Hoy hace 40 años que Silvio Leonard se cayó en aquel foso de tres metros de hondura del estadio olímpico mexicano.
Hay duendecillos que sobrevuelan muchas veces acontecimientos en el mundo del deporte, y fuera de él, que con sus toques mágicos, para bien o para mal, los marcan, y los congelan en la memoria como sellos distintivos.
Y me pasa que al recordar los Juegos Panamericanos de Ciudad de México en octubre de 1975, donde el brasileño Joao Carlos de Oliveira hizo su espectacular record del mundo en el triple salto y donde protagonistas cubanos hicieron también su historia, lo primero que me viene a la mente es la espectacular caída de Leonard tras ganar los 100 metros lisos y la pelea que el matancero Orestes Pedroso le ganó 3-2 al estadounidense León Spinks, el hombre que un año después ganara el título olímpico en Montreal, y luego la faja mundial en los supercompletos del boxeo rentado al triunfar sobre un Mohamed Alí ya en retirada.
Leonard y Pedroso bajaron del avión de regreso a La Habana, enyesados, uno el pie derecho, el otro, la mano derecha. Han sido, creo, “dos yesos históricos” en el periplo del deporte nacional. Quizás también el detalle ha servido de fijador mental junto a sus pergaminos.
Cuarenta años después Leonard (20 de septiembre de 1954), el mejor velocista cubano de todos los tiempos, revela a OnCuba más pormenores de aquel suceso del anochecer del 15 de octubre de 1975, en un diálogo en su modesto apartamento a unos metros de la conocida calle habanera cercana a la Plaza de la Revolución, del mismo nombre de su barrio natal en Cienfuegos: Tulipán.
No sólo habló de su estrepitoso salto a ese profundo hueco tras batir por la medalla de oro al trinitario Hasely Crawford .También evocó el fatal suceso del que fue víctima un año después en los Olímpicos de Montreal, y de las circunstancias que le hicieron perder el título de Moscú-80.
“La mala suerte me ha acompañado”, comenta.
Realmente, podría pasar a la historia como el hombre de la fatalidad en los momentos cumbres del deporte cubano, a pesar de sus 9,98 segundos en 1977, que se mantiene como record nacional y como el único criollo que ha bajado de los 10 segundos.
“Muchos dicen que si por la emoción no frené tras ganarle a Crawford-campeón luego en el Montreal olímpico- y por eso caí en el foso en el ala derecha de la pista. Cierto que sufrí una contracción en la pierna izquierda que me llevó al sitio. Pero los organizadores habían retirado una cerca de ese foso para colocar una cámara de televisión ese día de la final, que de haber estado no me hubiera ocurrido el accidente. Por suerte me agarré de una cabilla si no las consecuencias hubieran sido peores”, dice el monarca continental.
Desde antes de partir de La Habana Leonard sufría de una desviación de una vértebra en la zona sacrolumbar con la lógica compresión de nervios. Necesitaba operarse pero de hacerlo le era imposible asistir a esos Juegos Panamericanos. Los médicos recurrieron al tratamiento paliativo. Pero el trauma que sufrió en el parque del Distrito Federal provocó también que la dolencia de la vértebra se convirtiera en fractura y lo llevara al quirófano en noviembre de 1975, a sólo ocho meses de hacer realidad su sueño olímpico.
En la final de México, a falta de 20 metros, el cubano que corría por el carril cinco, notó a su izquierda un paso de un rival; era Crawford que se adelantaba por el “rail” uno. Leonard entonces apretó el acelerador y ahí sintió el latigazo, “era como una braza de candela”. Y pasó la meta como un relámpago que fulminó aquel agujero donde cayó sobre su pierna derecha. La izquierda ya no le respondía. El hombre pudo haberse matado pero la tragedia, después de todo, concluyó sólo en un impresionante esguince, en el yeso, y las muletas. Y el adiós al relevo 4 x 100.
Montreal a la vista, los juegos que los contribuyentes canadienses tuvieron que pagar por décadas posteriores. A los 45 días de la intervención quirúrgica en la zona baja del “espinazo”, un caso que el cirujano ortopédico Rodrigo Álvarez Cambras siempre siguió de cerca, empezó a trotar por el césped de la Escuela Nacional de Arte y del Parque Lenin, en las afueras de La Habana. A comienzos de la primavera reapareció en la arena internacional con excelentes marcas en una decena de carreras europeas donde se encontraba con sus principales rivales de entonces: Crawford, el jamaicano Donald Quarrie, el italiano Pietro Mennea, el estadounidense Steve Willlian…
“Cuando gané la prueba de Zurich con 10.08, donde estaban todos, sabía que podía ganar la Olimpíada”, asegura.
Lo que nunca imaginó es que otro fantasma le sobrevolaba apenas llegar a la sede canadiense de los juegos estivales. Esta vez el drama no fue en la pista sino en la amplia habitación de la Villa Olímpica en la que se hospedaban también Alberto Juantorena, el vallista campeón de México-75 Alejandro Casañas, Pablo Montes y Hermes Ramírez, integrantes de la posta olímpica de plata en México-68, Osvaldo Lara, Eddy Gutiérrez y los menos conocidos Francisco Gómez y Carlos Alvarez, integrantes también unos y otros, de los relevos 4×100 y 4×400.
Cuenta Leonard que cinco días antes de su primera aparición en las eliminatorias de los 100 planos, uno de sus compañeros gastó una broma que a la postre resultaría fatal: se le ocurrió derramar talco en las camas a escondidas de los demás. A la mañana siguiente amanecieron envueltos en nubes de polvo. Entre algunos el chiste se trastocó en tensión y ésta en una bronca entre dos. Leonard que en ese momento se cepillaba en el lavabo, cuando se preparaba para entrenar con los relevos de Estados Unidos y Trinidad y Tobago, fue sorprendido por un pomo de colonia que impactó en la puerta del baño y rebotó contra la zona externa cercana al tobillo izquierdo.
“Cuando todos vieron la sangre, se acabó la discusión”, rememora.
Pero ya era tarde: su sueño olímpico también había sido herido.
Casi cuarenta años después me muestra la huella de aquel insólito suceso: una cicatriz por la cortadura que requirió ocho puntos de sutura.
“La herida no fue tan perjudicial para mí como el tiempo que estuve en cama, sólo hacía ejercicios isométricos en la bicicleta. Al tercer día del incidente Cambras me llevó a la pista con la seguridad de que las puntadas en el pie no se abrirían y con un vendaje que intentaba atenuar la molestia. El 23 de julio aparecí en la pista para las eliminatorias. Crawford, que me visitaba cuando estaba en cama, al verme me dice “¿pero tú aquí? ¡estás loco!”
Herido, Leonard llegaría segundo en su serie, en la siguiente ronda fue quinto y ya no pudo avanzar “más bien me sentía flojo por la falta de entrenamiento”. Quería estar también en los 200 pero le fue imposible “hay curva y no podía exigirle a mi pierna izquierda”. Pero se alistó en el relevo y ayudó a conducirlo hasta la final donde quedaron quintos.
“Podíamos haber hecho un mejor papel pero por esas cosas de la vida que nunca entendí mandaron para La Habana a Pablo Montes y dejaron en Montreal para correr a Gómez que había cometido la indisciplina”, recuerda.
Crawford (10.06), Quarrie (10.07)-que ganaría los 200 con 20,22- y el ruso Valery Borzov(10.14) subieron al podio del hectómetro olímpico que debió ser para América. Un año después el cubano confirmaría su clase al marcar 9.98 segundos en la Copa de las Américas de Guadalajara, México, la segunda mejor marca de todos los tiempos, y una deuda pendiente aún para el atletismo cubano, y haría 20.08 en los 200 en las Universiadas de Bulgaria también record nacional y un tiempo inferior al registrado por Quarrie en los Olímpicos.
Aún soñaba con la cumbre olímpica.
Pero el británico Allan Wells lo sorprendería. Leonard no se conformaba con esa plata que le supo agridulce, un metal que había conseguido Enrique Figuerola en Tokío-64, pero el suyo, desde 1980 hasta nuestros días, ningún sprinter cubano ha podido conseguir. Es que ninguno se ha vuelto a subir al podio en los 100 y 200.
“Siempre digo que cometí el error de no tirarme y pasar corriendo la meta” dice al evocar la final moscovita ante el británico, donde ambos hicieron igual tiempo (10.25) pero el europeo sí se abalanzó con la cabeza. Sin embargo el ciclón cubano remarca hoy su crítica contra los organizadores que según dice le costó un regaño.
“No podía ser que siempre me colocaran en el carril número uno, lo mismo en los 100 que en los 200 donde fui cuarto; ese es el peor carril, y había que respetar mis tiempos”.
Serían sus últimos Juegos Olímpicos porque después vendría el boicot a Los Angeles-84 y luego el de Seúl-88 al que sus posibles sucesores Leandro Peñalver y Andrés Simón no llegaron a acudir y ya en Barcelona-92 “estaban viejos”.
Silvio Leonard se retiró en 1985 cargado de medallas de oro en Juegos Centroamericanos y del Caribe y en Juegos Panamericanos, y en otras importantes competencias, para dedicarse a la preparación de talentos dentro de Cuba y fuera como en México y Venezuela. Cada día en el Estadio Panamericano de La Habana le insiste a sus pupilos que deben entregarse con más voluntad al entrenamiento pensando en ser grandes, de lo contrario no llegarán a ninguna parte, siempre trasmitiéndole energía positiva.
-“Pero verdad que tuve mala suerte”.
buen articulo, sobre silvio leonard, de favor hacer uno sobre osvaldo lara el sprinter que gano los juegos de la amistad en 1980, vive ahora en la puntilla.miramar.
y del caballo leandro penalver, corria en un fin de semana, 100, 200 , 400 y relevos 4×100, mas eliminatorias, semifinales y finales.
Muy bueno, Chachi. Hay gente a la que uno les pierde el rastro, y están ahí, al lado de uno, y no se les reconoce.
En Cuba siempre repetian que los boxeadores del profesionalismo terminaban arruinados y olvidados ,pero en Cuba ,no solo los boxeadores ,sino todos los deportistas terminan en las mismas condiciones ,arruinados y olvidados