Con el estelar Mijaín López alentando y dando indicaciones desde la grada del Centro de Entrenamiento Olímpico, los grequistas cubanos cerraron a todo tren el paso de la lucha por los Juegos Panamericanos de Santiago de Chile, donde alcanzaron ocho coronas y 16 medallas en total, botín superior al de las dos últimas citas multideportivas continentales en Lima y Toronto.
En 2019, los antillanos sacaron cinco títulos de los colchones del coliseo Miguel Grau, en la capital peruana, mientras en el gélido Hershey Centre de Mississauga terminaron con cuatro cetros. Ahora, en la urbe austral, dieron un salto cualitativo justo cuando más lo necesitaba la delegación para despegarse de Colombia y asentarse en la quinta posición del medallero general, lo mejor que podemos conseguir en el contexto actual del deporte cubano.
Este despunte ubica a la lucha como la máxima fuente de preseas doradas para Cuba en los Panamericanos de 2023, algo que también ocurrió hace algunos meses en los Juegos Centroamericanos y del Caribe de San Salvador, donde los grequistas subieron 15 veces a lo más alto del podio. Además, no podemos olvidar que en Tokio 2020 lograron dos coronas olímpicas con Mijaín y Luis Alberto Orta como protagonistas.
Ninguna otra disciplina ha conseguido una línea de rendimiento tan estable durante los últimos años en todo el movimiento deportivo cubano, que precisamente tiene a la lucha como su principal apuesta de cara a París 2024. Los nombres de Orta, Mijaín, Gabriel Rosillo, Milaymis de la Caridad Marín u Oscar Pino (en caso de que Mijaín no esté) aparecen entre los candidatos para subir al podio en el concierto bajo los cinco aros, sin descontar algún eléctrico que pueda aparecer en el camino.
Pero al margen de sus estrellas individuales, lo mejor de la lucha es la fortaleza de sus equipos, que han logrado el nivel necesario para competir en cualquier escenario. Con un sistema de preparación muy valorado en la arena internacional, los especialistas cubanos son punto fijo en certámenes europeos y algunos se han insertado en circuitos profesionales, dos detalles fundamentales para el crecimiento cualitativo de los atletas.
El permanente fogueo en competencias de calibre mundial, la posibilidad de entrenar con luchadores de máximo nivel, el intercambio con preparadores de otras naciones y el trabajo sistemático que se realiza en Cuba desde categorías menores han sido algunos de los aspectos que han contribuido al desarrollo y estabilidad de la disciplina, incluso, en medio de la precariedad que rodea al deporte antillano en la actualidad.
Los Juegos Panamericanos de Santiago de Chile han sido una nueva evidencia de esa fortaleza colectiva: 16 de los 18 representantes cubanos subieron al podio, 12 llegaron a finales y ocho ganaron la medalla de oro. Por la cantidad de títulos, no veíamos una actuación como esta desde Guadalajara 2011, cuando se consiguieron nueve coronas, seis de ellas a la cuenta de los grequistas.
Ahora el botín estuvo mucho más repartido, con dos cetros del estilo libre, cuatro de la grecorromana y dos de las mujeres, que lograron su mejor desempeño, pues también sumaron par de platas y un bronce. Este, sin dudas, es el rendimiento más balanceado de Cuba en la historia de la lucha en Juegos Panamericanos.
El camino dorado lo abrió el librista Yurieski Torreblanca, hijo ilustre de Isla de la Juventud, quien repitió su corona de Lima 2019. El antillano permitió solo un punto en cuatro combates, algo muy significativo en el estilo clásico, y plantó la bandera cubana en lo más alto.
Poco después, Yusneylis Guzmán entró en los libros de récords al ganar la medalla de oro número 100 de la lucha cubana en la historia de los Juegos Panamericanos. “La Chiqui” fue un martirio en los colchones del Centro de Entrenamiento Olímpico de Santiago, donde superó a tres de sus cinco rivales. De esta forma, se convirtió en la tercera mujer de la isla que escala a lo más alto del podio en citas multideportivas continentales tras Katherine Videaux y Lisset Echevarría, monarcas en Guadalajara.
El título de Guzmán ubicó a la lucha en el exclusivo grupo de cuatro deportes con al menos 100 preseas doradas para Cuba en la historia de los Juegos Panamericanos, integrado únicamente por las pesas, el atletismo y el boxeo.
Las victorias de Torreblanca y “La Chiqui” fueron el impulso definitivo para la disciplina, que después vio escalar hasta la cima a Alejandro “Calabaza” Valdés, Milaimys de la Caridad Marín, Daniel Gregorich, Gabriel Rosillo, Luis Alberto Orta y Oscar Pino.
Los últimos cuatro triunfos de los grequistas tuvieron ribetes épicos, porque sirvieron para darle a Cuba el primer puesto de la lucha en Santiago de Chile. Este sábado, la armada antillana arrancó la jornada final con cuatro cetros, tres por detrás de Estados Unidos, por lo que estaban obligados a ganar cada una de las cuatro finales restantes para dominar el medallero por primera vez desde la cita de Guadalajara 2011.
La remontada precisaba perfección y justo eso fue lo que lograron Gregorich, Rosillo, Orta y Pino, quienes controlaron sin grandes dificultades la mayoría de sus combates, con un espectacular balance de nueve éxitos por superioridad.
“Hacía falta una actuación como esta para levantar a Cuba en el medallero. Nos enorgullece lo hecho, aunque siempre queremos más”, dijo a JIT Raúl Trujillo, jefe de entrenadores del equipo nacional. En sus palabras, además del habitual compromiso, se percibe hambre, ambición, dos cosas que no les han faltado a los atletas cubanos en los colchones.
Gracias a esa mentalidad han subido de nivel y se han colocado en la punta de la delegación cubana, que afortunadamente ha encontrado un nuevo buque insignia para sus retos en citas multideportivas tras el bajón considerable del boxeo en los dos últimos años.
Los pugilistas conquistaron cuatro coronas en los Juegos Olímpicos de Tokio, pero después han visto cómo se ha esfumado una parte importante de su potencial, atraídos por la idea de probarse en el profesionalismo. La lista de nombres de primera categoría que ya no figuran en las filas del boxeo cubano es alarmante, al punto que París 2024 puede convertirse en una pesadilla si los clásicos Julio César la Cruz, Arlen López, Lázaro Álvarez y Roniel Iglesias no llegan en plenitud de facultades.
El panorama de la lucha luce diferente, en parte porque han logrado estabilidad en sus equipos. Es cierto que perdieron a un extraclase como Ismael Borrero (abandonó una delegación en México) y que otros atletas y entrenadores también han salido a buscar nuevos horizontes, pero en la mayoría de esos casos estaban “bloqueados” por peleadores de mayor nivel en la selección nacional, donde todavía prevalece una competencia feroz a pesar de las bajas.
Esto, en gran medida, se debe al estricto proceso de detección de talentos y su desarrollo desde la base, lo cual ha dotado a la lucha de una reserva capaz de ascender por el sistema hasta llega a la selección nacional para pelear con los titulares. Si mantienen la línea y las autoridades deportivas del país enfocan correctamente sus inversiones hacia un deporte con perspectivas de crecimiento, tal vez nadie les pueda quitar en el futuro la etiqueta de buque insignia.