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Lo primero que hice cuando terminé de leer El peligro de estar cuerda (2022) fue salir a buscar la voz de su autora, Rosa Montero (Madrid, 3 de enero de 1951), en cada rincón del cibermundo donde pudiera hallarla. Mi flechazo literario había ocurrido años atrás, en 2016, con La loca de la casa, que devoré en el Kindle mientras esperaba un vuelo a Porto Alegre y cuya edición física —hoy fuera de circulación— compré apenas regresé a Río de Janeiro. Pero con El peligro… sentí que el vínculo se había expandido: necesitaba ponerle sonido a la letra que hasta entonces había habitado mi cabeza como una narradora silente.
El libro tardó más en llegar a mis manos que el tiempo que me llevó leerlo. Devuelto el ejemplar que había pedido en la biblioteca de mi barrio, pasé por la librería a buscar el que hoy descansa, de lomo erguido, en mi librero. Más tarde, me atreví con La ridícula idea de no volver a verte, un texto que evité durante años porque me asustaba su tema principal: el luto.
Animada por la recomendación de una amiga y sintiéndome, a estas alturas, medio hermanada con Rosa por una sensibilidad que creo compartimos, decidí enfrentarlo, con el corazón a galope por el miedo al propio destrozo. Fue un alivio descubrir que es, en realidad, un ensayo sobre la vida, y me alegra haberme llenado de coraje para leerlo:
Como no tuve hijos, la cosa más importante que me pasó en la vida han sido mis muertos, y con ello me refiero a la muerte de mis seres queridos. Tal vez a usted eso le parezca lúgubre, mórbido. Yo no lo veo de esa forma. Por el contrario: para mí es una cosa tan lógica, tan natural, tan cierta. Apenas durante los nacimientos y muertes salimos hacia afuera del tiempo. La Tierra detiene su rotación, y las trivialidades en las que desperdiciamos las horas se caen al suelo como purpurina. Cuando un niño nace o una persona muere, el presente se parte al medio y nos permite espiar por un instante a través de la brecha de la verdad —monumental, ardiente e impasible. Nunca nos sentimos tan auténticos como cuando rozamos esas fronteras biológicas: tenemos la clara consciencia de que estamos viviendo algo grandioso.1
En los últimos meses me he sumergido en la obra de Rosa Montero —y ahora también en sus charlas por Instagram y YouTube— como no lo había hecho en más de diez años. Cuando vivía en La Habana, llegó a mis manos un ejemplar de Deja que la vida te despeine, colección de relatos de escritoras iberoamericanas, donde está indexado lo primero que leí de la madrileña, aunque ya no me acuerdo del título.

Rosa empezó a escribir de niña, pero no fue hasta que sus libros comenzaron a publicarse que la literatura se convirtió en un antídoto para las crisis de pánico que padeció desde muy joven. El secreto: ya no escribía solo para sí, sino que la gente la leía.
“Yo escribía ficción desde los 5 años, pero si no publicas […] no tiene el mismo efecto estructural. La combinación salvadora —eso también forma parte de la tormenta perfecta— es escribir ficción y publicarla, esto es, que te lean”, cuenta en El peligro de estar cuerda la Premio Nacional de las Letras Españolas (2017).
Desde aquel primer libro publicado (Crónica del desamor, 1979) ha llovido mucho. Con más de 30 volúmenes salidos de la imprenta hasta las manos de sus lectores, entre ellos más de 20 novelas, estoy segura de que a estas alturas el pánico le ha perdido la pista.
Además de narradora, Rosa es periodista y tiene alguna formación en psicología. Maneras de vivir, su columna en El País, alcanza a cerca de 400 mil suscriptores. En Instagram, donde habla no solo de libros y literatura, la siguen más de 90 mil usuarios. Su obra ha sido traducida a más de 30 idiomas, y ella colecciona cada edición.
Semanas después de leer en tres sentadas aquel delicioso texto sobre la relación entre locura y creatividad que menciono al inicio de este preámbulo, y de ver todos los videos y entrevistas suyas que encontré, supe que Rosa estaba más cerca de mí de lo que me imaginaba: había venido a una ciudad vecina de Río de Janeiro, Brasil, como invitada de la Fiesta Literaria Internacional de Paraty (FLIP).
En pocos minutos me vi frente a la computadora redactando un correo electrónico que aún me sorprende haber enviado:
Estimada Rosa […] Quisiera saber si, además de su paso por Paraty, tiene previsto estar en Río de Janeiro […] Ojalá podamos coincidir […]
Un abrazo afectuoso, con los dedos cruzados,
Deborah
Su respuesta llegó poco después:
Ay, mi querida, en Paraty estoy hasta arriba. Pero si quieres mándame unas cuantas preguntas, no demasiadas, y te las contesto dentro de unos días con un audio. Un beso grande.
A continuación reproduzco, con su autorización, las seis respuestas que considero un primer acercamiento a esta mujer fascinante, que no se preocupa por la inmortalidad de su obra pero sí por que la literatura siga siendo su medio de expresión, y que sabe que sumergirse en la vida con plenitud —como una ballena jorobada en la vastedad del océano, como ella misma cuenta en un pasaje de El peligro de estar cuerda— para luego perderse en ella, es tan ridículo como esencial: “La vida es un sueño diminuto, un espejismo de luz en una eternidad de oscuridades. Y eso no es nada, y lo es todo”.

¿Qué papel puede jugar la ficción en nuestras vidas?
Pues la ficción sigue siendo totalmente esencial. Es lo que nos salva. Decía el pintor francés Georges Braque que el arte es una herida hecha luz. Y en efecto, ¿qué vas a hacer con las heridas de la vida sino intentar convertirlas en luz para que no nos destruyan? Así que el arte es lo que nos permite sobrevivir a la oscuridad, al miedo, a la muerte, al terror, al horror.
Cuanto peor está el mundo, más necesitamos el arte. Y las novelas en concreto son los sueños colectivos. Así que la ficción es absolutamente esencial para seguir sobreviviendo.
¿Cómo imagina hoy la relación entre la inteligencia humana y la inteligencia artificial?
Precisamente, mi última novela, Animales difíciles, trata de la inteligencia artificial. La tecnología más poderosa que ha inventado el ser humano hasta ahora es brutal; el cambio que puede suponer para la vida humana es tremendo y favorece y facilita mucho la vida. Es una especie de magia, ¿no? Por eso estamos entrando en ella sin darnos cuenta de lo peligrosa que es, porque es peligrosísima. Eso es lo que explico en mi última novela.
Me voy a centrar en dos peligros principales. El primero es tremendo: la capacidad de manipulación de la mente humana que tiene la inteligencia artificial. A través de ella, los humanos podemos terminar convirtiéndonos en peleles, quien maneje estas herramientas puede decidir qué tenemos que pensar, qué comprar, qué votar, qué decir, qué ser.
Los neurocientíficos más importantes del mundo llevan años pidiendo que se incluyan los neuro derechos en la Carta de Derechos Humanos. Son cinco, y tan esenciales como el derecho a que nadie entre en tu cabeza sin que tú lo sepas y lo autorices. Llevan años pidiendo esto, pero nadie está legislando nada. Estamos indefensos ante la manipulación de nuestras cabezas por la inteligencia artificial. Ese es uno de los grandes peligros.
El otro es el exterminio de la especie humana, porque la inteligencia artificial puede terminar derivando en la superinteligencia. Ahora estamos en lo que se llama la inteligencia artificial débil; de ahí se alcanzará la inteligencia artificial general, que es como la nuestra, y de ahí se disparará a una superinteligencia que puede ser muchísimo más inteligente que nosotros, que además va a ser inhumana. Con esto solo quiero decir que no es humana, por lo tanto no vamos a saber cómo es, no la vamos a entender, y puede ser infinitamente más inteligente.
Podemos convertirnos en las hormigas de esa inteligencia, así como las hormigas son para nosotros. ¿Pueden las hormigas comprender lo que es el ser humano? Pues no. ¿Pueden las hormigas controlar al ser humano para que no pisotee el hormiguero, por ejemplo? Tampoco. Así que esa superinteligencia, que irá a su propia conveniencia en la vida —y no tenemos ni idea qué conveniencia será y no la vamos a poder controlar— puede de repente decir: “Voy a utilizar estos átomos de carbono para otra cosa”, y los átomos de carbono somos nosotros.
Este miedo no lo tengo solo yo, lo tiene gente tan importante como Geoffrey Hinton, el último premio Nobel de Física (2024) y uno de los padres de la inteligencia artificial. Geoffrey dejó su trabajo en Google hace dos años para denunciar que la inteligencia artificial puede exterminar a la humanidad.
Así que es un peligro cierto.
En El peligro de estar cuerda menciona que sus crisis de pánico desaparecieron al publicar su primera novela. ¿Una lucidez extrema puede amenazar nuestra capacidad de crear o imaginar? ¿Por qué escribir ficción es una vía de sanación para las mentes más sensibles?
No creo que haya una lucidez extrema. Al contrario, creo que la normalidad no existe, que la normalidad no es más que una mentira, que es una convención, que no es más que una media estadística. Y creo que lo que es normal es raro, ¿no? Y cada uno tiene sus rarezas.
La imaginación y la ficción son una de nuestras armas más potentes para luchar contra el dolor y contra el sinsentido del mundo.

La muerte atraviesa buena parte de su obra ensayística y narrativa. La propia Bruna Husky (Animales difíciles) es un personaje que nos recuerda la finitud de la vida a pesar de lo obsesionados que estamos con la eternidad y lo ridículo que nos resulta morir y perder a quienes amamos. ¿Se puede trascender la muerte cuando se escribe?
Para mí, escribir siempre ha significado escribir contra la muerte. He escrito intentando perderle el miedo a la muerte, no trascenderla. Eso parecería querer decir que al escribir adquieres cierto tipo de inmortalidad o que tus libros van a permanecer cuando tú mueras. Nada de eso me importa, no pienso en ello. Tampoco creo que mis libros permanecerán después de que yo muera. Escribes simplemente porque la ficción y el arte consuelan y dan cierto sentido, como te decía, al sinsentido del mundo.
Escribo para intentar perderle el miedo a morir, es decir, para intentar encontrar una armonía a la vida y la muerte.
La verdad es que me ha ayudado mucho. Tengo mucho menos miedo ahora a morir que cuando tenía 20 años.

Como periodista y escritora, ¿cómo percibe el futuro del periodismo y la ficción en una era tomada por la inmediatez y la inteligencia artificial?
Como he dicho, el futuro de la ficción no lo veo en riesgo porque seguimos necesitando el arte para sobrevivir. Pero el periodismo es otra cosa; el periodismo está en una crisis bestial y no es casual que coincida con la crisis de credibilidad del sistema democrático.
La democracia también está en crisis y el periodismo al mismo tiempo. Y digo que no es casual porque una democracia necesita un periodismo fuerte, unos medios de comunicación fuertes.
Así que la crisis del sistema democrático y la crisis del periodismo creo que van unidas; aun así necesitamos seguir peleando por el periodismo, porque es lo único que nos puede defender de las fake news y de una manipulación total.
¿Qué la impulsa a escribir hoy?
Como la mayor parte de los novelistas, empecé a escribir de niña. Mi primer cuento lo escribí con 5 años y eran de unas ratitas que hablaban. Desde que me recuerdo como persona, me recuerdo escribiendo. Para mí era un juego, pero esencial en aquella edad. A esa edad, el juego lo es todo. Entonces, escribir es mi manera de vivir, es mi manera de enfrentarme a la angustia de la vida. Sigo escribiendo porque no sé cómo se puede vivir sin escribir. Espero que nunca me falle este recurso.
Nota de la autora:
1 Los fragmentos de los libros citados han sido traducidos libremente del portugués al español.