Cuba reanuda servicios consulares y visado de inmigrantes
El parque
Una semana después de la reapertura a mayor escala de los servicios consulares en La Habana, el pequeño parque de trazado triangular y sus alrededores exhiben un rostro más animado que el de meses atrás. Quizá no sea lo que llegó a ser una vez; pero es muy diferente al mutismo y la soledad de los años que siguieron a la decisión de Trump.
Más de un centenar de personas está en el lugar. Muchas de pie, otras sentadas en algún banco, en un quicio o en la acera. Algunas están solas; la mayoría, en pequeños grupos o en pareja. Hay personas de todas las edades, desde ancianos hasta algunos adolescentes y niños con sus madres. Varias usan mascarillas; la mayor parte, no. Muchas, además de bolsos, llevan un file lleno de papeles. La mayoría espera en silencio o conversa en voz baja, o habla por teléfono, o revisa Internet en su celular. No hay bullicio ni emociones visibles, y sí mucho drama contenido, esperanza con bridas, expectación.
Dos o tres policías permanecen parados estratégicamente en las esquinas, como meros espectadores. Además, hay autos parqueados cerca y un vendedor ambulante de pasteles y refrescos que hace su agosto. Frente al parque, la funeraria mantiene abierto su baño para quienes lo necesiten mientras aguardan. “Dame lo que tú puedas”, responde el portero cuando alguien le pregunta por el precio.
De repente, la aparente tranquilidad se trastoca y muchos de los que esperan se arremolinan alrededor de una funcionaria que llega con un listado en mano y comienza a llamar a quienes tienen cita programada en ese horario. Cuando termina, algunos le hacen preguntas, intentan aclarar dudas, le muestran documentos.
Luego, los nombrados se marchan tras la funcionaria rumbo a la embajada, a las citas que decidirán su futuro. El resto vuelve a sus puestos o se queda murmurando y siguiendo con la vista a los que se alejan. La escena se repite periódicamente desde temprano en la mañana.
Pero no todos acuden a una cita o esperan entregar un documento. Otros, como Xiomara, pertenecen al grupo de los más afortunados: los que recibieron la notificación para recoger sus pasaportes visados y se mantienen al margen de los llamados matutinos de la funcionaria; aunque en el parque se mezclen con el resto.
El añorado trámite comienza a la 1:00 de la tarde, pero no pocos llegan desde la mañana y hacen su propia cola, aun cuando están oficialmente citados para una hora específica. Todos quieren salir de allí cuanto antes y dar rienda suelta a su felicidad después de tanto tiempo en este trance.
Así me dice Xiomara, quien, como los demás en su situación, parece contar los minutos. No esconde la alegría y asegura que todavía no cree que “todo esto vaya a terminar por fin, gracias a Dios”, aunque, al mismo tiempo, se muestra algo molesta con la demora de la visa.
“Es verdad que el que espera lo mucho, espera lo poco, y que después de tanto tiempo esperando, un mes no es nada; pero después de que te avisan que por fin te toca, ya una lo que quiere es que todo sea rápido”, afirma la mujer, quien me cuenta que tuvo su entrevista el 9 de diciembre y el chequeo médico el 14, aunque no es hasta ahora, un mes después, que tendrá la visa de inmigrante finalmente en sus manos.
“No veo la hora de estar con mi hija y mis nietos”, comenta Xiomara. Me dice que espera por ese momento desde antes de la pandemia y asegura que munca consideró la opción de llegar a Estados Unidos de manera ilegal, porque siempre confió en que “con Biden” iba a poder retomar su proceso migratorio.
“Si hubiese tenido que ir a Guyana, hubiera ido; pero gracias al Señor se me dio todo aquí en La Habana y mi hija pudo ahorrarse el dinero, aunque no es que aquí las cosas sean regaladas”, señala la habanera de 67 años que señala el chequeo médico —que se realiza en el hospital Manuel Fajardo—, como el principal responsable del retraso final de su viaje: “Y eso que cuesta 33 600 pesos”.
Sí, pero…
La visa de Xiomara irá a las cuentas de 2023, luego de que el año anterior, por primera vez desde 2017, el Gobierno de Estados Unidos cumpliera con el acuerdo de entregar un mínimo de 20 mil visados anuales a los ciudadanos de la isla.
A engrosar la cifra de este año aspiran los padres de Maikel, quien viajó con ellos desde Camagüey para acompañarlos a su entrevista y los esperaba frente al Parque de los Suspiros cuando OnCuba visitó el lugar.
En su caso el proceso ha sido más rápido. Hace solo ocho meses su hermano, “reclamó” a sus padres desde Miami luego de hacerse ciudadano, me explica el joven de 24 años. Después de la entrevista, los tres planean regresar a Camagüey y volver a la capital cubana a fines de mes, fecha en que tienen el turno del chequeo médico. “Es lo que más se está demorando —confirma lo dicho por Xiomara— y quedarnos en La Habana todo el tiempo nos sale mucho más caro que irnos para la casa y después virar”.
De acuerdo con Maikel —quien no planea marcharse de Cuba “todavía”—, en apenas cinco días en La Habana él y sus padres habían gastado más de 50 mil pesos entre alquiler, comida y transporte, sin contar otros 6 mil por el viaje desde su provincia hasta la capital y otros tantos que seguramente tendrán que pagar por el regreso, más el costo del chequeo médico que tienen “separado”.
“Solo el alquiler nos sale a 2 mil pesos la noche, y por guardarte el bolso aquí te cobran hasta 200. Del precio del carro para venir a la cita, mejor no te cuento. Imagínate si nos quedamos hasta fin de mes en cuánto nos sale la jugada, o en realidad a mi hermano, que es quien manda el dinero para todo esto”, reflexiona. Sin embargo, reconoce con cierto alivo que “ir hasta Guyana es verdad que sería más caro”.
El caso de Maikel y sus padres no es exclusivo. Entre los que esperan su cita o para recoger la visa también hay personas de Matanzas, Cienfuegos, Sancti Spíritus y Holguín, entre otras provincias, “y mientras más para oriente, peor, porque viajar desde allá es más difícil y más caro”, comenta el joven.
Por eso afirma que le parece “bien” el nuevo programa migratorio del Gobierno de Biden para los cubanos y ciudadanos de otros tres países, “porque todo se hace de manera digital, sin tantos viajes a La Habana; aunque no todo el mundo va a poder hacerlo. Cualquiera allá no puede ser tu patrocinador”. Y personalmente preferiría irse a Estados Unidos con “una visa que garantice ayudas y la residencia”.
Otro que celebra la reanudación de la actividad consular en Cuba, aunque también con insatisfacciones, es Boris. A diferencia de la mayoría de quienes concurren al Parque de los Suspiros, él no aguarda por una visa ni acompaña a algún familiar. Hace doce años, Boris Luis Zubizarreta es dueño de uno de los negocios de la zona dedicados a llenar planillas, hacer fotos, imprimir documentos y guardar los bolsos de quienes deban entrar a la sede diplomática.
Para él, quien dice haber visto “todos los cambios” en los servicios consulares de Estados Unidos en La Habana, los últimos cinco años han sido “muy duros” para su negocio. Y aunque ahora “las cosas han ido cogiendo un aire”, todavía el renacer del parque no le resulta suficiente para su propia economía. “Si te digo la verdad —dice—, estamos sobreviviendo con el guardabolso; aunque algo es mejor que nada”.
Cuenta que antes del cierre del consulado en 2017 su principal fuente de ingresos era el llenado de las planillas necesarias para “las visitas” y otras visas de no inmigrante. “Pero esas siguen sin darlas aquí en La Habana, salvo casos excepcionales. Vamos a ver si este año, Biden abre también esa puerta y nos tira un cabo”, añade.
El hombre me explica que la documentación para visas de inmigrante y reunificación familiar se tramita sobre todo por la vía electrónica y eso le da “menos margen” en su trabajo. No obstante, aclara que él también llena planillas digitales, reserva citas y hace otros trámites online, incluso para embajadas de otros países.
En realidad, más que un cuentapropista, Boris asemeja un consultor. Parado en la entrada de su casa, mientras un empleado —también jovial y bien informado— atiende el guardabolso, él responde preguntas, aclara inquietudes, brinda consejos. Mientras conversamos, varias personas se le acercan desde el parque y lo interrogan lo mismo sobre citas para las entrevistas y las visas de estudiante, que sobre las visas ESTA y los casos médicos. Incluso, sobre la solicitud para el nuevo programa migratorio anunciado por la Administración Biden.
Ninguna de esas personas, al menos por el momento, terminan convirtiéndose en sus clientes; pero Boris no parece contrariado por ello. “A lo mejor otro día necesitan hacer algo y vienen conmigo —me dice. Además, la ayuda no se cobra”.
Ya de salida, doy una mirada final al parque, que vive un momento de tranquilidad tras la reciente visita de la funcionaria del consulado. Aunque en cada ciclo varias personas entran a sus trámites en la embajada, la cantidad de los que esperan fuera parece inalterable. El paisaje, con los policías, los autos parqueados y el vendedor de pasteles, es prácticamente el mismo de una hora atrás; aunque con el avance del día las sombras se han ido encogiendo; el latigazo del sol se siente con más fuerza. Y aún falta un rato para el mediodía.
En una esquina veo a Maikel y sus padres, y me les acerco. “Todo bien —responde el mismo joven—, pero les faltó un papel, la inscripción de nacimiento de mi hermano acá en Cuba, y ahora hay que salir a resolverla para presentarla lo más rápido posible. Dicen que se puede conseguir aquí mismo en La Habana, dando un dinero, tú sabes. Lo importante es que ya estamos en esto y hay que seguir. Es lo que toca para que mis padres puedan estar con mi hermano y tener una vida mejor allá en Estados Unidos. Porque como están las cosas ahora en Cuba…”.