Fernando Pérez debe ser de los pocos seres humanos en el planeta a quienes es imposible no querer. Basta verlo sonreír y escucharle un par de palabras para sentirlo como alguien cercano. Es de esas raras personas que, por unanimidad, reciben elogios sinceros de quienes han compartido con él en lo personal, lo académico, lo profesional. No ha pasado inadvertido el hecho de que es uno de los más grandes directores del cine cubano.
Días atrás, la Fábrica de Arte Cubano (FAC) homenajeó al reconocido cineasta con motivo de su cumpleaños 80, el pasado 19 de noviembre. Pensé que el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana era, a su vez, escenario ideal para celebrar la vida del director, ¿acaso con una retrospectiva de su obra? Ojalá, dentro o fuera del Festival.
Hace unos meses, en pleno verano habanero, me lo crucé bajo el sol abrasador del mediodía. Iba atravesando el asfalto ardiente de la Plaza de la Revolución. Cruzó la avenida Boyeros y se perdía por una calle, hasta que vociferé su nombre.
La secuencia era casi cinematográfica. Iba Fernando por su Habana, vestido de Fernando: pantalón y camisa remangada hasta el codo, una mochila al hombro y un andar pausado y cadencioso. El caminante Fernando.
Quizá sea esa cercanía con la vida cotidiana lo que le ha permitido, entre otras cosas, retratar Cuba como pocos. En cada película teje un mosaico de emociones y paisajes que hablan de una isla profunda, contradictoria. En Clandestinos (1988) narró la pasión revolucionaria de una generación; en Hello Hemingway (1990) exploró los sueños juveniles de un contexto adverso; y en Madagascar (1994), ambientada en la difícil década de los 90, abordó con delicadeza la fragilidad de los vínculos humanos, logrando una equilibrada imbricación de realismo y surrealismo que enriquece su narrativa. Con La vida es silbar (1998), ofreció una fábula poética sobre esperanzas y frustraciones, mientras que Suite Habana (2003) capturó el alma de la cotidianidad cubana en un silencio que lo dice todo.
Más tarde, Madrigal (2007) combinó realidad y fantasía, mientras José Martí: el ojo del canario (2010) humanizó al prócer nacional como jamás se ha visto. En obras como La pared de las palabras (2014), Últimos días en La Habana (2016) e Insumisa (2018), exploró las luchas más íntimas de la enfermedad, la amistad y la resistencia. Finalmente, con Riquimbili o El mundo de Nelsito (2023), nos recordó que la imaginación es un refugio poderoso.
“Mi inspiración más cercana ha sido el universo visual creado por Magritte en sus cuadros, donde la realidad no deja de ser la realidad, pero al mismo tiempo es otra realidad. Mi sueño ha sido hacer una película como si Magritte pintara sus cuadros en La Habana de hoy”, expresó alguna vez. Y lo ha logrado.
A lo largo de su trayectoria, Fernando ha conjugado poesía y coherencia, algo que se percibe también en una introspectiva entrevista para Rialta en 2020. Allí reflexionaba sobre su carrera y su autonomía creativa:
(…) jubilado (pero activo), miro hacia atrás sin ira y puedo decir que, si algo puede caracterizar mi filmografía, es que todas son películas que yo quise hacer: nada hay en ellas que no me pertenezca en forma y contenido.
Aquel día que lo vi y grité su nombre un par de veces, se detuvo, se dio vuelta y me observó mientras corría hacia él. Al llegar, lo abracé con fuerza. No importa quién seas, Fernando siempre te abraza, te cobija. Si no, pregúntenles a los cineastas que, con un guion bajo el brazo, han encontrado en él una palabra de aliento. O a esos jóvenes escritores y artistas cubanos que un día se plantaron en las afueras del Ministerio de Cultura, para que los escucharan. Allí, en la acera frente a los burócratas, entre los jóvenes, estaba Fernando: el Premio Nacional de Cine, el maestro, el que nunca da la espalda.
En noviembre, Fernando Pérez Valdés cumplió 80 años. No hace falta una cifra redonda para celebrar su vida y su creación. Pero en el marco del Festival de Cine de La Habana resulta oportuno detenernos un instante para evocar a este gigante humilde, quien ha logrado devolvernos una isla que respira en cada uno de sus fotogramas.
Me encantan sus artículos, los leo todos ,pero este en especial dedicado a fernando perez me gustó muchísimo, no dejen de hacer ese periodismo…gracias