Esta entrevista con Yero la tenía programada desde hace mucho tiempo. Las dificultades económicas en que se ve envuelto el país desde hace décadas, entre otras calamidades, alargan las distancias entre provincias e impiden el diálogo cara a cara, que para mí y para él, hombres del siglo pasado, sigue siendo imprescindible.
Entre apagones programados y no, en Sancti Spíritus y La Habana, fuimos urdiendo preguntas y respuestas, con una conectividad antediluviana que, no obstante, no pudo vencer nuestro interés por dialogar, verbo últimamente en desuso.
Supongamos que no nos conocemos. ¿Cómo te presentarías?
Soy Luis Rey Yero. Nací en Sancti Spíritus hace 76 años, a mes y medio de asumir la presidencia en Cuba Carlos Prío Socarrás. Desde mi adolescencia me vinculé al quehacer artístico-literario dentro de una ciudad endógena, de tradiciones ancestrales sedimentadas desde su fundación, en 1514.
Permeado por hábitos y costumbres donde aún se sentía el sustrato españolizante, busqué mi identidad en el ámbito reducido de una villa aislada y conservadora. Durante mi aprendizaje académico traté de romper aquellos lazos que no me permitían divisar otros horizontes culturales. Con ese convencimiento me gradué como licenciado en Letras Hispánicas, hice una maestría en Historia del Arte y un doctorado en Ciencias sobre Arte. Desde entonces, mi vocación se sostiene sobre los principios metodológicos de los estudios regionales, en particular la cultura espirituana, a la que le he dedicado gran parte de mi vida profesional, con cientos de comentarios, artículos e investigaciones académicas.
He publicado los libros de ensayo Arte cubano del centro de la isla, junto al crítico Manuel Echevarría Gómez; El paisaje en la plástica cubana, la particularidad espirituana; Herejía desde las márgenes del arte; Diccionario de las artes visuales espirituanas; y está próximo a salir Arte adentro. También formo parte de colectivo de autores de los libros digitales dedicados al paisaje, el muralismo, la abstracción y el expresionismo en el arte cubano publicados por la editorial Boloña.
Como profesor titular de la universidad José Martí de Sancti Spíritus, imparto clases sobre arte universal y cine. He dedicado durante décadas mi labor profesional a la docencia, el periodismo cultural y la investigación y crítica del arte.
Tengo la dicha de estar casado con la destacada artista visual Luisa María Serrano Fernández (Lichi) y tener a mi hijo, Luis Alejandro Yero Monteagudo, cineasta de reconocido prestigio, quienes constituyen mis bastiones inclaudicables.
Como promotor cultural, he impartido conferencias en Cuba y el extranjero; ejercí también como curador de unas 50 exposiciones personales y colectivas con artistas consagrados y emergentes. He sido director fundador del programa radial La fuente viva y del suplemento Babel, órganos de difusión del Comité Provincial de la Uneac en Sancti Spíritus. Fui fundador y editor jefe de Vitrales, suplemento cultural del periódico Escambray. He colaborado con diferentes revistas culturales del país. ¿Así, o más?
Es suficiente. Tienes una larga hoja de servicios como docente, periodista y crítico de arte. ¿En cuál de esas actividades crees que tus aportes hayan sido más significativos?
Durante décadas la tríada docente-periodista-crítico de arte me acompañó de forma permanente, sin establecer distingos cualitativos. Creo que ese sistema de labor profesional me ha ido alimentando, al promover en mí la capacidad de analizar, comprender, crearme gustos estéticos múltiples, entender mejor al ser humano. Desde esa perspectiva me resulta engorroso definir en cuál de esas facetas he hecho mayores aportes. Tales variables son difíciles de separar; más bien aprecio ciertos vasos comunicantes invisibles donde, en determinados momentos, las tres se entrecruzan y definen mis potenciales propuestas expositivas.
Digamos que la vocación de enseñar se transparenta en las críticas publicadas en revistas cuyos lectores tienen gustos culturales diversos; en ellas intento hacer reflexionar con un lenguaje libre de oropeles lingüísticos que hagan imposible la comprensión de mis razonamientos.
Confieso que escribo para un blanco periodístico mayoritario, casi didáctico, libre del excesivo aparato crítico que resulta apropiado para especialistas. No obstante, cuando se trata de investigaciones de corte ensayístico que abordan problemáticas contemporáneas del arte, apelo más a la simbiosis semiótica, estructuralista y posmoderna. Quizás en esta dimensión he hecho algunos aportes dentro de la historiografía del arte espirituano al intentar crear un corpus narrativo que defina sus múltiples aristas conceptuales y morfológicas. Pero resulta que en mis antiguos andares como periodista que ha ejercido su labor a través del reportaje y la entrevista, mantengo el criterio de aprehender del objeto estudiado.
El contacto con hechos excepcionales o personalidades emblemáticas me ha permitido forjar un background de posibilidades expresivas que derivan en la percepción de procesos culturales más complejos. En definitiva, valoro en su justo lugar mi labor docente, que me ha obligado al estudio sistémico de la cultura, por lo general de índole antropológico, lo cual dota a mis reflexiones de un acercamiento más certero de los procesos estudiados. Al menos, eso intuyo.
Eres autor de cinco volúmenes sobre arte, publicados todos. Vamos a tratar sobre algunas de las materias que te han interesado a lo largo de tu carrera.
Durante la selección de mis intereses investigativos he partido siempre de los principios de los estudios regionales, en particular de la cultura espirituana, aunque en ocasiones he abordado problemáticas del ámbito cubano y universal, con cierta visión culturológica. Como estoy convencido de que la cultura nacional no sólo está en las cúspides emblemáticas reconocidas, sino que existe un sustrato fragmentado que las alimenta en cada territorio, la misión que me he propuesto es revelar las potencialidades que posee.
Resulta polémico afirmar que la legitimación de un proceso o artista sólo se alcanza en la capital del país. Hay notables ejemplos que niegan tal aserto, aunque no dejo de comprender que quienes emigran a La Habana con talento suficiente encuentran espacios en galerías, revistas especializadas, ventas, viajes al extranjero, atención de la crítica.
A mi limitado entender, la promoción de un legítimo creador se puede potenciar en predios capitalinos, pero resulta que antes de la pandemia y la profunda crisis económica en que vivimos, los jóvenes talentos hacían presencia en determinados espacios habaneros y regresaban a sus respectivos territorios. Se socializaba más desde esa especie de alma viajera. Hoy las posibilidades de las redes sociales han estado construyendo otro tipo de visualización, más allá de las fronteras nacionales. Se busca el contacto con galeristas, marchantes, críticos que potencien su labor artística o, sencillamente, emigran hacia otras latitudes geográficas.
Dentro de esas nuevas dinámicas, los que cultivamos los estudios regionales podríamos tener la función de mediadores con los públicos más inmediatos. En el caso espirituano, aprecio un culto endógeno que se ha ido dinamitando en la medida que entran nuevos egresados de escuelas de arte como el Isa, la Ena, San Alejandro. Resulta necesario, entonces, visibilizar las jerarquías culturales contribuyendo al fortalecimiento de la tríada obra-artista-públicos desde los rasgos que definen una región.
La sumatoria de esos procesos de identificación haría más cercano a la verdad el concepto de lo que se conoce como arte cubano. Con esta óptica he trabajado durante décadas, al revelar temáticas, tradiciones, expresiones identitarias que se enriquecen con el tiempo. Como lo afirma Cintio Vitier en Lo cubano en la poesía —válido para las artes visuales—, primero se revela el paisaje como tema predominante, luego se ahonda en lo que él denomina el carácter y más adelante se sienten las voces del alma para concluir en el reino del espíritu. Es la consolidación de las esencias más vitales de una cultura, definidas con la calidez poética del escritor.
Empecemos por el paisaje. ¿Se trata de un género o de una temática?
En la actualidad, se habla indistintamente de género o temática al hacer referencia a la pintura paisajística. A mi entender, hay sutiles distingos entre una y otra denominación. Considero que cuando se hace referencia al paisaje como género artístico se está definiendo un modo de hacer académico o academicista, sujeto a rígidas normativas de las academias de bellas artes europeas, que incluyen al retrato y al bodegón con temas que abarcan lo religioso, histórico, alegórico y costumbrista.
Lo académico en pintura se caracteriza por patrones que coartan la originalidad por su visión conservadora de la realidad, que llega a la idealización y la búsqueda de la perfección técnica en detrimento de la espontaneidad creativa. La modernidad demolería tales preceptivas al buscar un arte innovador que permitiese estilos diferentes en el tratamiento del paisaje. Con la primera vanguardia artística cubana se negaría el canon de belleza academicista, con pintores emblemáticos que buscan otras formas de abordarlo. Uno de ellos sería Víctor Manuel, quien prefirió darle a sus paisajes un toque cuasi naif, al estilizar el entorno y las figuras que lo habitan.
Me atrevería a afirmar que estamos en presencia del tránsito de la categoría de género, tradicionalmente conservadora de lo académico, hacia el tema paisajístico más libre y original. Con la posmodernidad la categoría de pintura paisajística se violenta al hibridizar sus componentes. Pienso en el pintor pinareño Águedo Alonso, quien logra fusionar armónicamente lo figurativo con la abstracción. Incluso hay quienes se atreven a postular que ciertas instalaciones pueden tener una evocación paisajística. Vuelvo, entonces, a esos sutiles distingos a los que hice referencia al principio, quizás a partir de gustos y tendencias estéticas: ¿la pintura paisajística en su proceso diacrónico deja de ser un género para convertirse en temática?
¿En qué estado están las artes plásticas en tu provincia y territorios aledaños?
Debo confesar que hace algún tiempo me desconecté del desarrollo de las artes visuales de Villa Clara y Cienfuegos, que logré conocer en mis viajes a esas provincias como conferencista, jurado o presentador de exposiciones espirituanas. Los criterios que ahora vierto quizás no se corresponden con las dinámicas actuales de esos territorios, aunque sospecho que existe un denominador común: el debilitamiento de sus estructuras de creación, promoción y forja de nuevos talentos como consecuencia de la pandemia y la profunda crisis económica que estamos padeciendo.
A ello se suman las ausencias de quienes hacían la crítica, funcionaban como jurados en salones competitivos y eran eficaces promotores en sus respectivas provincias. En Sancti Spíritus ejercieron esa delicada y necesaria labor los ausentes Elvia Rosa Castro, Manuel Echevarría (fallecida), Ibrain Pilar, Maikel Rodríguez; en Villa Clara, Antonio Pérez (fallecido). Roberto Ávalo, Danilo Vega; en Cienfuegos aún se mantiene activo Jorge Luis Urra. Aunque es cierto que las promociones recientes de artistas visuales de la región central han optado por mantener vínculos con el acontecer capitalino mediante gestiones personales o institucionales que les han permitido participar en talleres de creación brindados por el ISA, las bienales de La Habana, los salones de arte contemporáneo y de jóvenes creadores, y exposiciones en galerías de la capital.
Grosso modo puedo afirmar que las tres provincias centrales han hecho sustanciales aportes a la historia de las artes visuales en Cuba, con sus artistas de diferentes promociones. No me atrevería a nombrarlos porque la lista sería extensa, y puedo cometer olvidos, pero sí afirmo que ellos han incursionado con excelentes resultados en el paisaje, la abstracción, la cerámica, la creación naif, la instalación, la performance, la fotografía, el dibujo, el grabado y el video arte. Incluso, varios participaron en los proyectos Dupp, Enema, DIP, Cátedra Arte de Conducta, la Asociación de Arte Útil.
¿Qué figuras del arte cubano nacidas en el centro de la isla han tenido mayor proyección?
Con el temor de no mencionar otras figuras emblemáticas, sólo cito tres íconos de las artes visuales cubanas con sus poéticas particulares: el cienfueguero Tomás Sánchez, el villaclareño Wifredo Lam y la espirituana Amelia Peláez. Junto con ellos hay una sustancial nómina de premiados en concursos nacionales e internacionales de renombre.
Samuel Feijóo. Usualmente se le tiene como poeta notable, editor, investigador del folclor, pero se habla poco de su obra plástica. ¿Qué valores le atribuyes a esta? ¿Te interesaría curar una exposición antológica con su trabajo?
La labor intelectual de Samuel Feijóo, a partir de la década de 1960, llegó a ser ecuménica desde el centro de la isla. Este año se cumplió el 110 aniversario de su natalicio y, a mi entender, no tuvo la repercusión nacional que merecía, aunque su recuerdo se ha mantenido presente en territorio villaclareño, donde cada año le rinden merecido homenaje con múltiples acciones culturales. Hay un documental de Raydel Araoz, La isla y los signos, presentado en el 36 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano (2014), que sintetiza magistralmente, con lenguaje experimental, la labor de este prolífico autor.
Ha habido otros acercamientos que estudian su faceta de escritor, folclorista y editor, creador de las revistas Isla y Signos, pero apenas se conoce sobre sus creaciones pictóricas, que varios estudiosos consideran inigualables en el contexto cubano.
Sus obras poéticas, narrativas y pictóricas constituyen un canto a la naturaleza; reflejan tradiciones, costumbres, mitos populares. En la novela Juan Quinquín en Pueblo Mocho, llevada al cine por Julio García Espinosa como Las aventuras de Juan Qinquín, un clásico de la cinematografía cubana, se aprecia el sabor picaresco y aventurero de los personajes que el cineasta supo aprovechar para realizar un filme que propuso en su tesis narrativa como anti-hollywoodense.
A él se une su encomiable labor de promotor literario, desde su estado mayor en la Universidad Martha Abreu, de Las Villas, y padrino de pintores populares como Aida Ida, Alberto Anido, Duarte, Pedro Osés, entre otros, que aportaban sus dibujos para ilustrar la revista Signos. De modo que ser curador de una muestra personal de este insigne intelectual podría ser una experiencia memorable.
Pero no se debe olvidar la labor que igualmente mantuvo, aunque en menor escala, el innombrado escritor santaclareño José Seoane Gallo, autor de ensayos sobre Amelia Peláez y Ponce de León, quien poseía una colección de obras originales de pintores de las vanguardias artísticas cubanas, las que se exhibían en una galería del Instituto Superior Pedagógico, hoy adscripto a la Universidad Central de Las Villas.
A él se debe la serie de dibujos de pintores populares, quienes creaban incentivados por su propuesta a partir de una simple palabra: “bichos”.
Por cierto, hay una excelente entrevista audiovisual titulada Bichos, de los autores Susana Trueba, Roberto Ávalos y Osvaldo Marcial, quienes recogen el sistema de pensamiento de Seoane.
Si bien Samuel Feijóo ha sido objeto de estudios académicos y potenciales tesis de grado y doctorados, como el que dirige el doctor Arnaldo Toledo en la Facultad de Humanidades de la Universidad Central, aún está por estudiarse desde una perspectiva sistémica para descubrir quién fue ese hombre irreverente que en una de sus apariciones en público se autodefinió como “un cagajón mirando las estrellas”.
¿Cuáles son las herejías de que hablas en el título de uno de tus libros?
Herejía desde las márgenes del arte es el resumen de mi tesis doctoral. Ahí analicé las constantes heréticas que se han registrado durante el proceso de desarrollo de las artes visuales espirituanas. Desde principios del siglo XX, y durante varias décadas, el paisaje academicista ha predominado en el ámbito local. Durante ese período ha habido algunas esporas que niegan ese gusto por el paisaje.
A finales de la década de 1950, tres pintores exponen obras influidas por las tendencias del arte abstracto, simbólico y cubista: Fayad Jamís, Maximiliano González y Raymundo Martín. Pero ellos emigran temprano al extranjero y dejan sin posibilidades de consolidar una plataforma del arte moderno.
En los principios de la década de los 70 se erosiona de nuevo la tradición paisajística al imponer sus lenguajes expresivos los pintores naif Juan Rodríguez Paz (El Monje) y Benito Ortiz, así como Luisa María Serrano (Lichi), quien introduce la visión problémica de las relaciones humanas, en particular el rechazo a la postura falocentrista. Continuarían esa ruptura las abstracciones de Luis García Hourruitiner. Con la década de 1980 llegan a la ciudad de Sancti Spíritus los primeros graduados de la Ena: Olimpia Ortiz, con sus nuevos conceptos abstractos, y Félix Madrigal, quien introduce la performance en suelo espirituano. Tal propuesta constituye antecedente inmediato de los nuevos artistas que llegan a Sancti Spíritus en la década de 1990 y siguientes, con una visión instalacionista, performática, ajustados a los nuevos paradigmas estéticos que se han entronizado en la capital. Con ellos hay una ruptura de la tradición retiniana, gestáltica, que había predominado en la localidad desde principios del siglo XX.
Esta es una época decisiva en la adopción de nuevos lenguajes como el minimalismo, el conceptualismo, las paradojas postmodernas, el arte procesual, el video arte… En la actualidad conviven las técnicas tradicionales con las más experimentales, por lo que se diluyen las fronteras del quehacer plástico desde una dimensión poliédrica, difícil de precisar en su entorno herético.
¿Conociste a Fayad? ¿Tuviste trato cercano con él?
Mi acercamiento a Fayad Jamís se lo debo a Margarita, su compañera, quien me abrió las puertas del apartamento donde ambos vivían, en El Vedado. Tuve el triste privilegio de hacerle la última entrevista, que publicó la Gaceta de Cuba. Durante los últimos años de su vida, Fayad mantuvo la pasión por crear.
En Sancti Spíritus colaboré con él en la curaduría de su exposición personal Cartas recibidas, que tuvo un impacto de público pocas veces visto. En nuestros encuentros, el diálogo fluía sobre diversos temas culturales. Se hablaba de artes visuales, literatura, cine, música. Contaba sobre sus experiencias en París, donde tuvo que realizar diferentes oficios para subsistir.
Cuando en 1959 regresa a Cuba, ya había logrado cierto reconocimiento como pintor, gracias a la abstracción lírica, donde insinúa, mediante fuertes trazos, corrientes de agua, tierra, fuego. Comulgué con él, entre otras razones, por su poesía de fuerte lirismo agónico, permeado de desgarramiento espiritual, soledad, sufrimiento, que tanto recuerdan la poesía de César Vallejo. Ese proceso doloroso se aprecia en cada nuevo poemario, desde Los párpados y el polvo, transitando por Los puentes hasta Abrí la verja de hierro, conjunción de quien invoca su época inestable y de posibles transformaciones.
Cuando lo conocí se disolvieron las dudas que tenía sobre su personalidad. Parecía un hombre adusto, concentrado en sí mismo, de difícil carácter. Los encuentros con él me fueron creando otra imagen. Abierto al diálogo, capaz de escuchar con atención y respeto las opiniones del interlocutor, con una seriedad que se desmoronaba con su voz apacible, a veces de socarrona, fina ironía y noble gesto hacia quienes le extendía su amistad. Hablaba sobre Margarita con cariño y respeto, y la tuvo siempre a su lado hasta el día del fallecimiento. Creyó en su poesía, y admiró la sensibilidad innata que ella ha desarrollado a través del tiempo. Fueron la pareja sostenida por la cautivadora poesía y el susto de muchacha, como expresaría Margarita en uno de sus versos.
El próximo año Fayad cumpliría 95 años de edad, por lo que se ha venido preparando la publicación de un libro en Sancti Spíritus sobre su labor intelectual, y, si se logra el proyecto, una muestra personal en el Museo Casa de México Benito Juárez de La Habana, con mi colaboración curatorial.
¿Has viajado fuera de la isla?
Resulta recurrente hablar de la necesidad de viajar a otras latitudes geográficas para los que ejercen la profesión creativa en el ámbito cultural. Pero no se trata del viaje turístico que obnubila el pensamiento, porque no siempre se logra penetrar en el conocimiento de una cultura, una tradición, un modo distinto de apreciar la existencia humana del país visitado.
Cuando salí por vez primera del entorno espirituano hacia Europa, comprendí la necesidad del encuentro con lo desconocido. La ciudad donde siempre he vivido se mantuvo anclada en un pasado españolizante. Viví entre los toques de campana de la iglesia Parroquial Mayor, las clases con profesores que veían a España como la Madre Patria, las costumbres y tradiciones populares de lejanos orígenes religiosos, como los extintos Santiagos Espirituanos, festejos donde se resaltaba cada año la tradición musical, con sus parrandas, puntos espirituanos, disfraces, juguetes artesanales, carrozas. Circulaban entre la población los mitos y leyendas de aparecidos, güijes, propios de una ciudad pequeña. Apenas intuía lo que existía fuera de esta cultura concentrada en sí misma.
El contacto con otros países me hizo trazar estrategias definidas: conocer, en la magnitud de lo posible, la idiosincrasia, cultura, tradiciones, gustos culinarios y bebidas representativas.
Fue Praga mi primer alumbramiento. Conocí la minúscula casita donde vivió Franz Kafka, el inmenso escritor no del todo reconocido por las autoridades de turno; las catedrales góticas llenas de luz, pero donde los feligreses se sentían tan empequeñecidos ante el manto de Dios; la cervecería U Fleku, fundada a fines del siglo XV, con sus enormes jarras de espumante cerveza Pilsner Urquell caliente —afuera nevaba—, servidas sobre gruesas mesas de madera; me adentré en las calles adoquinadas, escoltadas por antiguas mansiones.
En Rusia, disfruté del impresionante Museo Ermitage, con sus incalculables obras originales distribuidas en varios centenares de salas, tomé vodka y saboreé el caviar por primera vez.
Alemania me fascinó por un Berlín de diseños modernos que se mantenían el equilibrio entre las áreas verdes y las edificaciones, degusté de sus excelentes cervezas acompañadas de embutidos, conocí de sus centros nocturnos, en los cuales apenas se duerme; visité la casa de Goethe, de quien se afirma pedía más luz en plena agonía de muerte, conocí de sus espléndidas mujeres.
Fue en México donde afiancé mi desconfianza sobre la hispanidad que me vendían los profesores. En lo alto de una de sus pirámides medité sobre la inmensidad de una cultura destruida, pero no vencida, por las hordas españolas, que cometieron un genocidio continental sin precedentes. He visto la energía de un pueblo que mantiene sus tradiciones, como la Fiesta de Muertos, la exquisita artesanía, la solidez de sus instituciones académicas, el arte culinario de los tacos salpicados de picantes; la tradición musical de tanta riqueza expresiva, y una intelectualidad con pensamiento nacionalista que pude conocer en la Unam, donde impartí conferencias y presenté mis libros. Siempre estuve acompañado del fuerte tequila.
En ejercicio del periodismo cultural, me enrolé cierto día en el barco mercante Sancti Spíritus rumbo a Nicaragua; ahí tuve la difícil experiencia del marinero inexperto, siempre mareado, sólo recompensado por los amables nicas con sus cervezas Toña y Victoria. Cerca del puerto de Corinto viví un ligero temblor de tierra que nunca había sufrido. Conocí el Museo de la Fundación Ortiz, con su colección de arte contemporáneo nicaragüense.
Finalmente, hice contacto hace algunos años con la República Dominicana. Allí presenté uno de mis libros y estuve listo para ofrecer una conferencia sobre José Martí, pero faltó la corriente ese día, situación normal en el país. Conocí su Museo del Hombre Dominicano, con piezas arqueológicas que asocié a las del Museo Montané de La Habana; degusté del típico sancocho, equivalente al ajiaco cubano, acompañado de la popular cerveza Presidente.
Desde entonces, me mantengo refugiado en mi hogar, con recorridos esporádicos por la ciudad, viviendo del recuerdo de mis experiencias pasadas, sin salidas al exterior, replegado del mundanal ruido, atendiendo a las plantas, los gorriones y lagartijas que nos visitan y con la nostalgia de un alumbramiento, ante tanta incertidumbre.
Has formado una familia con una pintora. Tienes un hijo cineasta. ¿Cómo ha sido vivir dentro de “los márgenes del arte”? ¿Es cierto que los artistas son particularmente complicados?
En la familia, integrada por artistas, intelectuales, resultan, en efecto, un tanto compleja las relaciones de convivencia. Por principio, no se acepta la tiranía de mando doméstico y se mantiene la multiplicidad de pensamientos. Cada uno posee su propio espacio privado, su feudo, y defiende un modo de ser singular. En nuestro apartamento cada cual hace vida profesional propia.
Yo, por lo general, me refugio en el estudio, donde tengo mi espacio para escribir, leer, ver algún filme; Lichi, en la amplia mesa del comedor, creaba sus dibujos y tapices —dejados de hacer por los inestables embates psicosociales y económicos en que se sobrevive—; mientras que mi hijo, cuando nos hacía las breves visitas procedente de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio, donde ha trabajado, tenía la guarida en su habitación a puerta cerrada. Así funcionaban los espacios territoriales de cada cual.
Los horarios se rigen según los hábitos personales. Lichi, como buena noctámbula de escasísimo sueño, comienza las labores domésticas o gusta de ver películas por la televisión a las dos o tres de la madrugada; por la tarde combina las series de turno con la lectura; yo le sigo a las cinco de la madrugada, porque tengo el deber de disponer temprano el desayuno, hacer mis ejercicios hatha yoga y prepararme para salir a la calle; mientras Luis Alejandro duerme un poco más, labora durante la mañana en sus clases online o la escritura de proyectos de películas.
Yo tengo también la responsabilidad de recorrer la ciudad en bicicleta en busca de las mejores ofertas del agro, tratar de extraer dinero del banco, hacer otro tipo de compras. Este es el panorama habitual que intenta evitar conflictos, aunque a veces se entre en controversias, entonces cada cual expone sus criterios, que en ocasiones se cruzan como dagas ante una esposa zurda de sólidas convicciones culturales.