Oh, Mexico.
James Taylor
Un fantasma tan real como letal recorre Estados Unidos: su nombre es fentanilo. Un opioide sintético 50 veces más fuerte que la heroína y 100 veces más que la morfina, cuyo consumo como droga resulta mortal para los seres humanos. La Drug Enforcement Administration (DEA) no ha vacilado en calificarlo como “la amenaza más mortal de una droga que ha padecido jamás nuestra nación”.
Las estadísticas son aterradoras. En 2021 casi 71 mil estadounidenses fallecieron por sobredosis de fentanilo, mucho más que los 58 220 que murieron durante la Guerra de Vietnam. Se trata de un récord de muertes por sobredosis: un aumento de casi el 30 % respecto al mismo período del año anterior. Y casi el doble en los últimos cinco años.
La epidemia de sobredosis del nuevo veneno se define como una “crisis nacional“ que, por lo mismo, “no conoce fronteras geográficas y sigue empeorando“. El Gobierno ha incautado suficiente fentanilo como para dar a cada estadounidense una dosis letal, según dio a conocer una vez la Oficina de la Política Nacional de Control de Drogas.
Hay un dato más aterrador aun: de acuerdo con un informe de CNN, 10,1 millones de estadounidenses de 12 años o más abusaron de los opioides en 2019, incluidos 9,7 millones de consumidores de analgésicos recetados y 745 000 consumidores de heroína.
A fines de 2022 los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC) anunciaron que la esperanza de vida en Estados Unidos había caído a su nivel más bajo durante dos décadas, en parte debido al aumento de muertes por sobredosis de fentanilo. Los fallecidos por el uso de la sustancia, anunciaron, tenían en su gran mayoría menos de 40 años.
Desde otro ángulo, se trata de pastillas muy fáciles de esconder. Se trafican camufladas en autos, maletas y ropa de quienes cruzan la frontera sur.
En 2022 los agentes de la DEA informaron haber confiscado alrededor de 14 mil libras de fentanilo en los puestos fronterizos, un verdadero récord. Pero esa mercancía letal puede incluso ingresar al país en paquetes por correo de menos de 1 kilogramo. Las sustancias químicas utilizadas para fabricarlo a menudo se envían desde China a México. También desde India.
La Administración Biden se anota haber destinado 4 000 millones de dólares en fondos del paquete de ayuda de la COVID-19, conocido como el Plan de Rescate Estadounidense, para combatir las muertes por sobredosis de fentanilo, incluida la expansión de los servicios para el trastorno por uso de sustancias y la salud mental. Pero hasta hoy sus esfuerzos han resultado insuficientes. De ahí, en parte, surge la crisis.
El chivo expiatorio: México
En 2023 las cosas han tomado un curso problemático en el discurso republicano. En enero el expresidente Trump aludió al envío de “fuerzas especiales“ y al empleo de la “guerra cibernética“ para golpear a los líderes de los cárteles mexicanos si era reelegido, y pidió “planes de batalla“ para atacar a México.
Por su parte, el mismo mes, los representantes Dan Crenshaw (R-Texas) y Mike Waltz (R-Fla.) presentaron un proyecto de ley buscando autorización para el empleo de la fuerza militar a fin de emprender una “guerra contra los cárteles mexicanos“. El senador Tom Cotton (R-Ark.) dijo que estaba dispuesto a enviar tropas a México para atacar a los capos de la droga, incluso sin permiso del gobierno. Y legisladores republicanos de ambas cámaras presentaron un proyecto para clasificar a varios cárteles como “organizaciones terroristas extranjeras“.
En el fondo no eran ideas nuevas. Se manejaron y desecharon primero durante la Administración Obama y, luego, en la del propio Trump. Pero en este contexto han ido cobrando fuerza entre los sectores más conservadores y beligerantes del Partido Republicano.
Al principio se consideró una proposición extravagante sin demasiadas perspectivas: que el ejército de Estados Unidos atacara los laboratorios y a los traficantes de fentanilo en México, con o sin el permiso del Gobierno mexicano, para luchar contra una lacra que ha cobrado la vida de decenas de miles estadounidenses no era algo de lo que se hablaba todos los días.
Pero la idea era clara: Washington tenía que hacer justicia por sus propias manos ante la “disfuncionalidad” de los mexicanos. “Lo único que queremos es enfrentarnos a los poderosos grupos criminales que aterrorizan al pueblo mexicano, sobornan y amenazan a los políticos mexicanos y envenenan a los estadounidenses”, declaró el congresista de Texas Dan Crenshaw.
Empero, no todos los líderes del partido se anotaron en el coro. John Bolton, el exasesor de seguridad nacional de Trump, dijo que las operaciones militares unilaterales “no iban a resolver el problema”. Y el presidente del Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes, Mike McCaul (R-Texas), expresó sus preocupaciones en el sentido de las posibles “implicaciones migratorias y en la relación bilateral con México”.
Los demócratas, por su parte, reaccionaron a esas propuestas empezando por el propio presidente, quien manifestó su negativa a lanzar una invasión y rechazó aplicar la etiqueta de terrorista a los cárteles. De acuerdo con el equipo de Biden, dos órdenes ejecutivas emitidas ampliaron el poder de las autoridades para atacar a organizaciones transnacionales de narcos.
“La Administración no está considerando una acción militar en México”, dijo la portavoz del Consejo de Seguridad Nacional, Adrienne Watson. “Designar a estos cárteles organizaciones terroristas extranjeras no nos otorgaría ninguna autoridad adicional que no tengamos ya”.
Por otro lado, el alto mando del ejército tampoco las respaldó. El general Mark Milley, presidente del Estado Mayor Conjunto, dijo que invadir México “era una mala idea. No recomendaría que se hiciera nada sin el apoyo de México”, subrayó.
Sin embargo, fuera del Congreso políticos como Ron DeSantis han seguido enfatizando la línea tradicional de culpar a los inmigrantes de traficar drogas. “Tenemos a gente cruzando ilegalmente de todos los países del mundo. ¿Y eso qué nos ha traído? Ahora la principal causa de muerte entre personas de 18 a 45 años son las sobredosis de fentanilo”, dijo.
En marzo pasado, la aspirante a la candidatura del Partido Republicano a la Casa Blanca, Nikky Haley, visitó la frontera y pidió el envío de fuerzas especiales a México para tratar a los cárteles “como lo hicimos con ISIS”. “Se le dice al presidente mexicano: o lo haces tú o lo hacemos nosotros”.
Otro candidato a la nominación republicana, Vivek Ramaswamy, ha tuiteado por su parte que el presidente “Biden se sienta en la Casa Blanca y sigue la crisis del fentanilo como si fuese un espectador. Yo usaré nuestro ejército para aniquilar los cárteles”.
Todo lo anterior, y otros hechos omitidos por razones de espacio, condujeron a un envenenamiento progresivo de la atmósfera. Según una encuesta de Ipsos, el 53 % de los estadounidenses estaba de acuerdo con que había una “invasión” de la frontera sur; casi un 40 % afirmaba que la mayor parte del fentanilo que entraba a Estados Unidos era traficada por inmigrantes ilegales, porcentaje que se elevaba hasta el 60 % entre los republicanos —a pesar de ser una afirmación enteramente falsa.
La reacción mexicana
La reacción del Gobierno de México no se hizo esperar. “Si no cambian su actitud y piensan que pueden utilizar a México para sus propósitos propagandísticos y politiqueros, nosotros vamos a llamar a que no se vote por ese partido”, dijo el presidente López Obrador en marzo pasado.
AMLO dejó claro que esas propuestas republicanas eran inaceptables y ajenas al Derecho internacional. “¿Qué se creen estos mequetrefes, intervencionistas, prepotentes? A México se le respeta”, subrayó. Y recordó que México “no era un protectorado ni una colonia de Estados Unidos”.
Después, pese a asegurar que las relaciones con Estados Unidos “gozaban de buena salud”, se lanzó a fustigar el papel de agencias como la DEA y el Departamento de Estado en territorio mexicano: “México es mucho más seguro que Estados Unidos”.
“Ningún país combate el tráfico como México”, dijo a su vez el secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, en la clásica hipérbole política típica de estos casos.
A pesar de lo anterior, los mensajes de los mexicanos sonaban alto y claro. Primero: la Casa Blanca no se podía dar el lujo de no cooperar con su vecino del sur a la hora de lidiar con el problema. Y segundo: Estados Unidos debía reconocer su responsabilidad como principal consumidor mundial de drogas. Pero para los republicanos de marras fueron lo que el viento se llevó.
¿Hacia el futuro?
La mayoría de los analistas y expertos coinciden en señalar que en lugar de detenerse, en lo sucesivo los republicanos de este tipo seguirán agitando el banderín del “fentanilo mexicano”. A medida que crece esa percepción de amenaza entre sus votantes, en la que se montan, la idea de medidas duras contra el vecino encuentra más aceptación entre ellos mismos y sus alrededores.
Si un republicano llegara a derrotar a Biden en 2024, el riesgo de que todos esos dislates se conviertan en política es una posibilidad tan real como indeseable. Solo un dato con el pie en el estribo: a fines de marzo pasado, durante un mitin electoral en Waco, Texas, Donald Trump comparó la cantidad de muertes por sobredosis de fentanilo con un ataque militar.
En estos casos ocurre lo de siempre: over and over, blame it on the other. Se trata de un discurso agresivo y peligroso que enfatiza el lado de la oferta de las drogas mientras que trata de minimizar la dinámica que aporta al mercado la abundante y creciente demanda de fentanilo en Estados Unidos.