Hablar del boxeo en Cuba es como referirse al santo y seña de nuestro deporte, con respeto del apasionante béisbol. Artífice de 42 de los 86 títulos que atesora la isla en la palestra olímpica, el otrora bien llamado buque insignia atraviesa un período de declive, durante el cual le ha regalado a su afición más “bandazos” que anclajes en puerto seguro.
Son muchas las razones. Intentaremos esbozar algunas de ellas tomando como punto de partida una simple comparativa que refuerza nuestra hipótesis.
En 1992 Barcelona albergó la edición XXV de los Juegos Olímpicos, en la que Cuba conquistó el quinto escaño con foja de 14 coronas y 31 medallas en total, el mejor rendimiento histórico de una comitiva antillana más allá de Moscú 1980, cuando no participaron Estados Unidos, la entonces República Federal Alemana y Japón.
De esos 14 títulos, siete fueron fraguados a puño limpio, además de par de bronces. Un buque cuyo motor carburaba con acierto quirúrgico de la mano de Alcides Sagarra y compañía.
Apuntando a Tokio: Cuba navega en la élite olímpica con su buque insignia
Viajando en el tiempo hasta el 10 de agosto de 2024 en la francesa Arena Paris Nord, atestiguamos como los púgiles caribeños no pudieron hacer justicia al connotado prestigio que históricamente les precedía. Al concierto parisino solo clasificaron cinco efectivos y recalaron en la cuarta plaza por naciones.
Un desenlace maquillado con la corona del portentoso e incombustible debutante Erislandy Álvarez (63.5 kg), y el bronce del curtido y doble as en dichas instancias, Arlen López (80 kg).
Una mirada a ese pictograma da fe de que mucho, y no precisamente para bien, ha llovido sobre el ring en este lapso de 32 años.
Jab sólido al contexto
Un elemento nada despreciable lo hallamos en la mercantilización acelerada de la actividad del músculo. Baste señalar los múltiples cambios introducidos por la hoy Asociación Internacional de Boxeo (IBA en inglés), sin el amateur en sus siglas, con premios en metálico en cuanto certamen de rigor celebra, sumado a carteles, noches de campeones, Copa del Mundo Profesional, y hasta rankings encaminados cada vez más a borrar las líneas divisorias de antaño entre amateurismo y profesionalismo.
De a poco, Cuba ha ido nadando cada vez con más fuerza en esas aguas transformadoras. El punto de partida sólido lo constituyó la inserción en 2013 de los Domadores en el circuito de la Serie Mundial de Boxeo (carteles semiprofesionales pactados a cinco rounds con formato de franquicias y premios en metálico).
A ellos se sumó la aparición de miembros de la escuela cubana de boxeo en los circuitos rentados de la IBA, a través de la rúbrica de un contrato con la empresa mexicana Golden Ring Promotions, la cual autoriza el paso al profesionalismo de sus mejores púgiles amateurs, dígase Julio César La Cruz, Arlen López y Roniel Iglesias, por solo mencionar algunos que tienen el cartel de ser monarcas del orbe.
Aun con estas maniobras considerables, el boxeo cubano ha continuado padeciendo el éxodo, fenómeno que tuvo sus referentes más antiguos en José Ángel Nápoles y Ultiminio Ramos, campeones mundiales en representación de México tras nacionalizarse. Luego, también siguieron el camino de la emigración Yoel Casamayor, Odlanier Solís, Yordenis Ugás, Erislandy Lara, Yuriorkis Gamboa, Guillermo Rigondeaux, Rancel Barthelemy, Luis Ortiz, David Morell, Osleys Iglesias, Frank Sánchez, Robeysis Ramírez, William Scull, Leinier Peró, Andy Cruz y Yoenlis Feliciano, entre tantos otros.
Todos ellos, en menor o mayor medida, han sabido labrarse cierto camino en el pugilismo rentado y prestigiar la escuela antillana, en un pleito en el cual un tercer hombre sobre el ring de nombre dinero continúa ejerciendo cada vez más su dominio.
Un-dos a precariedades y saberes
Resulta harto difícil esquivar semejante realidad, máxime cuando en la esquina nacional hay otros demonios que acechan el rocoso camino de un púgil hacia el posible estrellato. Hablamos de la infraestructura de entrenamiento, pese a ser la única disciplina que cuenta con un centro de entrenamiento nacional para las categorías cadete y juvenil. Tanto en el CEAR Cardín, como en “La Finca”, cuartel general de la armada élite, las condiciones de desarrollo de los boxeadores distan de ser las óptimas.
Al hecho de que cuesta bastante abrirse camino hacia las preselecciones de cada categoría, hay que sumarle que muchos de esos púgiles, incluso desde que despuntan en edades tempranas, se convierten en el principal sostén económico de sus respectivas familias, las cuales no escapan al fenómeno de crisis profunda que azota a la nación. Estas atmósferas de presión mellan fundamentalmente su componente psicológico y también pueden impedirles alcanzar niveles óptimos en materia de forma física y alimentación.
Hay otro elemento que cada vez se hace más visible y los resultados lo constatan: el hecho de que los saberes de la escuela cubana de boxeo han recalado en disímiles latitudes.
La cita bajo los cinco aros en la Ciudad Luz refuerza este postulado. De los 46 técnicos cubanos que movieron hilos de deportistas de otros países una veintena correspondieron al boxeo. Connotación suprema adquieren estos datos si acotamos que la foja de sus pupilos en el cuadrilátero fue nada más y nada menos que de 21 metales (9-6-6).
Enrique Steiner y Julio Lee fueron los de mayor calibre, pues formaron parte del cuerpo técnico de Uzbekistán cuyo dominio rutilante le permitió hacerse con cinco cetros en el concurso varonil. No menos notorio devino el rol de Raúl Fernández y Julián González Cedeño con las féminas de China, capaces de adueñarse de tres de los seis cetros en disputa, además de dos platas a su cuenta.
Siguiendo esa cuerda sobresalen otros nombres de prestigiosos preparadores antillanos como son los casos de Pedro Roque (Azerbaiyán), Pedro Luis Díaz (Argelia), Joel Soler (Bulgaria), Luis Mariano González y Humberto Horta (Francia), Ernesto Aroche y Esteban Cúellar (España), Armando Hernández (República Dominicana), y Luis Bladimir (Tayikistán). Todos con al menos el peso de un podio en sus enseñanzas.
A partir de lo anterior, surgen lógicamente algunas interrogantes:
¿Dónde han quedado esos tiempos en los que el Torneo Playa Girón era fuego cruzado con tres y hasta cuatro hombres temibles por división?
¿Qué ha sucedido con la otrora fértil cantera de segundas y terceras figuras en cada división?
¿Se habrá anquilosado la metodología de entrenamiento del equipo nacional tras casi tres lustros bajo la égida de Rolando Acebal?
¿La inserción en el sistema profesional de la IBA se estará convirtiendo en un arma de doble filo?
¿Dónde situar al boxeo femenino partiendo de su realidad actual dentro de este panorama?
La respuesta a la primera pregunta tiene varias aristas. A la partida en busca de escenarios más lucrativos de muchos púgiles, incluso sin haberse establecido completamente en la élite internacional, hay que adicionar el conocimiento de nuestros preparadores difuminado; la deficitaria tecnología en función del desarrollo; y una muestra desde las categorías infantiles visiblemente reducida; lo que hace que captar y esculpir el talento se convierta en uno de los 12 trabajos de Hércules.
Con tales agravantes, se deduce que los elencos cadete, juvenil y de mayores tiren prácticamente de manera exclusiva de sus puntas de lanzas, ya sea por carecer de segundas opciones contundentes, o para intentar aferrarse a la estela de prestigio de “nuestros años felices”.
A esto hay que añadirle que un boxeador de élite no se fragua en un ciclo olímpico, a menos que se esté en presencia de uno cuyo talento sea descollante. Con un flujo migratorio cada vez más acentuado dentro del movimiento deportivo cubano, cuesta reponer figuras, incluso en aquellas disciplinas inyectadas en el ADN como lo son el boxeo, la lucha, y el béisbol.
La tercera y cuarta pregunta demandan una visión más amplia.
Hay una cuestión que se debe soslayar y estriba en que los ases de la armada antillana se someten actualmente a dos niveles de intensidad en sus rutinas preparatorias:
Una que busca atemperarse a los estándares del boxeo profesional, cuyo enfoque pasa por elevar la potencia del golpeo con el afán de poder propinar un nocao, y las capacidades físicas para permitirse sortear, 6, 8 y hasta 10 asaltos de 3 minutos sin un bajón en el rendimiento. Tampoco es coser y cantar preservar enfoque y disciplina estratégica durante todo el lapso que pueda durar una pelea.
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En cambio, en el amateur se trabaja sobre niveles altos de intensidad, conjugados con precisión y velocidad de golpeo que permitan a un púgil obtener la mayor cantidad de impactos efectivos en la anatomía de su rival. Esto acompañado de quirúrgico enfoque técnico y sobre pilares de “diplomacia” deportiva.
La diferencia de dos onzas entre unos guantes y otros en dependencia del grupo de divisiones de peso del cual se trate, igualmente se antoja un componente a considerar, pues en el boxeo profesional se maximizan las potencias de los impactos, mientras en el amateur se persigue un equilibrio entre rendimiento y seguridad de los contrincantes.
De ahí que los gurúes recomiendan que un peleador profesional, en dependencia del rigor de los pleitos concertados, celebre de tres a cinco combates por año.
Esas y otras cuestiones exigen tanto de Acebal como del resto del colectivo técnico una actualización constante de los planes de entrenamiento, siendo exhaustivos en materia tanto de cargas físicas, como de desdoble en el pensamiento técnico-táctico en correspondencia con las especificidades de cada uno de nuestros púgiles, y una evaluación minuciosa de los contrarios, en sintonía con el escenario o tipología de combate en cuestión.
El propio Acebal reconoció al colega Guillermo Rodríguez que han venido introduciendo algunas transformaciones a la metodología de entrenamiento, básicamente porque el estilo de la escuela cubana se ha expandido por buena parte de la geografía global.
Las féminas, toda vez que comenzaron a bregar apenas hace poco más de dos años (5 de diciembre de 2022), tienen un largo trecho por recorrer en materia de construcción de una estructura de desarrollo que hasta ese momento fue mal vista y hasta clandestina.
Números hacen fe
Los números generalmente devienen aliados para reforzar un planteamiento determinado. En el caso de los Mundiales de boxeo, luego de imponernos con tres campeones en Belgrado 2021 (de los cuales solo sobrevive vistiendo la casaca nacional Julio César La Cruz), en Taskent 2023 solo repetiría el mediano Yoenlis Feliciano Hernández, quien después decidió emigrar.
En París nos dimos otro baño de realidad, y de cara al futuro inmediato, con el Mundial de Astaná como principal termómetro y una preselección que al decir del propio Acebal ronda los 21.7 años de edad, se torna sumamente complicado presagiar un botín abundante.
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Tocará encomendarse nuevamente al talento demostrado de Erislandy Álvarez, y a las enésimas batallas de La Cruz y Arlen. Eso, mirando a corto plazo, porque también en la más reciente lid del orbe de la categoría juvenil Budva, Montenegro, amén de inscribir a ocho representantes, la alforja de los títulos regresó vacía y solo Johander Fuentes (57 kg) y David espinosa (67 kg) fueron capaces de llegar a la final.
Por esos caprichos del destino, en la actual preselección nacional, de las seis nuevas incorporaciones cuatro son miembros de esa escuadra juvenil.
Reza un refrán que no se le puede pedir peras al olmo, pero en el caso del boxeo y la afición cubana, sea en el Coliseo de la Ciudad Deportiva, el Madison Square Garden neoyorkino, o el MGM de Las Vegas, a nuestros púgiles, por tradición, empuje, prestigio y calidad demostrada, siempre habremos de exigirles más.