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Reconocido con el premio Adolfo Llauradó a la mejor actuación masculina (2008 y 2013), la carrera artística de Jorge Enrique Caballero abarca el teatro, el cine y la televisión. Busca en su oficio un aprendizaje que lo enriquezca como ser humano.
Nacido el 16 de septiembre de 1980 en La Habana, su extensa trayectoria incluye participación en las series De amores y esperanzas (2017), Lucha contra bandidos (2017) y Calendario (2022), y las películas Kangamba (2008), Siete días en La Habana (2012) e Inocencia (2019). Ha manifestado su creatividad, además, como guionista y director.
Es difícil encontrarse con Jorge Enrique y no salir lleno de energía. Su calidez humana y calidad interpretativa —además de su vitalidad y versatilidad— le han legado una fructífera carrera internacional.

Muchos de los que egresaron contigo del Instituto Superior de Arte (ISA) en 2005 se quedaron a mitad de camino. ¿Cuán difícil es mantenerse en esta profesión?
Es complicado. El arte es subjetivo y todo parte de cómo la gente te percibe, más aun en estos tiempos de redes sociales en los que hay que estar “presente”.
La voluntad férrea, una fe inmensa, compromiso y altas cuotas de sacrificio son los elementos que te hacen permanecer más allá de las dificultades, que no son pocas.
La gente siempre sueña con el éxito. Eso no está mal, pero esta profesión te da muchos palos; eso te va moldeando.
¿Cómo se expresa tu afición por la música en tu trabajo?
Viene desde pequeño. Pertenezco a una familia en la que se escuchaba mucha música popular y afrocubana. La tenía en mi entorno y ha ejercido gran influencia en mí. Primero, porque la música es de las artes que de forma más efectiva trabajan en los sentidos y las emociones. Tiene un gran poder sobre el ser humano. La música nos puede alegrar el día, entristecernos, o hacernos viajar en un recuerdo.
Cuando me di cuenta de lo importante que es para la representación, adquirió un valor mayor, al igual que cuando comencé a dirigir. Comprobé que la música sirve no solo para trabajar en el inconsciente del actor y llevarlo a ciertos estados emocionales; también ayuda al espectador a construir un ambiente a través de las sensaciones.
En la actualidad no hay espectáculo en el que yo trabaje que no tenga música. De hecho, acabo de terminar el musical The Book of Mormon en el teatro Calderón de la ciudad de Madrid, España. El colofón de mi relación profunda con la música ha sido esta etapa de mi vida y profesión. ¿Quién iba a decirme que estaría haciendo el espectáculo del año en 2024? Fue el más premiado en la tercera capital del teatro musical del mundo.

¿Se puede pensar el mundo a través del teatro?
Se puede pensar el futuro, el interno, y el que vivimos a través de esta manifestación. El teatro es un universo inmortal. Si hay una persona contando y otra escuchando, tienes teatro.
Este es nuestro día a día. La vida es una representación que vemos a diario. Sería imposible pensar un mundo sin teatro.
¿Crees que nuestros medios transmiten una imagen distorsionada de la realidad del actor?
No es responsabilidad de los medios, es el actor el que tiene que proyectar la imagen que quiere transmitir. Respeto cómo cada cual lleva su carrera. Yo prefiero que la gente sepa que soy actor no por fama, sino por mi trabajo, que es el reflejo del profesional que me gusta ser.
Hay que ser referente por cosas positivas, para estimular a quien te ve y puede darle un mejor sentido a su vida, motivarlo a buscar y superar situaciones, que se conozca a sí mismo y su entorno.

Además de la actuación, has incursionado en la dirección y en la formación de actores. ¿En cuál de estas labores te involucras más?
En todas: dar clases, dirigir, escribir y actuar. Cuando encontré mi profesión, comencé a amarla y a sufrirla. Amo lo que hago, de ahí que me comprometa profundamente en todo. Con mis estudiantes en los trabajos de clases, así como en sus procesos de aprendizaje y de descubrimiento.
Impartir clases de actuación es un camino para que el actor se descubra y manifieste qué herramientas son útiles y cuáles no.
Me involucro mucho escribiendo e investigando; dirigiendo soy obsesivo también. Pienso milimétricamente cada elemento de la puesta en escena, de vestuario, escenografía, banda sonora y actuación. Eso es bueno, por un lado, por otro es malo, porque sufres mucho, pero pienso que el resultado es positivo.
¿Cómo fue interpretar un personaje como “El Nene” en la serie Lucha contra bandidos (2017), inspirado en una historia real?
Lo agradezco mucho, porque me puso a trabajar en un registro en el cual no había incursionado hasta ese momento en televisión. Es un personaje que reúne a muchas personalidades de la vida real en un momento histórico.
Desde el punto de vista de la actuación, tuve que trabajar profundamente en las dos temporadas de la serie; específicamente en la segunda, cuando el personaje alcanzó otra dimensión.
Hay una tercera temporada, escrita por Eduardo Vázquez. Somos vecinos y, mientras él escribía, debatíamos. La historia del Nene pudo haber conectado aún más con todos los espectadores.
De haberse hecho, la tercera temporada habría sido un cierre, no solo del personaje, sino de toda la serie. Hacía tiempo que no se producía un dramatizado histórico que hiciera que la gente no se quisiera perder ningún capítulo.
¿Qué tan difícil fue hacer el personaje a nivel físico y emocional?
Preparándome para interpretarlo vi audiovisuales como El Brigadista (1977), pero sobre todo El hombre de Maisinicú (1973). Había un deje y una actitud de esa época que me interesaba reflejar.
Buscaba que mi físico y mi manera de hablar se alejaran de la contemporaneidad. Busqué referentes como Mario Balmaseda, Reinando Miravalles, Sergio Corrieri, Raúl Pomares y Adolfo Llauradó. Bebí de personajes con actitudes campechanas. Fue trabajoso, porque tampoco quería que se viera como una imitación.
Soy de trabajar con referentes de actores y películas. Considero que ningún personaje debe inventarse de la nada. Los referentes te arrojan luz sobre qué utilizar para construir los cimientos que levantarán tu interpretación.

Te has referido a la importancia de la conexión con los personajes. ¿Cómo desarrollas esa sensibilidad?
Varía. Cuando me propusieron la serie De amores y esperanzas (2017) hablé con la directora Raquel González y me interesó mucho el personaje.
En el caso de Calendario (2022), cuando hablé con Magda González me gustó mi papel, pero noté que le faltaba una dimensión al guión, o no fui capaz de verla. Después que el personaje te impacta, te engancha y te conecta, termina por estrechar más ese vínculo personaje-actor.
¿La dirección ha cambiado tu forma de actuar?
Sí, tanto dirigir como escribir monólogos. Tengo una visión más abierta y a la misma vez flexible como actor frente a los directores y a los textos de los otros.
El actor a veces es muy apasionado y aprehensivo con su personaje, su texto o su movimiento. Después de probar estas facetas me di cuenta de que todo es flexible y moldeable en pos de mejorar el espectáculo, el texto, la puesta y todo lo demás.
He cambiado mucho dirigiendo. Soy más flexible, dúctil y receptivo. Estoy más alerta como actor y, sobre todo, entiendo mejor los textos y las reales intenciones de un director cuando está dirigiéndome.

Cine, teatro y televisión. ¿En qué orden?
Primero el teatro, es el origen de esta profesión. Luego el cine por lo que perdura en el tiempo, y por último la televisión. No porque sea menos, sino porque la pequeña pantalla es un espacio donde el producto tiene que sacarse rápido, lo cual no quiere decir que valga menos ni que sea fácil.
Para hacer televisión hay que estar muy preparado y tener un nivel de recuperación grande, porque grabar grandes cantidades de escenas en poco tiempo no es sencillo y puede ser dañino para el actor.
Mi orden no responde a la calidad de cada medio, sino al origen y a la perdurabilidad.
¿Qué valoras más: un buen texto o un buen equipo?
El buen resultado de una película, de una obra de teatro o una serie de televisión obviamente es el guión. Es la base, los cimientos de una obra. Pero también eso en manos de un equipo descoordinado, con personalidades complicadas, puede verse dañado por egos, superioridades, por competencia, intrusismo, etc.
Le doy importancia a ambas cosas. He tenido experiencias creando equipos, y trato de que esa armonía parta primero del compromiso con la obra y luego del talento para ejecutarla. Uno va de la mano del otro. En armonizar un buen guión con un buen equipo está la esencia del éxito.
¿Qué has perseguido con anhelo?
Los anhelos crecen. Me pasó cuando me gradué del ISA y empecé la vida profesional. Cuando entré al grupo de teatro Buendía y cuando comencé a hacer el musical en España.
Si pudiera redondear qué es lo que persigo actualmente, te diría que mi crecimiento y la realización de todo lo que tengo en mi cabeza. Eso me motiva y me quita el sueño.
En el ámbito personal, ser buen padre. La paternidad me hizo tomar grandes decisiones y es lo que rige ahora mismo mi vida. Igualmente, mantener a mi familia unida y que primen el amor y la tranquilidad.
¿No dar cabida a la crítica es una postura consciente?
No soy de los que creen que un crítico es un artista frustrado. Considero que la crítica es importante, hay que saber hacerla —como todo en la vida— y asimilar. Es una visión externa, alejada emocional y profesionalmente de tu obra que también es necesaria.
Que la crítica se convierta en abono para mejorar tu trabajo, y a ti. En ese sentido hay que trabajar en términos de comprensión, de tener un sentido de pertenencia con la obra. No obcecarte con lo que haces, ni con quien eres, para que, vengan de quien vengan, las críticas te permitan crecer profesional y personalmente.
¿La creatividad está presente en todos los planos de tu vida?
La creatividad está en todo momento, en los instantes alegres, tristes, de paz y tranquilidad, de caos, lo que pasa es que a veces estás más o menos receptivo. La creación es una especie de terapia.
Actualmente desarrollas tu carrera en España. ¿Qué señales te indicaron que tocaba hacer cambios?
Mi llegada a España fue más bien por una cuestión personal. No vine con la intención de actuar, ni de dirigir, vine a ser padre. En ese proceso apareció la agencia de representación Mixtage Talent, que conocía mi trabajo en Cuba. Firmé con ellos y comenzaron a enviarme a castings.
Empecé en el musical The Book of Mormon. Después de dos temporadas llegó la serie Física o Química: La nueva generación (2025) en la cual hice una pequeña participación. Han aparecido otros proyectos de castings para series y largometrajes. Las cosas han salido bastante bien gracias a Dios. Estoy comenzando a hacer carrera aquí.

¿Trabajar en una serie del nivel de Física o Química es un sueño cumplido?
Sabía que la serie existía, pero nunca la había visto. De hecho, no estaba en el radar de lo que solía consumir en Cuba. Mi vorágine de trabajo en la isla era muy intensa. Daba clases en la Escuela Nacional de Arte (ENA), llevaba adelante proyectos con mi grupo Ritual Cubano Teatro, trabajaba en televisión, cine y en compañías de teatro como invitado. Tenía demasiado movimiento y nunca me di a la tarea de ver la serie.
Lo asumí como un trabajo más. Estuvo muy bien, trabajé con un buen equipo, encabezado por un excelente director, y un elenco de actores jóvenes que me recordaron el ambiente de Calendario, que fue el último trabajo que hice en Cuba.
Llegué a esta serie gracias a David Serrano, director de The Book of Mormon. Él me hizo la propuesta y luego mi representante habló con el director de casting.
La primera versión de Física o Química dejó la vara alta en términos de popularidad. ¿Qué esperas que genere en el público esta nueva versión?
Hay mucha expectativa con la serie en España, sobre todo entre los jóvenes. Creo que va a gustar; lo pude constatar cuando estuve en la premiere de los dos primeros capítulos. Va a encajar bien, a la gente le va a resultar provechosa. Qué más quisiera yo que tuviera éxito. Ojalá vengan una segunda y tercera temporada.
A lo largo de tu carrera has recibido varios reconocimientos. En esta etapa en la que estás, ¿se reciben con más serenidad?
Es siempre satisfactorio que especialistas, jurado y público en general le den valor a lo que haces. Cuando empezaron a aparecer los premios, me los tomaba como un compromiso más con lo que estaba haciendo, me indicaban que tenía que ser mejor.
A estas alturas de mi vida, con 44 años, los reconocimientos los recibo con alegría. Así fue cuando obtuve el premio al mejor drama histórico en el Festival Internacional de Cine de Bombay (2024) en la India, junto al recién desaparecido Jonal Cosculluela, por la película Voces de 1912 (2024). Fue el premio a un trabajo con el cual estábamos comprometidos. El sacrificio valió la pena.
El simple hecho de llevar a cabo un proyecto ya es un reconocimiento. Al mismo tiempo, viene cargado de compromiso.
¿Cuánto crees que influyen las redes sociales en la forma en que consumimos arte hoy?
Sigo pensando que las redes sociales no se han explotado del todo para aportar al arte de manera correcta.
El espectador tiene que ser hábil para darse cuenta cuando algo es puro entretenimiento, rápido, ligero, fugaz, instantáneo, y lo que eso le provoca, y lo que es arte.
Creo que ese momento llegará a medida que más personas, especialistas, artistas y creadores conscientes y comprometidos se acerquen más y manejen bien las redes.
Ojalá que se conviertan en un espacio de consulta segura para quienes busquen buen arte, motivación artística, enriquecimiento cultural, entretenimiento, conocimiento. Estamos en ese camino.
En las redes hay cosas buenas y malas, hay que saber buscar y emplearse a fondo para que las obras se hagan virales.
Es más fácil hablar de los personajes, pero, ¿quién es Jorge Enrique Caballero?
Jorge Enrique Caballero, a sus 44 años, ya es padre, y su hijo rige su vida. Además, es miembro de una bella familia, a la que extraña, pero que se mantiene presente. Una persona que en los últimos tiempos ha sufrido pérdidas importantes que le han cambiado la vida. Al mismo tiempo no ha dejado de crear ni de confiar, ni ha dejado morir el vínculo con lo que le motiva e inspira. Más allá de los dolores y las pérdidas, todo se traduce en agradecimiento a la vida, a esas personas y a todo lo que me ha ocurrido.
Jorge Enrique es un hombre feliz, realizado y preparado para asumir los retos que le pone la vida y él mismo con sus locuras.
Sigue defendiendo sus conceptos artísticos, quizá no con tanto furor como lo hacía en Cuba, porque aquel era su entorno, pero sigue creando por y para su país y su comunidad de artistas.
¿Se puede ser actor sin tener grandes ambiciones?
Creo que sí, aunque todos los actores que conozco son ambiciosos. Alguno habrá que no ambicione nada más que tener un trabajo y poder mantener a su familia. Hay gente que es feliz así.
Yo soy ambicioso en términos creativos. No puedo parar de crear. Creo que esa característica ha sido importante y me ha llevado a crecer como persona y como profesional.