Seguramente también les ha pasado a ustedes. Ya sea en un ómnibus, un tren o un barco, en el asiento contiguo se arrellana un ser locuaz. No va a servir de nada una manifiesta indiferencia (mirar por la ventana melancólicamente o abrir un libro de entomología no son recursos efectivos), para impedir que se eche varias horas pontificando sobre esto o aquello, que cuente pasajes escabrosos de su vida o exalte, con lujo de detalles, su progenie. Son los llamados amigos de paso, a quienes por una jornada nos unirá un destino común —con sus riesgos inmanentes—, quien nos promete y a quien prometemos vernos en un futuro próximo; aunque ambos estamos convencidos de que nuestra intensa relación verbal terminará apenas pongamos un pie en el punto de destino.
Recientemente me ocurrió en un viaje a Pinar del Río, a donde me dirigía en unión de otros escritores para participar en diversas conferencias y lecturas. Mi compañero de asiento, Maikel Rodríguez Calviño (Sancti Spíritus, 1981), es narrador, crítico de arte e ilustrador, Licenciado y Máster en Historia del Arte por la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana, el mismo lugar en el que estudié varias —¿muchas?— décadas atrás.
Él tenía deseos de hablar. Y yo… también. De modo que fui para él ese prójimo parlero y ocasional, y él lo fue para mí. Tácitamente decidimos eludir cualquier referencia a “la cosa”, que es como en nuestro país llamamos al complejo y agónico entramado de la existencia colectiva. Así es que saltando de tema en tema, comprobando afinidades e incompatibilidades estéticas mientras el ómnibus devoraba los kilómetros, fuimos a dar al arte religioso y alegórico cubanos de la colonia, materia en la que él es un especialista y yo, un eterno interesado.
Lo que trascribo es la síntesis de lo conversado en esos días, pues nuestra charla se extendió al restaurante, los patios coloniales de la ciudad, alguna heladería y las antesalas de las actividades en que participaríamos. Los colegas, que no entendían de qué hablábamos, nos miraban extrañados, pues esa zona casi innombrada del arte cubano resurgía en las pláticas sin previo aviso, continuación de intercambios precedentes.
Al poco tiempo de iniciado el diálogo, emergió, como convidado de piedra y protagonista principal, José Nicolás de Escalera, pintor “hispano-cubano” del siglo XVIII, cuyos aniversarios 290 de nacimiento (octubre) y 220 de muerte se conmemoran este año. Interrogado sobre su relación con el artista, Maikel nos dijo:
“Mi vínculo con Escalera nació cuando cursaba el tercer año de Historia del Arte en la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana. Llegó el momento en que debí seleccionar un tema a desarrollar para el Trabajo de Diploma con el que aspiraría a la Licenciatura y, francamente, no sabía cuál escoger. Casi todos mis compañeros de aula se decantaban por expresiones del arte contemporáneo, pero no me interesaba mucho lo contemporáneo. Siempre he tirado más a la Antigüedad, el Medioevo y el Renacimiento.
Por aquel entonces leí la novela El Código Da Vinci, de Dan Brown, y quise ser especialista en simbología, como Robert Langdon, su protagonista. Desafortunadamente, no encontré ningún centro de altos estudios que ofreciera, al menos, una asignatura optativa al respecto. Por suerte, gracias a una profesora, conocí a Delia María López Campistrous, quien trabajaba como especialista del Departamento de Registro del Museo Nacional de Bellas Artes. Hoy, entre otros cargos, se desempeña como Subdirectora Técnica del Museo.
Delia me comentó que en el Banco de Problemas de la institución figuraba el interés por escribir una tesis sobre José Nicolás de Escalera. Ello me obligaría a estudiar iconografía religiosa católica, a fin de intervenir la obra del pintor. Sería como matar dos pájaros de un tiro. No dudé en aceptar la propuesta. Delia se convirtió en mi tutora; el consultante fue el curador Abelardo Mena.
Logramos localizar unas cincuenta obras de Escalera conservadas en colecciones dentro y fuera de Cuba. Escogimos las de temática religiosa, pues José Nicolás también hizo retratos eclesiásticos y profanos. Luego nos dimos a la tarea de revisitar toda la fortuna crítica que se hubiese publicado al respecto y a revalorizar la figura de Escalera como un pintor habanero del siglo XVIII.
La tesis incluyó varios anexos, entre ellos uno con análisis iconográficos de las pinturas seleccionadas. También cuenta con un capítulo centrado en la deconstrucción iconográfica del Altar Mayor de Santa María del Rosario. Nunca antes se había efectuado un análisis similar dentro de la historiografía del arte cubano. Ese fue el primer artículo que publiqué. Lo di a conocer en las páginas de la revista Palabra Nueva.
Escribir la tesis implicó una labor ardua y minuciosa. Inconvenientes no faltaron. A nivel institucional no se comprendía muy bien que un estudiante centrara su trabajo de diploma en el arte religioso católico, tema que, a pesar de su importancia dentro de la pintura colonial, a veces ha sido relegado u olvidado por los investigadores.
Cuando Delia y yo nos acercábamos a las iglesias para revisar en sus colecciones, muchas veces nos miraban con recelo o sencillamente no nos permitían entrar. Para consultar los archivos de Santa María del Rosario tuvimos que solicitar una carta del Arzobispado. No recuerdo si fue el propio Cardenal quien la firmó. El único libro sobre iconografía religiosa que pude encontrar estaba en la biblioteca del antiguo Seminario de San Carlos y San Ambrosio, y allí lo leí de una punta a la otra. Poco acceso a Internet, escasa información.
Hoy las cosas son diferentes y, por fortuna, la temática es retomada por estudiantes de la Facultad o abordaba por investigadores de relevancia en diversas provincias del país.
Sin embargo, aún nos debemos una historia del arte católico en Cuba. Con respecto a la nota que obtuve, mejor ni te cuento. Esa ha sido una de las experiencias más tristes y aleccionadoras de mi vida profesional. Igual, lo importante es que la tesis se escribió y ahí está, esperando a ser publicada en algún momento.
Se dice que Escalera es un artista que puede ser ubicado dentro del barroco español. ¿No es una contradicción si tenemos en cuenta que nació en La Habana? Y, en todo caso, lo que se practicaba en Cuba era una suerte de barroco tardío.
La oponencia de mi Trabajo de Diploma estuvo a cargo de la Doctora Luz Merino Acosta, fallecida hace poco. Precisamente su segunda pregunta tenía que ver con la posibilidad de incluir a Escalera dentro del barroco hispanoamericano.
Se necesitaría una tesis doctoral para responder eso, pero, en mi opinión, es posible por dos motivos. El primero es más geográfico que estético: Escalera vivió en La Habana, pero nació y murió, fue bautizado y enterrado como español. En segundo lugar, el barroco es usualmente considerado uno de los primeros estilos en internacionalizarse. Hay un barroco italiano, uno francés, uno holandés, uno español… En cada región europea fue adaptado a las necesidades del contexto. En los Países Bajos, de tradición protestante, se prohibió la representación de escenas religiosas, y los artistas centraron su interés en la vida cotidiana; en España se embebió del patetismo y el misticismo propios del país. ¿Por qué no habría de existir uno hispanoamericano?
En las colonias españolas de ultramar terminaría incorporando mano de obra indígena que, en un proceso de sincretismo, integraría símbolos nativos a los programas iconográficos importados desde la metrópoli. El Barroco es, en conjunto, muy heterogéneo, y su vertiente hispanoamericana sería una más dentro de esa diversidad.
Luego, si comparas la obra de Escalera con la pintura religiosa sevillana que le fue contemporánea, y con las obras de pintores virreinales como José de Páez y Miguel Cabrera, encontrarás muchos puntos en común, fundamentados tanto en la manera de trabajar como en los programas iconográficos a reproducir.
Si alguna “libertad” tuvo fue en el uso del color. Los pintores en el siglo XVIII cubano trabajaban la mayoría de las veces tomando como referencia grabados en blanco y negro traídos desde España. Por consiguiente, seleccionaban tonos cromáticos embebidos por la luminosidad tropical. Investigadores como Rafael Marquina y Marta Castro han visto en ese uso del color uno de los primeros indicios de un criollismo en nuestra pintura.
Es opinión extendida que la pintura colonial cubana carece de interés, sobre todo si se compara con la producida en los virreinatos de Nueva España, Nueva Granada y Perú. ¿Qué piensas de esto?
Realmente la pintura colonial cubana de temática religiosa no alcanzó el nivel de producción que lograron las escuelas virreinales del continente americano, pero no debe ser motivo para valorarla desde posturas superficiales o desinformadas.
Para abordar con justicia la obra de nuestros pintores en los siglos XVII y XVIII, y la de Escalera en particular, es necesario analizarlas en su contexto. En primer lugar, esos pintores no eran artistas —al menos tal y como manejamos el concepto de artista en la actualidad— sino artesanos, con la misma posición social que un zapatero, un calafatero, un platero, un ebanista o un fundidor. La gran mayoría —para no pecar de absoluto— debió desarrollar sus habilidades de forma empírica o aprendiendo los rudimentos en conventos y monasterios.
Trabajaban por encargo, al servicio de órdenes religiosas y comitentes privados que necesitaran pinturas con fines votivos, catequéticos, litúrgicos o decorativos. Se supeditaban a programas iconográficos preestablecidos, pues de ello dependía que las obras transmitiesen con claridad los misterios de la fe y cumplieran sus objetivos, y respondían a un rígido sistema de producción gremial que regulaba el trabajo. Más que en el acabado estético, se concentraban en la funcionalidad del resultado. Si las obras cumplían con los requisitos iconográficos necesarios, podían utilizarse. Las libertades estaban prohibidas; la pintura no era un vehículo para que el artista ofreciese su visión del mundo, manifestara su creatividad o expresara sus sentimientos.
El propio Escalera ha sido víctima de acercamientos a su obra desde el paradigma pictórico moderno. Por ejemplo, Mañach lo consideró un pintor mediocre y sentimentaloide, aunque después intentó defenderlo un poquito; y Gómez Sicre vio en él a un simple copista de limitado interés plástico, gamas invariables y composiciones amaneradas. Muchos críticos le han “pedido” a Escalera cosas que no estaba en condiciones de dar.
Otros estudiosos lo han tratado con herramientas más adecuadas. Jorge R. Bermúdez y Olga López Núñez han contribuido en gran medida a recolocarlo en el lugar que supo ganarse.
Uno de los objetivos de mi tesis fue, precisamente, demostrar que José Nicolás llegó a convertirse en el mejor pintor que pudo ser. Aún tenemos una deuda con él. Como decías al inicio de la conversación, en octubre cumple 290 años de nacido, y en julio, 220 de fallecido. Esta conversación, si la publicas, quizá ayude a desempolvarlo un poquito. Ojalá el Museo Nacional de Bellas Artes organice una muestra-homenaje, aunque sea pequeña. La verdad es que se lo merece.
Alrededor de Nicolás de Escalera hay varios misterios. Dime tu opinión sobre estos tópicos: ¿Era de piel negra?
Durante mucho tiempo se ha discutido sobre la “raza” de Escalera. El debate está sedimentado en la creencia de que el oficio de pintor en el periodo colonial era desempeñado preferentemente por negros y mulatos libertos.
Escalera nació blanco, tal y como demuestra su partida de nacimiento, conservada en el Libro Noveno de Bautizos para Blancos, que se conserva en los archivos de la Catedral de La Habana. A su vez, la partida de enterramiento fue incluida en el Libro Cuarto de Entierros de Españoles, conservado en el archivo de la Iglesia del Santo Ángel Custodio.
Cabe la posibilidad de que hubiese comprado la raza. No creo que contara con el capital para hacerlo. Igual, en la época, cuando era recogido el nombre de alguien pardo o negro en algún documento, era norma especificar raza y condición de esclavo o liberto. En ninguno de los documentos relativos a Escalera que pude consultar aparecen aclaraciones así.
¿Fue un clérigo de la orden de los dominicos?
Con respecto a si fue o no fraile, en su testamento pidió que lo enterraran con el hábito dominico junto a sus padres, frente al altar de san Juan Nepomuceno del Convento de Santo Domingo de Guzmán. Lo más probable es que fuese miembro de la Tercera Orden de Santo Domingo, rama laical de los Hermanos Predicadores.
¿Tuvo formación académica como pintor?
Falleció catorce años antes de que se fundara la Academia de San Alejandro. ¿Dónde aprendió a pintar? Buena pregunta. Debió aprender los rudimentos en un convento o en una escuela pública; posteriormente se incorporó como aprendiz al taller de algún pintor con mayor experiencia y más tarde se desenvolvió por su cuenta, viendo tanto arte como le fue posible, perfeccionando poco a poco la técnica, abriéndose camino en un entorno donde se necesitaban más y más pinturas para las instituciones religiosas. Producirlas aquí costaba mucho menos que importarlas. Talento tenía, sin lugar a duda.
Tenía entendido que no existen retratos de él; sin embargo, en Wikipedia se publica uno que aparece en una de las pechinas de la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario, la titulada “Santo Domingo y la Noble Familia de Casa Bayona”, obra célebre, entre otras razones, porque en ella se muestra por primera vez al negro “en una posición privilegiada” en la pintura cubana. ¿Crees que sea falsamente atribuida —no la obra sino la relación de esa imagen con su persona?
Escalera trabajó para varias instituciones religiosas, entre ellas el Convento de San Francisco, para el que ejecutó una Nuestra Señora de los Ángeles, y para la Iglesia de la Candelaria, en Guanabacoa, cuyos altares de San Blas y San Antonio incluyen cuatro piezas, dos de ellas atribuidas. Hacia 1766 recibió el que considero su mayor encargo: ejecutar quince lienzos a incluirse en el crucero, el Altar Mayor y los altares laterales del Calvario y de San José en Santa María del Rosario, iglesia construida bajo el ojo avizor de Francisco José Chacón, Segundo Conde de Casa Bayona, sobrino y heredero de José de Bayona y Chacón, el Primer Conde.
Las obras de Escalera glorifican la historia de la familia, rinden cuenta de su profunda religiosidad y recuerdan pasajes de la vida de don José. Las pechinas del crucero se centran en la figura de santo Domingo de Guzmán; entre ellas destaca la escena en que la Virgen le entrega al padre fundador el rosario como herramienta para combatir la herejía. La pechina a la que haces referencia es un retrato de la familia de Casa Bayona, con Santo Domingo incluido. En primer plano aparece un hombre negro. Se ha dicho que es la primera representación de alguien negro o esclavo en la pintura cubana y, hasta donde se sabe, lo es; aunque es posible que otros pintores, incluso Escalera, muy bien pudieron incluir individuos de igual condición en obras anteriores, lamentablemente perdidas.
Pero ese personaje no es José Nicolás, sino un esclavo del Primer Conde, que padecía de enfermedades en la piel. El sirviente halló alivio en los manantiales de aguas sulfurosas ubicados en las inmediaciones de Santa María del Rosario, y luego se lo contó a su amo, aquejado por la gota, quien habría de bañarse en las mismas aguas.
Según se cuenta, el remedio surtió efecto. Por consiguiente, cuando el Segundo Conde encargó los lienzos, debió de ordenar que, a modo de agradecimiento, el esclavo apareciese en el retrato familiar. El tema de la sanación corporal también está presente en el Altar Mayor mediante una representación de San Rafael Arcángel, el Médico Divino. Eso y mucho más tuvo en cuenta Escalera a la hora de trabajar. El mero hecho de que fuese seleccionado para ejecutar un encargo tan significativo y el complejo entramado iconográfico que conforman las quince pinturas, dan cuenta del prestigio que gozaba entre sus colegas. El empleo de las aguas cobraría nuevos bríos cuando, en 1830, se creó en el lugar el primer balneario de Cuba con fines terapéuticos.
Me has dicho, no sé si en broma, que de Escalera es nuestro primer diseñador de moda. ¿En qué te basas?
No fue tanto diseñador de modas como diseñador de vestuario. Él asumió la responsabilidad de diseñar el uniforme a utilizar por las tropas del Ejército Español afincadas en Cuba tras la visita de inspección que en 1793 efectuó Alejandro O’Reilly. Los bocetos se conservan en el Archivo de Indias, en Sevilla.
También hay constancia de que participó en la tasación de pinturas, lo cual pone de relieve su prestigio como pintor.
¿Qué lugar le concedes a Nicolás de Escalera dentro del grupo de pintores de la colonia en Cuba? Estoy pensando en Miguel Merelo, Vicente Escobar, Víctor Patricio de Landaluze, Guillermo Collazo, José Joaquín Tejada, Esteban Chartrand, Jean-Baptiste Vermay…
Teniendo en cuenta la calidad de su trabajo y los encargos que recibió, Escalera ocupa un lugar significativo en la pintura colonial cubana. Piezas como “La Santísima Trinidad” y “La Divina Pastora”, exhibidas hoy de forma permanente en el Museo Nacional de Bellas Artes, evidencian la destreza técnica que alcanzó y el respeto que demostró hacia los programas iconográficos trabajados. Para un hombre que seguramente aprendió a pintar casi por su cuenta y no tuvo formación académica ninguna, lograr cuanto pudo es, cuando menos, encomiable.
Luego vendrían otros mejor preparados, deudores del academicismo neoclasicista defendido en las aulas de San Alejandro, pero él supo agenciarse muy bien el oficio que desempeñaría durante toda su vida. No fue, tampoco, el único. Pintores como Juan del Río también ejecutaron óleos de calidad. Por desgracia, actualmente contamos con pocas piezas de las tantas que debieron producirse. La quema de obras que el Obispo de Espada ordenó para “purificar” las iglesias de pinturas deficientes o mal ejecutadas impidió que hoy conozcamos más sobre nuestra pintura colonial de temática religiosa.
¿No te parece Nicolás de Escalera un personaje novelable?
Mucho. Su vida fue una gran aventura. ¿En qué momento decidió convertirse en pintor? ¿Quiénes fueron sus maestros? ¿De joven se subía a las embarcaciones atracadas en el puerto para estudiar los óleos sobre tela que eran transportados hacia Cartagena o Portobelo? ¿Qué emociones experimentó durante la toma de La Habana por los ingleses? Las obras que se conservan en el Museo Arquidiocesano y la Catedral de Santiago de Cuba, ¿fueron ejecutadas allí o hechas en la capital y luego enviadas hacia el oriente del país? ¿Estuvo Escalera en Santiago? ¿Por qué participó en la protesta que siete pintores habaneros protagonizaron en 1770? ¿Tuvo su propio taller? ¿Por qué nunca contrajo matrimonio? ¿Se enamoró alguna vez? Si revisamos el testamento, las interrogantes aumentan… Todas esas preguntas quisiera contestarlas en una novela que escribiré cuando esté preparado. Y cuando Escalera me lo pida. Ya me estoy entrenado.
De regreso a La Habana Maikel y yo continuamos conversando, y en las semanas posteriores, por teléfono. A que no adivinan sobre qué.