A quien llegue a alguna ciudad o pueblo de Latinoamérica siempre le sugiero que pregunte por el mercado o la feria y vaya directo, con toda confianza, a comer ahí. Probará el sabor más genuino del lugar y se llevará en el paladar el recuerdo de un sitio al que seguro querrá volver.
Así me sucedió con el Mercado Municipal de Sao Paulo, uno de los más grandes del mundo. Fue un viaje de los sentidos, donde cada bocado cuenta una historia y cada aroma transporta, desde allí, a diferentes rincones de Brasil. Es un lugar en el que tradición se mezcla con modernidad, y la pasión gastronómica se une con la diversidad cultural de la mayor y más poblada urbe brasileña.
Desde afuera, el Mercadão, como se le conoce popularmente, es imponente. Es un edificio ecléctico del popular barrio de Pinheiros, centro histórico de la ciudad. El inmueble evoca la grandeza arquitectónica de su época, a juzgar por una fachada neoclásica, vitrales de Conrado Sorgenicht Filho con temática de la producción de alimentos, y un par de grandes cúpulas.
Fue construido hace casi un siglo, entre 1928 y 1933, y se inauguró el 25 de enero de ese año. Por entonces el mercado central era el epicentro del abastecimiento de los pequeños negocios de la naciente ciudad. Con el crecimiento y la modernización, surgieron supermercados en los barrios. El viejo mercado casi quedó en desuso.
Pero con estrategias implementadas en Sao Paulo para atraer turismo y reanimar el centro histórico de la ciudad, el Mercadão volvió a alcanzar protagonismo. Esta vez como parada obligatoria de visitantes interesados en la gastronomía.
Al cruzar cualquiera de sus gigantes puertas llegamos a un espacio interior vasto y vibrante de más de 12 mil metros cuadrados, donde se entrelazan historias, culturas y tradiciones culinarias.
La atmósfera de los pasillos se nutre de la mezcla de olores y gentío a lo largo de más de 300 puestos de venta.
A medida que paseamos por los vericuetos, nos cruzamos con rostros sonrientes, conversaciones animadas y el bullicio característico de un lugar lleno de vida.
Los puestos tienen personalidad propia y especialidad culinaria. Los vendedores comparten sus historias y saberes de manera muy familiar. Ofrecen una amplia gama de productos frescos y exquisitos. Frutas y verduras se exhiben en su esplendor. Piñas jugosas, mangos fragantes, frutabombas dulces y toda una variedad de frutas tropicales.
El sector de carnes y pescados, con cortes frescos y especies exquisitas, captan la atención del último visitante. Una vez más, el olor es protagonista con la carne asada, que se mezcla en el aire con los aromas del mar, creando una sinfonía tentadora.
Carniceros y pescaderos, con habilidad y conocimiento, pregonan sus productos. Uno de ellos, con apariencia bonachona, me dijo en portuñol: “Pruebe este bocado de pescado frito en salsa de ajo. Es una experiencia gastronómica única”, aseveró con sonrisa cómplice. No me pude resistir. Y sí, estaba muy rico.
Entre las especialidades más conocidas de la casa están el famoso sándwich de mortadela. En uno de los puestos más concurridos están los maestros sandwicheros, hábiles en el arte de combinar mortadela, queso, tomate y pepinillos en un pan recién horneado. El resultado es un ícono de la ciudad.
Ante la amplia variedad de platos, me reservé para degustar de la estrella culinaria de Brasil: la feijoada. Así que detuve mi andar y subí al segundo piso interior, añadido en una reforma general del edificio, en 2004.
La feijoada es un guiso abundante y reconfortante, compuesto por frijoles negros cocidos lentamente junto con diferentes cortes de carne de cerdo, como costillas, chorizo, tocino y oreja de cerdo. Se sirve tradicionalmente con arroz blanco, farofa (harina de yuca tostada), rodajas de naranja y couve (col rizada salteada).
El plato representa la fusión de influencias indígenas, africanas y portuguesas en la gastronomía brasileña, y es una delicia que simboliza la calidez, la tradición y la abundancia de la cocina nacional.
Disfrutar de la feijoada en el Mercado Municipal no solo fue una experiencia gastronómica, sino también cultural. Sentarse a la mesa rodeado del bullicio y gente animada es sumergirse en la auténtica vida brasileña.
Por si fuera poco, mientras comía aquel manjar escuché unos toques de tambores muy festivos. Me asomé entre la muchedumbre y por los pasillos desfilaban músicos y bailarinas a puro samba.
Eel Mercado Municipal de São Paulo es mucho más que su variedad de comida y el ambiente pintoresco. Es un espacio en el que convergen la diversidad cultural, la música y la tradición. Aunque ha experimentado renovaciones y modernizaciones a los largo de casi un siglo, ha sabido mantener su autenticidad y encanto tradicional.