Inaugurado en la segunda mitad del siglo XIX, en medio de la reducción de la jornada laboral y la mayor disponibilidad del tiempo libre de los estadounidenses, el Madison Square Garden ha sido uno de los sinónimos de la vida cultural neoyorquina al acoger numerosos eventos deportivos y musicales.
En el primer caso, ha sido la sede del Campeonato de la NBA de los Knicks (1970), de “La pelea del siglo” entre Muhammad Ali y Joe Frazier (1971) y del Campeonato de la Copa Stanley de los Rangers (1994).
En el segundo, del no menos famoso concierto por Bangla Desh, organizado por el ex Beatle George Harrison (1972) y de un concierto por la ciudad de Nueva York después de los atentados terroristas contra las Torres Gemelas (2001). Y escenario de presentaciones de figuras como Elvis Presley, John Lennon, the Rolling Stones, Bob Dylan, Madonna, Elton John, Stevie Wonder, The Who, U2, Bruce Springsteen, Katy Perry, Taylor Swift, Luke Bryan y de un hijo predilecto de la ciudad venido al mundo en el Bronx: Blly Joel.
En el terreno de lo político fue escenario del famoso cumpleaños del presidente John F. Kennedy (1962) en el que Marilyn Monroe le cantó el happy birthday con un vestido escotado que hizo historia y hoy se conserva en un museo. Pero también de cuatro Convenciones Nacionales demócratas y de una sola republicana.
El último de esos eventos políticos se produjo el pasado domingo 27 de octubre, cuando Donald Trump y sus seguidores de MAGA se reunieron allí en medio de un nuevo triunfalismo, esta vez determinado por informes mediáticos según los cuales el republicano estaba ganando terreno ante su rival Kamala Harris a pocos días de las elecciones del martes 5 de noviembre. El evento, dijeron, seria “icónico”.
”Acabamos de alquilar el Madison Square Garden. Vamos a hacer una jugada. Vamos a hacer una jugada por Nueva York. No se ha hecho en mucho tiempo. No se ha hecho en muchas décadas”, anunció Trump durante uno de sus mítines en Pensilvania.
Llegado el momento, fue el turno de los corifeos. “Este va a ser un día icónico e histórico, y se puede ver que [el lugar] ya está lleno. Quiero decir, es increíble. Las entradas se agotaron en menos de tres horas. Y muestra el entusiasmo, el impulso, la energía, ya que estamos en este capítulo final de una campaña increíble”, le dijo la representante republicana de Nueva York Elise Stefanik a Fox News desde el Madison Square Garden ese mismo domingo.
Y también que Trump podría ganar el estado. “Creo que el presidente Trump puede hacer historia y ganar en Nueva York, y aquí está el motivo. Si nos fijamos en el rendimiento de Kamala Harris, es inferior al de Joe Biden en todos los distritos clave de la ciudad de Nueva York. Será la candidata demócrata a la presidencia con el peor rendimiento desde la década de los 80”.
Seguidamente, deslizó otra mentira y un sueño húmedo: “El presidente Trump tiene un apoyo histórico entre los grupos demográficos en crecimiento: afroamericanos, hispanos, judíos y latinos […]. Creo que Nueva York podría hacer historia el día de las elecciones”.
El problema es que ese voluntarismo y buenos deseos operaban en medio de un secreto a voces: desde fines de los años 80 Nueva York ha sido un terreno indisputado de los demócratas. La ciudad votó por última vez por un presidente republicano en 1984, Ronald Reagan, en unos comicios donde solo perdió en Minnesota.
Y como bien se sabe, Donald Trump no es un personaje bienvenido por la inmensa mayoría de los neoyorquinos. Allí ha ido a juicio y lo han condenado dos veces, la primera desde lo civil por haber violado a la periodista y escritora E. J. Carrol; la segunda desde lo penal con 34 cargos de falsificación de registros comerciales a fin de encubrir un pago a cambio de silencio de la estrella porno Stormy Daniels.
Muchos celebraron cuando el magnate decidió mudarse de la Gran Manzana a su complejo de Mar-a-Lago, Florida, el estado donde naranjas, cocodrilos y trumpistas forman parte indisoluble del paisaje.
La vida o la Providencia
El evento fue, ante todo, una peculiar mixtura de trap y denostación farrullera en tesitura con las bases del trumpismo, incluido el empleo de lenguaje de adultos con sus inevitables dosis de racismo y misoginia.
En efecto, los oradores sostuvieron cosas tales como que Kamala Harris era “el Diablo” y el “Anticristo”, categorías propias de la guerra espiritual de la ultraderecha religiosa y sus alrededores (curiosamente, las mismas palabras que utilizaron, sin mucho éxito, en 2008 contra Barack Obama). Harris encarnaba, dijo uno, “el espíritu de Jezabel”, el famoso personaje bíblico portador de la inmoralidad y la idolatría.
En la esfera de lo moral, otro vociferó desde el estrado que Kamala Harris “y sus proxenetas destruirán nuestro país”. Y un tercero utilizó un gesto burdo al insinuar que había llegado adonde habia llegado gracias al sexo. Un cuarto aludió a los “cabrones ilegales” (el adjetivo empleado fue fucking) y, para no variar, retomó la ristra de insultos contra Hillary Clinton llamándola, literalmente, “una enferma hija de puta”. Esto, sin olvidar que en el cierre el caudillo en jefe decidió reiterar su última letanía sobre el “enemigo interno” y sus hipérboles sobre los efectos perniciosos de la inmigración en varias comunidades estadounidenses.
Pero sin duda la joya de la corona la colocó el comediante Tony Hinchcliffe al destapar los demonios del arca perdida de Indiana Jones. Sus chistes racistas del Madison Square Garden resonaron como trompetas desenfrenadas, empezando por llamar a Puerto Rico “una isla de basura en medio del océano”, pasando por aludir a los latinos como gentes a quienes “les encanta hacer bebés” y concluyendo con la historia de uno de sus “amigos” negros al evocar como jugaban juntos “con los melones”.
El efecto boomerang fue inmediato, al margen de que la jefa de campaña y varios trumpistas de la esfera pública —entre ellos María Elvira Salazar, Marco Rubio y Rick Scott— se dirigieran rápidamente a tratar de controlar el daño colateral.
La primera ola de repudio la encabezaron los artistas Bad Bunny, Marc Anthony, Ricky Martin, Jennifer López y Luis Fonsi, quienes manifestaron su apoyo incondicional a la candidatura de Harris. La segunda, actores de la sociedad civil y política que condenaron el hecho con calificativos duros y terminantes, incluyendo republicanos ajenos a las vulgaridades del racismo y la chusma.
Por azares de la vida, o de la Providencia, ese mismo día Kamala Harris estaba reunida con votantes puertorriqueños en el norte de Filadelfia. En el restaurante Freddy & Tony’s expuso un programa para la isla y se comprometió a crear un “Grupo de trabajo de economía de oportunidades puertorriqueñas”.
@dianaroque301 Sunny Hostin reacciona al comentario de Tony Hinchcliffe #SunnyHostin #theview #rally #tonyhinchcliffe #donaldtrump #puertorico #election2024 #fyp
Este incidente del Madison Square Garden constituye, sin duda, una de esas sorpresas de octubre. O mejor: un autogol con repercusiones inmediatas en el panorama electoral. Un regalito de fin de fiesta a los demócratas. ¡Y en qué momento! El chiste ha resonado en toda la Unión, en particular en Pensilvania, un estado pendular en el que las encuestas muestran una porfía llena de altibajos entre ambos candidatos, y por definición importantísimo para alzarse con la Casa Blanca. Y en particular en la ciudad de Filadelfia, donde la población puertorriqueña supera las 90 mil almas.
Las palabras nunca caen en el vacío. Esta vez nos lo dirá la balanza el próximo martes 5 de noviembre.