Bajo el título “El sonido y la furia”, la Revista Temas compila la respuesta de varios expertos y analistas en torno a la incertidumbre vigente, a apenas 3 días de celebrarse las elecciones, sobre qué candidato a la presidencia de Estados Unidos saldrá victorioso. A continuación, reproducimos las respuestas con la autorización de la revista.
William M. LeoGrande. Profesor de Gobierno, American University, Washington DC.
Las elecciones presidenciales de los Estados Unidos siempre son importantes para Cuba. A pesar de que el embargo ha estado en vigor durante más de sesenta años, cada presidente lo aborda de manera diferente. En el primer mandato de Donald Trump, este impuso las sanciones más duras desde John F. Kennedy. Kamala Harris ha dejado constancia de su apoyo al llamado del presidente Obama para poner fin al embargo.
¿Pueden las encuestas de opinión decirnos quién ganará las elecciones de la próxima semana? No, las encuestas no son bolas de cristal. Desde la sorpresiva victoria de Trump en 2016, las encuestas nacionales y estatales en los Estados Unidos no han acertado, a pesar de los frenéticos intentos de los encuestadores por corregirlas. En 2016 y 2020, subestimaron el nivel de apoyo a Trump y, en 2022, sobreestimaron la “ola roja” republicana en las elecciones legislativas de mitad de período.
La suposición fundamental de las encuestas es que se pueden estimar las opiniones de una gran población encuestando a una muestra representativa de la misma. Pero eso no es tan fácil. Cuando las elecciones son reñidas, como lo fueron en 2016 y 2020, la diferencia entre los candidatos en las encuestas suele ser menor que el margen de error normal de la encuesta (que surge porque ninguna muestra es nunca un reflejo perfecto de la población). Como dijo el sitio de encuestas FiveThirtyEight, “los márgenes menores de 3 puntos en las encuestas son apenas mejores que los sorteos”.
Pero ese es el menor de los problemas. El número de personas dispuestas a responder a las encuestas ha caído drásticamente. Hoy en día, solo una persona entre cien está dispuesta a contestar el teléfono y ser entrevistada. Si los dispuestos a participar en el ejercicio tienen puntos de vista diferentes a quienes se niegan a hacerlo, los resultados de la encuesta serán erróneos. Según una teoría, debido a que los votantes de Trump desconfían de los “principales medios de comunicación”, es más probable que se nieguen a responder, o incluso que mientan a los encuestadores.
Incluso si una encuesta estima con precisión las opiniones de varios grupos demográficos, estos grupos acuden a votar en diferentes proporciones, y estas varían de una elección a la siguiente. Cada encuestador tiene su propio modelo para estimar las tasas de participación en función de las elecciones pasadas, pero algunas elecciones simplemente no son típicas. En 2016, Trump se alzó con la victoria “en una enorme ola de apoyo entre los votantes blancos de clase trabajadora” que los encuestadores no esperaban.
Algunas encuestas están mal diseñadas, o redactan intencionadamente las preguntas para sesgar los resultados a favor de un bando, como hicieron algunas indagaciones republicanas en 2022. Finalmente, algunos votantes no deciden hasta el último minuto, por lo que incluso la mejor encuesta no puede capturar sus preferencias.
La única encuesta que cuenta es la del día de las elecciones. El resto es sonido y furia, que no significa nada.
José Ramón Cabañas. Embajador, investigador, director del Centro de Investigaciones de Política Internacional (CIPI).
Las elecciones en los Estados Unidos no se deciden por la mayoría del voto popular, sino por la mayoría del Colegio Electoral. Por ello, el análisis principal se debe centrar en aquellos estados llamados pendulares (se alternan a favor de demócratas o republicanos) y en cómo estos pueden alterar la balanza en función de uno u otro candidato. No obstante, en cada ejercicio se divulga una multiplicidad de encuestas y mediciones fuera de dichos estados, que realmente no aportan nada al resultado final y distraen la atención.
Las encuestadoras son empresas y los sondeos de opinión son un negocio multimillonario. Por tanto, el resultado de muchos estudios persigue atraer más fondos para invertir en nuevas encuestas, o simplemente forzar a los donantes a apoyar más en la campaña de uno u otro partido. En el ejercicio de 2024 se dio la particularidad de que al ser seleccionada Kamala Harris como candidata demócrata, y con el objetivo de hacerla competitiva en poco tiempo, una buena parte de la prensa corporativa la situó al frente en las encuestas, cuando en realidad los sondeos no arrojaban esos datos.
Hay varios encuestadores que asumen su trabajo con errores metodológicos, como no considerar entre los resultados a los votantes que rechazan compartir su preferencia. Dada la polarización política, muchas respuestas a encuestas que se realizan por teléfono, apoyan a un partido que no es el que finalmente se reflejará en la boleta. En ese país más de 50% de las personas con derecho al voto en elecciones presidenciales no lo ejercen y no se analizan en toda su magnitud las dinámicas de esa masa.
En los ciclos de elecciones presidenciales, como en las de medio término, los votantes indican sus preferencias no solo por el máximo cargo ejecutivo, sino también por otros cargos electivos (senadores, representantes, jueces, presidentes de juntas educativas, gobernadores), así como por una variedad de temas que cada estado de la Unión sitúa en las boletas a través de sus respectivas asambleas legislativas. Es frecuente que no siempre se vote en una boleta por candidatos de un mismo partido, o por temas que no son compartidos por la organización política a la que se pertenece.
A todo lo anterior habría que sumar las distorsiones generadas por la desinformación intencionada que se genera en todo tipo de fuentes disponibles.
Jorge I. Domínguez. Profesor e investigador. Miembro del Consejo editorial de Temas.
A una semana de las elecciones en los Estados Unidos, veo cuatro posibilidades:
1) Triunfan las encuestas, es decir, reflejan no solamente criterios actuales, sino que, además, pronostican acertadamente el resultado final. Implica que, por un pequeñísimo margen, Harris gana el voto popular y el colegio electoral, y asume la presidencia.
2) Triunfa la historia, es decir, interpretando las encuestas de hoy con información adicional, gana Trump la presidencia. Los demócratas suelen no ganar el colegio electoral cuando su margen popular es tan pequeño. Las encuestas en los estados carecen de suficiente calidad para incorporar los criterios de trumpistas que se niegan a contestar o que mienten en los sondeos. Las encuestas nacionales poseen mejor calidad.
3) Triunfa la rabia. Antes, los negros y los latinos solían abstenerse de votar. Ahora, los hombres blancos no universitarios predominan entre los absentistas. Si se enfurecen y aumenta su tasa de participación electoral, Trump gana.
Otra furia: mujeres jóvenes, frente a la pérdida de derechos reproductivos y en particular, del acceso legal al aborto en la mitad del país, votan abrumadoramente por Harris. Por ser jóvenes, no habían votado en elecciones anteriores y, en parte por eso, no se encuentran incluidas en las listas que usan los encuestadores.
4) Triunfa la incertidumbre. La elección es tan reñida que los litigios quedan en manos de los tribunales de justicia, de primera instancia, de apelaciones, hasta la Corte Suprema. No se conoce el resultado por un buen rato.
Ernesto Domínguez. Investigador y profesor, Centro de Estudios Hemisféricos y de los Estados Unidos (CEHSEU), Universidad de La Habana.
El primer punto al abordar el problema de las predicciones electorales tiene que ver con los sondeos que portan la información. Construir una muestra efectivamente representativa de una población electoral tan grande es muy difícil, sobre todo cuando hay que tomar en cuenta los diversos matices subjetivos que informan la decisión de votar. Además, la complejidad del sistema electoral, la centralidad de los estados y la diversidad de los mismos disminuyen la relevancia de los sondeos nacionales.
Hay que considerar fenómenos socio-psicológicos que hacen que una parte de los informantes potencialmente mienta, o tengan una opinión no completamente formada, de acuerdo con el momento concreto. También se observan dos tendencias convergentes: la subrepresentación de determinados sectores del electorado, y la sobrecorrección de los instrumentos en ejercicios sucesivos. Un ejemplo es la subestimación del voto republicano en 2016 y 2020, y la sobreestimación del mismo voto en las de 2022.
Estas son algunas de las limitaciones más importantes de los mecanismos de captación de datos, aunque no los únicos. Pero la predicción tiene una segunda parte: la interpretación. La forma más elemental es una evaluación cualitativa de esa información hecha por individuos que se presuponen expertos. Otra, más sofisticada, es el procesamiento de los datos a través de modelos estadísticos (el trabajo de Nate Silver es un buen ejemplo). Ese procesamiento arroja distribuciones de probabilidades para los distintos escenarios posibles. Ambos métodos comparten un problema: la subjetividad de la interpretación de datos ya limitados. Esto se aprecia en prejuicios, wishful thinking y otros comportamientos, o, en el caso de las distribuciones de probabilidad, a través de una cuestión clave: que un resultado sea más probable no implica que se pueda predecir, en tanto que es un solo evento, no un gran número, y cuando la probabilidad de un resultado es mayor que cero, puede ocurrir. Ello sin contar con las limitaciones de modelos estadísticos cuando el número de puntos es relativamente bajo.
Aquí hay que añadir que, en situaciones de crisis y transición, como el contexto actual, los modelos y lógicas creados para períodos de relativa estabilidad simplemente no funcionan, porque no se corresponden con las circunstancias reales. Y por supuesto, hay una pregunta fundamental que se debe plantear: ¿Cuál es la utilidad de una posible predicción en este tipo de casos? En mi criterio, es más útil identificar los posibles resultados, y evaluar los escenarios que pueden derivarse de cada uno.
Alfredo Prieto. Investigador, editor y periodista.
Estas elecciones son las más atípicas en la historia de los Estados Unidos. Una mujer negra de padres inmigrantes, en particular de madre hindú y padre jamaicano, compite contra un expresidente de pelo amarillo y ojos azules, un hijo de inmigrantes europeos que ha sido condenado por cortes civiles y criminales. Primero, por haber violado a una escritora y periodista neoyorkina; luego por haberle pagado, mediante un fixer, a una maravillosa estrella porno por su silencio, a fin de no comprometer su imagen en las elecciones de 2016.
Esa mujer, por otra parte, apareció de pronto en la escena electoral al ocupar el sitio de un presidente tartamudo y envejecido que renunció a su candidatura debido a un papelazo frente a su oponente en la TV, pero poco después de haber ganado las primarias y por presiones internas de su propio partido –algo que tampoco había ocurrido antes.
Y last, but not least, las elecciones de hoy están teniendo lugar por tercera vez consecutiva en una cultura muy polarizada y dividida, marcada por los impactos multilaterales de un populismo de ultraderecha en colisión con el liberalismo histórico, e incluso con el conservadurismo clásico.
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Revisitar los resultados de las encuestas en las dos últimas elecciones presidenciales, implicaría dar con varios fallos estructurales y, por consiguiente, con sus contribuciones específicas a la incertidumbre.
- En 2016 se produjo el más grueso: FiveThirtyEight, uno de los sitios de encuestas más prestigiosos, le dio a Hillary Clinton un 71% de posibilidades de ganar –otros le daban 91%. Como bien se sabe, finalmente perdió el Colegio Electoral, a pesar de ganar el voto popular.
- En 2020, las encuestas mostraron que Joe Biden tenía una sólida ventaja sobre Trump. Por estas mismas fechas, lideraba por 8,4 puntos en el promedio del sitio FiveThirtyEight, y por 7,2 puntos en RealClearPolitics. Sin embargo, ganó el voto popular por menos de 4,5 puntos, pero lo suficiente como para lograr la victoria en el Colegio Electoral.
Para explicar esos fallos se han argumentado/debatido varios problemas, entre otros los siguientes: a) fueron inexactas porque los partidarios de Trump optaron por no participar debido a su desconfianza en los medios de comunicación y las organizaciones de encuestas; b) los votantes blancos no universitarios, una gran parte de las bases trumpistas, no fueron incluidos en las encuestas porque las personas con educación superior tienen “significativamente más probabilidades” de responder las preguntas.
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Pero esa polarización aludida al inicio también ha contribuido a la incertidumbre, lo cual se refleja las encuestas que estamos viendo en la fase final de este ciclo después de un recurrente sube-y-baja: un empate cuello-a-cuello dentro del margen de error en los siete swings states, esos que dentro de muy pocos días van a decidir el camino a la Casa Blanca.
También hay sesgos, a veces ocultos. En medio de ese empate técnico, acaba de emerger la pregunta de si las encuestas están haciendo con Harris lo mismo que con Trump –es decir, subestimándola. En lo personal, tiendo a pensarlo: no suelen ser muy buenas captando movimientos populares. De ocurrir lo que sugieren algunos encuestadores, el resultado sería aterrador para los republicanos, la palabra más temida del mundo: landslide.
Por último, hace tiempo no veía a dos políticos –Harris y Walz– llenar estadios como si se tratara de estrellas de rock. Esta misma semana, en el discurso-resumen de su campaña, Kamala Harris movilizó a unas setenta y cinco mil personas en Washington DC, de un estimado de veinte mil que había establecido la policía.
Queda muy poco para levantar el telón. Entonces, y solo entonces, podremos establecer con mayor precisión lo que falló en las encuestas de este ciclo electoral 2024.
Dick Cluster. Profesor (r), Universidad de Massachusetts, escritor, historiador.
Escribiendo con dos dedos, y no siendo un experto, he aquí mi respuesta a la pregunta de la encuesta.
1) Ya que se trata de encuestas sobre muestras, la cuestión es cómo conformar una muestra que refleje la población demográficamente y en términos de características políticas que nadie entiende.
2) Especialmente, cómo reflejar la población de “votantes probables”, que no es lo mismo que toda la población (muchos de los cuales no están registrados o están registrados, pero rara vez votan). Esto depende de encuestas pasadas, encuestas a boca de urna de elecciones pasadas y muchas conjeturas sobre las motivaciones para votar y cómo se correlacionan con la demografía.
3) Las encuestas de 2016 y 2020 subestimaron los votos de Trump. ¿Es esto cierto de nuevo, o los encuestadores han compensado en exceso al ajustar sus modelos?
4) Las técnicas de sondeo político se inventaron en la era de los teléfonos fijos, sin identificadores de llamadas, sin correo de voz. Han tratado de adaptarse a la era de los teléfonos celulares e Internet, pero eso todavía es un proceso en curso.
5) ¿La gente dice la verdad?, y ¿puede el sí/no, o las respuestas del 1 al 5, reflejar las actitudes confusas e internamente contradictorias de los estadounidenses? ¿Y cómo la redacción de las preguntas sesga los resultados?
6) Aun así, los promedios de las encuestas sugieren que las malditas elecciones estarán bastante reñidas.
Reynaldo Taladrid. Periodista, analista político, ICRT.
Desde 2016, cuando se produjo un gran fracaso trauma para las encuestas, siguen fallando, y no hay consenso de las causas. Véase el nivel de error que tuvieron en las elecciones de 2020. Se aprecian niveles de error muy altos.
Expertos y matemáticos hablan del uso en decadencia de teléfonos fijos, así como del aumento de número de indecisos que solo toman una decisión unos días antes y cambian varias veces durante la campaña.
Sobre la elección de las muestras, se dice que la mayoría de las personas que responden son los más comprometidos, y eso, en un país donde, como promedio, solo vota algo más de 50%, puede inducir a error si hay votaciones más altas como en 2020. Este año se habla de republicanos clásicos que temen decir que no votarán por Trump. Los más jóvenes pueden hasta decir cosas que después no harán. Los importantes cambios demográficos en estados claves no han sido reflejados del todo. Los sondeos son caros y son una pieza del gran negocio electoral.
Por eso termino poniendo como un elemento más de este rompecabezas, que las campañas pagan y tienen encuestas propias que no hacen públicas y no sabemos con certeza cuán diferentes pueden ser de las que se publican.
Arturo Lopez-Levy. Profesor e investigador.
Una de las figuras de la política estadounidense más elogiadas por José Martí fue el gobernador de Nueva York, Samuel Tilden, a quien el apóstol de Cuba identificaba como un político encomiable por su actitud ante el resultado desfavorable de las elecciones de 1876. Tilden fue el candidato demócrata, quien ganó las elecciones con el voto popular y en el colegio electoral pero fue despojado del triunfo por la maquinaria republicana. Martí lo alabó por aceptar la victoria de Rutheford Hayes, “por no verter sangre” en una contienda fratricida. Si de buscar referencias históricas se trata, la actual contienda electoral evoca el carácter cerrado de varias elecciones presidenciales en la historia norteamericana como 1800, 1824, 1876, y las de 2000, en la que el voto cubano-americano y las trampas de la extrema derecha cubana probloqueo fueron decisivos.
Escribiendo desde un estado pendular, Georgia, a cuatro días de la elección, se registra una profunda ansiedad en la base de demócratas y republicanos, que las aseveraciones de victoria de Harris y Trump no pueden ocultar. Si de péndulo se trata, el promedio de las encuestas en el prestigioso sitio FiveThirtyEight que cubre los estados pendulares, donde se decide el resultado del colegio electoral, ha estado pendulando de Harris a Trump y viceversa. Los márgenes de victoria están generalmente dentro del error estadístico, con menos de un 2%, lo que convierte estos ejercicios en poco útiles para anticipar el resultado.
Si a eso se suma la evidencia de que, en los últimos dos ciclos electorales, se ha registrado un error no estadístico unidireccional de subestimación del voto trumpista, la incertidumbre es todavía mayor. ¿Se mantendrá esa subestimación, o los encuestadores la han resuelto? ¿estarán incurriendo –como sostienen algunos– en el mismo error en reverso, subestimando el voto de Harris? Hay que tomar en cuenta que Harris apareció como un pitcher relevo tras el agotamiento de Biden, en el que se suponía iba a ser el primero de dos debates presidenciales, que esta vez como en 1960, sí han contado. Mujer, afro e indiodescendiente, política liberal de San Francisco, ha tenido que mostrar a la carrera su agenda, frente a los perfiles conocidos de Trump y Biden, y el embate de campaña negativa del sprint final en la carrera electoral.
Estos aspectos estructurales de las narrativas políticas, y la negatividad militante de amplias bases, ya definidas por sus respectivas candidaturas, ofrecen mejor explicación de los dilemas de la campaña, que la obsesión con la última encuesta. La de 2024 es una elección de cambio, no de continuidad, pues más de tres quintos de los estadounidenses dicen consistentemente que no están contentos con el rumbo que lleva el país. La gran discrepancia es sobre qué cambio implementar, pero es innegable la incomodidad con el statu quo. Harris, como Hubert Humprey en 1968, se ha tomado tiempo en proyectar una alternativa propia, que “pase la página”, para usar su propia expresión, no solo de Trump, sino también, de Biden.
Esa dificultad en estructurar su propia narrativa de cambio, y el embate de la propaganda negativa contra ella en momentos de indefinición, es quizás la explicación de la trayectoria de Kamala Harris desde asumir la candidatura, el ascenso en agosto, máximo alcance en septiembre, hasta el único debate con Trump, y caída en octubre. Esos movimientos después de agosto, cuando ocurrió el gran rescate frente a la segura derrota de Biden, han sido también menores, un 2% cuanto más. No serían tan importantes, si la elección no fuese tan cerrada, pero lo es. Todos los temas y grupos cuentan, desde el voto árabe en Detroit, Michigan, hasta el puertorriqueño, movilizado por algo más que un chiste de mal gusto dicho a un partido que no es de racistas, pero en el que los racistas encuentran bienvenida. No es una elección cerrada: es super-cerrada.
Eso ha sido particularmente angustioso en las encuestas de un número, relativamente mayor que en otros comicios, de estados pendulares, indefinidos hasta el último momento, primero que todo Pensilvania. Con un territorio equivalente al de Cuba, Pensilvania hace honor a su apelativo de “piedra angular”, no solo por su papel primario en la independencia y la constitución de la república estadounidense, o la batalla de Gettysburg, que decidió la refundación del país en la guerra civil. Con Pittsburg en el oeste, Filadelfia en el este, y Alabama en el medio, es en estas elecciones, de nuevo, la piedra angular para la victoria de Harris o de Trump, y el destino de los Estados Unidos. Para usar la expresión de Churchill sobre Rusia, Pensilvania es “una adivinanza dentro de un enigma envuelto en un acertijo”.
Publicado originalmente en Revista Temas.