La semana pasada el poeta Alberto Sicilia estuvo más atareado que de costumbre. A sus labores cotidianas se le sumó la responsabilidad de atender los pormenores organizativos de la Primera Feria Internacional del Libro de Tampa, celebrada en Ybor City del 7 al 10 de marzo.
Esa feria representa de muchas maneras el espíritu de Ybor. En la segunda mitad del siglo XIX, Tampa era una oscura localidad en el mapa floridano hasta que en 1886 el empresario valenciano Vicente Martínez Ybor tuvo a bien hacer de la producción de habanos su modo de ser. Las factorías levantadas entonces no solo desplegaron una latinidad diversa compuesta por españoles e italianos, estos últimos procedentes —en lo fundamental— de un par de pueblitos sicilianos, sino también de otras nacionalidades. Fueron sumándose al melting pot hasta crear un verdadero emporio multicultural cuyas implicaciones llegan hasta el día de hoy.
De acuerdo con el testimonio de uno de sus fundadores, tabaquero él mismo, “casi al nacer Ybor City se hablaban aquí tres idiomas: inglés, español e italiano, y un dialecto, el siciliano. De los tres idiomas, el que menos se hablaba era el italiano. En las fábricas predominaba la lengua castellana en todos los departamentos y a todas horas”.
Y más adelante, escribe sobre el lector de tabaquería, a quien estuvo dedicada esta Feria: ”Los torcedores sicilianos, hombres activos y modestos, en poco tiempo aprendieron a exponer sus ideas en idioma español. Todos los días oían leer en lengua castellana y hablando con los tabaqueros cubanos muy pronto pudieron entenderse y confraternizar”.
Y lo hacían de manera muy natural en esos centros productivos y sociales donde coexistían anarquistas italianos, españoles integristas, cubanos independentistas, estadounidenses apolíticos, irlandeses republicanos, blancos, negros, metizos…
Su organizador, Alberto Sicilia (1966), reside en Estados Unidos desde 2013. Poeta, ensayista, asesor literario y promotor cultural, ha publicado los libros El camión verde (poesía), A favor de la roca (poesía), Viajando al sur (antología de poesía) y Miniatura con abismo (poesía), entre otros. Con él conversamos.
Acaba de cerrar sus puertas la I Feria Internacional del Libro de Tampa. ¿Por qué no se hizo antes? ¿Por qué deciden hacerla precisamente ahora?
Tengo mi propia explicación, pero puedo estar equivocado. Tampa es una ciudad con características muy especiales. Cuando alguien hace un esfuerzo en un proyecto sin estudiar a fondo la diversidad y sobre todo la historia de Tampa, no logra unir voluntades.
Uno de los mayores retos es ganarse a distintas generaciones y nacionalidades que conviven en el área de la bahía. En ese sentido aún tenemos trabajo por delante.
¿Quiénes intervinieron en la organización y apoyo al evento?
Creamos la compañía Tampa Lector Consortium para unir esfuerzos y fiscalizar el proceso. Es una compañía para crear y organizar eventos que funcionará, además, en la promoción y distribución de libros.
El patrocinio de mayor peso viene de amigos, algunas instituciones y sobre todo el trabajo de artistas y empresas de servicio, etc.
¿Qué es el Tampa Lector Consortium? ¿Cuáles son sus funciones? ¿Quiénes lo integran?
Es una compañía recién creada y tratará, además de lo mencionado, de fomentar espacios para los autores en universidades, escuelas de distintos niveles; pretende fundar para Tampa, que es una ciudad en crecimiento, una tradición que logre vincular la memoria histórica con la de las nuevas generaciones.
¿Cómo evaluarías esta primera Feria? Menciona sus logros y problemas.
La Feria fue un hecho, más allá de los debates de redes. Hay un mundo real que se construye con sacrificio, tomando decisiones al momento, trabajando con las manos, tocando puertas, cosas, corazones, un mundo que está por encima del ciberespacio.
Nos equivocamos muchas veces. El programa final no estuvo listo a tiempo porque llegaban a última hora nuevos escritores de todas partes del mundo con mucho entusiasmo, también personas que querían aportar aunque fueran $25 para sufragar gastos y para que la Feria fuera un éxito.
Algunos archivos del programa se trastocaron y al imprimirse no estaban debidamente actualizados. Menciono esto último por el síndrome de la sospecha, un animal que nos persigue más allá de los mares. El hecho real es que la comunidad y algunos de sus principales representantes vieron la luz tardíamente.
¿Cómo se comportó la participación internacional en esta primera experiencia?
Estuvo bien, aunque tuvimos algunos problemas de conexión, nos afectó el cambio de hora. Tuvimos autores de varios países de América y de Europa participando del programa virtual en la sala José Martí.
¿Por qué decidieron invitar a escritores de Cuba? ¿Qué aportaron al desarrollo de la Feria?
Nuestra idea era traer voces de la isla que pudieran discutir, en un espacio común, no virtual e intrascendente por volátil, el contenido de sus obras y que escucharan las del exilio.
Contrariamente a los rumores que han circulado, conversé con todas las casas editoriales y con la mayoría de los autores independientes y les comenté sobre los autores residentes en la isla que nos visitarían.
El hecho de que sobre algunos pesen condenas de conciencia, según criterio general —y me sumo a esa opinión—, es asunto de ellos, ya sabrán cómo asumirlo. Si algo he aprendido en los últimos años es a vivir dentro de las normas del respeto a la libre expresión.
Creo que fue un momento álgido de la historia del evento, pero enfatizo que no fue una feria de cubanos, sino una donde muchas naciones tuvieron sus voces y se respetó el criterio de cada cual.
Algo positivo saldrá de este debate porque convocamos a muchas personas que aman a Cuba y solo quieren un futuro mejor para sus hijos.