Los ojos de Silwan me miran de lejos, y yo los miro. Me impactan. Me atraen. Me incitan a acercarme y mirarlos frente a frente. Pero no cedo a los impulsos y voy con calma. Me toma más de un año dar el primer paso hacia esos ojos. Al fin me decido y voy a su encuentro.
Silwan no es una mujer. Es un barrio de Jerusalén y tiene no un par, sino muchos pares de ojos. Todos forman parte del proyecto I Witness Silwan, que arrancó en 2015 y en el que trabajaron mano a mano artistas palestinos y el grupo estadounidense Art Forces.
Las pupilas incansables que miran día y noche la dura realidad del barrio no son anónimas. Los ojos de Silwan pertenecen a líderes y personalidades palestinas e internacionales. En lo más alto de una colina creo adivinar, debajo de una kufiya palestina, la mirada de Yasser Arafat. Además están los ojos de Freud, los del Che Guevara y los de George Floyd, el afroamericano brutalmente asfixiado en 2020 por un policía en Minneapolis.
Según los creadores, esos y muchos ojos más tienen la misión de ser testigos del desastre de la ocupación israelí en los territorios palestinos. Ellos observan lo que muchos se niegan a ver. Algunos miran; otros lloran.
Silwan, barrio de calles estrechas y empinadas, comienza donde terminan las murallas de la Ciudad Vieja, en Jerusalén Este, la mitad de la ciudad que, según los acuerdos de Oslo, debió ser la capital de un Estado Palestino que jamás llegó a existir y con el que los palestinos siguen soñando aún, a pesar de que Israel ocupó esa parte de la urbe durante la Guerra de los Seis días en 1967 y luego se la anexionó unilateralmente en 1980.
En Silwan el conflicto palestino-israelí se puede respirar, sentirse en la piel y verse de cerca. La tensión, el desastre de la ocupación envuelve hasta dejar al visitante extraviado entre muchas dudas y pocas certezas. Hay poca gente en las calles; miran desconfiados al forastero que se aventura a explorar el lugar.
Aquí se mezclan las casas palestinas con las de colonos israelíes, repletas de cámaras de seguridad, con guardias privados y banderas de Israel por todos lados, como una clara declaración.
Silwan tiene algo de favela, de slam. Casas encaramadas unas sobre otras, estrechos pasadizos, empinadas escaleras de disparejos escalones y armas, muchas armas en manos de unos y otros.
La policía de fronteras de Israel, fuertemente apertrechada, patrulla las calles día y noche intentando contener la violencia en uno de los lugares más inseguros de la Ciudad Santa y donde son frecuentes lo ataques entre palestinos a colonos judíos.
En medio de la monotonía cromática de Jerusalén, solo alterada por el dorado intenso del Domo de la Roca, Silwan es un oasis de color. Además de los ojos, hay flores —también estas con ojos—, aves y estampas palestinas pintadas en las fachadas de las casas.
Algún día me iré de esta ciudad que quiero y que me ha enseñado tanto. Me iré y los ojos de Silwan seguirán ahí, mudos testigos de la ocupación israelí en Jerusalén Este. Tal vez algún día alguien les pinte bocas y podrán contarnos el horror que han visto a lo largo de los años.