Un cruzado se pasea por el castillo con su estandarte. Mientras el verdugo, encapuchado como manda su oficio, “azota” o decapita a quienes voluntariamente se meten al cepo. Lo hace suavemente así que la cola para recibir latigazos o perder la cabeza es larga. Las víctimas son todas muy jóvenes, ríen. Cerca, en el foso, un fornido arquero presta su arma a jóvenes que en su vida han disparado una flecha.
De fondo suena una música remota, lejana en el tiempo, tocada en vivo por la agrupación Aedas. Por todos lados caminan princesas, brujas, caballeros, bandidos y mil personajillos más. Muy del Medioevo, pero acontece en La Habana, más concretamente en el Castillo de Santo Domingo de Atarés, en pleno siglo XXI, año 2024.
Se trata de la segunda edición del Festival Medieval. Un evento creado por gente muy joven, que se celebró el pasado sábado y ojalá perdure en el tiempo.
Todo empezó en la cabeza de Suamy Felites. Esta “soñadora confesa” decidió crear una comunidad que uniera a “jóvenes soñadores, amantes del cosplay y del Medioevo”. Ella e Issei Meraki, cosplayer y artesano que trabaja la madera, decidieron fundar Suzume_Studios para dar rienda suelta a su imaginación y promover eventos temáticos como este.
“La idea nació hace años, impulsada por el deseo de crear una comunidad que uniera a quienes, como yo, son considerados soñadores”, cuenta Suamy y agrega que quiso aportar un “espacio que fomente ambientes saludables para niños, jóvenes y adultos, donde se ofrezcan actividades únicas y enriquecedoras”.
Aun amenazado por una llovizna que prometía convertirse en tormenta e hizo huir a varios caballeros y algunas doncellas, es tremendo lo que lograron montar estos muchachos. Y si tuviera que definirlo con una palabra, mi visión de padre me hace escoger “sano”.
En el patio del Castillo de Atarés se cantaba y bailaba con música medieval —en vivo y grabada—, se hacían bromas, se conocían nuevos amigos, surgían amores. La risa y la alegría eran constantes. La mayoría de la gente iba disfrazada acorde a la temática de la convocatoria y fotógrafos muy jóvenes se deleitaban haciendo retratos a diestra y siniestra, especialmente en la azotea del baluarte, que regala unas hermosas y poco exploradas vistas de la ciudad.
“El castillo de Atarés fue un hallazgo maravilloso”, explica Suamy. “La Oficina del Historiador de La Habana nos brindó su apoyo para hacer aquí el festival. Atarés siempre será nuestro hogar; aunque queremos dar visibilidad a otros centros históricos y comerciales, según el tema de cada evento que hagamos”.
En el patio del castillo había puestos de artesanos, se vendían espadas y dagas de madera, esencias aromáticas, bisutería y mil cosas más. Todo a tono con el Medioevo y a precios relativamente razonables —la espada más cara costaba 5 mil pesos. La entrada, por su parte, costaba 200 pesos.
Según Suamy, a la cita del sábado acudieron unos 900 jóvenes, cifra que triplicó la de la primera edición.
Algo insólito para el siglo XXI: no había alcohol. Al empezar habían tenido algo de hidromiel (ignoro lo que es, pero suena a bebida medieval) y ya se había acabado. El festival seguía con agua.
La próxima edición, la tercera, promete ser divertida. Estará dedicada a las saga de Shrek, el célebre ogro verde del pantano. Supongo que no se irán hasta la Ciénaga de Zapata —el transporte está en candela y dudo que consigan caballos y carruajes para tanta gente—; pero estoy seguro de que se la pasarán muy bien ese día. Ya veremos en Instagram las fotos de Fionas y Shreks, de burros charlatanes y dragonas y, seguramente, del algún Lord Farquaad.