La Esquina de Toyo es una de las esquinas más famosas de La Habana. Lo fue y lo sigue siendo, aunque por motivos distintos, por causas ancladas en la memoria y la inclemente cotidianeidad, allí, donde confluyen las populosas calzadas de Diez de Octubre y Luyanó.
Su fama actual, mayormente, es una herencia del pasado, un recuerdo de tiempos ya lejanos en que resplandecía por su prestancia citadina y, sobre todo, por su gastronomía, por unos olores y sabores célebres en toda la capital de Cuba y también a lo largo de la isla y más allá.
Toyo fue el asiento de un afamado bodegón, del que se dice servía el mejor caldo gallego de La Habana. También de una panadería y un tipo de pan que le dio nombre, nombrado así a su vez por el apellido de su creador, en una historia que se remonta a la primera mitad del siglo XIX.
Pero, en términos gastronómicos y comerciales, la célebre esquina habanera fue mucho más. Su fama también se apuntaló a base de dulces finos, de panes con lechón y otros sándwiches, de tamales y comida criolla, de fritas y refrescos, de sopa china y arroz frito, y de muchos otros alimentos que se vendían en las distintas vendutas y fondas que se asentaron en el lugar.
La Esquina de Toyo fue también conocida por sus comercios y cines. Entre estos últimos estuvo el Moderno, considerado el primer cine Art Decó del país. También los cines Dora y Atlas que, como el primero, hace mucho dejaron de ser lo que fueron y sobreviven a duras penas, alguno mejor que otro, como mismo sucede con muchas otras construcciones otrora hermosas de la zona.
En Toyo estuvo también una de las dos estaciones de policía que existieron en la Calzada de Diez de Octubre, y como la otra, se convirtió en escuela. Y, como curiosidad histórica, en un edificio de su conocido cuchillo vivía el entonces sargento Fulgencio Batista en 1933, cuando saltaría él mismo a la fama para convertirse en el hombre fuerte del Ejército y futuro dictador de Cuba.
La Esquina de Toyo no es hoy, ni por asomo, la que una vez fue. Si acaso, una vaga sombra de su pasado, venida muy a menos por la crisis y la desidia, por la ruina constructiva y la suciedad. No ha perdido, sin embargo, su sitio en la memoria colectiva de los habaneros ni tampoco su trasiego diario, su tránsito constante de peatones y vehículos que se mueven en distintas direcciones.
Para quienes se mueven entre La Víbora, la Virgen del Camino y el centro de La Habana, y también desde y a otros lugares de la ciudad, la Esquina de Toyo es un punto obligado, un nodo fundamental, acompañado por la sempiterna crisis del transporte y la nostalgia de sus años de gloria. Así nos la muestra Otmaro Rodríguez, en su habitual recorrido fotográfico de domingo.