Siendo niña, Thais Valdés concibió algo verdaderamente insólito: la vida era una película. Sí, éramos actores de una filmación. Todos y cada uno y, por supuesto, ella misma, una más en el gran plató de la realidad. Pero, ¿de qué realidad estamos hablando?
La duda tuvo, muchos años después, un paradigma en la gran pantalla. Matrix, dirigida por las hermanas Wachowski en 1999.
No obstante, no pasó de ser una película que muchos recuerdan por la patada en suspensión del informático Neo (Keanu Reeves) o la lluvia de balas esquivadas por él a partir del genio del efectista John Gaeta. Ahora, sin embargo, algunos físicos serios la toman para ilustrar sus conferencias.
“No me veía dentro de un set. No. La vida era una película en sí misma. O sea, en el egocentrismo de los niños, yo pensaba que había unos gigantes y algo redondo allá arriba, algo así como un coliseo, que estaba viendo todo el tiempo la película de la vida y yo sentía que era actriz desde niña, que igual que pasaba con las películas, me estaban viendo a mí”.
Melvin M. Vopson, físico de origen rumano de la Universidad de Portsmouth, Reino Unido, postuló en 2023 que somos una simulación digital, una hipótesis “inherentemente especulativa”, a pesar de lo cual considera tener indicios de veracidad, ya que la energía —que no se crea ni se destruye— puede convertirse en información.
Thais ahora, confesando su fantasía infantil frente a OnCuba más de medio siglo después —ideal que ella no se atreve a renegar del todo— logra jalonar la conclusión de otra mente maravillosa: “La imaginación es más importante que el conocimiento”. (Einstein, 1929).
Impresiones de una recién llegada
“Lo primero que noté fue la falta de población”, dice Thais Valdés a una pregunta de Otmaro Rodríguez, fotógrafo de OnCuba, cuando subimos por un angosto ascensor ruso hasta el piso 10, donde la actriz pasa sus últimos días habaneros ocupados en la filmación de una película de Gerardo Chijona.
La inflación no la deja indiferente. “Es alucinante”, adjetiva, mientras llegamos a nuestro set de entrevista, una sala con balcón a Línea y vista a las copas de los árboles y los edificios de la avenida. En lontananza y a contraluz, la torre K. Su altura, de abusador de barrio, la hace inevitable a la vista.
“Todo es muy fuerte. Aquí se ha visto lo que nunca. Desde la ventanilla del avión se advierte que casi no hay sembradíos, que son tierras baldías. Me acuerdo, antes, de salir y ver desde el aire los surcos. Ahora puro descampado”, resume, apesadumbrada, con un dejo sutilmente amexicanizado.
Una niña introvertida sube a la azotea. Ruido de sables y una pantalla tinta en sangre en el cine inaugural
Thais nació en el barrio capitalino de Santos Suárez el 25 de septiembre de 1963. A diferencia de otras del gremio, su fecha de nacimiento no es un acto de secuestro.
Su nombre de origen griego (el personaje mitológico aporta su leyenda) significa “la flor más bella” o “aquella que se mantiene bella durante largos años”.
Del sur de la ciudad, pronto la familia se mudó para Zanja 607, en el bullicioso y arquitectónicamente promiscuo municipio de Centro Habana.
Pese a ser más que centenaria, la casa aún pervive y no ha ingresado en la goteante estadística de derrumbes cotidianos. Allí Thais vivió con su abuela y tías abuelas paternas —“unas hadas madrinas para nosotras”—, su hermana y sus padres. La madre, maestra de escuela, llegó a ser directora. El padre, diseñador gráfico en la televisión.
“El recuerdo mayor es de tener una casa muy grande, con una gran azotea”, repasa y se autodescribe como una “una niña muy introspectiva, durante muchos años”, que conseguía refugiarse en la azotea a la que se accedía por una escalera de caracol.
—¿Recuerdas a qué cine te llevaban?
—Al Astral.
—¿Y la primera película que viste?
—La primera no recuerdo cuál fue, pero recuerdo haber visto mucho cine de Toshiro Mifune (el actor fetiche de Akira Kurosawa) y la sangre brotando, así ¡chuuú!, por toda la pantalla. A partir de ahí empecé a tener terror a las películas de samuráis. No me gustaban.
El cine hematológico de los samuráis se compensó con filmes de Belmondo, Delon, el western spaghetti, mucho cine soviético. Por entonces, Thais no se aburría de ver Lloremos y seamos felices (The Railway Children), un drama británico dirigido en 1970 por Lionel Jeffries. Tres hermanos que pasaban el tiempo viendo ir y venir los trenes con la esperanza del regreso del padre, preso a principios del siglo XX por vender secretos a la Rusia zarista.
“Mi papá nos decía todos los fines de semana: ‘A ver, ¿qué película quieren ver?’, y mi hermana y yo decíamos: ‘Lloremos y seamos felices’, y mi papá decía ‘¡Pero si ya la han visto como diecisiete veces!’. Cuando me gustaba una película la veía y la volvía a ver, y sigo haciendo lo mismo”.
Sus padres se divorciaron. Nada traumático. Tanto fue así, que Thais no se percató hasta que su madre le confirmó el hecho. “Mis padres siempre estuvieron muy presentes en nuestras vidas”, defiende agradecida.
La separación trajo a cuestas otra casona. Esta vez en La Víbora (Paco no. 2). “Allí los recuerdos son del cambio de la infancia a la adolescencia, a tener muchas primas con las que jugaba muchísimo”.
Instructores de arte. El Isa, un sueño aparcado para siempre. La señal
Matricular en la Escuela Instructores de Arte fue un premio de consuelo, pero un atajo hacia su meta dorada de ser actriz. Las puertas del Instituto Superior de Arte estuvieron cerradas para ella. No pasó el examen de ingreso.
“No estaba preparada, para nada”, admite. “Yo solo sabía que quería ser actriz. De cine, porque era mi obsesión, pero me faltó mucha preparación entonces”.
Su firme decisión de ser actriz en los platós sobrevino a los 10 años, en su etapa viboreña.
“Para que veas cómo es la vida, porque a veces decimos que las influencias vienen de grandes figuras. En mi cuadra vivía una señora que fue la extra más viejita de la Televisión Cubana. Se llamaba Luisa y era la abuelita de una amiguita mía, Anita, con la que solía jugar en su casa. Y esta señora nos ponía a hacer dinámicas de actuación. Yo me doy cuenta ahora de esos ejercicios que para nosotras eran parte del juego. Y un día me pregunta: ‘¿Qué tú quieres ser cuando seas grande?’, y yo respondí que artista. ‘Bueno, artista puede ser muchas cosas. Puedes ser pintora, cantante’, me dice. ‘No, no, no, yo quiero hacer películas’, y respondió: ‘¡Ah, quieres ser actriz!’”.
Eufónica, la palabra actriz restalló como una epifanía. Su traducción en la realidad mental de una Thais adolescente y apasionada vino de la mano de El brigadista, un clásico de Octavio Cortázar de 1977 con guión de Wichy Nogueras sobre la campaña de alfabetización en la isla a comienzos de los 60.
“Cuando vi a Patricio [Wood] y a Maribel [Rodríguez], me dije: ‘¿Y por qué yo no? Eso es lo que yo quiero’. Y vi la película más de una vez y me encantó y en la noche lloré amargamente, yo solita, porque me decía ‘¿Cómo voy a lograr hacer eso?’. Se lo dije a mis padres y se asombraron mucho, porque yo era una niña muy tímida”.
Ganada por la zozobra ante el fracaso del Isa, Thais matricula en Instructores gracias a un escritor y gran amigo de la familia, Francisco López Sacha, quien le avisa de la apertura de un curso de dos años en la escuela pedagógica de arte que serviría de preparación para el Isa. Pero el destino tenía otros planes que la universidad de las artes. El bypass estaba listo.
Estando en Instructores un buen día llegó un tal Orlando Rojas para un casting. Thais pasa la criba. Se convertirá en Marisela, la mejor amiga de Ofelia, la protagonista de Una novia para David (1987), asumida por María Isabel Díaz. A la par y como saldo, Jorge Luis Álvarez, el codiciado David, se trocará en uno de los grandes amigos de Alicia Díaz, el personaje protagónico de la mítica Alicia en el pueblo de Maravillas (1991).
“La película” de Aldana
Hace unos años, en una entrevista con La casa de Maka, en Miami, dijiste que sabían que Alicia en el pueblo de Maravillas (1991) iba a tocar ciertas sensibilidades políticas. Ahora, tengo la impresión de que ni el director, Daniel Díaz Torres, ni tampoco el guionista Eduardo del Llano, quien siempre ha rebajado las intenciones sediciosas atribuidas a la película, calcularon las consecuencias del filme y cómo esas consecuencias serían un tsunami político que los iba a superar a todos.
No. Lo que sabíamos es que era una película que iba a tocar sensibilidades, que era una película crítica, que tenía un estilo diferente de tocar la realidad cubana, a través de la farsa y el absurdo, y que eso podía confundir un poco, y que no iba a tener la claridad de otras películas críticas cubanas anteriores, como La muerte de un burócrata [1966] o Memorias del subdesarrollo [1968].
Alicia… era otra cosa a diferencia de las mencionadas, ¿cierto?
Sí, tenía un tono mucho más sarcástico. Lo que no imaginamos nunca fue la magnitud de las consecuencias. Pensamos que la crítica hablaría de la película como que estaba tocando unas teclas muy delicadas y de un modo muy diferente, pero no nos imaginamos la magnitud.
¿Por qué?
Porque pensamos todo el tiempo que vivíamos en un país democrático, en el que el arte está para tocar esos temas sensibles y que sirva de algo. Daniel era militante del Partido, súper comprometido con sus principios políticos. Yo no pertenecía al Partido, ni a la Juventud, pero tenía y tengo un compromiso con mi país y quiero lo mejor para él. Nunca nos imaginamos que llegarían a los extremos de catalogarnos de contrarrevolucionarios y que teníamos cuentas en dólares fuera de Cuba, y una cantidad de especulaciones y de calificativos que nos colgaron.
La película es muy mordaz y muchos se vieron en ese espejo cóncavo del poder, pero lo que más influyó fue la coyuntura histórica en que irrumpe. Como sabes, se proyectó solo tres días y grupos del Partido y de los servicios de seguridad compartieron los cines con el público ansioso por verla. Se cuenta que Carlos Aldana dijo que la película no era el problema, sino la tendencia. Supongo que se refería a la multiplicación del cuestionamiento y la deslegitimación, tal vez pensando en el saldo de la perestroika en la URSS, ya para entonces en vías de implosión. Y eso es una línea de pensamiento y actuación que sobrevive hasta hoy en la toma de decisiones. Cerrar las brechas a cualquier precio.
También está el criterio de que los artistas lo que hacen es confundir y alborotar y no tienen responsabilidad, ni compromiso con nada.
La construcción de un personaje
“Es un misterio. Es un gran misterio”, responde tras un instante de meditación ante la pregunta sobre el proceso de construcción de un personaje.
Lo primero que busca Thais Valdés es estar a solas con el alter ego de turno. Cuando vivía con su hermana, compartía el guión con ella, pero el resto es un ejercicio de introspección sin testigos. “En la medida en que tú sola, leyendo los diálogos, imaginando la contraparte, empiezas como a endemoniarte…”.
¿Te posee el personaje?
Sí… No es una posesión demoníaca, obviamente, pero empieza a poseerte poco a poco.
¿Modifica tu cotidianidad?
No, pero está ya dentro. Es como un tetris. Algo que va cayendo pieza a pieza, tac, tac, tac y van cayendo las partes, las formas, de andar, de hablar, de pensar, de vestir… Es algo que va construyéndose dentro de uno. A veces no sé si es de afuera hacia adentro o viceversa; si todos tenemos un poco de todo, como nos muestra la película Todo en todas partes y al mismo tiempo [Everything Everywhere All at Once, 2022]. En mi caso, es Todo en todas partes, dentro de uno.
¿Dialogas con el personaje?
No, no tengo pláticas con él.
¿Soliloquios?
No, tampoco. Tengo soliloquios en la medida en que voy ensayando sola, practicando sola el personaje, pues voy gesticulando y verbalizando un poco el texto, y agregando algunas palabras; pero no me siento a dialogar con el personaje. Sí me cuestiono mucho la forma en que construyo los personajes. ¿Por qué el personaje es así? ¿Qué antecedentes puede tener?
¿Buscas una imagen para su identidad?
Sí. Por ejemplo, con Carla Pérez [personaje de Nada, 2001] yo venía de hacer Paraíso [Un paraíso bajo las estrellas, 1999] y [el personaje] tenía un corte de cabello un poquito más larguito que el que tengo ahora, y me decía ‘estoy muy pegada a la otra película’ y Cremata quería que yo tuviera el pelo muy largo y le dije: ‘Es imposible, a mí el pelo me crece un centímetro al año’, y me metí en el baño de mi casa, me pasé la máquina de mi sobrino, me pelé mucho más corto de como estoy ahora, agarré y me degradé a blanco el color del cabello. Es la imagen de Carla Pérez.
¿Sin el consentimiento de Cremata?
Sin su aprobación. Yo quería encontrar mi personaje. Lo llamé y le dije: ‘Te quiero presentar la imagen que tengo’. Cuando llegó me dijo: ‘¡Ah! ¡Me encanta!’. Entonces me gusta mucho pensar en los accesorios, en el tipo de ropa. Igualmente, me doy cuenta que empiezo a hablar de un modo diferente, a vestirme de un modo diferente, a caminar de un modo diferente, en cada uno de los personajes, sin perder la esencia de quien soy. Pero como te digo, es algo que se va incorporando a uno poco a poco. La actuación es un misterio y una belleza.
Una profecía
Ahora que mencionas a Carla… traigo a cuento su grito de “¡Me quiero ir!” en Nada. Visto en retrospectiva, es una profecía, como también lo es la antesala de ese grito, la escena de cuando huyes del manicomio que es el pueblo de Maravillas, en la película de Daniel Díaz. Con tu partida a México, creo que en ambas películas la vida imitó al arte y no al revés, como ocurre casi siempre.
A veces he sentido y me he preguntado si el destino está ya escrito en alguna parte. A veces he sentido que hay películas que prevén, que son como un anticipo de lo que va a pasar en mi vida —espero que esta vez no lo sea con La fiesta, esta película de Chijona, y ya sabrás por qué cuando la veas.
Yo no sé por qué, si es algo mágico del universo, pero de pronto hay cosas en el arte que luego se van haciendo muy similares a la vida de uno y son como predicciones de lo que puede pasar más adelante, o sencillamente es pura casualidad.
¿Posees el don de la mediumnidad?
No, para nada. Sí tenía una tía abuela que tenía el don y yo ojalá lo hubiera tenido [Risas]; pero sí han sucedido cosas en alguna que otra película que me han sucedido después en la vida. En fin, otro misterio…
Sin apartarnos del carril del cine, haciendo un dolly a lo largo de tu profesión, ¿qué tipo de cine es el que más te conmueve? Puedo aventurar que una actriz de tu envergadura consume cine de manera pedagógica, es decir, como modelos de reaprendizaje o de crítica… Por ahí va mi pregunta.
Me gusta mucho el cine de ciencia ficción. Es un sueño que tengo en mi vida hacer algo en ese género. Me gusta mucho el cine de Lars von Triers. Son películas con conflictos psicológicos de personajes muy fuertes. Triers trabaja con grandes actrices en las que me fijo mucho. Son personajes —también los masculinos— con una psicología muy dañada, por tanto cada personaje de este director para mí es un aprendizaje.
Me gusta mucho el cine de Tarantino, Wes Anderson, Paul Thomas Anderson, Guy Ritchie. También me gustan los directores coreanos y japoneses. Señora Venganza, de Chan-wook Park o Parásitos, de Bong Joon-ho.
En general consumo todo tipo de cine, el bueno, el malo, el regular, porque de todo se aprende. Lo importante es consumir cine y no ser unilateral.
¿Y de tus cuates, que le llaman la trilogía de oro de México en Hollywood: Iñárritu, Cuarón y Del Toro?
Pues obviamente. A Iñárritu lo consumo mucho. Es mi preferido. Mi esposo y yo vemos mucho El renacido. Es una película que a nivel actoral es fantástica, impresionante… Ah, ¡me gusta David Lynch! Me fascinan esos personajes y esas historias que no se me regalan, que tengo que descifrarlas, que puedo pasarme varios días pensando en la película, y verla de nuevo, y encontrar otra lectura. Lo onírico, la dualidad psicológica de esos personajes que cambian de pronto, de una escena a otra. Fascinante Lynch.
También consumo comedias. El gran Lebowski, de los hermanos Coen, me encanta. Todo lo de ellos lo consumo.
¿Directores tiranos en el cine cubano?
“Ninguno ha sido tiránico”, zanja Thais al indagar sobre comportamientos que lidien con maneras autocráticas o abusivas en los platós por donde ella pasó en la isla.
La Marisela de Una novia para David tenía entonces 21 años y su intérprete estima que ella no habría podido congeniar con un tirano en el set.
De Orlando Rojas dice que es “un gran director de actores”, y que lo primero que hizo con el grupo de muchachos que harían Una novia… fue llevarlos a ver películas a la Cinemateca. Se toparon con algunos clásicos, entre ellos Hair (1979) de Miloš Forman, y El apartamento (1960) de Billy Wilder. También vieron cine soviético. “Del bueno… Películas muy interesantes”, repasa Thais.
Sobre Juan Carlos Cremata opina que es un director de actores “que te ecualiza mucho. Cuando está trabajando contigo te da toda la libertad, pero te va ecualizando en los detalles de los tonos”.
Chijo (Gerardo Chijona) “es también un gran director que confía mucho en el actor. Rara vez te dice ‘así no, así’, porque lo que tú le propones él rápidamente lo entiende y confía mucho”.
Por su parte, Danielito Díaz Torres “se divertía mucho con todo lo que hacíamos”, a la par era “muy exigente con el trabajo y tenía las películas muy bien diseñadas y organizadas… Hacía la tarea antes de entrar en el plató, como se dice”.
Acerca de Juan Carlos Tabío, quien la dirigió en Plaff o demasiado miedo a la vida (1988), los recuerdos la llevan a decir que “no le gustaba mucho estar en el set. Prefería estar más enfocado en el guion, en casa y el set como que lo agobiaba mucho, pero siempre estaba rodeado de un gran equipo. Aunque Tabío no estuviera, todo corría superrápido. Viajamos mucho juntos y siempre era divertido y encantador”.
Chijo, el gran amigo y confidente. Tropicana, la prueba de fuego
Has contado que en Un paraíso bajo las estrellas (1999), Chijona te llevaba todos los días al cabaret Tropicana para que tomaras clases de baile, imprescindibles en tu personaje de Sissy. ¿Exageraste la bondad del director?
No. Eso es real. Cuando el Chijo y yo fuimos a Nueva York yo tenía 30 añitos. Estábamos invitados al MoMa, donde se proyectaba una muestra de cine cubano. Nos fuimos Daysi [Granados], Pastor [Vega], Chijona y yo. Cada cual estaba en lo suyo y Chijona era quien me paseaba por toda la ciudad, porque él había vivido en Estados Unidos.
Entonces me habla del proyecto de Paraíso, y yo le dije, obvio, que sí. Regresamos a Cuba, viene el período especial, se cae el proyecto y se retoma en el año 97 o 98, y él vuelve a hablar conmigo, y me digo: ‘Este señor está muy comprometido con esto’. Entonces solo puse una condición: tenía que estar muy bien preparada. Yo no soy Beatriz Valdés, siempre lo he dicho. Betty es una gran actriz, una gran vedette, canta, baila, y yo no. Yo lo que tengo son tremendos ovarios [Risas].
La rutina preparatoria fue espartana. En las mañanas, Thais acudía al gimnasio y por las tardes Chijona pasaba por su casa en Nuevo Vedado y se trasladaban al cabaret Tropicana. Allí los anfitriones eran el maestro Santiago Alfonso y “los bailarines Anette —que hizo de mi doble— y una estrella del cabaret que le decían Carburo. En las tarde-noches tomaba clases de ballet, de bailes afrocubanos, iba montando los bailes, y después me quedaba con estos dos grandes amigos que fueron mis compañeros y mis cómplices y eran los que ensayaban conmigo. Todos los días”, rememora con admiración.
Agotador, ¿no?
Muy agotador. Ya me cansaba un poco en las sesiones en el gimnasio y después con Chijo hablaba mucho, en el carro, platicando y platicando sobre el personaje y de cosas de la vida, de todo, de todo, de todo. Él era como un hermano mayor que me hablaba de la vida y me sorprendían muchas cosas de cine que él contaba. Fue un trabajo de mucho rigor y ahí surge una gran amistad, un gran cariño y un gran compromiso y un amor por el cine y una confianza enorme entre Chijona y yo.
Y ahora él te invita a ser parte del elenco de La fiesta. ¿Interpusiste algún tipo de condición para entrar en el elenco o te lanzaste al ruedo sin miramientos?
Cuando vine a Cuba en 2019 lo hice por una semana nada más para hacer gestiones. También realicé la clausura del festival de La Habana, y casi no tuve tiempo de hablar con Chijo, pero logré verlo en el Cohíba y me anunció el proyecto de una serie y le dije: ‘voy’, sin discusión. Después ese proyecto no se hizo y me dijo: ‘Tengo una película, te voy a mandar el personaje’, y le dije: ‘¡Lo que sea!’. Cuando leí el guion me encontré con un personaje muy interesante, del cual me enamoré. Y aunque el personaje sea el más pequeño, no importa. Yo vengo a disfrutar. No tengo conflicto con ello, de si soy la máxima estrella de la película o si soy un personaje secundario. Disfruto mucho trabajar en equipo y a Chijona no le voy a decir que no. Es más, al cine cubano no le voy a decir que no.
Estación México
En 2003 la vida de Thais Valdés dio un giro copernicano. Marchó a México, junto a su esposo mexicano, el baterista Pablo Madrigal, quien había concluido la especialidad en el Isa. La partida fue todo “un caos interior”, pese a que estaba “totalmente enamorada”, confiesa.
A Pablo lo conoció casualmente. Una de sus amigas vivía puerta con puerta con él en La Habana y se lo presentó. Fue amor a primera vista. Fulminante. “Queríamos tener una experiencia de vida juntos, hacer una familia, y nos lanzamos a eso”.
Thais llevaba la parte más complicada del proyecto, aunque el baterista tampoco lo tenía fácil. Llevaba más de tres años viviendo en la isla y repatriarse significaba reconectar con un mercado laboral del que ya sabía poco.
“Para mí fue tratar de entrar en medios que también son muy cerrados. El teatro, el cine, super cerrados. Llegué con una edad seria, 40 años. No me interesaba para nada Televisa, ni yo les interesaba a ellos, porque no tenía la edad, el cuerpo, la cara, ni los implantes”, dice eso último para provocar la risa de los tres.
¿Y cómo te apañaste?
Hay una constante en mi vida que es: acepto, me adapto, y disfruto lo que tenga que hacer y así empecé a dar clases de teatro y empecé a hacer pequeñas cosas en teatro. Algunas obras en Casa del Teatro, con algunas propuestas interesantes como Chamaco, El son de Electra, que es una versión musical de la obra de Virgilio Piñera Electra Garrigó. Poquito a poco fui encontrando los lugares donde podía expresarme y aprender a ser la maestra de teatro que nunca fui, la de la Escuela de Instructores, y fue una labor maravillosa. Así que un poco de lo que soy hoy se le debo a eso, a haber dado clases, a haber estado del otro lado, y a disfrutar la vida con lo que tengo en ese momento; a ser tan leal como he sido como actriz en Cuba; a ser tan feliz como actuando en Cuba; a ser apasionada con lo que hago. Pero sí, lo primero fue que se me revolvió todo.
¿Y qué tal la versión de la Electra virgiliana?
Fue un musical. Tuve que cantar, cosa que no se me da. Fue espantoso para mí, pero toda experiencia es buena. Hacer teatro es algo que he querido siempre, toda mi vida; no pude pasar una academia de teatro, es algo que es un déficit todo el tiempo. Terminé haciendo una obra que me fascinó, El humano clandestino, una pieza colectiva casi de ciencia ficción. Maravillosa esa experiencia.
¿El teatro atemoriza mucho más que el cine?
A mí sí. Cuando hice Un tranvía llamado deseo, con Carlos Díaz, yo venía de hacer cine y televisión, y el otro día, a la fecha, que fui a ver Yarini y le dije a Carlos: Cuando escucho la marcha nupcial, que era la música que se escuchaba mientras entraba el público a la sala, y después entraba el tema de Indiana Jones, esos temas todavía a mí me provocan un salto en el estómago.
¿Y qué del resultado de esa primera experiencia en escena?
Estaba en manos de Carlos Díaz, había un gran elenco y todo para mí finalmente fluyó. Sé que no tuvo el resultado que yo hubiera querido, estaba muy verde para enfrentar la obra. A mí me gusta más el trabajo interior de los personajes, por eso siempre me siento tan cómoda en el cine.
Volviendo a México, ¿eres ahora más mexicana que cubana, o nomás aterrizas aquí te replatanizas y logras recapturar las esencias de tu origen? ¿O te sientes como la canción de Torrens, “Ni de aquí, ni de allá”?
Cuando estoy en México, el hecho de trabajar, primero como profesora de teatro de jóvenes, y ahora con niños autistas, hace que tengas que entrar obligatoriamente en la identidad mexicana para que nos comprendamos mejor. Por supuesto, cuando estás viviendo en un país donde hay un acento ajeno al tuyo, eso es algo inevitable, aunque tú no quieras va a entrar y empiezo a adoptar el gusto por la comida, la forma de hablar diferente, el tono, el dejo, los dichos, los modismos…
¿Te asimilas?
Exacto. Es tu identidad.
¿Opusiste resistencia?
Para nada. De pronto me cuesta hasta recordar cómo se le decía en Cuba al granizado. En México se le dice raspado, y me pregunto cómo se le dice a esto en Cuba, ¡carajo!
¿Te mortifica eso?
No, para nada. Y cuando vengo a Cuba, todo automáticamente hace así, tac, tac, tac y se empieza a acomodar. Se trata de una cuestión de comunicación, porque para hacerlo tienes que hablar el mismo idioma de donde estás. El español de Cuba es diferente al español de México. No le puedo decir a Magaly Pompa [maquillista] todo el tiempo “Órale, qué chido lo que me estás haciendo”, o con Vladi [Vladimir Cruz] que me pregunta qué quiere decir chido. Esas palabras todavía se me salen. Pero una vez aquí, ya no puedo ser mexicana todo el tiempo. Así que de pronto es: “Ño, asere, qué mierda, o ¡ño, que ricooo!” El cubaneo brota enseguida. Yo soy cubana y soy mexicana. Ninguno de los dos me molesta. No soy de aquí, ni de allá. Soy de aquí, y soy de allá y viceversa y eso es una gran ventaja. Superbonito.
México es un país con una cultura muy poderosa y diversa. Si lees a Octavio Paz en El laberinto de la soledad te acercas a ese crisol, desde lo precolombino hasta la contemporaneidad. ¿Qué es lo más te seduce de la cultura mexicana?
Todo. La gente es parecida a nosotros. El argot es parecido en el sentido de que todas las palabras sirven para describir muchas cosas. La comida me encanta. Es variadisisísima.
¿Comes con mucho picante?
No mucho, pero sí uso picante. Los sabores, los olores, la arquitectura, la movilidad, la capacidad de moverte hacia lugares distantes y que sea tan fácil todo; la belleza de los lugares, donde hay tanta tranquilidad. Hay tantos espacios para estar tranquilos, caminar, leer, pensar, así como el contraste de exceso de movilidad. También la vida nocturna, que es muy intensa. Conozco poco del resto del país, porque es enorme. Cada vez que voy a un lugar diferente, a Puerto Escondido, a Guadalajara, a San Miguel de Allende, Tijuana, cada uno es un país diferente. Y me complace mucho la capacidad que tiene el mexicano de adoptar al extranjero.
Más allá de la narcoviolencia, ¿hay xenofobia?
Sí, la hay también. No obstante, el mexicano es cálido. Como el cubano. En México hay tanta cultura, hay tanta variedad de todo, que no dejas de sorprenderte cada día. Me adapté muy rápido en ese sentido.
¿No padeciste el machismo del que se habla cuando se cita a México?
Pues sí, obvio. Y lo sentí sobre todo cuando trabajaba en escuelas. Las maestras ganábamos menos. De plano. Cada dueño de una escuela privada dispone quién gana cuánto.
¿Te sucede lo mismo con el trabajo que haces con niños autistas?
No. Yo trabajo de manera particular con los niños autistas y quien me paga son los padres de esos menores. No tenemos que lidiar con instituciones o dueños.
Cronos
Cómo has registrado el paso del tiempo. Te sientes ahora con una mayor posesión de la vida que antes, aunque ahora tengas menos energías para atraparla. ¿Sientes una contradicción en este juego de posibilidades?
Obviamente hay un gran cambio. Entiendo mucho mejor las cosas, pero no siento que no pueda atrapar. Siento que puedo atrapar, pero de otra manera. Si lo dices desde la perspectiva de la actuación, me digo que tengo más edad y será más difícil, porque obviamente hay menos personajes cuando uno va teniendo más edad. Eso lo tengo claro, pero no hay nada que me condicione, porque, como te dije, acepto lo que la vida me ofrece. Eso es lo que atrapo y cuando lo atrapo tengo que disfrutar y tengo que ponerle toda pasión a lo que tenga en ese momento en las manos. Como cuando estoy haciendo una película. Y si me toca hacer tacos, lo voy a hacer con pasión.
Si la vida te da limones… haces limonada, ¿no?
Me gusta escribir, por ejemplo. Quiero publicar cuentos para niños. Me apasionan. Están totalmente inéditos. Tengo que encontrar un editor. Hay tantas cosas que atrapar por ahí…
Zona franca
¿Stanislavsky o Bretch?
El primero.
¿Tus personajes suelen ser más atrevidos que la actriz que los encarna o todo lo contrario?
Yo soy más atrevida que mis personajes.
¿Para qué sirve ser actriz?
Para tomar una terapia divertida.
¿Siempre corriste hacia tus límites para probar su validez o su inconsistencia?
Las dos cosas.
¿Con qué director te sentiste más a gusto, más libre y creativa?
Chijona.
¿Con cuál tuviste serias diferencias?
Con Bernaza.
¿Qué es lo que más te molesta como actriz en un plató ?
Que haya conflictos con egos disparados.
¿Eres una persona de fe?
Sí.
¿Café o té?
Leche…
Un simpático axioma dice que si una persona tiene menos de cinco contradicciones, es que es un dogmático. ¿Cuántas tienes tú?
Tengo muchas contradicciones, ¡más de cinco!
¿Cerveza o ron?
Cerveza.
¿Qué deportes prefieres ver y jugar?
¿Jugar? Soy muy mala para los deportes. ¿Ver? Me gusta el atletismo.
Si no fueras actriz, ¿a quién tendríamos ahora delante?
A una arqueóloga.
¿Whisky o tequila?
Tequila.
¿Alguna pesadilla recurrente?
Pues… Un tsunami, casi siempre cuando voy a viajar.
¿Qué personaje, sin que el género intervenga, te habría gustado hacer en el cine?
La teniente Ripley, en Alien, el octavo pasajero.
¿Qué libro reposa en tu mesa de noche o en tu tablet?
Estuve leyendo hace poquito el libro de Iván Giroud sobre los festivales de cine. [El pretexto de la memoria. Una Historia del Festival de cine de La Habana. 2018].
“Uno de los principales peligros de este trabajo es que se te puede subir la fama a la cabeza”, Penélope Cruz. ¿Algún comentario?
Después de haberme ido a México con 40 años, de haber trabajado como maestra, haber tenido que hacer varias cosas… no, no. Esa la tengo aquí bien controladita.
Durante la representación de la obra El enfermo imaginario, Molière iba vestido con ropa de color amarillo. Aunque se conocía que padecía una enfermedad muy común de la época, tuberculosis, siempre se asoció esta tragedia en el teatro al amarillo y su mala suerte. ¿Crees en supersticiones?
No, para nada. De hecho no conocía la anécdota, hasta que me la contó Vladi el otro día, porque fue una persona vestida de amarillo al set y dijo: “Mira, qué mala suerte nos puede traer…”. “Ay, caramba, no sabía”, le dije. De todas maneras, yo nunca uso el amarillo.
¿Cómo eres en tu peor versión?
Muy cerrada, no hablo, no digo. Esa es mi peor versión, cuando no puedo expresar nada.
¿Mariquitas o tostones?
Tostones.
Te leo unos versos de Fernando Pessoa:
El poeta es un fingidor.
Finge tan completamente
Que hasta finge que es dolor
El dolor que de veras siente.
¿El actor, como el poeta de Pessoa, es también un fingidor?
Sí. Lo es.
Aquí tienes tres opciones:
Dios existe
Dios no existe
Dios existirá
¿Cuál eliges?
Me quedo con… No sé qué es Dios, pero puede que sea las tres.
Si alguien te llama por Alicia Díaz, ¿te darías la vuelta?
Sí.
¿Y por Carla Pérez?
También.
“El cine es un invento sin futuro”. Louis Lumière. ¿Serías tan descreída de ti misma como el inventor del cine?
No.
¿Quisieras un epitafio que te resuma?
Sería: Nunca fui tan rápida para dar respuestas rápidas.
¿Crees en el futuro?
Sí.
¿Y crees en el pasado?
También.
En medio de esas dos preguntas, Cuba pasa en su presente continuo. ¿Cómo la ves pasar tú?
Te he dicho que creo en el futuro, pero la percibo como algo que no logro visualizar… Solo puedo venir a disfrutarla a través de la familia, los amigos, el cine cubano, la belleza del país. El resto no lo puedo ver. No sé.
Terminamos con unos versos del poema Al partir, de Gertrudis Gómez de Avellaneda.
¡Adiós, patria feliz, edén querido!
¡Doquier que el hado en su furor me impela,
tu dulce nombre halagará mi oído!
¿Podría ser tu mano la que ha escrito esos versos también?
Ojalá pudiera tener la capacidad de escribir esos versos… Ojalá pudiera.
Post Scriptum
Más que embargados, agotados por las emociones terminamos la sesión de preguntas y respuestas. El barullo vacilante que trepa de la avenida, se suma al sopor del mediodía. Del calor, ni hablar. Es agosto. 13, para más señas y obsequio a los puntillosos y cabalísticos que lean la entrevista. Antes de las despedidas de rigor, una última observación late en la punta de la lengua. Vacilo. Lo suelto.
Ahora que me detengo en tu rostro… ¿Sabías que guardas un parecido poco sutil con Tilda Swinton?
Oh, Tilda. La amo, en todos sus personajes, ¡vaya! ¡Es mi actriz favorita!, exclama en medio de una carcajada que suena a ráfaga de felicidad.
gracias a ángel por una entrevista tan bonita y directa… gracias a thais… ella es una de las actrices más naturales del cine cubano, parecía que actuaba fácil y aunque era físicamente muy parecida en cada papel y su manera de hablar es muy característica, estabas viendo a otra mujer en cada uno de ellos… thais tiene ese don de transformarse sin necesitar mucho afuera porque su alma se transforma y llega al espectador… me alegra muchísimo que no le diga que no al cine cubano, verla es siempre saber que hay calidad y hay respeto…
Muy buena entrevista! Thais es un sol como persona y una actriz muy interesante. Es un placer trabajar con ella.