Desde que no vivo en Cuba, armar un concepto propio de mi identidad ha sido motivo de introspección para mí. Mi mirada, incluso en la forma de observar y fotografiar, se ha moldeado por esta búsqueda, en sociedades que son a la vez diversas y globalizadas.
A pesar de mi condición de inmigrante, no me he sentido ajeno en Argentina, mi hogar desde hace más de una década. La asimilación ha enriquecido la amalgama de experiencias, valores, creencias y tradiciones que definen quiénes somos. Por otro lado, mi ser cubano es la columna vertebral de mi identidad, incluso a miles de kilómetros de distancia. Sigue marcándome “la maldita circunstancia del agua por todas partes”.
Cuando nos alejamos del país de origen y nos insertamos en otra dinámica social, nuestra identidad se refuerza. La noción de pertenencia a un territorio geográfico específico y lejano, en este caso, Cuba, es constante.
Aun cuando haya quien reniegue de dónde viene, la raíz permanece, moldea la forma en que nos percibimos nosotros mismos y la forma en que percibimos a los demás.
Párrafos de un ensayo de Reinaldo Arenas (Holguín, 1943 – Nueva York, 1990) se volvieron virales hace poco entre cubanos de Facebook. El texto, escrito en los inicios de los 80, poco después de que Arenas se exiliara en Estados Unidos, es parte de su libro Necesidad de Libertad (1986), una recopilación de artículos, conferencias, poemas, documentos, fragmentos de discursos, cartas y fotografías.
Sus palabras dan una perspectiva íntima y única sobre la esencia de lo cubano.
Para mí, lo cubano dista mucho de ser una abigarrada descripción monumental y barroca, al estilo de Alejo Carpentier. Para mí lo cubano es la intemperie, lo tenue, lo leve, lo ingrávido, lo desamparado, desgarrado, desolado y cambiante. El arbusto, no el árbol; la arboleda, no el bosque; el monte, no la selva. La sabana que se difumina y repliega sobre sus propios temblores.
Lo cubano es un rumor o un grito, no un coro ni un torrente. Lo cubano es una yagua pudriéndose al sol, una piedra a la intemperie, un matiz, un aleteo al oscurecer. Nunca una inmensa catedral barroca que jamás hemos tenido. Lo cubano es lo que ondula.
Más que un estilo, lo cubano es un ritmo. Nuestra constante es la brisa. Más fuerte al atardecer, casi inmóvil al mediodía, anhelosa y gimiente en la madrugada. De ahí que la novelística cubana no esté escrita en capítulos, sino en rachas; no sea algo que se extiende, sino que ondula, vuelve, se repliega, bate, ya con más furia, ya más lentamente, circular, rítmica, reiterativa, sobre un punto. Así, si de alguna ‘teluricidad’ podemos hablar, es de una ‘teluricidad’ marina y aérea… Nuestra selva es el mar.
A través de sus imágenes evocadoras, Arenas cautiva y abre las puertas a pensar en la identidad, siempre en construcción.
Mientras, recorro con la vista rincones de Cuba y las instantáneas que he tomado de su vibrante cotidianidad se vuelven un espejo.
Ud será cada día más argentino que cubano, a pesar de su nostalgia. Completamente normal.