Cuenta el historiador Benito Llanes Recino que celebraron la procesión a La Candelaria por primera vez en Morón en la década de 1850. Otros investigadores precisan que ocurrió el 2 de febrero de 1855. Este suceso se convirtió en unas de las tradiciones identitarias de los habitantes de la Ciudad del Gallo, muchos de ellos provenían de Islas Canarias y trajeron el culto a la Virgen, patrona de aquel archipiélago.
Asimismo sucedió en otras localidades cubanas: Palmar de Junco, Consolación del Sur, Vueltas, Ceiba Mocha, Santa Clara, Camajuaní, Cabaiguán y Guanabacoa, por solo mencionar algunas. Las ceremonias estaban vinculadas con la fertilidad de la tierra y los beneficios del agua, que causaban abundancia, fecundidad y vida. De ahí la tradición de podar las plantas y de cortarse las puntas del cabello el 2 de febrero para conseguir un crecimiento rápido y vigoroso.
Tiempos de la Colonia
Morón se engalanaba. Por el Camino Real iban llegando a caballo, en quitrines y volantas residentes en pueblos vecinos como Puerto Príncipe (Camagüey), Nuevitas, Ciego de Ávila, Sancti Spíritus y Yaguajay. También empleaban para el traslado pequeños veleros.
Al principio, la procesión que salía de la Iglesia a la cinco de la tarde, realizaba el recorrido por la calle Real y se regresaba a las ocho y media. Se recuerda al párroco Rafael Sal y Lima como organizador de los festejos hasta su deportación a Ceuta, en 1868, debido a sus ideas independistas. Después sobresalió el presbítero Valeriano Cano y Cano.
No se conformaban los moronenses de antaño con solo celebrar cuatro días en la primera semana de febrero. A veces las festividades se prolongaban hasta el 9 o el día 18 de ese mes. Nos aporta don Benito los siguientes detalles en un artículo publicado en el periódico Morón:
“En el orden religioso, la grey católica moronense, llena de fe, de vehemente adoración cristiana, celebraba la Fiesta de Nuestra Señora de la Candelaria con un solemne Salve, el día primero, Misa deslumbrante el 2 por la mañana y suntuosa procesión con candelas (velas) santificadas, a las cinco de la tarde, recorriendo principalmente la calle Real (hoy Martí) y al entrar al Templo la Imagen de la Virgen de la Candelaria, Patrona de Morón, quemaban fuegos artificiales de polícroma belleza”.
“Llevar las Andas que sostenían la Imagen de la Virgen, era un privilegio entonces y siempre lo hacían los creyentes más devotos, que se turnaban los puestos, bien por unción católica o para cumplir alguna promesa hecha.”
En tanto pasaba la procesión, en los hogares pedían ayuda a la Santísima Virgen para solucionar problemas o concediese el perdón de los pecados. Luego, comenzaban las fiestas. Se realizaban bailes, animados por una orquesta, peleas de gallos, juegos como el palo ensebado, cucaña, sartén, carreras en saco, loterías, dados, naipes, corridas de toro, torneos a caballo, entre otros.
El Morón de entonces
¿Cómo era Morón en aquellos tiempos? El Heraldo, en su edición del 5 de mayo de 1867, nos informa:
“[…] sus calles muy rectas y anchas, guardando las casas una perfecta simetría. Estas son de mampostería y tejas en la calle Real; en las otras hay muchísimas de guano, con paredes de embarro, pero no exceden tanto en su número a las de aquella clase.”
Y Jacobo de la Pezuela, en su Diccionario geográfico, estadístico e histórico de la Isla de Cuba, nos refiere:
”Morón es un pueblo de aspecto alegre, con calles de doce varas de ancho exceptuado [sic] la Real (Martí) que tiene dieciséis. La plaza, en el extremo norte del poblado, es un polígono irregular, con la iglesia en el lado sur, esta se ubica de frente a la calle Real, o sea que presenta el lateral norte para la plaza; desde donde parte la fiesta de La Candelaria (patrona del pueblo) con bailes y funciones teatrales”.
Con el tiempo, orquestas procedentes de Camagüey, Ciego de Ávila y Caibarién apoyaban, con sus interpretaciones de danzas, pasodobles, valses y danzones en los bailes, realizados en salones construidos en grandes recintos con techo de guano y muy poco forro de maderas. Cerca de estos rústicos inmuebles, los comerciantes erigían puestos para vender alimentos y bebidas: empanadillas, ponche de leche, huevo, anís y canela.
”En grandes vasijas de barro —relata Don Benito Llanes—, especie de tinajas, sobre anafres y fuego lento, se veían mujeres agitando constantemente con largos molinillos el ponche para que no se cortara, volviéndose espumoso y agradable. Estos ponches eran frecuentemente servidos en vasos de cristal con asa y el parroquiano podía echarle a su gusto gotas de ron añejo que tenía a su alcance y los acompañaba con su ración de panetela seca…”
Para las corridas de toros los vecinos también aportaban. Por ejemplo, en febrero de 1891, durante la celebración de la Candelaria, el comerciante y político Agustín Arnáiz, acondicionó una plaza donde se desarrollaron las competencias. Los toreros, capitaneados por Tomás Garrido, procedían de La Habana.
Bajo el aroma del azúcar
Ya en el siglo XX, el aumento emigrantes canarios asentados en el municipio, atraídos por las posibilidades de trabajar en las colonias y centrales azucareros y también en la producción de tabaco, recordemos que fue fundamental la fuerza laboral de los isleños en las vegas y escogidas de Chambas, Mabuya, Florencia y Tamarindo, consolidó la devoción hacia la Virgen de La Candelaria que, en un proceso de sincretismo cultural es conocida como Oyá, ambas tienen a la luz, el agua y el nueve como símbolos.
Con el fin de recaudar fondos para la Parroquia de Morón, Nuestra Señora de La Candelaria, y atenuar así sus gastos, durante el festejo religioso, se efectuaban actividades en los teatros. En 1928, el Apolo acogió “una agradable fiesta en la que tomaron parte la Asociación Artística de Morón y el Colegio de las Madres Escolapias poniendo en escena el juguete cómico Las Codornices y los diálogos El secreto de la moda y La Mariposa. Cerró el espectáculo el juguete cómico Entre Doctores”, de acuerdo con un reporte para el Diario de La Marina, de su corresponsal El Marqués de Turiguanó.
El libro Alegría y tradición. Fiestas tradicionales cubanas, de la investigadora Virtudes Esperanza Feliú Herrera informa que los días previos a la procesión: “Durante la Novena (nueve días antes de la celebración) se organizaban comisiones para la recaudación de fondos. A tal efecto se rifaban novillos, carneros, hojas de billetes de la Lotería Nacional, etc. Los feligreses enviaban flores y velas. También durante esos días se practicaba la reparación espiritual de los creyentes mediante los Rosarios de la Aurora y distintas misas. En este periodo los amigos se visitaban para jugar, beber y cantar con el objetivo de esperar el advenimiento de La Candelaria”.
En horas tempranas del día 2 de febrero, los devotos cantaban en la calle el Himno a la Patrona y por la tarde ocurría la procesión, “encabezada por la Banda Municipal, las Bandas rítmicas de los colegios religiosos, las que a veces eran acompañadas por militares a caballo. Detrás de la imagen iba el pueblo, con velas encendidas (…) Los niños disfrutaban de un programa dedicado a ellos. Después de tomar la primera comunión jugaban y cantaban en la Casa Parroquial. Con posterioridad, asistían al baile llamado Matiné infantil, donde jugaban y recibían regalos.”
Cierro esta crónica con una anécdota. Cuando buscaba imágenes para ilustrar el texto realicé múltiples gestiones. Entre las personas a las que acudí se encuentra Eldy Mariño Córdova, gestor y divulgador cultural moronense. Me respondió enseguida, ayudaría aunque estaba convaleciente y no podía moverse de su casa. Le escribí para agradecerle, entonces ocurrió un hecho curioso. Pero mejor que él lo cuente: “Aquí tengo casualmente al sacerdote y me da estas. Oh, milagro de Nuestra Señora de La Candelaria. Gloria a ella”.