Tempus fugit, sicut nubes, quasi naves, velut umbra…
El tiempo se aleja como una nube, como las naves, como una sombra…
(Sobre un poema de Virgilio)
Alberto lleva una hora en la cola del pan y el sol empieza a castigarlo; Bartolomé, una mañana entera en la del pollo; Caridad, dos horas en la de la balita de gas; Damarys, 40 minutos en la parada sin que el P1 se asome; Ernesto, tres largas horas de pie en la del Registro Civil; Felipe, dos en la del Banco; Gustavo, toda la noche en la de la gasolina; Herberto, una en el cajero automático para sacar el efectivo de su pensión; Inés lleva una mañana dando vueltas por las oficinas de Correos en busca de los sellos de timbre; Joel, el abuelito, desde las 6 de la mañana está haciendo cola en la farmacia a ver si llegaron los antihipertensivos; Kenia sigue esperando en el policlínico los resultados de sus analisis; Luis lleva una tarde en las oficinas del Carnet de Identidad; Mariana quema su madrugada intentando sacar un turno para la Embajada; Noelia lleva tres horas en una notaría para la legalización de sus documentos; Oscar lleva días intentando reservar un pasaje a Santiago de Cuba; Pepe está en la cola pero ya no se acuerda para qué…; Quintín lleva la madrugada encaramado en la azotea vigilando si entra el agua; Roberta está ahí desde ayer por la noche para poder revender los turnos esta mañana; Silvano lleva sofocado 45 minutos en la caja de 1ª y 70 porque dicen que se cayó la conexión; Teresa anda buscando quién es el último pero no aparece; Universo está en la de los huevos, Wenceslao en los cigarros, Yolanda en la del aceite y Zoraida se va de la cola porque ya no puede más…
Se acaban las letras del alfabeto y continúan las colas. Suman decenas, centenares, miles de horas de miles de personas, día tras día. Miles por miles son millones. No hay conciencia del dispendio brutal que ello supone.
Solo un ejemplo sencillo: una ciudad como La Habana genera unos 2 millones de viajes diarios (ida y vuelta). A un promedio (optimista) de una hora por viaje, significa 2 millones de horas improductivas (salvo para los choferes). Con un salario promedio horario de 30 pesos la hora, se pierden a diario 60 millones de pesos, es decir, 22 mil millones al año solo en La Habana, solo en transporte. Se acerca a los gastos anuales por pensiones de toda Cuba (28 mil millones). Si a ello sumamos el tiempo perdido en las omnipresentes colas, la cuantía se multiplicará varias veces.
El costo social y económico es verdaderamente alarmante y no hay suficiente conciencia de ello.
Las colas y sus patologías
La teoría de colas es una rama de las matemáticas que se ocupa del estudio de los sistemas de espera y la gestión de las colas. Una cola denota un cuello de botella y este delata un desbalance entre una demanda mayor que la oferta o una disfunción del sistema de distribución. O los dos, naturalmente. El estudio riguroso de las colas ha ofrecido una variedad de soluciones.
Incrementar la oferta no significa obligadamente invertir mayores recursos materiales, sino lograr una gestión más eficaz. Es habitual, por ejemplo, que en los grandes centros comerciales de La Habana exista una batería de 10 o 12 cajas, de las que solo son atendidas 3 o 4, lo que genera enormes cuellos de botella de forma innecesaria. Los productos existen, son las/los cajeras/os los que faltan.
Hay muchas otras formas de disminuir las colas: una mejor redistribución en el tiempo (por ejemplo, de los horarios de trabajo para disminuir picos en el transporte), el incremento del trabajo a distancia (lo que disminuye o elimina los tiempos de traslado), la mejora de la información sobre la distribución (lo que evita las repetidas visitas a la tienda “a ver qué sacaron”…), el incremento de los servicios a distancia (pago electrónico de las facturas de electricidad, teléfono, agua, gas, etc.), la reserva de turnos para acudir al servicio solo en el día y la hora especificados (citas médicas, gestiones administrativas…), mayor control y mayores estímulos sobre los empleados, mecanismos de evaluación de la satisfacción del cliente…
Sería oportuno un analisis sociológico de las patologías de las colas. Una de ellas se genera en las colas organizadas por orden de llegada. De inmediato se arma una carrera por ver quién llega más pronto para coger mejor posición. Las colas se trasladan hacia las madrugadas y hay que dormir en la calle; luego retroceden al día anterior; más tarde surgen los que deciden llevar los turnos anotados en libretas ad hoc (lo que permite ir a coger un respiro), pero hacen su aparición los que “marcan” por varios y, finalmente, toma el poder la mafia de los coleros, contra la que se organizan las brigadas de LCC (Lucha Contra Coleros) pero acaban en buena medida confundiéndose con ellos.
¿Quién gana? El que dispone de más tiempo. ¿Quién pierde? El más ajetreado, que finalmente suelen ser las mujeres.
Dicen que “time is money”, pero el asunto es que el dinero gastado o malgastado puede recuperarse, mientras que el tiempo no. Nos llenan el depósito una sola vez, al nacer, con unas 660 mil horas, un tercio de las cuales se irán “de callada manera” en la cama. Dispondremos, si todo va bien, de 440 mil que constituyen lo que ahora se llama un recurso no renovable. Se trata, pues, de algo que sería inteligente administrar de la mejor forma posible porque cuando se va, no regresa. Tempus fugit…
Por desgracia, se parece el tiempo al dinero en otra cosa: nos lo pueden robar. Y no solo en las colas… En esas reuniones inútiles de veinte personas, en las que solo dialogan dos durante un tiempo interminable y los demás se aburren. En esas citas que se acuerdan para las 2:00, de manera que empiecen a las 2:30 pero, como ya todo el mundo lo sabe, se llega a partir de las 3:00. En esos teléfonos que no contestan o dan siempre ocupado; en esos servidores públicos que no atienden o cuentan su vida a quien quiera (o no) oírla, mientras tienen decenas de personas esperando… Y las horas se acumulan, el depósito va vaciándose y el tiempo huye irremisiblemente.
La naturaleza del tiempo y sus ladrones
La naturaleza del tiempo siempre ha sido objeto de reflexión. ¿Qué es el tiempo? ¿Es la sucesión de los fenómenos? ¿Es lo que mide un reloj? Vivimos inmersos en él sin saber expresar con precisión a qué nos referimos. Una vez le preguntaron a San Agustín qué cosa era el tiempo y respondió: “Sé bien lo que es si nadie me lo pregunta. Si me lo preguntan, no lo sé”.
El espacio y el tiempo son puntos de referencia familiares en el marco de los cuales interpretamos lo que percibimos del mundo que nos rodea; sobre todo, el movimiento. De hecho, según la Física, existimos en un espacio/tiempo de cuatro dimensiones con características distintas. En el espacio podemos subir o bajar, adelantar o retroceder, ir a la derecha o a la izquierda; pero el tiempo no ofrece elección: es unidireccional. Transcurre sin marcha atrás.
Hay, sin embargo, vivencias subjetivas del tiempo o, con más precisión, de los ritmos, de la velocidad del tiempo. La velocidad (unidad de espacio recorrida en una unidad de tiempo) es un concepto más complejo. En ese sentido podemos percibir distintas temporalidades. Los tiempos del agricultor no son los mismos del obrero o los del artista; los del niño difieren de los del anciano; los ritmos políticos no coinciden con los económicos…
Las sociedades se debaten entre favorecer la gradualidad y la continuidad o impulsar el cambio audaz, entre la posibilidad de planificar el futuro o tan solo gestionar la incertidumbre, incluso entre fomentar la velocidad o defender la lentitud.
No hay duda de que el desarrollo del capitalismo globalizado y el imparable adelanto tecnológico han acelerado enormemente el ritmo de la vida económica y social, llevándola a extremos en que la inmediatez y la interconectividad permanente generan crecientes niveles de estrés psicológico y social. Son muchos los flujos productivos que se desarrollan de forma continua en tres turnos horarios a nivel planetario. Son ritmos que afectan la vida laboral, los transportes, las comunicaciones, el ocio y la vida familiar. Necesitamos de tiempo como necesitamos de dinero para poder sobrevivir. Ya que no podemos crearlo, al menos deberíamos defender el que se nos otorgó…
Y ahí es donde hacen su aparición los conocidos y tan dañinos “time waster”, los malgastadores de tiempo. La sociedad nos roba tiempo de nuestras vidas en las colas, en el transporte, en las reuniones, y nosotros también lo malgastamos; por ejemplo, obnubilados por las pantallas. Es más, colaboramos robándoselo a los demás. ¿Qué es la impuntualidad sino una apropiación del tiempo ajeno?
Hay en nuestro entorno una desvalorización cultural del tiempo, en la que se nos va la vida. Nos demoramos años en implementar decisiones que atañen a la vida económica del país, nos demoramos meses en tomar decisiones respecto de la oportunidad de una inversión extranjera, nos demoramos días en liquidar un trámite, nos demoramos horas en terminar una reunión inútil o en vender un muslo de pollo.
No se trata de elogiar la velocidad por sí misma, ni la aceleración descontrolada de la vida. Sin duda hay muchas actividades que deben realizarse pausadamente; aprecio los valores de la lentitud. No se puede disfrutar de una obra de arte a toda velocidad, ni de un paisaje, ni de una amistad, ni de un amor. Pero no podemos dejar que se nos vayan las horas de nuestra vida inadvertidamente, así como debemos respetar también el tiempo ajeno.
La ciudad y el tiempo
Al ser un recurso tan valioso como escaso, el ahorro y buen uso del tiempo es cada vez más importante en las ciudades por razones tanto sociales como económicas. Un uso adecuado puede mejorar la calidad de vida de las personas en la medida en que pueden decidir qué hacer con él, reducir el nivel de estrés y ansiedad y dedicarlo a lo que realmente les interesa, sea lo que sea.
Por otra parte, el ahorro de tiempo puede fomentar el desarrollo económico: más eficiencia atrae sin duda más inversión, crea empleos y riqueza. Tenemos una dura experiencia en ese sentido. La extrema gradualidad y las “pausas sin prisa” que han dominado la reforma económica están haciéndonos pagar un alto precio.
Los tiempos de la “Actualización económica” se han gestionado mal, tanto en el sentido de la secuencia (qué primero y qué después), como en el de la oportunidad (“para luego es tarde”). Y todavía no son pocos los negocios que se pierden por demoras en las negociaciones, los controles, los permisos, las autorizaciones, etc.
El ordenamiento del territorio y el urbanismo pueden incidir positiva o negativamente en la gestión del tiempo en las ciudades. Sus administraciones pueden desarrollar estrategias al menos en dos sentidos: la reducción del tiempo perdido en el desplazamiento de las personas, y la del tiempo perdido en actividades improductivas e insatisfactorias, como las colas, mejorando la eficiencia en los servicios.
Existen diversas vías para mejorar la eficiencia del transporte: en primer lugar, invertir más en transporte público que en el privado, dedicar carriles a autobuses para reducir tiempos de viaje, fomentar el transporte activo (el caminar, el ciclismo) proporcionando infraestructura segura y conveniente para los peatones (aceras, arbolado, iluminación…) y para los ciclistas (carriles para bicicletas, estacionamientos adecuados…).
Además, pueden utilizarse técnicas de gestión del tráfico como la sincronización de semáforos y el control dinámico de carriles para optimizar el flujo del tráfico y reducir los tiempos de viaje. El uso de tecnología inteligente como la información de tráfico en tiempo real para evitar rutas congestionadas, aplicaciones de uso compartido de viajes y sistemas de transporte inteligente pueden ayudar igualmente. Un buen ejemplo de ello lo constituyen los programas informáticos introducidos en La Habana (MW Urbanos y MW Ruteros) para ubicar la situación de los autobuses en circulación por GPS y facilitar la vida de los pasajeros evitándoles tiempos de espera innecesarios.
Una distribución equilibrada y desconcentrada de los servicios primarios en el territorio es otro importante factor que puede ahorrar grandes volúmenes de tiempo perdido.
Poder encontrar en radios peatonales los servicios cotidianos evita recorridos innecesarios al centro de la ciudad. No es otra la filosofía que sustenta las supermanzanas o la que defiende la ciudad de los 15 minutos o la ciudad de proximidad.
Parece evidente que no consume el mismo tiempo (ni la misma energía) un camión que lleva de una vez mil botellas a un punto de distribución local, que mil familias yendo a buscar cada una su botella al almacén central.
No son otras las razones por las cuales se defiende el concepto de la ciudad densa. Cuando un funcionario decide que una nueva comunidad de mil viviendas se edificará en la periferia de la ciudad, está condenando implícitamente a mil familias a perder miles de horas de su vida en trayectos evitables hacia el trabajo o los servicios, de la periferia al centro y de este a la periferia.
Es un castigo para las familias habaneras que viven en barrios alejados como Alamar, San Agustín o el Cotorro. Al ubicar las actividades residenciales, comerciales, productivas y recreativas en estrecha proximidad, en radios peatonales, las personas pueden reducir el tiempo que pasan viajando, mejorar la eficiencia general del sistema de transporte y su calidad de vida.
Las políticas de tiempo
Desde hace algún tiempo vienen desarrollándose, junto a las políticas espaciales, unas llamadas políticas de tiempo.
Iniciadas en los años 80/90 por feministas italianas, se basan en la idea de que las políticas públicas deben ir en la dirección de facilitar la gestión personal y colectiva de la vida cotidiana. Se fundamentan en el reconocimiento de que, junto a los tiempos productivos, hay unos tiempos reproductivos (de cuidados familiares y de tareas domésticas) que son asumidos sobre todo por mujeres y que cubren las carencias de las políticas sociales.
Cambios como el crecimiento del empleo en los servicios a costa de la industria, el incremento del empleo femenino, el envejecimiento de la población, han puesto en crisis la tradicional organización social del tiempo. Demuestran, además, que la distribución del tiempo y su disponibilidad es muy desigual entre los grupos sociales, en particular entre géneros.
El tiempo ha sido el pariente pobre de las reflexiones sobre el funcionamiento de las ciudades. Muchas veces queda implícito o escondido en las políticas públicas. Las políticas temporales urbanas deben abordar las relaciones que se establecen entre el uso individual del tiempo y los horarios públicos.
La organización del uso del tiempo es una construcción social que evoluciona históricamente. El tiempo medieval rural, regido por el campanario, es distinto del tiempo urbano industrial y del actual tiempo “global”. Las vacaciones anuales, los fines de semana, la jornada de 8 horas son conquistas sociales todavía en cuestión y evolución.
Una ciudad consciente del tiempo debe saber gestionar y regular los ritmos urbanos. Son múltiples los aspectos en los que hay que investigar y en los que se puede incidir:
- La flexibilización y el ajuste de horarios laborales, comerciales y de servicios.
- La optimización del transporte urbano y la promoción del transporte activo (no motorizado).
- La optimización de las localizaciones en el ordenamiento territorial defendiendo la ciudad densa, diversa y cercana.
- La mejora de la información y la comunicación a la población para que pueda disponer mejor de su tiempo.
- El incremento de la informatización de los servicios públicos, el buen funcionamiento del portal de trámites, la atención telefónica de calidad.
- La venta en línea y el servicio a domicilio.
- El fomento del trabajo a distancia y la evaluación por resultados y no por horas de asistencia.
- La investigación del uso de fondo de tiempo de cuidados y cómo optimizarlo o disminuirlo con políticas públicas adecuadas.
Cada vez son más las ciudades que se preocupan y ocupan de la gestión del tiempo. Son múltiples las iniciativas internacionales como las de la reforma horaria, el pacto del tiempo y diversas investigaciones y foros sobre el asunto.
Ahorrar tiempo es, finalmente, tan importante o más que ahorrar dinero o energía. La riqueza o los bienes materiales y la energía pueden producirse; el tiempo solo se puede ahorrar. Aprendamos a defender y exigir el derecho al tiempo, tanto el propio como el ajeno. Por ahí se abre una vía de mejora de la calidad de vida que vale la pena recorrer. ¡Guerra a las colas!