Natacha Díaz no necesita presentación. La carrera de la actriz ha abarcado tantas disciplinas que es imposible circunscribirla a un solo campo de la interpretación.
Reconocida por su talento y versatilidad tanto en el drama como en la comedia, Natacha, quien nació en La Habana el 25 de diciembre de 1949, es un referente del arte dramático en Cuba, y no de hoy.
Rostro inolvidable de grandes éxitos televisivos y figura principal de obras teatrales y películas, la intérprete, merecedora de la Distinción por la Cultura Nacional (1999) y del Premio Nacional de Televisión (2023), no oculta su emoción cuando habla de sus avatares en la profesión.
Su carisma, alegría y elocuencia compaginan con su rectitud, virtudes que la han hecho ganarse la admiración de un público que la recibe con cariño tanto en la piel de un personaje o simplemente como ella misma.
En entrevista con OnCuba, la Premio Actuar por la Obra de la Vida (2018) nos recibió en su casa y valoró su recorrido, cuyos desafíos no han sido pocos, además de enfatizar la felicidad que siente, a sus 75 años, por poder seguir actuando en series tan actuales como Calendario.
La música era lo que inicialmente le apasionaba. ¿No le fue bien?
Desde mi infancia tuve muchas influencias artísticas, pero lo que despertó mi interés por la actuación fue la versión cubana de la radionovela Cumbres Borrascosas (1968).
En aquella época mi esposo me había prohibido cantar o probar cualquier manifestación en la que pudiera destacarme, porque sentía miedo de que me le fuera; no podía cantarles ni a las amistades de mi abuela que iban a la casa.
Así fue hasta que un día le dije que me dejara ser actriz radial, porque en la radio no había que besarse ni interactuar cuerpo a cuerpo con otros actores, y fue entonces que pude incursionar en las radionovelas. Así empecé en este apasionante mundo de la radio. Posteriormente surge la oportunidad de formar parte del grupo de teatro TACYA, dirigido por Alden Knight y Eric Romay, lo cual me costó el divorcio.
Así fue como llegué a la actuación, movida por el capítulo final de Cumbres…
¿Para qué está menos preparada una actriz, para el éxito o para los momentos difíciles en la profesión?
Una actriz debe estar preparada para disfrutar de su vocación, perfeccionarla, hacerla crecer, pero sobre todo para servir al público. No hay nada que me satisfaga más que trabajar para la gente. El artista está para servir, para hacer que la gente ría, reflexione, llore, aplauda. Ese es nuestro mayor premio.
Para usted, una actriz polivalente que ha transitado por la radio, la televisión, el teatro y el cine, ¿cuál es el medio ideal?
El teatro es la fuente, la raíz y, como todos los medios, tiene sus características especiales. Los gestos son más exagerados, la proyección es diferente. Lo único que hago de más es la proyección de la voz, la gestualidad, pero a la hora de actuar, de interpretar, no le veo mayores dificultades.
En los escenarios me siento como en mi casa. El teatro es apasionante, lo que pasa es que a mí me gusta hacer teatro en grande, sin que nadie se me vaya a ofender.
Diría que, después del teatro, elijo la radio, porque te desarrolla mucho la imaginación. A la hora de crear, la imaginación es vital. Además, el fraseo, la articulación, la respiración, todo eso hay que tenerlo dominado, hay que transmitirlo todo a través de la voz.
Ese disfrute total lo experimenté cuando hice las obras Santera, con Nelson Dorr y Sábado Corto, de Don Héctor Quintero. En ambos contextos ver al público de pie aplaudiendo me dio la confirmación de la genialidad del teatro; experimenté el regocijo de los seguidores de esta manifestación artística. Es conmovedor y hace que el corazón palpite de emoción.
¿Qué es lo que menos le gusta de este oficio? ¿Qué cambiaría si estuviese en sus manos?
Quisiera que se respetara nuestro trabajo. Hay quienes piensan que la actuación es aprenderse un guión y recitarlo. Quisiera que se respetara a los profesionales de todos los medios, como lo hacen Magda González Grau y la productora, Yolanda, en la serie Calendario.
Eso es lo que me gustaría, porque generalmente cuando se refieren a la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac) siempre se piensa en los intelectuales y de los actores poco se habla.
¿Las actrices esperan la validación ajena?
Es muy agradable que te reconozcan. El otro día fui al hospital a ver a mi hermana y una paciente de la cama de al lado me dijo que a mí todo el mundo me quería.
Tengo experiencias también con los jóvenes, que pienso que no conocen mi obra y, sin embargo, me paran en la calle y me ofrecen sus valoraciones sobre mi desempeño en la televisión.
Todavía esas muestras de cariño me sorprenden, me estimulan y me dan vida. Además de recibir el afecto del público, he recibido la valoración de mis colegas y de los directores que han apostado por mí.
Si tuviera que recomendar tres producciones en las que ha trabajado, ¿cuáles serían?
No puedo olvidar La joven de la flecha de oro (1977). La recuerdo con mucho cariño porque fue mi primera gran aparición en la pequeña pantalla, en la que interpreté a la esclava Anacleta.
Tengo que agradecer al director Raúl Pérez Sánchez, quién confió en mí para el papel, porque en aquel momento le estaban proponiendo que este personaje lo defendiera otra actriz y él insistió en que yo era la indicada.
Lógicamente, tengo que mencionar la telenovela El viejo espigón (1980), con la que obtuve una mención del premio Caricato en 1981. Por fin, tengo que incluir mi participación más reciente en la serie Calendario, en la que interpreto a Bárbara.
Formó parte del elenco de una de las aventuras más populares de la televisión cubana. ¿Sería la misma actriz si no hubiese participado en Los papaloteros (1990)?
El director Eduardo Macías me llamó para el papel porque conocía mi trabajo. Aunque tenía un recorrido transitado cuando participé en esta aventura, sentía que debía aprovechar al máximo la oportunidad de integrar este equipo; en él coincidieron varios de los mejores actores de nuestro país.
Cada vez que evoco a Los papaloteros agradezco haber formado parte de este dramatizado en el que los niños jugaron un papel esencial. Me dio mucha felicidad la acogida que tuvo en su momento y la que le han dado las generaciones posteriores, que la han disfrutado cuando la han retransmitido.
¿Por qué no la hemos visto con más frecuencia en la pantalla grande?
Cuando hice la película Polvo rojo (1981) fui muy feliz; me encantaba ser dirigida por Juan Carlos Tabio. Trabajé en dos ocasiones con él.
También me convocó Orlando Rojas para Las noches de Constantinopla (2001).
Después de esas experiencias volvieron a llamarme del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (Icaic), pero no acepté la propuesta, porque estaba en medio de una situación familiar por la que tuve que salir de Cuba.
Me di cuenta, pasados unos meses, que hubiera podido manejar los tiempos para participar en el largometraje, porque el filme iba a grabarse en España, que era donde yo iba a estar residiendo en esa época.
Si al final no se dio, por algo será, la vida sabe por qué hace las cosas.
¿Qué causas han incidido en que el cine cubano no se haya internacionalizado más?
Hace falta colaboración, que se realicen más coproducciones para que los proyectos que se desarrollan en nuestro país tengan más visibilidad.
En mi opinión, tenemos talento de sobra en todas las especialidades. Contamos con creadores de nivel, pero innegablemente para producir una obra de calidad hacen falta recursos.
Eso ha incidido en que las producciones cubanas se queden en cierto modo al margen de los grandes circuitos del cine.
Ud. es de las actrices que se desenvuelven con éxito, tanto en el campo dramático como en el humorístico. ¿Cómo logra ese balance en su carrera?
Nada más lindo que hacer humor, pero en las últimas invitaciones que he recibido para programas humorísticos no me he sentido libre; los conceptos han variado. A mí me gusta la comedia, pero me he sentido limitada en las últimas oportunidades que se me han presentado.
Como género, el humor es más libre que el drama, porque este último está sujeto a algo que está escrito.
Siento esa pasión por hacer reír a la gente y considero que todo lo que está dentro de un personaje y puede provocar risa debe ejecutarse.
A lo mejor es que me adapté a la dinámica del programa La Rebambaramba (1982), que marcó una época en la Televisión cubana y me dio herramientas para desenvolverme en este tipo de programas.
Háblenos de su participación en Detrás de la fachada (1965).
Me encantaba ese programa, hubo un momento en el que estuve en todos los capítulos. La última etapa fue muy linda. En cada episodio teníamos una situación y un personaje diferentes. La directora, Lolina Cuadras, me daba la posibilidad de crear física y estéticamente cada personaje y eso siempre daba resultado.
La experiencia me sirvió después en otros espacios humorísticos. Por ejemplo, el otro día grabé un episodio de Al habla con los muertos y me dieron un personaje que no hablaba. Cuando un director no te conoce, puede pensar que eres una actriz atrevida o te pueden limitar. Sin embargo en Al habla… me permitieron incorporar elementos que aportaron al personaje y a la historia en general.
¿Qué características debe tener el programa humorístico ideal? ¿Cómo lo visualiza?
El personaje que me gustaría interpretar sería una mujer simpática, esa que existe en todos los barrios de nuestro país, una cubana de a pie, que lo mismo le mete a la psicología que al espiritismo, alguien que de pronto está tirando cartas.
Un personaje que tenga matices y con el que la gente se identifique; hay que llegarle más a la gente y palpar su sentir.
Te garantizo que un programa que tenga estos ingredientes te va a hacer reír y te vas a olvidar de todas las cosas que puedan estar preocupándote en ese momento.
Siguiendo esa línea, ¿a qué colegas convocaría?
Bueno, te diría que de los jóvenes me gusta mucho el trabajo que hacen Ray Cruz, Luisito Carreras y Yaremis Pérez. Paula Alí y Diana Rosa Suárez también tienen una vis cómica increíble. Todos son muy buenos en lo que hacen y tienen la capacidad de desdoblarse en la comedia.
Te mencionaría también a Luis Silva, que es un genio. Otro que me impresiona es Wilber Gutiérrez con su caracterización de Chacón en Vivir del cuento. En la recién finalizada telenovela Viceversa (2022) descubrí a Saúl Seijo, quien interpretó a Pilo. Este muchacho es otro de los actores que tienen un gran potencial para hacer cualquier cosa que se proponga.
Quisiera hablar de Asseneth Rodríguez y Consuelito Vidal, colegas por las que siempre expresó gran admiración. ¿Qué virtudes de ellas le gustaría tener?
Aprendí mucho de ellas, pero en el caso de Asseneth Rodríguez aprendí sin que ella tuviera que enseñarme, sin que me dijera “mira, esto es así”. Yo estaba aprendiendo a su lado, porque el que no asimile al lado de una figura como ella es un tonto.
Hicimos una gran amistad, congeniamos tanto en el ámbito profesional como en el personal. Hablábamos todo el tiempo y disfruté mucho estar cerca de ella en varios momentos, entre los que recuerdo las aventuras Los papaloteros. Es una de las grandes artistas de nuestro país. Tuve la oportunidad de crecer a su lado.
Con Consuelo no tuve la misma cercanía, pero la admiraba mucho y ella tuvo que ver con que mi personaje en el programa La Rebambaramba tuviera más presencia, además de que es mi modelo como locutora y como cubana.
Esa sabrosura y naturalidad con que hacía las cosas eran únicas y yo tuve la oportunidad de coincidir con ella en el espacio En la viva con Consuelo, en el que estuve como invitada en 1988; es algo que atesoro de esa etapa de mi carrera.
Salvador Wood es otro de los actores que la inspiraron al punto de que le pidió a la guionista Mayté Vera que le escribiera una escena junto a él. ¿Qué palabras le quedaron grabadas de ese encuentro?
Era un gran hombre en todo el sentido de la palabra. Además de ese gran talento que tenía, que era evidente, era una persona campechana y simpática.
Lo admiraba mucho y no podía perder la oportunidad de interactuar y de trabajar con él. Cumplí ese sueño en la telenovela Lo que me queda por vivir (2005).
En una oportunidad comentó que le gustaría interpretar a Mariana Grajales. ¿Qué desafíos interpretativos implicaría este trabajo?
Me motiva la psicología del personaje, la complejidad de hacerlo es lo que me llama la atención de interpretar a Mariana. No sabría cómo llegar ahí, tendría que documentarme e investigar mucho, de hecho, sería el personaje más difícil de mi carrera, pero asumiría el reto, porque los personajes difíciles me apasionan.
¿Qué actor o actriz joven recomendaría que los televidentes siguieran?
De los jóvenes, aunque lleva tiempo trabajando en diferentes espacios de la televisión, con la que me identifico es con Miriam Alameda. El otro día la vi hacer una escena formidable en la telenovela Viceversa que es digna de una actriz de campeonato. “Mumi” ha ido subiendo y es una de las grandes actrices jóvenes que tenemos.
Hay quienes han asumido que usted está en contra de que se les den oportunidades a los jóvenes. ¿Qué tiene que decir respecto?
Hay quien se ha atrevido a decir que estoy en contra de los jóvenes y nada más lejos de la realidad, todo lo contrario. Me motiva ver a los jóvenes protagonizando nuestros dramatizados y realizándose profesionalmente.
Lo que no quiero es que se pierda el rigor y se manche todo el trabajo que han hecho tantos colegas durante años. Eso tienen que tenerlo en cuenta no solo los jóvenes, sino todas las personas que se paran delante de una cámara y son responsables de emitir una opinión delante de todo el país.
¿Cómo reconocer que está frente a un actor o actriz con potencial?
Hay actores que cuando lo ves, notas que están verdes, que hay que pulirlos, que les falta oficio, porque se limitan al texto y les faltan cosas, pero en el fondo sabes que tienen madera.
La actuación se busca desde adentro; tienes que convencerme de lo que estás diciendo y yo tengo que creerme lo que estás intentando transmitir.
Cuando eso no sucede en un primer contacto tengo que verlo en una segunda oportunidad para saber si realmente ese actor o actriz tiene las condiciones para esta profesión.
Me creo capaz de preparar a los actores, ayudarlos a conocer todas las interioridades de este oficio. Todo lo que tengo dentro y lo que he aprendido con el paso de los años quiero transmitirlo a las nuevas generaciones, porque no quiero que la actuación muera. Esa es una de mis razones de existir y deseo que perdure en el tiempo.
La actuación a veces te sorprende y de la misma forma que puedes estar muy bien hoy al otro día puedes estar desatinada, por eso hay que ponerle tanta atención y dedicación a cada personaje. En mi caso, yo no “interpreto a”, yo “me convierto en”. Eso no es exclusivo de Natacha.
A quien le apasiona la actuación aprende algo nuevo todos los días. Ese nivel de compromiso es el que debe tener todo el que aspire a dedicarse a este oficio.
Hay que estudiar y pensar en la actuación, buscar referentes y mecanismos para cada día ser mejores.
¿Considera que hay presión continua para salir adelante en esta profesión?
Sí, la presión es constante. Terminas un proyecto, como en mi caso, que finalicé la serie Calendario y estoy sin trabajo actualmente.
En una ocasión lo dije, que si volviera a nacer no iba a ser actriz, me dedicaría a la psicología o a otra cosa. A mí no me gusta depender de nadie y en esta carrera dependes de que los directores te llamen para trabajar en sus proyectos.
¿Qué experiencia saca de la serie Calendario? ¿Qué impresión le dejó el personaje de Bárbara en su vida?
Mucha alegría. Viví momentos muy felices junto al colectivo liderado por Magda, a quien tengo que agradecerle siempre la oportunidad de participar en este dramatizado juvenil.
La serie ha tenido un impacto social increíble y eso se evidenció nuevamente en la proyección del capítulo final en el cine Yara. Hubo que hacer dos tandas porque no entró todo el público que estaba reunido afuera.
Me alegro por la televisión y por Cuba, porque los cubanos necesitábamos un proyecto como este.