Durante la pasada Feria Internacional del libro de Buenos Aires, una de sus noches más concurridas vimos de repente aquel desfile de muñecos y títeres. En el grupo había músicos, actores, gente vestida de tal manera que confería a la procesión un aire divertidamente grotesco. Los que estábamos cerca nos detuvimos a observar.
Al frente —lo sabría pronto— iba una artista drag que representaba a la vedet argentina Mimí Pons. Esta actriz, según el catalogo del espectáculo (Puiguima, dir: Flabia Da Rin) con el que rápido logré hacerme, había llevado al escritor Manuel Puig (1932-1990) hasta el aeropuerto cuando este, tras la salida de su tercera novela (Buenos Aires affaire, 1975), recibió amenazas de muerte de la Triple A, una organización anticomunista y terrorista de Argentina.
Antes, Puig había impresionado al público argentino con sus libros Boquitas pintadas y La traición de Rita Hayworth, publicados en una década inspiradora pero agonizante en la que el escritor, nacido en General Villegas, provincia de Buenos Aires, estaba sobre los 30 años. Había vivido en Europa y Estados Unidos; en Italia estudió cine en el Centro Sperimentale di Cinematografia y en Nueva York había comenzado a escribir su primera novela.
Entonces acumulaba ya algunas decepciones, como que intelectuales como Mario Vargas Llosa, según cuentan, se opusiera rotundamente a que una de sus novelas venciera en certámenes como el premio Biblioteca Breve de Seix Barral. También dicen que Onetti fue decisivo para que no alcanzara el Premio de la revista Primera Plana. Sin embargo, gozaba de una firme reputación.
Uno de los colegas a quien Puig le confió la lectura de sus manuscritos fue su compatriota Ricardo Piglia. De Boquitas pintadas escribió Piglia: “Los procedimientos de las novelas son muy originales: la forma del folletín supone pensar el corte de cada capítulo como el suspenso de la novela clásica. Otra vez una novela donde el narrador esté ausente y sólo se nota en sus intervenciones objetivas y clínicas”.
Estas observaciones pueden leerse en los diarios de Piglia, específicamente en el segundo tomo de Los diarios de Emilio Renzi, agendado el día 8 de enero de 1968, después de una larga charla con Puig: “Siempre he admirado su oído para el lenguaje hablado, una rara sensibilidad para captar los tonos de cada personaje”.
La noche del desfile o procesión en la Feria, que cada año tiene por sede la sede de la asociación La Rural, situada en Plaza Italia, pudimos encontrarnos con algunos de los personajes de Puig: Rita Hayworth tenía un cabello rojizo, al igual que sus labios. Los habían detenido en el momento justo en que la actriz solía detenerlos para mostrar su sensualidad.
La otra figura era la representación del propio Puig identificado como un “sultán pollerudo”. Lleva sombrero y su aspecto es el de cualquiera de sus fotografías. Escribió ocho novelas, varias obras de teatro y guiones de cine; hoy pueden encontrarse reunidas en dos libros algunas de sus cartas. En la página web para recordar su vida y obra apuntan que en 1981 fue candidato al Premio Nobel de Literatura.
La cuarta novela de Puig fue la muy celebrada El beso de la mujer araña, la historia del revolucionario y el homosexual que coinciden en una prisión, una trama que se complementa con notas al pie, acotaciones que van develando el inconsciente a través de un juego intertextual en el que se expone su pasión por el cine. La historia también se convirtió en un filme gracias a la adaptación de Héctor Babenco, en 1985.
Debo la lectura de El beso de la mujer araña a dos jóvenes profesores en mis días universitarios. Uno de ellos era en realidad nuestro profesor de Literatura; poeta para entonces, aunque ninguno de sus alumnos lo sabía. Después emigró a México. Recuerdo sus clases y las polémicas que algunas veces sostuvimos en ella por su particular manera de proponer obras y autores.
También tengo presente el momento en el cual, por un antigua amiga de la universidad para ese instante radicada en Miami, supe que aquel profesor había recibido diecisiete puñaladas en un barrio llamado Colonia del Valle. Un reporte que aún puede consultarse explica que junto al poeta murieron dos mujeres y un hombre, su tío de 65 años. El poeta y profesor había tratado de defenderlos y el hecho constituye su final.
El nombre de este profesor es Félix Ernesto Chávez López, pero firmaba sus libros como Félix Hangelini, algo que desconocía también. Tenía un libro de ensayos, cuentos y decenas de poemas inéditos.
Cuando nos correspondió contar lo que habíamos encontrado en la novela de Manuel Puig —cuya historia uno de nosotros comparó con el filme Fresa y Chocolate—, casi no sabía qué decir. Me cuesta relatar lo que he leído. A veces yo mismo me pregunto qué leí, si la lectura tantas veces es solo una sensación, un flujo. Solo sabía que había conocido una gran obra y un autor fundamental.
En diciembre pasado se cumplieron noventa años de que el escritor Manuel Puig viniera al mundo. Vuelven a imprimirse sus libros, en la televisión argentina pasan documentales sobre su vida y muchachos como estos del desfile reviven a sus personajes cuando tienen ocasión.
“Usted dijo que el nombre no tiene importancia. ¿Qué tiene importancia, entonces?”, se pregunta uno de los personajes en la sexta novela escrita por Puig. Se titula: Maldición eterna a quien lea estas páginas.