Lleva apenas horas en Cuba, pero Miguel Cancio no puede esconder sus emociones. “Se agolpan otra vez mis sentimientos”, dice citando una de las canciones más famosas de Los Zafiros, el cuarteto vocal que fundara a inicios de los años 60 y que aún hoy, seis décadas después, sigue siendo una de las formaciones más populares y significativas de la historia de la música cubana.
“Yo soy una gente fuerte, me sé controlar; pero lloro mi tierra como loco. La lloro todos los días allá en los Estados Unidos. ¿Cómo no voy a emocionarme cuando por fin he podido volver después de veintiún años sin pisar mi patria?”, añade, mientras se seca las lágrimas del rostro. “Para mí, regresar a Cuba es como volver a nacer”.
Cancio emigró hace treinta años, en 1993. Para entonces, hacía mucho que Los Zafiros habían dejado de existir y dos de sus integrantes, Leoncio Morúa (Kike) e Ignacio Elejalde, habían fallecido, ambos con apenas 37 años. Poco después lo haría Eduardo Hernández (El Chino), y en 2011 moriría Miguel Galbán, quien sustituyó en la guitarra a Oscar Aguirre y se convirtió en el director musical del grupo.
Como Cancio es el único de los cantantes del célebre cuarteto que vive —Aguirre, el primer guitarrista, también vive en Estados Unidos—, retornar a Cuba le provoca “una mezcla de alegría y de tristeza, por todo lo que viví aquí, y por mis hermanos —como llama a sus compañeros del grupo— que ya no están”.
Sus dos viajes anteriores a la isla estuvieron ligados a Los Zafiros. El primero, para la filmación de Zafiros, locura azul (1997), película musical sobre la historia del cuarteto —producida por su hijo Hugo Cancio y dirigida por Manuel Herrera— que revitalizó su popularidad entre los cubanos y se convirtió en un enorme éxito de taquilla, de cuyo estreno en 1997 recién se cumplieron veinticinco años.
La segunda vez, en 2001, viajó para la grabación del documental Los Zafiros, música desde el borde del tiempo, dirigido por el estadounidense Lorenzo DeStefano, en el que Cancio y Galbán se reencontraron en La Habana y hasta volvieron a cantar juntos. Desde entonces, no había regresado a Cuba.
Ahora, más de dos décadas después, su viaje tiene un carácter familiar; pero Los Zafiros lo acompañarán a lo largo del mes que espera pasar en la isla. Miguel, como no podía ser de otra manera, tiene señalada en su agenda una visita al Cementerio de Colón, “a la tumba de mis hermanos”. Además, encuentros con familiares de sus antiguos compañeros, que hace poco recibieron en Cuba, a nombre de los músicos fallecidos, la medalla de Grandes Leyendas Musicales, del Cuban Studies Institute de Miami.
Planea reunirse con actores que protagonizaron el filme sobre la agrupación y con el proyecto cultural Amor por los Zafiros, dedicado a mantener vivo el legado del legendario cuarteto, y seguir trabajando en sus memorias y la del grupo.
“Nunca pensé que tuviéramos tanta trascendencia; te lo juro. Que después de tanto tiempo la gente nos seguiría recordando y nuestra música se seguiría escuchando con tanto cariño —comenta a OnCuba, con los recuerdos a flor de piel—. Hacíamos la música con deseos, porque nos gustaba cantar, y no estábamos pensando en fama ni mucho menos. Terminábamos de ensayar y nos íbamos para los solares, a jugar pelota, hasta empinar papalote con los muchachos, porque éramos gente de barrio. Y ya cuando llegaban las 7 de la noche, ya era báñate, vístete y compórtate como artista. Y eso, además de nuestras canciones, era algo que le encantaba a la gente: que nos mantuviéramos siendo así y nunca se nos subieran los humos a la cabeza. Cantáramos lo mismo en un cabaret que en un solar”.
“Y ahora, cuando pase por algún lugar de La Habana en el que actuamos, o donde nos reuníamos a conversar, va a ser difícil contener las emociones, porque siento que ellos están siempre conmigo —rememora con voz entrecortada—. Aquí mismo, en el hotel Riviera, nos hicimos la foto para la carátula de un disco, nosotros cinco. De ellos, soy el único que queda vivo. ¿Tú sabes cómo me siento por estar aquí después de tanto tiempo, en el mismo lugar? Pues me siento como si fuera joven otra vez, y ellos me estuvieran acompañando, con la misma alegría, con el mismo deseo de entonces”.
Habana, hermosa Habana
Para el octogenario Miguel Cancio, volver a Cuba resulta “muy especial” porque le permite reencontrarse con la familia, con sus hijas a las que no veía desde hace tiempo; con sus nietos, a algunos de los cuales solo conocía a través de videollamadas. “Es una emoción increíble estar junto a la familia; sentir ese cariño, ese abrazo, ese calor que tenemos siempre los cubanos cuando estamos juntos. Nada se compara con eso”, afirma.
Y en esa vuelta a la semilla, pospuesta por causa de la pandemia, su casa, su barrio, su ciudad, ocupan un lugar de privilegio en sus sentimientos. Como lo han ocupado siempre en su memoria.
“Quiero visitar mi barrio de Belén; los muelles. Mi casa está ahí todavía, en Habana 1019, entre Desamparados y San Isidro, en el corazón de Belén. Ahí vive todavía mi familia, los primos que yo cargaba y dormía siendo un muchacho todavía, que ya tienen hasta nietos. Tengo muchos deseos de ir —dice—. Cuando yo entre por esa puerta y suba esa escalera, sé que no voy a poder aguantar el llanto. Y cuando salga a caminar por las calles, cuando pase por los lugares en que viví tantas cosas, en que fui tan feliz, por los lugares que tienen muchos recuerdos para mí, que son tantos, sé que va a ser tremendo. No he reaccionado todavía porque estoy recién llegado, y aún no he caminado, no he palpado la ciudad, pero sé que va a ser así”.
Si bien hace dos décadas que no pisaba su ciudad natal y sabe que no debe lucir como la que dejó atrás, Cancio asegura que su amor por ella sigue intacto.
“Aunque me digan que La Habana ya no es la misma, que si hay calles que están destruidas y otra serie de cosas, eso no hace menos mi emoción por regresar, por volver a ver esos lugares que conozco de toda la vida. Todos envejecemos. Yo no estoy igual con más de 80 años que cuando tenía 20; es la ley de la vida. Y La Habana, aun maltratada, aun envejecida, diría que es como una mujer bella que, aunque esté golpeada por el tiempo, la belleza, la gracia, las mantiene todavía. Para mí La Habana siempre va a ser bella: lo fue, lo es y lo será. Igual que Cuba”, añade.
Miguel asegura que el retorno lo hace “sin rencor de ningún tipo”, a pesar de cualquier diferencia o dolor del pasado. “Lo que pasó, pasó”, dice. “Somos todos cubanos, los de aquí y los de allá. Y Cuba es de todos los cubanos, de todos los que la llevamos siempre en el corazón, volvamos o no volvamos”.
“Podemos no estar de acuerdo en la forma de pensar; pero somos hijos de la misma patria, nacimos de la misma tierra, que es como la madre nuestra. Y el que no quiere a su patria no quiere a nadie”, comenta antes de besar una medalla de la Virgen de la Caridad del Cobre que lleva al cuello: “La Patrona, la adoro”.
“Yo soy ciudadano de Estados Unidos, le debo mucho a ese país; pero añoro a mi patria diariamente —insiste—. Por eso, estar aquí es como renacer. Me hace sentirme más cubano todavía, si eso fuera posible, y le pido a Dios que cuando me toque morir, me permita hacerlo en Cuba. Y si no es posible, quisiera que traigan a Cuba mis restos, mis cenizas; para descansar por siempre en ella. Ese es mi deseo”.
Gracias Eric por permitirnos conocer lo más actual referente a este único sobreviviente del siempre recordado y venerado cuarteto “Los Zafiros”.
Cancio, que emoción, uno de los zafiros que aún vive, que alegría que se sienta cubano, sin orgullo, sin rencores, sin odio, bendiciones hermano!!!