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¿El desarrollo que necesitamos se mide solo por el PIB? ¿Producir más y mejores bienes y servicios es todo lo que necesitamos como nación? ¿La acumulación de riquezas materiales es el único signo que describe el deseado desarrollo, individual y colectivo? ¿Desatar las fuerzas productivas es todo lo que merece atención?
Es poco probable que la respuesta a esas preguntas sea un rotundo sí. Con mayor o menor nivel de profundidad en el análisis, supongo que, de manera instintiva, emerge un no como respuesta.
Tras ese instinto, digamos raigalmente humano, social, se abre un ancho camino de condiciones, razones, sentidos y actitudes.
El desarrollo, más allá de su reducción a la desenfrenada acumulación de bienes que describe el capitalismo, llevado al paroxismo en su actual etapa ultraliberal, implica potenciar al ser humano, no solo para que produzca y consuma, sino para que se produzca a sí mismo en condiciones humanas (pan y belleza).
Estas incluyen, de manera definitoria, la relación, el vínculo, las conexiones, la comunicación, la interdependencia entre los individuos y las colectividades en las que se agrupan.
Nuestro desarrollo deseado será fatuo, inconsistente, insostenible, si no atendemos, con igual rigor que las condiciones materiales de existencia, la calidad de nuestro relacionamiento social (público y privado).
Para el análisis del país que queremos y del tipo de desarrollo que lo procure, hemos de indagar en los contenidos de las relaciones sociales de producción (material y espiritual) que les resultan consustancial.
Al asomar este carril de indagación, se abre un amplio abanico de asuntos como pluralidad, subjetividad, socialización, democracia, derecho, participación, diálogo. Es imprescindible colocarlos, en su conjunto, dentro de las variables que han de determinar la calidad del desarrollo que deseamos como país.
So pena de reducir en extremo ese conjunto, afirmo que no tendremos un mejor país, más desarrollado, si no nos tratamos mejor, lo que significa, cuando menos, escucharnos. Este es el punto al que deseo llegar con esta reflexión.
En ese trato, en ese vínculo, estriba, de manera determinante, un aporte que podemos hacer cotidianamente, nada desdeñable, al pretendido desarrollo.
En buena medida, tal aporte se condiciona por una decisión personal. Esta pasa por las comprensiones que se tenga de la realidad, por lo que optamos como sentidos de vida, por el tipo de conducta que se asume en relación con la otredad, por la calidad y alcance del pensamiento crítico, por los sentidos éticos y morales (también psicológicos) que mueven la conducta.
Las reacciones generadas por la reciente entrevista al cantautor cubano Israel Rojas, en el espacio La Sobremesa, realizado por La Joven Cuba, son otra alerta sobre el diálogo como variable del desarrollo que nos debemos.
Entiéndase aquí el diálogo en su acepción básica, conversación entre dos o más personas que, de manera alternativa y respetuosa, manifiestan sus ideas y/o afectos. Entiéndase, como mínimo, en términos de escuchar y ser escuchados/as.
Es imposible aspirar a comprensiones únicas acerca de la realidad. La diversidad de perspectivas es un hecho rotundo. Lejos de un problema, es una riqueza infinita. El desafío está en los modos de convivir con esa diversidad, máxime cuando se accede al espacio público, con todo el derecho, para manifestar consideraciones sobre los asuntos más diversos.
Sin embargo, es importante observar la calidad y alcance de ese acceso. ¿A qué tipo de relacionamiento tributa? ¿Qué propuesta de sociedad entraña esta o aquella conducta? ¿Aporta al bien colectivo o se reduce a la libertad individualista (sin responsabilidad) de decir lo que se antoja y como se antoja? ¿Se accede con la conciencia de que ninguna opinión es estrictamente personal? ¿Se reconoce, parafraseando al poeta, que debajo de cada acción está la vida, la historia, los acumulados?
Dentro de este escenario, pletórico de matices, usted decide de qué lado se coloca. Usted decide la calidad de su aporte, mínimamente en los modos que elige para manifestar y defender sus ideas.
Digo lo mismo de otra manera: en última instancia, los modos en que usted comparte sus comprensiones en los espacios públicos (y privados) no son responsabilidad del bloqueo ni de la burocracia inoperante. La calidad de su incursión individual es su elección, es su responsabilidad.
Como un pequeño paréntesis, y por la consideración de que se trata de una condición previa que limita o potencia el intercambio de ideas en Cuba, no es ocioso recordar el carácter plural, en tanto actores y perspectivas, que describe a la realidad cubana. Si no se parte de asumir ese dato, poco se avanza. Cierro paréntesis.
Es cierto que las maneras en que nos relacionamos, las formas y el alcance de nuestra comunicación interpersonal, están condicionadas por aprendizajes, hacen parte de una lógica mayor concerniente a las relaciones de poder; pero no están determinadas. Desaprender para aprender otras maneras también es un camino elegible.
Un buen intento, ahí cuando en ocasiones parece que no hay nada que hacer, que no hay salida al bombardeo entre sorderas, sería escucharnos, al menos eso.
Escuchar implica la disposición a observar el montón de variables que están debajo, o por dentro, de un otro u otra que opina. ¿Cómo lograr un mejor país sin escuchar qué significa esa idea/deseo para cada quién? ¿Cómo lograr ese país con todos y para el bien de todos sin que, por lo menos, sea tenida en cuenta el conjunto de las opiniones?
En un escenario global y nacional en el que la convivencia humana sufre de precariedad, escucharnos es una actitud política activa por el bien común. Escucharnos es insuficiente, cierto, pero necesario; es un punto de partida vital para pensarnos en clave de desarrollo.
Si el foco de la escucha se pone en las ideas y no en la persona, si el argumento sustituye a la descalificación y el linchamiento moral, si los malos afectos se hacen débiles ante la disposición a comprender, si opinar no se reduce a juzgar, si la simpleza cede terreno a los matices, si los buenos valores no son privativos de un único lugar, si la verdad no es mía ni tuya, sino nuestra, si desaparecen las purezas ideológicas, si no se contribuye a la indecencia y la violencia, buenos augurios aparecerán para el desarrollo al que debemos aspirar.